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“La política cultural sevillana sigue siendo muy clientelista”

Ángel L. Fernández | Editor y cofundador de Jot Down

Este ingeniero informático y emprendedor cogobierna desde Sevilla la revista-libro que es todo un referente para el ‘moderneo’ hispano

Ángel L. Fernández, durante la entrevista. / Juan Carlos Vázquez

Uno piensa que la redacción de Jot Down va a ser uno de esos espacios de empalagosa modernidad que salen en los reportajes de la revista AD. Sin embargo llegamos a un almacén destartalado de la Avenida Javierre, lleno de cajas con libros y cadáveres descuartizados de ordenadores. Ángel L. Fernández (Madrid, 1970) nos recibe con una camisa de cuadros y unos vaqueros. Parece que en cualquier momento va a empezar a sonar Nirvana. Su despacho no desmerece al del taller donde llevamos el coche, con sus vasos con bolis secos y una cortinilla que no funciona. Y, sin embargo, tenemos delante al cofundador de la muy cool revista Jot Down, una de las publicaciones más interesantes del panorama cultural y referente para el moderneo hispano. Pese a su nacimiento madrileño, Ángel L. Fernández es un sevillano de la Motilla que abandonó un próspero negocio de informática y llegó a vender su casa para sacar adelante esta revista-libro trimestral que tiene miles de lectores. El secreto: el gusto por las buenas historias y las entrevistas a fondo. Este ingeniero informático de trato cercano lleva el emprendimiento en la sangre y sólo hay que hablar diez minutos con él para percibirlo. Habla con libertad y conocimiento sobre un negocio que es un auténtico campo de minas. Ahora vive momentos dulces, pero no han sido pocos los baches. Como él dice, lo principal es ser valientes.

–Es cofundador de la que probablemente sea la revista cultural de más éxito en España, aunque sus estudios no iban por ahí...

–Hice Ingeniería Informática y luego casi acabé el grado de Psicología, pero lo tuve que dejar por el trabajo que me daba Jot Down.

–Tuvo una empresa muy boyante de informática, que entre otras cosas puso la fibra óptica del Metro de Sevilla y se encargó de todos los ordenadores del Mundial de Atletismo, pero decidió dejarlo por dedicarse a la edición. ¿Es usted un verdadero suicida?

–Llevaba 20 años con el tema de los ordenadores y vi la oportunidad de dedicarme a la cultura, que era mi verdadera afición. También estaba muy quemado de trabajar con la Junta. Nos dejaron a deber 200.000 euros durante seis años por unos cursos ocupacionales que habíamos impartido y casi nos hundimos. Lo pasamos canuta. Es triste, pero en Andalucía, si quieres crecer, tienes que trabajar con la Administración.

–¿Y qué tal le va con las administraciones ahora, ya con Jot Down plenamente asentada?

–Muy bien en todas las comunidades autónomas menos en Andalucía. En Cataluña, Galicia o el País Vasco colaboran con nosotros, pero aquí no. Una vez coincidí con el director de Bibliotecas de Sevilla y no mostró ningún interés. Pero es algo que no nos pasa sólo a nosotros. La política cultural sevillana y andaluza sigue siendo muy clientelista.

Llegamos a alquilar una oficina falsa en Barcelona para decir que la revista la hacíamos allí

–¿Alguna iniciativa para cambiar esta realidad?

–Ahora hemos montado una asociación de editoriales independientes en las que están gentes como David González Romero (El Paseo) o Abelardo y Cristina Linares (Renacimiento). No es normal que en Andalucía no haya hoy en día ninguna ayuda a la edición de libros. Recientemente hablamos con Mar Sánchez Estrella, de la Junta, y mostró una buena disposición respecto a los libros, pero no con las revistas. No sabía siquiera qué era Jot Down. No existimos para ellos. La Junta debería impulsar el negocio editorial, como se hace en otros sitios.

–¿Y el Ayuntamiento?

–Tiene buena voluntad y te escucha, pero a la hora de la verdad es muy poco operativo… Excepto para quienes son sus amigos. Siempre están dispuestos a ayudar, pero con unas subvenciones a través del ICAS que se tardan mucho en cobrar. Nosotros llevamos dos años esperando que nos abonen una de 7.000 euros. Hemos decidido no trabajar más con ellos. Aunque hemos estado cuatro años organizando en Sevilla el festival Bookstock, ahora nos lo vamos a llevar a Valencia, donde sí nos echan una mano. El Ayuntamiento es un desastre en la tramitación burocrática de las ayudas, es como si tuviese sólo a una persona haciendo todo el trabajo.

–¿Cómo surgió la idea de montar la revista Jot Down?

–En un foro de internet en el que se discutían temas culturales. En un momento determinado la que ahora es mi socia propuso montar una revista. Ella quería que fuese de papel, pero yo le dije que primero la hiciésemos en internet para ver cómo funcionaba. El objetivo era conseguir 300.000 usuarios únicos en un año y lo alcanzamos de sobra. En junio cumplimos diez años . Ahora hay un proyecto para hacer una serie sobre el nacimiento de Jot Down

–Uno ve una revista como Jot Down y cree que está hecha en Barcelona o Madrid. Sin embargo, su sede está aquí en una oficina-almacén frente a Los Arcos. Esta ciudad no para de darme sorpresas.

–Cuando montamos el proyecto llegamos a alquilar una oficina falsa en Barcelona para decir que la revista la hacíamos allí. ¿Por qué? Porque nadie espera que algo cool salga de Sevilla. Somos una ciudad con mucha cultura, pero no orientada a proyectos de este tipo. Hasta que no nos consolidamos no dijimos que estábamos en Sevilla. Ahora bien, aunque la sede esté aquí hay gente trabajando para la revista en muchos lugares.

Desde que empezamos el proyecto hemos teletrabajado. Ni siquiera hacemos reuniones por Zoom

–De hecho fuisteis pioneros en algo que ahora se lleva mucho: el teletrabajo.

–Desde que empezamos con el proyecto hemos teletrabajado. Para nosotros la pandemia no supuso una novedad en este sentido. De hecho, a mi socia, Mar de Marchis, durante mucho tiempo no la conocían ni los propios trabajadores. Ni siquiera convocamos reuniones por Zoom. Todo lo hacemos por correo electrónico o teléfono.

–Y sin embargo, pese a la modernidad del proyecto, su verdadera apuesta es por el mejor periodismo de siempre: grandes reportajes, entrevistas a fondo, buenas fotos, textos trabajados…

–La idea surgió porque no existía una revista en la que encontrásemos las cosas que nos gustaban. Las entrevistas a los escritores, por ejemplo, eran todas promocionales y sólo hablaban de su nuevo libro. No servían para conocer el personaje a fondo. Nosotros nunca hacemos interviús por remoto, tienen que ser presenciales y con la posibilidad de hacer un reportaje fotográfico en el momento. Además, el entrevistado nos tiene que conceder una hora como mínimo. Nadie aguanta un papel falso durante una hora. Al principio eso nos suponía muchas dificultades, porque no nos conocía nadie. Ya no.

–Os ayudó el que, desde muy temprano, captasteis el interés de firmas de relumbrón: Enric González, Santiago Segurola, Maruja Torres, Félix de Azúa, Jabois, Fernando Iwasaki…

–Eso es todo mérito de mi socia. Se nos cayeron algunas cuando decidimos prescindir de la opinión, porque queríamos orientarnos más a la divulgación y a contar historias… Aunque siempre hay opinión en cualquier artículo. Por ejemplo, una vez publicamos un artículo de una científica, Marta Iglesias Julios, sobre biología e igualdad de género. Muchos se lo tomaron como un ataque al feminismo. Generó mucha polémica.

–¿Cómo surgió el nombre de la publicación?

–En una reunión. Alguien propuso Jot Down, que es como una disonancia cognitiva, porque en inglés significa tomar notas cortas, cuando nuestros textos son muy largos. Fue un juego.

Me gustó mucho un artículo sobre el sexo con pulpos, una pasión japonesa que entusiasmó a Picasso

–Es curioso, porque en el periodismo se lleva ahora el texto corto. En las redacciones se suele decir que el lector se asusta con los “ladrillos”.

–Esa tendencia ha cambiado. De hecho, las empresas de marketing te recomiendan ahora artículos de 600 u 800 palabras como mínimo. Eso hace cinco años era impensable. Se creía que la gente no leía en internet, pero nosotros hemos demostrado que sí, y nos convertimos en el medio de comunicación con más tiempo de lectura, más que The New Yorker.

–Otra de las ‘impertinencias’ fue la apuesta por el blanco y negro en el mundo del colorín. Ahora se lleva mucho, pero hace una década no tanto.

–Hemos creado escuela. Nos gusta la estética del blanco y negro, pero además es fundamental para que puedas leer a gusto durante mucho tiempo. Si estás en internet en una página donde continuamente te salen colorines y cosas brillantes, no te sientes cómodo y abandonas la lectura. En la revista impresa apostamos por un diseño muy clásico, basado en las tipografías, las tramas, las texturas…

–Vuestra presencia en redes sociales es importante.

–Es fundamental para que una publicación tenga éxito, porque es el principal medio por el que los lectores acceden hoy en día a la información.

–Es curioso, pero apenas tienen publicidad.

–Muy poca,. Buscamos siempre mantenernos con los lectores. Queremos que la gente compre una revista que en verdad es un libro de 250 páginas. De hecho, cuando se agota algún número lo reimprimimos, como si fuese un libro. Del número 1 vamos por la cuarta edición.

–¿Qué le interesa a lectores que frecuentan publicaciones como la vuestra?

–Estar en un sitio cómodo y sin ruido, que las páginas no se conviertan en un plató de La Sexta. También que las historias que le cuentes sean entretenidas y enseñen algo. Buscan, sobre todo, el placer de la lectura. Abras por donde abras te invita a leer. Esa es su fuerza.

–No todo han sido alegrías. Tras una fructífera colaboración con El País, la llegada a la dirección de Soledad Gallego-Díaz supuso un final abrupto e inesperado.

–Fue terrible. Era el 40% de nuestra facturación y habíamos invertido muchos recursos en contratar personal para hacer la Jot Down Smart, que funcionó muy bien. Pero de la noche a la mañana, y sin saber muy bien por qué, cortaron la colaboración. En 2019 estábamos prácticamente en la ruina. Nos salvaron las suscripciones digitales.

–De entre todos los artículos que ha publicado, destáqueme uno.

–Me gustó mucho uno de Josep Lapidario sobre el sexo con pulpos.

–Me deja impresionado.

–Es una pasión japonesa que entusiasmó a artistas como Picasso o Hokusai, el famoso pintor japonés de La ola. Tuvo muchísimos lectores.

Antes había tres editoriales que lo controlaban todo. Hoy puedes montar una con muy poco dinero

–Como periodista, usted ha demostrado especial interés por los temas científicos. ¿Se divulga bien la ciencia en España?

–Ahora sí, pero hasta hace muy poco no tanto. Principalmente se debía a que la divulgación no puntuaba en la carrera del científico, por lo que era poco atractiva. En Sevilla hay un grupo de gente muy interesante en este tema, sobre todo vinculado a las matemáticas: Clara Grima, Alberto Márquez, Isabel Fernández… Va a más.

–No deja de sorprenderme el interés que, como editor, ha mostrado a la División Azul. Es un tema épico, pero no cool.

–Edité las memorias de mi abuelo, que combatió en esta unidad española de la II Guerra Mundial: Hasta Novgorod. Crónica de un viaje. Tuvo tanto éxito que la primera edición se agotó en Navidad y Norma Editorial lo ha adaptado al cómic.

–Ahora ha habido cierta polémica con este asunto.

–Determinados grupos políticos se quieren apropiar de la División Azul, algo que provoca vergüenza ajena y frustración en los investigadores que llevan muchos años recuperando y divulgando la historia de la unidad. A la División Azul se fue por muchos motivos: por supuesto por ser falangista o anticomunista, pero también por motivos profesionales, como mi abuelo, que era legionario. Sobre todo son historias humanas.

–Algunas de ellas historias muy extremas, auténticas epopeyas.

–La División Azul no tuvo el sadismo que se vio en otros protagonistas del frente oriental, tanto en el ejército alemán como en el ruso. La guerra es la guerra, pero está documentado que el único momento en que los lituanos tuvieron un momento de felicidad durante la guerra fue cuando la División Azul estuvo allí.

–No me imaginaba que este tema vendiese tanto como para montar un sello especializado, La Biblioteca del Guripa.

–En el último trimestre han salido siete libros sobe la División Azul. Hay un grupo de gente muy interesada, como los hay sobre todo tipo de temas. El otro día veía una editorial que estaba especializada en ciencia-ficción afrofeminista. Son unos libros estupendos que se venden mucho.

–El mercado editorial está muy fragmentado.

–La palabra clave es comunidad. Si tienes una puedes monetarizarla. Antes había tres editoriales que controlaban todo lo que se publicaba. Ahora, sin embargo, montar una cuesta muy poco dinero. Sólo hacen falta los conocimientos.

–¿Y Sevilla?

–El otro día entrevisté a ToteKing y comparto su opinión: es un sitio que me encanta, pero hay muchas cosas y gentes que no me gustan nada.

–¿Sevilla sin sevillanos?

–Sin algunos sevillanos.

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