El vestido de la polémica. Un mantón deshecho en falda
Rioja y Oro
La firma Duyos ha descuartizado un mantón bordado en Villamanrique de la Condesa para transformarlo en falda para doña Letizia
Empecemos a escribir con un disgusto. “Válgame, Dios. Pues sí que el arranque es bueno”. Lo que les cuento ahora se las trae, que dicen en mi pueblo. Hay noticias que –lo reconozco– irritan más de lo necesario y hacen que uno pierda hasta el apetito, algo, por otro lado, bastante favorable si se quiere retallar la silueta. O lo que es peor, que se nos corte la digestión del enfado que generan en nosotros algunas informaciones. Y como aún no he podido despojarme del enojo, pues ahora les doy la monserga con lo sucedido en la Casa Real estos días. “Pues apunta usted bien alto hoy”.
Les comento la causa de mi enfurecimiento. Mi compañera Marina Bernal –con quien comparto micrófonos los miércoles en Canal Sur Radio– me comentó que la Reina Letizia ha sido protagonista estos días de una noticia por un vestido. Hasta ahí, todo normal, pues ya sabemos que toda prenda que cubra el cuerpo de la monarca consorte se convierte en motivo de comentarios. Pero en esta ocasión no lo era precisamente por lo acertado de la indumentaria, sino por el material que la compone. “¿Biodegradable’”. No, no estamos aquí para dar lecciones de sostenibilidad, que para eso ya hay doctos y doctas en la materia.
El conjunto en cuestión –según confirmó la revista Vanitatis– está confeccionado con un mantón de manila realizado en la patria de esta prenda tan española, el sevillano pueblo de Villamanrique de la Condesa. Recordemos que esta localidad (situada en la frontera entre el Aljarafe y la marisma de Doñana) fue la residencia de Esperanza de Borbón-Dos Sicilias y Orleans, tía materna de Juan Carlos I, de ahí que haya mantenido una estrecha vinculación con la monarquía española.
Es tradición en este municipio (uno de los pilares de la devoción rociera) que por cada boda de la Casa Real se regale un mantón de manila. Ocurrió hace 26 años, por estas fechas, cuando la infanta Elena se casó con Jaime de Marichalar en la Catedral de Sevilla (fue en el Palacio de Villamanrique donde se celebró la noche anterior una cena de gala). Y volvió a suceder en 2004, cuando el entonces Príncipe de Asturias contrajo matrimonio con doña Letizia.
La sofisticada prenda se elaboró en el taller de Ángeles Espinar, un referente en el bordado del manto de manila, que lleva más de medio siglo en esta labor artesanal. Estaba confeccionada con los colores verde agua y marfil. Fue entregada en mayo de 2004, en vísperas del enlace real, pero desde entonces la actual Reina de España nunca lo había lucido. Hasta que, transcurrida más de una década, decidió darle uso, pero de una manera muy distinta (y errónea) a la prevista. El mantón, de seda italiana y personalizado en su diseño (contenía los nombres de los contrayentes), se había convertido en una falda entubada y en unos cuellos y manguitos de una camisa a juego. O lo que es lo mismo, tal joya de la artesanía española había sido mutilada.
La responsable de este atentado patrimonial (las cosas por su nombre) es la firma Duyos, que anteriormente había transformado prendas similares en vestidos para la monarca. Pero nunca con una pieza de tal valor, lo que ha provocado gran malestar en el taller manriqueño (que le ha hecho llegar sus más que justificadas quejas a la Casa Real). Desde Zarzuela se insiste en que no ha habido mala intención en dicha reconversión, lamentan el error y piden disculpas. Pero a éste que les escribe se le queda el cuerpo y, sobre todo los ojos, traspuesto tras tener conocimiento de tal descuartizamiento y más de las razones dadas: desconocían que estuviera bordado a mano.
La falta de información sobre el valor artesanal de un mantón de Villamanrique evidencia una carencia alarmante en una institución que cuida al máximo (o debería hacerlo) cualquier detalle. Más aún cuando dicho complemento simboliza la relación de un pueblo con la Casa Real desde casi un siglo. Supone, además, cierto menosprecio a la artesanía sabiamente mantenida por generaciones. Ese valor añadido del que tanto hablan los predicadores actuales del emprendimiento. Y después de haberles dado esta monserga, aún me sigo haciendo otra pregunta:¿Qué hicieron con los flecos que acompañaban al mantón? Por cierto, una artesanía de la que es referente otro municipio sevillano, Cantillana, en el que hay auténticas expertas en el enrejado de hilos.
“Pues dese con un canto en los dientes por acabar en falda y no en un body, que se ha vuelto a poner de moda, como en los tiempos de Eva Nasare”. Siempre defenderé la elegancia de la camisa. Aunque en cuestiones de gusto, que cada cual haga de su capa un sayo. Mientras no toquen el mantón...
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