Cruel despertar para el Betis del otro gran sueño
Eintracht - Betis
En el último minuto de la prórroga, un autogol de Guido en un rebote tras una mala salida de Rui Silva echa a los verdiblancos de Europa
Antes, Borja Iglesias había forzado el tiempo añadido con su gol en el minuto 90
El fútbol, tan pronto comedia como tragedia. El fútbol, con su capacidad para elevarte al éxtasis o hacerte despeñar al poco tiempo. El Betis lo comprobó en sus propias carnes en un vibrante partido de vuelta de los octavos de final de la Liga Europa. El otra vez dignísimo equipo de Manuel Pellegrini fue capaz de forzar la prórroga con un gol de Borja Iglesias en el minuto 90, lo que hizo disparar de euforia los corazones béticos, los de los 600 que lo vieron en vivo y los de los miles y miles que lo siguieron en la distancia. Pero media hora larga después, la ilusión de los verdiblancos saltó hecha añicos con un extraño gol del Eintracht cuando no había tiempo para más y todo parecía abocado a los penaltis.
El serbio Kostic, sin duda el jugador de más calidad del equipo de Fráncfort, botó la última falta lateral desde el costado izquierdo. Corría el minuto 120. El Eintracht se la jugó y fue con todo. Como Kostic es zurdo, el efecto hizo dudar a Rui Silva. ¿Salir o no salir? Eligió mal, llegó tarde, no tocó la pelota, el central Hinteregger entró para rematar con lo que fuera y la pelota fue a rebotar en el bético que iba a la marca, Guido Rodríguez. Tras tocar ene l argentino, la pelota se coló con mansedumbre en la jaula para delirio de los 25.000 alemanes que ni mucho menos tenían clara la clasificación de su negro equipo durante la prórroga.
Porque el Betis, sensiblemente inferior en la primera parte, fue creciendo tras el descanso en actitud (más valentía, menos espacios entre líneas) y también aptitud (mejoró con la entrada de Willian Carvalho, Lainez, Borja Iglesias) al mismo tiempo que el Eintracht empeoraba con el ingreso sucesivo de sus hombres de refresco. La balanza se fue equilibrando y daba la impresión de que el Betis se desplazaba por la hierba con más determinación y fe. De hecho, los aproximadamente 600 béticos elevaron los decibelios por encima de la masa germana en esa media hora añadida.
Fue muy cruel la forma en que descarriló el Betis de ese segundo gran sueño, el de jugar otra final más en Sevilla allá por mayo y en el estadio del eterno rival, ahí es nada. Había hecho lo más difícil, resistir en pie cuando el Eintracht fue mejor, abrazarse a la fortuna cuando los locales estrellaron dos balones en la madera, el primero Knauff (al larguero en el minuto 11) y el segundo Kostic al envenenarse una falta indirecta (63') y dar un golpe moral al enemigo con ese buen gol de Borja Iglesias tras jugada de Aitor Ruibal y Nabil Fekir por la izquierda. Pero esa caprichosa fortuna fue a abandonar los brazos sevillanos para entregarse a los alemanes en el minuto 109, el 19 de la prórroga: Lainez chutó desde la derecha, la pelota golpeó en un defensor y la parábola se proyectó al segundo palo, donde emergió Borja Iglesias. El cabezazo del Panda no era fácil, porque el balón venía llovido y con un efecto extraño. El cuero se estrelló en el larguero y ahí se esfumó la opción bética de meter de nuevo la bolita en el bombo.
Un consuelo le queda al bético. Bueno, dos: que el club anfitrión de la final no podrá jugarla tampoco y que en dos semanas previas a la final de Copa de La Cartuja, el equipo de Manuel Pellegrini no se va a ver obligado a jugar dos durísimos partidos europeos más que, sin duda, minaría parte de las fuerzas de la plantilla con vistas a conquistar el título ante el Valencia.
El mimo a esa final del 23 de abril, junto a la acumulación de esfuerzos tan seguidos, llevó a Pellegrini a componer un equipo inicial en el Deutsche Bank Park con sensibles ausencias: William Carvalho, Juanmi, Borja Iglesias. Y cuando la pelota echó a rodar por el cuidado pasto alemán, apareció un Betis menguado, alicortado.
Las distancias entre las líneas eran ciertamente llamativas. Esos espacios en la zona ancha desnudaron a Guido Rodríguez y Canales, quien esta vez se ubicó más atrás. El Eintracht, en cambio, se manejó con más criterio en ese tablero de juego tan alargado. Sow se hizo con la manija en la medular, Kostic se animó a galopar por la izquierda y Knauff por la derecha.
Esas líneas tan separadas también hicieron que los centrales tuvieran que salir de su zona a veces, provocando desajustes, y como el Eintracht, con más viveza en todas sus piezas, solía llegar antes a los balones divididos, Joaquín y Fekir quedaron un tanto desenchufados. Más aún Willian José unos metros más arriba.
A Miranda le tuvo que echar una mano Aitor Ruibal, y más después de que el chaval de Olivares no detectara ese primer pase a su espalda que dejó a Knauff ante Rui Silva. Su tiro al larguero pudo cambiar, y mucho, los derroteros de esta emocionantísima vuelta de octavos de final.
Tampoco es que Rui Silva se tuviera que emplear mucho más hasta el descanso, apenas en un tiro centrado de Sow (18'). Pero flotaba que el partido lo tenía agarrado el águila que el Eintracht luce en el pecho.
Pellegrini actuó en consecuencia en el intermedio: Juanmi por Miranda, que se dolía de un pie, y Ruibal atrás. El catalán neutralizó a Knauff y tuvo tiempo de hacer daño arriba con ese molinillo que tiene en sus piernas. La entrada al unísono de Carvalho y Lainez por un mermado Canales y Joaquín a los 67 minutos terminó de adelantar al Betis, que ya se hizo con la pelota y cercenó las salidas germanas. Y el giro de rosca definitivo fue el ingreso de Borja por Willian José en el 78.
El Betis fue ganando el pulso poco a poco. Mirando desafiante a la cara de un Eintracht sin oxígeno y sin nivel en los cambios. Pero faltó que Borja enviara su testarazo dos dedos más abajo. O que Rui Silva no saliera como salió. Fue cruel, muy cruel el despertar de ese segundo sueño.
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