Ignacio Peyró | Escritor
“Andalucía y Sevilla han sido los grandes emisores estéticos de España”
Alejandro Rojas-Marcos | Político
El día antes de la entrevista comemos con Alejandro Rojas-Marcos (Sevilla, 1940) en el bar Dueñas, con la tropa de Malas Letras. El que fuese padre del andalucismo moderno, que llegó a lomos de una bicicleta eléctrica, se mostró jovial y animado, con humor felino para devorar él solo un generoso plato de boquerones fritos, y una memoria de elefante que le permite recordar hasta el nombre de sus compañeros jiennenses en la clandestinidad. Previamente nos había estado mostrando una de sus últimas batallas: la recuperación de un lienzo de la muralla de Sevilla que ha aparecido en el patio de su domicilio de la calle Castelar, no sin ciertos dimes y diretes con una parte del vecindario. Con Alejandro Rojas-Marcos se puede estar de acuerdo o no, pero nadie le puede negar su condición de genio y figura. La entrevista se realiza en el Hotel Las Casas de El Arenal, en el mismo inmueble donde se fundó el que luego sería el Partido Andalucista y que ahora es propiedad de la Fundación que lleva su nombre. El ex alcalde de Sevilla sigue conservando los encantos que le hicieron un político de raza, una mezcla de ironía, inteligencia y coquetería. Nunca descompone el gesto, incluso cuando la pregunta apunta a donde más duele. Como decíamos, genio y figura.
–Está usted mejor que nunca. ¿Ha hecho un pacto con el diablo?
–Me encuentro muy bien, pero tengo una edad en la que ya estoy como los indios, mirando el horizonte, porque por algún sitio tiene que venir el enemigo. Lo recibiré sonriendo.
–Estamos en el hotel Las Casas de El Arenal, ubicado en un edificio de mucha importancia para usted.
–Aquí estuvo el despacho profesional de mi padre y, después, el mío. En 1982 doné la casa a la Fundación Alhambra, que habíamos fundado un grupo de compañeros. Después, cuando dimití, a mis espaldas, el patronato pasó a denominarla Rojas-Marcos. El 100% de los beneficios del hotel van a la Fundación, que aún mantiene aquí un pequeño despacho.
–También fue aquí donde se fundó el primer núcleo de lo que luego llegaría a ser el Partido Andalucista. ¿Cuándo decidió dedicarse a la política?
–A los diez años fue el primer aldabonazo. Yo estudiaba con los jesuitas y vino el padre Arrupe, el que luego fue el general de la Compañía de Jesús, a dar una conferencia a Sevilla. Arrupe, que era médico de carrera, estaba de sacerdote en Hiroshima cuando la bomba atómica. Nos contó cómo había sido aquella monstruosidad, cómo se veía ardiendo a la gente por las calles, cómo tuvo que colgar la sotana momentáneamente para atender a los heridos. Me quedé muy impresionado. Como siempre he sido un poco audaz, pedí hablar a solas con él. No sé cómo me hicieron caso, pero pude hacerlo durante 20 minutos, paseando por un pasillo. En ese momento supe que quería hacer algo. Luego, a los quince años, mi familia me mandó a estudiar a Londres, donde descubrí el mundo: la invasión de Hungría por la Unión Soviética, la crisis del Canal de Suez... Mi familia me estaba preparando para ser ingeniero de Caminos, como mi abuelo, y para animarme me enseñaban el uniforme, que era como el de un almirante. Pero cuando llegué de Inglaterra ya había decidido que quería dedicarme a la política.
–¿Y cómo lo hizo?
–En la universidad empecé a moverme, a hablar con unos y otros, a tratar la problemática del sindicalismo estudiantil y el SEU. Participé en algún curso de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) que para mí fueron muy importantes. Me metí en toda clase de líos, pero allí aún no había ningún partido o por lo menos yo no los veía.
–¿Cómo acabó aquello?
–Como el rosario de la aurora. Terminé detenido en la Dirección General de Seguridad de Madrid. Organizamos el “Seuato independiente de Sevilla” para romper con el SEU. Hicimos una turné para extender la iniciativa a Valladolid, Salamanca, Santiago... y en Oviedo la Policía nos estaba esperando y nos metió en un coche con dirección a Madrid.
–¿Pero cómo se hizo andalucista?
–Cuando acabé la Universidad era consciente de que había actuado por libre y que hacían falta grupos organizados y disciplinados. Tenía 22 años y empecé a buscar gente. Yo había vivido ya en Alemania e Inglaterra y estaba obsesionado con hacer algo contra la dictadura. Tardé tres años en poder formar un grupo. Con la excusa de que íbamos a montar una librería (cosa que también era verdad) pedí a mi padre la sala de consejos de su oficina para reunirnos. Un día, un tío mío que era general de Caballería le dijo a mi padre que siempre que pasaba por allí estábamos hablando de Franco.
–¿Cómo se denominó el grupo?
–En principio Compromiso Político. Lo que nos unía era el rechazo a la dictadura, la falta de derechos y libertades, pero inmediatamente chocamos con los problemas de nuestra tierra, de Andalucía. Empezamos a preguntarnos por qué teníamos más analfabetos, parados y emigrantes que nadie. Por qué no nos dejaban hablar en el colegio andaluz... En muy poco tiempo decidí que mi patria era Andalucía, no España, sin que eso signifique que quiera romper la unidad del Estado. Todo lo contrario. Eso no lo pretendió ni Blas Infante ni la segunda generación de andalucistas.
–¿Pero nadie les captó para el andalucismo?
–Nadie, llegamos de forma espontánea, no sabíamos lo que era. Ya en los años 70, cuando murió Franco, después del destierro –del que conseguí librarme gracias a mi abogado Manuel Clavero–, con ocasión de mi vuelta a Sevilla di el primer mitin que se dio en toda Andalucía. Fue en el Casino de la Exposición. En el libro de José Luis de Villar sobre la historia del Partido Andalucista se recoge mi discurso. Fue cuando hablé por primera vez de Blas Infante y vinieron a verme a mi casa andalucistas históricos como Juan Álvarez-Ossorio o Emilio Lemos Ortega. La bandera blanquiverde me la había enseñado un médico de Cazalla que había estado con Blas Infante en la cárcel. Pero insisto, fue un compromiso espontáneo.
–Es cierto que en la Transición se registró un potente sentimiento andalucista, pero el andalucismo político, exceptuando algunos hitos, nunca llegó a ser una tendencia mayoritaria. Muchos dicen que el PSOE les robó la bandera. Fue el partido que sacó rentabilidad electoral a la tendencia.
–No fue un robo, sino una herencia. Para nosotros es un orgullo que fuéramos los primeros en hablar de Blas Infante, de la bandera andaluza o en pedir la autonomía. Los demás han venido detrás. Lo que pasa es que eran más poderosos. Cuando sacaba la bandera andaluza, el PSOE me decía que era un traje de gitana, que a dónde iba yo con ese trapo. También los comunistas. Fuimos rompedores y los partidos empezaron a ponerse la A: PSOE (A), PCE (A)... Cuando Javier Arenas dijo que era andalucista me pareció estupendo, otra cosa es qué entiende él por andalucismo.
–¿Y ese furor andalucista del que hace gala Juanma Moreno?
–También es heredero nuestro, como Escuredo, Anguita o Clavero.
–Sinceramente, soy muy crítico con ese eslogan tan exitoso de que Blas Infante es el “padre de la llamada patria andaluza”. Fue un político sin apenas predicamento.
–Eso es un título honorífico. Tampoco hay que magnificarlo. Pero es cierto que Blas Infante fue el primer profeta de Andalucía, el primero que pregona los problemas de Andalucía, el que de alguna manera define una identidad. Como le he dicho, nosotros empezamos en la acción política sin conocerlo y luego asumimos su herencia a beneficio de inventario. Había cosas con las que no estábamos de acuerdo, pero nos quedamos con lo principal.
–¿Es cierto que fue a pedirle dinero a Gadafi para su partido?
–Gadafi dio dinero a toda la izquierda europea, a toda. En Trípoli estaba todo el mundo, empezando por Michel Rocard, que fue primer ministro de Francia, Alfonso Guerra, Tierno Galván. También don Juan, el conde de Barcelona. Pero parece que yo era el amigo oficial de Gadafi. Nos dio alguna ayuda menor, pero tampoco dinero-dinero. Como suele pasarle a los dictadores, Gadafi llegó al poder limpio y acabó sucio por la corrupción moral, humana y económica... pero, vamos, que en España hay políticos de izquierdas que han acabado forrados y con fincas en el extranjero de una manera extrañísima. El poder corrompe.
–¿Lo llegó a tratar personalmente?
–He estado en actos con él en Trípoli y recuerdo uno muy importante que organizó, en el verano de 1977, en el estadio de Malta. Allí se celebró un mitin donde estuvieron Papandréu, Tierno Galván, Michel Rocard, Yasser Arafat y, en definitiva, toda la progresía. Yo di un discurso. Allí estuve con Manolo Sanlúcar, que iba con su guitarra. Al conde de Barcelona lo tuvo esperando bastantes horas para recibirlo, como suelen hacer mucho los gobernantes árabes. Fue una vergüenza.
–Pacheco, su eterno antagonista en el andalucismo, da señales de querer volver a la política. ¿Usted se lo plantea?
–Si se refiere a la política de partido, en absoluto. Pero hablar como estamos haciendo ahora o presentar el libro sobre la historia del Andalucismo es una forma de hacer política. Eso sí, deseo que surja una tercera generación del andalucismo. La primera fue la de Blas Infante, la segunda nosotros y la tercera está por llegar. Llamo andalucista, claro, a un partido soberano, que no dependa de Madrid.
–Sus desencuentros con Pacheco fueron muy duros y llevaron a la ruptura del andalucismo, pero luego se reconcilió.
–Me reencontré con Pedro Pacheco cuando me enteré de cómo lo habían martirizado en la cárcel. Le llamé y le dije: “Pedro, pelillos a la mar. Tienes en mí a un amigo y a un compañero”. La justicia debe ser proporcionada. Si alguien se ha equivocado, que pague. Pero cuando ves a gente que ha robado y están en la calle porque son importantes...
–¿Qué opina del indulto a Griñán?
–Firmé a favor. Si hubiese estado en la política activa no lo hubiese hecho. Pero estoy fuera y soy un veterano de guerra que ha sido compañero de activismo político de Griñán. Me consta que está en una situación personal y psicológica delicada. Además, según la opinión de muchísimos juristas ajenos al PSOE, la sentencia hace aguas. El escándalo de los ERE es gravísimo y enorme, pero la sentencia, insisto, hace aguas. La acato, pero no la comparto.
–El momento estelar de su carrera política fue la Alcaldía de Sevilla. Fue un alcalde rompedor...
–...Para hacer una tortilla siempre hay que romper huevos.
–¿De qué se arrepiente de esa época?
–Fui un ingenuo al creerme que el Sevilla y el Betis iban a trasladarse al Estadio Olímpico. El estadio no lo hice por megalomanía ni para unos Juegos Olímpicos, sino porque creí que era bueno para la ciudad liberar los mastodónticos espacios urbanos donde se encuentran los campos del Sevilla y el Betis, que generan problemas de todo tipo. Eso, naturalmente, pasaba por un acuerdo con los dos clubes y las administraciones. Todos dieron su conformidad. Mi error fue creer que ese sí era inamovible, y me la dieron con queso. Era una situación muy complicada y nos teníamos que reunir de noche en el Ayuntamiento, cuando no había nadie. Nos veíamos Lopera, Cuervas, etcétera. Allí nació la Sociedad Estadio Olímpico, un nombre que se me ocurrió a mí por jugar a lo grande.
–¿Y quién fue el primero en romper el equilibrio?
–El Partido Popular, porque tenía un problema financiero que se lo resolvió Lopera. A cambio le pidió que el estadio fuese para el Betis. Me llamó Lopera y me dijo: “El vicepresidente Álvarez Cascos está conmigo, el director general de Deportes está conmigo, Javier Arenas está conmigo, Soledad Becerril está conmigo... ¿y tú qué pintas en el Ayuntamiento que no estás conmigo?”. Yo le dije que yo no hacía estadios para un club, sino para la ciudad. No se hizo con el Estadio Olímpico, pero sí consiguió que el Estado pagase la mitad del arreglo del campo del Betis. Lopera llegó a decirme: “Las criaturitas que salen de fin de semana saben dónde vives tú y tu familia. Los béticos estamos en todos lados y cualquier día vamos a tener un disgusto”. Le colgué el teléfono.
–Saque pecho, ¿de qué se siete más orgulloso?
–De haber sido el alcalde que más centros cívicos y bibliotecas ha hecho; la lucha por el Metro; el parque del Prado... Ningún alcalde se atrevía a renunciar al dineral que podía suponer construir en el Prado. Yo dejé claro que no se pondría ni un ladrillo. Soledad Becerril quería hacer unos pisos de alto lujo enfrente de la Universidad. Mi idea era hacer peatonal toda la zona de la Avenida del Cid, soterrar el tráfico y hacer una enorme plaza-jardín, pero no salió. Tampoco me salió centralizar todo el Ayuntamiento en la Fábrica de Tabacos. Y no era partidario de que una calle partiese el parque de la Buhaira.
–La parte más delicada de su mandato fue aquello del “urbanismo bajo sospecha”.
–Eso se lo inventó Alfredo Sánchez Monteseirín. Cuando algún periodista me lo decía yo le contestaba: “Partido Socialista bajo condena”. El único partido del Ayuntamiento de esa época que no salió imputado fue el PA. El resto, PSOE, PP e IU, sí estuvieron imputados.
–¿Cómo ve la Sevilla actual?
–Sevilla tiene siempre la tentación de vivir de las rentas. Hay que pensar en el futuro. La fórmula de un gobierno municipal es volcarse en lo más pequeño y en lo más grande. Lo de en medio, casi funciona solo. Lo difícil es ocuparse de las bibliotecas, los baches, las raíces de un árbol... Y, después, soñar. Sevilla tiene todos los componentes para soñar. Yo lo intenté, algunas cosas salieron, otras no.
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