Consejos básicos para disponer la mesa en Nochebuena: ¡A por el huevo hilado!
Las fiestas de Navidad
La cena del 24 de diciembre constituye una prueba de fuego para quien ejerce de anfitrión en su casa
Mantel blanco, vajilla clásica y una decoración sin excesos siempre garantizan el éxito
Carrito con "diamantes" por la Avenida
Ha llegado el día en que poner una mesa para reunir a familiares (de sangre o políticos) y allegados se puede convertir en una pesadilla. La Nochebuena es una prueba de fuego para que una cena se quede justo en esa delgada línea que muchas veces separa lo cutre de lo chabacano, motivo por el cual desde estos renglones ofrecemos unos consejos básicos para que las próximas horas sean de paz y tranquilidad, que ya demasiados sofocos nos llevamos durante el año.
La primera regla básica es saber qué mesa usar, en función de los comensales y si se desea que los niños acompañen a los adultos en la cena o se coloquen aparte. Luego viene un elemento fundamental: el mantel. No dude en utilizar el más bueno y si es blanco o de color neutro, mejor. Aléjese de los estampados ñoños y en serie que se prodigan por estas fechas. Lo ideal es que por cada lado cuelgue entre 40 y 50 centímetros. No se le ocurra en ningún momento poner un hule, supone una auténtica falta de respeto a sus invitados. En todo caso, dispóngalo bajo el mantel para proteger la madera de algún líquido que se derrame.
Si en su alacena tiene guardada la vajilla de la Cartuja, no existe mejor ocasión para lucirla que esta noche. Opte por el bajoplato, que distingue esta cena de otra cualquiera. No se haga un lío a la hora de disponer las copas y cubiertos. Estos deben ir en el orden de la comida, de fuera hacia dentro. Así –partiendo de un menú clásico, pues no es día de experimentos– a la derecha, la más alejada del plato es la cuchara, le sigue la pala del pescado y después el cuchillo de la carne (con la sierra para dentro). A la izquierda, los tenedores. Los utensilios para el postre se pueden colocar encima del plato, sobre la servilleta (estéticamente doblada). El pan ha de ir a la izquierda, arriba de los tenedores. Y por último, las copas. Ponga no más de tres y por este orden: la del vino blanco, tinto y agua. Las del champán y combinados, mejor servirlas después, cuando los comensales estén más relajados y se haya quebrado un poco (sólo un poco) la compostura en la mesa.
Otra cuestión a tener muy en cuenta es la decoración. Aquí debe primar una máxima antigua: menos es más. El número de invitados y los metros cuadrados donde se reúnen constituyen factores que condicionan el exorno. Siempre será un acierto un centro sobre la mesa con especies de la época:pinsapo, musgo, abeto, piñas de pino y eucalipto. Añádale algo dorado (sólo pequeñas dosis o aquello puede acabar como el cuello de un cantante de reggaeton) y colores rojos (madroños o flores de pascua de tela, pues las naturales duran poco fuera de la maceta).
Como se apuntó antes, no caiga en la tentación de decorar hasta el mínimo resquicio del salón. Provocará sensación de agobio. Lleve sólo algún elemento a las lámparas si cuenta con techos de gran altura. Y, por supuesto, los elfos, papanoeles y renos en su justísima (o nula) medida. Si prescinde de ellos, la elegancia no se verá afectada. Si abusa de su presencia, lo vulgarizará todo. Un Nacimiento también contribuye a recordar lo que estamos celebrando.
Un final con sabor a menta
Respecto al menú, queda al gusto de los anfitriones y del riesgo que quieran correr. Lo recomendable es optar por platos clásicos que, en todo caso, pueden versionarse: sopa o consomé, algún pescado y carne. Respecto a los entrantes –y aunque resulte chocante lo que ahora escribo– el marisco en abundancia estropea la mesa con sus cáscaras. Si finalmente opta por él, no olvide las toallitas de limón para eliminar el olor en los dedos (comerlo con cuchillo y tenedor puede acabar más mal que bien). Siempre está el aconsejable mundo de las chacinas y un clásico que no ha de faltar: el huevo hilado.
Para redondear la noche y ya metidos en nostalgia, saque del fondo del mueble la botella de Peppermint, licor que cuenta su vida por los tragos (me horroriza la palabra chupito) de Nochebuena.
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