Eduardo del Campo | Periodista
“Alfonso Rojo me prestó el dinero para poder seguir en Afganistán”
Antonio Ojeda Avilés | Catedrático de Derecho del Trabajo
Cuando entras en el despacho de Antonio Ojeda (Sevilla, 1944) te recibe una foto en blanco y negro de los inicios de la asociación Derecho y Democracia, tipos barbudos y mujeres a la moda progre, como era norma en el laboralismo de finales del franquismo y principios de la Democracia. Eso no le impide, sin embargo, presumir de haber sido el número uno en las milicias universitarias y de su condición de alférez de Caballería. Este catedrático de Derecho del Trabajo y premio Fama (con el que la Universidad de Sevilla reconoce a sus mejores investigadores) se fijó en el mundo laboral porque “es un surtidor de conflictos y temas interesantes”. Viajero incansable y amante de Italia y lo italiano, realizó su tesis doctoral en Roma con Gino Giugni, padre del Estatuto de los Trabajadores. Como universitario también ha estado en Munich, California, Suecia... en Londres llegó a trabajar como auxiliar de enfermería, donde aprendió el arte de amortajar. “No pocos pacientes se murieron en mis brazos”. Vecino del barrio de Heliópolis es mantenedor, junto a Luis Miguel Rufino y Luis Felipe Campuzano, de unas veladas literarias en el legendario bar Avelino. Él mismo acaba de publicar una novela sobre los andalusíes que dominaron Creta en la alta Edad Media: ‘Vientos Etesios’ (Europa Ediciones).
–Yo venía a hablar de Derecho del Trabajo, pero me tropiezo con ésta su primera novela de corte histórica: ‘Vientos Etesios’.
–Surgió de un congreso al que asistí en Creta junto a 200 especialistas en Seguridad Social. Duró más de una semana y en mis tiempos muertos me interesaba por la historia del lugar. En las guías de viaje ponía que, durante un cierto tiempo, entre el año 820 y el 940, la isla de Creta estuvo “en manos de piratas andaluces que la sometieron a explotación y exterminio…” No tenía ni idea de lo que hablaban y me puse a investigar. En general, era un relato muy negativo, pero cuando profundicé ya conocí otras versiones más positivas. Esa visión tan negra era heredada de los bizantinos, los principales enemigos de estos andalusíes, porque la isla de Creta, como sabe, es un broche que cierra el Egeo. Cada vez que los bizantinos querían pasar al Mediterráneo, eran hostigados por estos andalusíes.
–La piratería antiguamente era una actividad honorable que se alternaba sin problemas con el comercio, según la ocasión.
–Fíjese en los franceses y los ingleses. Poco a poco fui cotejando la versión bizantina, tan negativa, con la de los árabes, que sostenían que la isla había prosperado con los andalusíes, que incluso acuñaron moneda de plata y oro. Era una comunidad muy próspera que comerciaba principalmente con los países musulmanes de la cuenca Mediterránea.
–¿Y qué son los vientos Etesios?
–Son vientos que corren por el Egeo, que era el mar interior del imperio bizantino. En verano son muy fuertes, incluso más que nuestro levante, y algunos reyes macedonios lo usaban para sus razias, porque le daba gran velocidad a las naves.
–Estamos hablando de la época que en Al Andalus estaba el Emirato Omeya, antecedente directo del posterior Califato. ¿Cómo llegaron estos andalusíes a Creta?
–Es una incógnita. Son gentes que se han sublevado contra el emir de Córdoba, son expulsados de la Península y terminan conquistando Alejandría. ¿Cómo? Según algunos se desplazaron por tierra. Desde Ceuta a Alejandría hay más de 4.000 kilómetros, mucho más que desde Córdoba a Estocolmo. Por eso yo defiendo que probablemente usaron la navegación de cabotaje. Eran un total de 20.000 familias. No tuvo que ser fácil mover a tanta gente.
–¿Y por qué se sublevaron contra el emir?
–Eran habitantes de Saqunda, un arrabal de artesanos y comerciantes de Córdoba que se sublevaron por los impuestos, aunque otros dicen que fue en protesta de la vida impía y degenerada del emir. Llegaron a las puertas del Alcázar y estuvieron a punto de apresar al emir y matarlo. Las pasó canutas. Pero el emir mandó a la caballería para que se dirigiesen al arrabal y lo saquease e incendiase. Cuando los sublevados lo vieron salieron corriendo para salvar sus posesiones. Fue su perdición. A quienes no mataron les dieron tres días para abandonar Córdoba.
–Tuvieron que tener una organización no desdeñable, porque consiguieron llegar unidos a Alejandría, una ciudad importante, y conquistarla.
–Hay una parte que se fue a Fez y fundó un barrio andalusí, pero la mayoría optó por Alejandría, donde estuvieron unos cinco años. Sabían que en la ciudad había dos facciones enfrentadas y lo aprovecharon para conquistarla. El líder de estos andaluces era el carismático Albolotí, un apodo que significa algo así como “el pedrochero”, porque provenía de esta comarca de Córdoba. Al parecer era un cazador, pero algunos cronistas dicen que ya estaba pirateando antes de esta aventura.
–¿Y por qué dieron el salto a Creta desde Alejandría?
–Ya hemos hablado de la importancia geoestratégica de Creta. Años antes había habido un terremoto que asoló la isla, lo que facilitó su conquista. Parece que fue el califa de Bagdad, cuyos generales habían fracasado en la reconquista de Alejandría, el que llegó a un acuerdo con los andalusíes. De hecho, financió su traslado a Creta.
–Pasemos a su gran especialidad como universitario, el Derecho del Trabajo. Hay teóricos que apuntan a que la digitalización nos conduce a lo que se ha denominado al “fin del trabajo”. Inquietante panorama.
–Lo cierto es que los robots están sustituyendo a muchos trabajadores en las labores que no son intelectuales. Y es posible que, en el futuro, también puedan realizar estos oficios. Pero no debemos tener miedo, siempre aparecerán nuevos puestos de trabajo. Soy optimista. Todavía no veo muy posible ese mundo laboral exclusivamente compuesto por robots. Lo que sí se detecta es que la empresa está cambiando y cada vez lo inmaterial vale más que lo material. Fíjese usted en los algoritmos, pueden ser mucho más valiosos que todos los ordenadores y muebles de una empresa.
–El algoritmo está ahora en todas partes.
–Y genera conflictos laborales. Por ejemplo, piense en un algoritmo que selecciona las tareas de una empresa y quiénes las deben realizar, como el reparto de comida a domicilio. Lógicamente, los sindicatos y el comité de empresa quieren saber cómo funciona ese algoritmo, por qué elige a unos y no a otros, pero lo normal es que los empresarios se niegen a mostrarlo. Eso genera conflictos.
-Hay países donde los trabajadores forman parte de los consejos de administración de las empresas.
–Aquí no se quiere, pero en Alemania ha dado un resultado muy bueno, porque los sindicatos son los primeros que desean que la empresa vaya bien.
–¿Y desde cuándo los trabajadores alemanes están en los consejos de administración?
–Fue una ley que impusieron los británicos en la zona de Alemania que ocuparon al finalizar la II Guerra Mundial. El nuevo Gobierno laborista quería experimentar con la cogestión y la llegó a imponer en el sector metalúrgico alemán, el que había fabricado los carros de combate para el ejército alemán. Al final esto se extendió a todas las empresas con más de 1.000 trabajadores.
–¿Y en España no ha existido ninguna experiencia en este sentido?
–Con Franco hubo algún intento para las grandes empresas del sector público. Fue la llamada Ley de Cogestión, de 1962. Esta se realizaba, claro, a través de representantes de los Sindicatos Verticales. Con anterioridad, hubo dos experiencias de cogestión durante la Guerra Civil: la del Decreto de colectivización de 1936, en Cataluña, que implantó un consejo obrero en las fábricas, pero con un interventor de la Generalitat, y las incautaciones a las bravas de fincas agrarias en Aragón por los anarquistas.
–Hay muchas voces que afirman que los grandes sindicatos de clase ya no responden a la realidad sociológica y laboral de España. ¿Qué piensa usted?
–Los sindicatos españoles siempre han sido muy débiles, con afiliaciones muy reducidas, aunque no tanto como en Francia. Pero ahora, además, esta afiliación está bajando. Probablemente porque en la nueva economía no hay muchas grandes fábricas. En la pequeña y mediana empresa, el sindicalismo no prospera. También vemos cómo la clase obrera se ha fragmentado. Obrero no es todo el que trabaja por un salario. El obrero por antonomasia es el que trabaja manualmente en una fábrica. Los trabajadores de hoy son gentes de muy distintas clases. Todo se ha laboralizado: los médicos, los abogados… ya lo normal es que estos profesionales, antiguamente libres, trabajen como asalariados para grandes empresas que son de unos pocos socios. Pero esa laboralización no da una unidad de clase, porque agrupa a gentes de muy distintos orígenes. Le diré una cosa: en lo laboral las leyes pueden decir lo que quieran, pero como no haya gente que exija su cumplimiento quedan en papel mojado. No defiendo un contrapoder obrero, pero sí hace falta un cierto equilibrio.
–Los datos indican que ya hay salarios que no dan para vivir con un mínimo de dignidad.
–En toda Europa está surgiendo con fuerza la figura del obrero pobre, aquel al que su sueldo no le da para vivir. Esta figura contrasta fuertemente con el obrero cualificado, que gana una fortuna. Ya le digo, hay mucha variedad.
–Vuelve a estar en el candelero la Reforma Laboral del último Gobierno popular. En el actual Ejecutivo no parecen tener muy claro que hacer con ella: la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, dice que la va a derogar y la de Economía, Nadia Calviño, pone los ojos en blanco.
–Lo cierto es que la Reforma Laboral no está siendo para tanto, como reconocen los propios sindicatos, que suelen ser muy pragmáticos. Se conformarían con tocar sus aspectos más lesivos, como los ERE por causas ETOP (económicas, técnicas, organizativas y de producción)
–Otro de los temas estrella actualmente es el teletrabajo, que puede tener muchas cosas positivas, pero también negativas.
–En general la gente lo prefiere, pero el problema es que con el teletrabajo desaparecen los horarios. Como sabe, el Gobierno ha aprobado un decreto ley al respecto, pero a mí me parece demasiado extenso y abusa de la regulación minuciosa. El gran problema del teletrabajo, además de quién paga los costes como la electricidad o los equipos, es el derecho a la desconexión, porque lo cierto es que el empresario se mete en tu casa, es una vulneración de la intimidad. Lo mismo pasa con los clientes, que te llaman a las horas más disparatadas. A esas cosas hay que ponerle coto. Todos estos problemas se pueden denunciar, pero después tiene sus consecuencias. El que denuncia a su empresa no tiene un gran futuro en ella.
–¿Hemos perdido derechos laborales?
–En algunas cosas hemos perdido, pero en otras hemos ganado. Muchos adelantos técnicos favorecen al trabajador, pero luego están todas esas contrapartidas de las que estamos hablando. Depende mucho del tipo de trabajo que uno tenga. Ahora mismo, de todas formas, lo importante en España es tener un empleo. La gente joven no tiene más remedio que emigrar. Tengo un hijo con 40 años que lleva más de diez años en Dubái. Tiene amigos que optaron por quedarse en España que todavía siguen en paro o haciendo collares.
–¿Y las pensiones, es cierto que no son sostenibles?
–No son sostenibles según la contabilidad actual, porque a la Seguridad Social se le imputan gastos que no le corresponden, que poco tienen que ver con el mundo laboral. Por ejemplo, los de maternidad. En general, la Seguridad Social paga muchas prestaciones que deberían ser asumidas por el Ministerio de Asuntos Sociales; es decir, pagadas por los impuestos, no por las cotizaciones de trabajadores y empresarios. Ahora, además, la Seguridad Social también tiene que asumir el Ingreso Mínimo Vital. Si quitásemos todos esos gastos que no le corresponden, las cuentas de la Seguridad Social quedarían bastante ajustaditas. Otro problema son los regímenes especiales que, como el de los funcionarios, salen muy beneficiados. En general, se debería reordenar la contabilidad de la Seguridad Social, aunque puede que lleguemos tarde, porque el envejecimiento de la población es un problema en este sentido.
–¿Y qué hacer?
–Pensar en los planes de jubilación privados. Lo público y lo privado deben entenderse. En este sentido es importante hacer una apuesta por los planes colectivos, no por los individuales. Es lo que se hace en Holanda. Allí los sindicatos de un determinado sector llegan a un acuerdo con las empresas del mismo para crear un plan de pensiones. Eso les da una gran fuerza de negociación ante las aseguradoras, que hacen muy buenas ofertas para hacerse con esos planes de pensiones.
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