David González Romero y Fernando González Viñas | Editores de El paseíllo
“Urtasun es un benefactor de la tauromaquia”
David González Romero y Fernando González Viñas | Editores de El paseíllo
La pareja tiene algo de yin y yang. Uno es grandullón y el otro menudo; uno viste camisas monocolor y el otro gusta del tejido fantasía; uno es sevillano de la Sierra de Huelva y el otro cordobés criado en Alemania... Pero ambos se encuentran y complementan en su afición taurina. Hace apenas dos años, David González Romero y Fernando González Viñas decidieron fundar la editorial El Paseíllo para dar impulso y modernidad a las publicaciones sobre tauromaquia, arte tan perseguido en los últimos tiempos. El resultado ha sido un ya nutrido catálogo en el que las viejas y recientes generaciones de aficionados pueden encontrar libros sobre la Fiesta con nuevos enfoques y actitudes. Ahora, inician su colección de clásicos con una obra fundamental, la ‘Historia del toreo’ del omnívoro periodista, historiador y escritor Néstor Luján, volumen grueso y profusamente ilustrado que es fuente de gozo no solo para los taurinos, sino también para todos aquellos que gustan de la buena prosa y de la historia de España (y América). El segundo título, que saldrá próximamente, será ‘Los heterodoxos del toreo’, del comentarista taurino español exiliado en México José Alameda. La conversación se produce en el Bar Nuria, entre picapleitos y víctimas de la lentitud judicial.
Pregunta.–‘La historia del toreo’ es Néstor Luján en estado puro: erudición, ironía, festín de historias y palabras, alegría de vivir...
–Fernando González Viñas (FG). Y lo mejor es que tiene un prosa maravillosa. Por ejemplo, cuando habla del toreo con el capote de Manolete o de las muletas eléctricas. El uso que hace de los adjetivos y los epítetos es sorprendente. No solo es un libro canónico sobre la historia del toreo, sino el más divertido de leer. Eso no es raro en un señor que ha escrito libros sobre el vermú y el bitter. De él solo se puede esperar una cosa grandiosa.
–David González Romero (DG). Hay párrafos impresionantes desde el punto de vista literario, como cuando habla de Cagancho o Chicuelo. Luján te habla con tanta viveza y calidad del pasado que llegas a creer que has vivido algunos de los momentos de los que escribe.
P.–La descripción que hace de la Sevilla del Antiguo Régimen, de la mezcla de su refinamiento con la “brillante tradición del barrio bajo” es muy buena.
–(FG). Y no olvidemos que es un catalán. De alguna manera, todo lo interesante en cultura taurina está viniendo de Cataluña. Urtasun, que está haciendo por los toros más que nadie, ha perdido la oportunidad de darle el Premio Nacional de Tauromaquia a un catalán, el cineasta Albert Serra, que sería indiscutible. Además, tenemos a Angélica Lidell, que recientemente hizo una obra de teatro brutal sobre Belmonte. Por no remontarnos a nuestro amigo Víctor Vázquez y su película El brau blaus (El toro azul)...
P.–Como dice el crítico taurino de La Vanguardia, Paco March, Barcelona llegó a ser la ciudad más taurina de España.
–(DG). En Barcelona hubo un grandísimo empresario que hizo mucho por los toros, Pedro Balañá. La ciudad llegó a tener tres plazas abiertas simultáneamente. Fue la única de España que lo ha logrado... que se haya perdido esa afición... Estuvimos recientemente en la Monumental de Barcelona y el estado de su entorno es más que lamentable. La están dejando caer.
–(FG). Y eso que arquitectónicamente es una maravilla, un magnífico ejemplo de modernismo bizantino.
P.–¿Le van a mandar el libro al ministro?
–(FG) No sé si lee. Urtasun tiene todo el derecho del mundo a ser antitaurino, pero una vez que tienes un cargo público debes atender a todos.
–(DG). Tengo clarísimo que Urtasun es un benefactor de la tauromaquia. Se verá con el tiempo. Es impropio de un ministro alegar que quiere crear una “mayoría suficiente” para cargarse los toros. ¿Qué es eso? ¿Si mañana reunimos una mayoría suficiente para cargarnos el dominó lo podemos hacer? Es un argumento lamentable.
Muchas de las mejores las páginas de la literatura española del XX están dedicadas a la caza, la pesca y los toros
P.–Lo bueno de esta historia del toreo es que lo pueden disfrutar gentes que no tienen que ser necesariamente aficionados. Al igual que para leer los libros de caza de Delibes no es obligatorio ser cazador. El gozo puede ser inmenso.
–(FG). Sí, le pasa como al Belmonte de Chaves Nogales, que a cualquiera le puede llegar. Las personas no somos una sola cosa. Hay gente que cree que a los aficionados a los toros sólo nos gustan los toros. Eso es una tontería: en mi vida he visto más conciertos de rock que corridas.
–(DG) En España hay una gran literatura sobre actividades fundamentales de la humanidad como la caza. Lo vemos en La caza y los toros, que es una de las grandes obras de Ortega. Muchas de las mejores páginas de la literatura española del siglo XX están dedicadas a la caza, a la pesca o a los toros. Podemos poner ejemplos de Aldecoa, Delibes o Ferlosio. Probablemente, los mejores cuentos de Ferlosio son los de caza, a la que fue un gran aficionado.
P.–Y no nos olvidemos de ‘El mundo de Juan Lobón’, de Luis Berenguer, mucho tiempo considerado un libro solo para cazadores, cuando es una obra monumental.
–(FG). Tampoco Espejo de la Tauromaquia, de Michel Leiris.
–(DG). Una de las cosas de las que huimos es de la guetización. Cuando montas una editorial taurina te ponen la etiqueta de editor de toros, como si no hicieses otras cosas, cuando llevo 20 años haciendo libros de todo tipo. Hay cosas que te ponen un hierro de ganadero.
P.–Volvamos al libro de Luján. Sorprende la alegría de vivir que desprenden sus páginas. Choca con esa imagen lúgubre y bárbara que se quiere transmitir del aficionado taurino.
–(DG). La imagen lúgubre de los taurinos tiene sus raíces literarias en la España negra y tremendista. Ahora se puede ver, en el Museo Reina Sofía de Madrid, la maravillosa exposición Esperpento. Arte popular y revolución estética, donde aparecen cientos de elementos de la cultura taurina alineados con esa cultura lúgubre y esperpéntica. Sin embargo, para mí hay pocos sitios como una plaza de toros para transmitir la alegría de vivir. Si el mundo de los toros tiene un atractivo para mí es porque está entre los escenarios y la calle. La calle es la espontaneidad, el saber que puede pasar cualquier cosa; el escenario, la dictadura del artista frente a un público sentado y callado. Esa fusión es la que hace que el público de los toros sea completamente distinto a cualquier otro público. La alegría de vivir la notas cuando vas a una plaza y terminas abrazando al vecino de localidad al que nunca habías visto antes. No sé si eso pasa todos los días en el teatro, el cine... Es cierto que Luján contagia esa alegría de vivir de los toros.
–(FG). El público de los toros participa, es elemento activo. Influye en lo que ocurre. Si ve que un torero está engañando le echa la bronca, se lo dice. En el fútbol, la gente se pone contenta si pintan un penalti injusto a favor de su equipo. Aplaude el engaño.
P.–Más allá de sus virtudes literarias, este es un libro de historia. Ya se ha hablado muchas veces de que no se puede hacer una historia de España de los siglos XVIII, XIX y XX sin tener en cuenta el fenómeno de los toros, la gran pasión nacional de aquellos años junto a la política. Y, sin embargo, se hace.
–(FG) Ortega ya decía que no se puede comprender la historia de los últimos 300 años si no se conoce la historia del toreo. Los toros son fundamentales en la cultura popular. Las fiestas del pueblo tienen que ver con la Virgen y con el toro. Si uno quiere explicar la sociedad española no puede obviar esto. Y si lo hace, está engañando, mintiendo.
–(DG). Desde el XVIII, el mundo de los toros ha ayudado a conformar la esfera pública en España. Así de claro. Sin embargo, cuando se habla de ese sujeto colectivo y los lugares donde aparece (el carnaval, las procesiones, el teatro, etcétera) muchas veces se obvian los toros, cuando son fundamentales. La tauromaquia en un principio pertenece a la cultura hegemónica, a la realeza y la aristocracia, pero ya desde finales del XVII empiezan a darse una serie de cambios que hace que aparezca el público de extracto popular.
P.–Una fiesta de la chusma, para algunos.
–(DG). Lo primero que hacen los Borbones es prohibirla. Pero cuando necesitan congraciarse con el pueblo aparecen las corridas de toros. Felipe V estuvo 24 años sin dar toros en Madrid, hasta que le convino para tapar algunas vergüenzas. De hecho, las plazas de toros fueron los primeros recintos de masas que existieron en la España moderna.
–(FG). En el último cuarto del XIX ocurre un fenómeno muy curioso: a los toros le salen muchos competidores (la zarzuela, el circo...), por lo que tienen que reinventarse para sobrevivir en el mundo del espectáculo. Es cuando aparece la palabra “arte” vinculada a la tauromaquia. Todo eso y más cosas están todavía por estudiar de una manera seria.
El público de los toros participa, es elemento activo. Influye en lo que ocurre
P.–Desde luego, sus conexiones con el arte son incontestables.
–(DG) Sin embargo, sigue siendo difícil llamar a los toros arte, porque es mucho más, es un acontecimiento que supera al arte por su viveza y la experiencia directa que supone. En ese debate entre la alta cultura, la cultura popular y sus distintas mescolanzas, que empieza con la Ilustración, los toros siguen siendo un problema difícil de atender.
–(FG). Una de las cosas que cuenta muy bien Luján es la evolución continua que han experimentado las corridas. Son algo absolutamente vivas, por eso siguen ahí.
(DG). La gente piensa que los toros son inamovibles porque sigue viendo la misma imagen de un tipo vestido de luces delante de un toro. Pero en verdad estás viendo algo radicalmente distinto de lo que veía el público de hace un siglo. Por ejemplo, en Luján vemos como el codilleo se considera como un defecto, cuando ese mismo codilleo es algo consustancial al toreo artístico y de cercanía que tanto valoramos hoy.
P.–Últimamente, se observa un rearme intelectual de los defensores de la Fiesta. El Paseíllo, de hecho, forma parte del mismo.
–(DG). Pero a mí no me gustaría que fuese un rearme reaccionario. Lo digo en el sentido de que sea una reacción al acoso que existe y que se alinee con ciertas políticas. Los toros tienen que vivir su vida autónoma. Se observa un fenómeno nuevo, que también me gustaría que no fuese reaccionario, que es el público joven que se está acercando a la fiesta. Lo hace por elección, no por herencia, porque en sus familias no hay ninguna afición. Asistimos a uno de los muchos rearmes que ha tenido el mundo de los toros, que en algunos momentos de la historia han pertenecido a la cultura hegemónica y, en otros, han estado de capa caída.
P.–Por ejemplo, simplificando: 98, de capa caída; 27, en auge.
–(DG) Exacto. Si ahora se produce un nuevo auge y El Paseíllo colabora, pues será una alegría para nosotros.
P.–Llevan dos años funcionando. ¿Hay nicho?
–(FG) Estamos vivos y nuestro proyecto es seguir. No nos vamos a hacer ricos, pero creo que hemos sido valientes y punkis.
–(DG). Hay que luchar contra muchas cosas. Los aficionados a los toros somos víctimas de esa simplificación absoluta, de esa falta de complejidad que vivimos y se refleja en las redes.
P.–El próximo libro que saldrá en la colección de clásicos será ‘Los heterodoxos del toreo’, de José Alameda.
–(FG) Sale ya, en unos días, y después también su obra Al hilo del toreo, una historia del toreo muy distinta a la de Luján.
P.–Alameda no es un autor muy conocido por el gran público.
–(DG). Su verdadero nombre es Carlos Fernández y López-Valdemoro, sobrino nieto del marqués de las Navas e hijo de Luis Fernández Clérigo que fue presidente del congreso español de la II República. Quiso ser pintor y fue alumno de Vázquez Díaz, además de amigo de toda la generación de los poetas y artistas de la República: Lorca, Pepe Caballero.... Tenía mucha afición taurina. Incluso durante un tiempo que vivió en Sevilla y en Marchena hizo sus pinitos como becerrista. Cuando se exilió a México empezó a colaborar con éxito como comentarista de radio de toros y, poco después, adoptó el seudónimo de José Alameda. También empezó a escribir. Dejó una retahíla de y libros que de alguna manera cambian lo que es la visión del toreo.
No nos vamos a hacer ricos con la editorial El Paseíllo, pero creo que hemos sido valientes y punkis
–(FG). Yo creo que Alameda es el primero que le da a Joselito toda su importancia en el paso definitivo a la modernidad del toreo, por encima de Belmonte. Y antes que él, el Guerra. En Los heterodoxos nos habla de los toreros que se salen de la línea evolutiva, como Rafael el Gallo o el Cordobés, que hacen aportaciones singulares.
–(DG) El propio Alameda se convirtió en heterodoxo en su condición de hijo pródigo del toreo. Porque era fruto del exilio y porque representa un fenómeno que está por estudiar: el toreo de ida y vuelta. Él siempre insistió en que se formó mucho más como comentarista taurino leyendo la prensa mexicana de los años 20 y 30 que con el propio mundo taurino español. Y es que, desde el punto de vista ganadero y de la pericia del torero, ese viaje entre América y España cambió muchas cosas de la tauromaquia. Alameda las explicó, pero aquí no se entendió. Eso lo hizo un heterodoxo. De hecho, Chicuelo inventó el toreo en redondo en México y Perú cinco años antes de su famosa faena a Corchaíto en Madrid, en 1928, que es cuando en España se considera el inicio de esa manea de torear.
P.–Ahora parece que el México de Claudia Sheinbaum no es muy amigo de los toros.
–(DG) Los toros siempre han vivido altibajos, pero es una cultura tan potente que creo que sobrevivirán. Conocemos muchos momentos de prohibición y, sin embargo, los toros siguen ahí.
P.–Don Fernando, ¿qué es lo que más le gusta del libro de Luján?
–Como explica los toreros que nunca conoció. Es maravilloso: parece que estuvo en la plaza. También cuando llega a Manolete y dice que aporta “la unidad óptica del espectáculo”. Me deja ojiplático.
P.–¿Y a usted, don David?
–Los primeros años del toreo. Un mundo de matadero y prisión, de gitanos y negros que son los que se atreven para salir del hoyo y obtener la fama. Hay un momento fundamental que es cuando, en ese espectáculo circense de las pre-corridas de toros, el mayoral Antonio Aldea pide silencio al público para que se fije en él y su destreza. Es un momento maravilloso.
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