“La política puede cambiar, pero el dinero siempre está en el mismo sitio”

José María Rondón | Periodista y escritor

Vuelve a las librerías con ‘Arte, dinero y poder’, obra en la que analiza las peripecias de doce hombres que de alguna manera ejemplifican las viejas relaciones entre estos tres conceptos

José María Rondón, durante la entrevista.
José María Rondón, durante la entrevista. / José Ángel García

A José María Rondón (Cantillana, 1976) lo marcamos con ese hierro tan socorrido que es el de “periodista y escritor”. Muy probablemente tenga más de lo primero que de lo segundo, porque el periodismo no sólo le proporciona el pan que le alimenta, sino también la filosofía y la metodología con la que elabora sus obras. Prueba de lo dicho es su nuevo libro, ‘Arte, dinero y poder. Doce grandes fortunas en la Historia de España’ (editorial Lid), en el que Rondón aborda, con pulso reporteril, las luces y sombras de una docena de personajes fundamentales en el devenir de la piel de buey. Héroes militares (el Cid o el Gran Capitán), corruptos habilidosos (el Duque de Lerma o el Marqués de Salamanca), calaveras derrochadores (el Duque de Osuna) o tecnócratas franquistas reconvertidos en felipistas, como Rafael del Pino, conforman toda una fauna de ricachones que, de una manera u otra, utilizó el arte como herramienta de prestigio y legitimación. José María Rondón es también autor de libros como Semana Santa insólita u Hombres de fortuna. Doce relatos de hacedores de empresa, escritos al alimón con Eva Díaz Pérez y Carlos Mármol, respectivamente. Fue, asimismo, el responsable de las obras completas de Antonio Núñez de Herrera y Juan Sierra, y comisario de la muestra Colita. Donación Ocaña.

–De Cantillana. ¿Pastoreño o asuncionista?

–Mi familia es asuncionista. Puedo decir como Fernando Savater que nunca superaré el haber tenido una infancia tan feliz. Mi padre tenía una pequeña perfumería y mi madre era ama de casa y costurera especializada en ropa de hombre. Recuerdo estar en casa mientras mi madre hacía los pantalones de la Guardia Civil. Mis padres renunciaron a tener vacaciones para darles a sus tres hijos una carrera universitaria.

–Y usted se lo pagó estudiando periodismo.

–Lo tuve muy claro desde que tenía diez u once años. No sé si fue la influencia de la radio local, donde me enrolé pronto, o que era una profesión que estaba de moda, aunque ahora no viva sus mejores momentos.

–Hablemos del libro que acaba de publicar: Arte, dinero y poder. Doce grandes fortunas en la Historia de España.

–El arte me ha permitido disponer de un bisturí con el que diseccionar a estos personajes.

Todos tenemos un crimen del que avergonzarnos, un momento en el que no fuimos honestos

–Es una especie de lista Forbes de la Historia de España. Son todos los que están pero no están todos los que son. ¿Por qué estos doce?

–Son representativos de distintas cosas. Por ejemplo, el Cid, Guzmán el Bueno o el Gran Capitán son construcciones culturales realizadas a posteriori y en las que interviene el arte. Otros usan el arte como manera de demostrar su poder. Es el caso del valido de Felipe III, el Duque de Lerma, que se hizo retratar por Rubens a la manera de los reyes. Encontramos también aquellos que coleccionan arte como fuente de prestigio. Ahí está el Marqués de Salamanca, un pícaro andaluz que llega a la corte, desarrolla ferrocarriles (incluso fue un visionario al proyectar uno entre Francia e Inglaterra), funda un banco, construyó el barrio en Madrid que lleva su nombre... Se enamoró de un lienzo de Murillo, La muerte de Santa Clara, pero al arruinarse lo tuvo que malvender, algo que vivió como una auténtica pérdida. En el libro nos encontramos también con una única excepción, que es Demetrio Carceller Segura, una persona que nunca tuvo ningún interés en cómo iba a ser recordado y nunca pidió que le hiciesen un cuadro o un busto. Perduró sólo por sus obras y esto me interesaba mucho.

–¿Y los que se quedaron fuera?

–Muchos. Por ejemplo, Cristóbal Colón, que fue posiblemente la persona más rica de la España de su tiempo. O Lázaro Galdiano, el gran mecenas cuya colección de arte se puede actualmente visitar en Madrid.

–Hay un dicho con muy mala idea que se atribuye a diversas fuentes: detrás de toda gran fortuna hay un crimen.

–Ninguna de estas doce vidas son ejemplares. Todos tienen su parte bastante oscura. Vemos hombres de guerra como el Cid, corruptos como Lerma... Pero habría que ver qué vida de cualquiera de nosotros resistiría una mirada tan de cerca. Todos tenemos un crimen del que avergonzarnos, un determinado momento en el que no fuimos honestos o valientes...

–¿El arte sigue siendo atractivo para el poder económico?

–Los consejos de las grandes empresas siguen estando presididos por algún cuadro importante. Con Emilio Botín, la Anunciación del Greco era el que cumplía esta función. El arte sigue siendo una fuente de prestigio y las empresas siguen encontrando en él una bandera publicitaria. En el libro hablo de la corporación Masaveu, con intereses en cementos, aparcamientos, industrias... Su gran joya es su colección de arte. Le sirvió para solucionar sus problemas con Hacienda, realizando una dación en pago al Museo de Bellas Artes de Asturias. Su colección, ahora, se puede visitar en un antiguo palacete de Madrid, cerca del Museo del Prado. Cuando en 1988 se mostró por primera vez, Alfonso Pérez Sánchez fue el comisario de la exposición. La Santa Catalina de Alejandría de Zurbarán sigue siendo la joya principal. Desde el principio la burguesía copió los modos de la aristocracia, entre ellos la adquisición de obras de arte. Cuando Cabarrús fundó el Banco de San Carlos su primera iniciativa fue encargarle a Goya que retratase a su primer consejo de administración.

El arte sigue siendo una fuente de prestigio y las empresas siguen encontrando en él una bandera publicitaria

–Es evidente que Velázquez y Goya fueron los dos pintores españoles que mejor retrataron el poder. Pero dígame alguno que le llame la atención por su relación con el dinero.

–Sin llegar a la genialidad de Velázquez y Goya, Marinus van Reymerswale, el pintor de Amberes que empezó a pintar el capitalismo: el contable, el recaudador de impuestos, o ermitaños como San Jerónimo, porque los relaciona también con ese mundo. Cuando sus cuadros llegaron a las colecciones españolas, como la de Isabel de Farnesio, se interpretaron como una lección moral contra la avaricia... Sin embargo, la lectura correcta era la celebración de una nueva clase social vinculada al dinero que se quiere ver reflejada en el arte.

–Siempre hubo pintores del poder.

–Ricardo Macarrón, que fue quien retrató a Rafael del Pino (fundador de Ferrovial), llegó a pintar a siete reyes sin quitarse nunca la chaqueta y la corbata. También tiene el récord de viajar en una Lambretta desde Madrid a los países nórdicos para pintar sus paisajes.

–¿El gaditano Hernán Cortés es el gran pintor del poder hoy en día?

–Posiblemente, aunque la Familia Real eligió a Antonio López para su retrato de familia. No es lo más destacado de su obra, porque él no es un gran retratista. Hoy está en el Palacio Real, aunque impiden hacerle fotos.

–No deja de sorprender que abra el libro con el Cid.

–Me llamó la atención cómo un personaje del siglo XI español termina interesando a un multimillonario norteamericano como Archer Milton Huntington, fundador de la Hispanic Society of America, cuya esposa terminó haciendo una estatua del Cid que está en Nueva York y de la que hizo réplicas para ciudades como Buenos Aires, Sevilla o Valencia. El cuadro Las hijas del Cid, de Ignacio Pinazo, es fantástico... Me interesaba ver cómo el mito del Cid se ha ido transformando a través de la Historia. Cada época ha construido su Cid.

–El Gran Capitán ha pasado a la historia como el fullero por excelencia en la rendición de cuentas. Sin embargo, usted lo defiende en el libro.

–Su principal biógrafo, Ruiz-Domènec, destaca que es un personaje entre los mundos feudal y moderno. El aspecto burocrático del mundo moderno tenía difícil encaje en el feudal. ¿Se podría haber ganado la Guerra de Nápoles si el Gran Capitán hubiese sido más escrupuloso con las cuentas? ¿Si no hubiera repartido tantas dádivas entre sus colaboradores? ¿Sin renovar el Ejército para convertirlo en unos pre-tercios de Flandes? Lo llamativo es que la que se considera la única representación del Gran Capitán en vida es un dibujo en un libro de cuentas.

Jacobo Fitz-James Stuart tuvo como misión casi espiritual recuperar el patrimonio perdido de la casa de Alba

–Guzmán el Bueno fue el fundador de un linaje que casi llegó a convertirse en una dinastía real, los Pérez de Guzmán.

–Acumuló tanto poder que todos sus descendientes siempre intentaron presentarse como herederos de sus virtudes. El caso más extremo es el del VIII Duque de Medina Sidonia, que reformó el túmulo funerario de la familia que está en el Monasterio de San Isidoro del Campo. Martínez Montañés, que trabajó en el proyecto, le puso a la escultura de Guzmán el Bueno la cara de este duque. Es el caso más refinado de identificación entre un sucesor y el origen del linaje. Es lo que también hizo el XVII duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart, cuando se hizo retratar con la armadura del Conde Duque de Olivares o junto al retrato de Tiziano del Gran Duque de Alba. Es, en definitiva, identificarse con el pasado más glorioso de la casa.

–La hija de don Jacobo, Cayetana, muy conocida en Sevilla, no fue una gran mecenas de las artes plásticas.

–La retrató Zuloaga, pero fue más por iniciativa de su padre que por ella. Jacobo Fitz-James Stuart tuvo como misión casi espiritual recuperar el patrimonio perdido de la casa de Alba. Las relaciones de esta familia con el arte son amplias. La cara del Gran Duque, el que retrató Tiziano, se la puso Brueghel el Viejo a Herodes en su cuadro La matanza de los inocentes. Es muy famoso el retrato de la XIII duquesa de Alba, María Teresa de Silva, con su perrito a los pies, pintado por Goya.

–Uno de los personajes más divertidos del libro es Mariano Téllez-Girón, XII duque de Osuna. El canto del cisne de ese linaje.

–Fue el último dandi de la aristocracia española. Lo curioso es que era un segundón que, como tal, no tenía acceso al gran patrimonio familiar e inició la carrera militar en la Guardia de Corps. Una de sus primeras misiones fue acompañar a los restos de Fernando VII al huesero de El Escorial. En un golpe de fortuna –su hermano mayor falleció muy joven por un derrame cerebral– se hizo con todos los títulos y riquezas de su linaje. A partir de ahí tuvo una vida de calavera, de derrochador absoluto.

–Tuvo un anecdotario amplísimo.

–Muchas de las anécdotas las contó en su correspondencia Juan Valera, que lo acompañó a Rusia en una misión diplomática. El duque gastaba sin sentido. Por ejemplo, si el rey de Prusia mostraba interés por las ovejas merinas, él costeaba de su bolsillo el traslado desde España a Prusia de un rebaño con sus pastores y sus perros. Cosas así. Fue un personaje absolutamente novelesco que falleció completamente arruinado. Dicen las malas lenguas que el artista que hizo su mausoleo en Osuna nunca llegó a cobrar.

–El duque de Lerma y el Marqués de Salamanca, de los que ya hemos hablado, fueron los padres fundadores del pelotazo urbanístico. No es poca cosa.

–Ambos experimentaron un importante ascenso social. Tanto que se estimó que Lerma estaba anulando al Rey. Salamanca creó un banco para financiar sus negocios y, cuando fracasó, consiguió que lo nombrasen ministro para que su banco se fusionase con el público y este asumiese toda su deuda. Es una historia que nos suena en la actualidad... Eso del banco malo y de que lo público asuma las pérdidas de los negocios privados. Luego convirtió una zona inhóspita de Madrid en el barrio aristocrático de la capital.

–El barrio de Salamanca. Estos personajes también tienen una parte luminosa.

–Son vidas novelescas. Fíjese en Carceller, un muchacho de un pueblo de Aragón que se hizo ingeniero y que acabó de ministro en los primeros gabinetes de Franco... En cierto punto son admirables. Algunos pueden ser unos sinvergüenzas, pero todos tienen una historia de superación que contar.

Rafael del Pino, fundador de Ferrovial, fue a trabajar el día de su boda con la hermana de Calvo Sotelo

–Una de las vidas que cuenta es la del fundador de Ferrovial, Rafael del Pino. ¿Se hubiese llevado la empresa de España, como han hecho sus descendientes?

–Sí, porque en su jerarquía de valores su empresa estaba por encima de todo, incluso de la patria y, probablemente, de la familia. El día que se casó con la hermana de Calvo Sotelo –el que fuese presidente del Gobierno– fue a trabajar, porque decía que acababa de fundar la empresa y no podía abandonarla. Es curioso, porque Rafael del Pino, un miembro de la clase media alta madrileña, que combatió en el Ejército golpista e hizo su fortuna con el desarrollismo del franquismo, terminó encajado en la beautiful people de Felipe González. La política puede cambiar, pero el dinero siempre está en el mismo sitio.

–¿Qué pesa más en estas vidas, el azar o la voluntad?

–Todos quisieron triunfar en la vida. El ejemplo más rotundo es Hernán Cortés. Estaba convencido de que estaba llamado a hacer grandes cosas y toda su vida estuvo enfocada a que se le reconociese como una especie de mesías indiano. Sabía que su figura iba a pasar a la posteridad, por eso escribió las Cartas de relación.

–Es el más fascinante, un hombre de la ‘clase media’ extremeña que acaba siendo una especie de Alejandro Magno americano.

–Tenía el convencimiento de que era el heredero de Alejandro y su intención era que se le reconociese como tal. Su deseo fue volver a la Nueva España para morir allí, pero terminó sus días en Castilleja de la Cuesta. Pese a su leyenda negra, siempre demostró ser un buen gobernador. Los primeros astilleros de México los fundó él.

–Da la impresión de que gran parte de este tipo de personajes terminan de algún modo fracasando, con la sensación de que las cosas no han ido del todo bien.

–Pero esa es una sensación muy humana. Al final de una vida, ¿quién está plenamente satisfecho con lo que ha hecho? Estas 12 biografías están llenas de sinsabores. Al fin y al cabo, la muerte siempre es una derrota.

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