Josu de Miguel | Profesor de Derecho Constitucional
“El concierto inyecta al País Vasco una cantidad de dinero injusta”
Ignacio Sánchez Meléndez | Librero anticuario
Ignacio Sánchez Meléndez (1956) pertenece a la colonia algecireña de Sevilla, como el profesor y escritor Alberto González Troyano o la periodista Patricia Godino. Librero anticuario y de viejo, su Librería los Terceros –situada en la plaza homónima– es una de las más afamadas de la ciudad, con casi 40 años de historia. Como el champán francés o el sastre, el escaparate de Los Terceros es una de esas tentaciones que es mejor evitar si en la cartera crían telarañas, aunque se pueden encontrar volúmenes por unas pocas monedas. Libros de diferentes épocas, tamaños y temáticas con el denominador común de la nobleza que da el paso del tiempo y el aroma a ácaros. Especializado en americanismo, aunque abierto a todos los temas, ese licenciado en Empresariales que sintió la barojiana llamada del libro antiguo, tiene almacenados más de 200.000 volúmenes entre la librería y sus almacenes del Castillo de las Guardas, la tierra de su mujer donde pasa siempre parte de la semana. Tras cuatro décadas de un trabajo que ha disfrutado como pocos, ahora prepara para diciembre su jubilación. Ese mes le pasará los tratos definitivamente a su hijo, Ignacio Sánchez II.
–Me han comentado que se jubila.
–Es lo que quiere mi mujer. Yo no me lo había planteado nunca. Los libreros de antiguo suelen trabajar hasta el final. He conocido a muchos con más de ochenta años. Hace poco murió con las botas puestas Alfonso Riudavets, el legendario librero de la Cuesta de Moyano, en Madrid. El hombre que ha vendido más libros de España. Tenía un piso solo dedicado a guardar los volúmenes de bibliografía (española, francesa, inglesa). ¿Qué habrá pasado con todo eso?. Yo siempre recuerdo a la dueña de la Librería Mercedes, que estaba en la calle Rivero. Había hecho dinero porque encontró un pequeño goya en El Jueves y lo vendió, a principios de los sesenta. Con eso se compró una casa, un coche y montó la librería. Se jubiló con 70 años, pero no murió hasta un tiempo después. Cuando la visitaba me decía: “Ignacio, si llego a saber que iba a durar tanto no me hubiese jubilado. Qué largo se me está haciendo”.
–Entonces, ¿por qué da usted ese paso?
–Es el momento de mi hijo, que seguirá con la librería. Pero yo siempre estaré ahí. Vivo encima del negocio y para mí la librería nunca ha sido un trabajo. Gracias a ella he conocido a muchísima gente.
–Fundó la librería Los Terceros en 1986, siendo ya un licenciado en Empresariales. Eran los años de los ‘yuppie’ y el diseño mínimal. ¿Cómo le dio por montar una librería de viejo?
–Llegué a Sevilla a estudiar en 1974 y formé parte de la segunda promoción de Empresariales. Empecé a trabajar en mi ciudad natal, Algeciras, donde no hay mucha tradición de emigración, pero mi mujer, que es del Castillo de las Guardas, era maestra y ya trabajaba aquí. Había recibido una pequeña herencia de mi madre, así que me compré una casa aquí en la Plaza de los Terceros. Algo tenía que hacer con el local de abajo y decidí montar la librería. Conocía ya este mundo. Había frecuentado mucho a Luis el del Desván, una librería que estaba en la calle Niño. Le había comprado muchos libros.
–¿Siempre fue de libros antiguos y viejos?
–Siempre. Lo bueno de este sector es que no tienes que llevar mucho papeleo. Las librerías de nuevo son una auténtica pesadilla con todo el tema de las devoluciones, etcétera.
–Ahora gran parte del negocio se hace en internet. ¿Ha cambiado mucho esta profesión?
–Sí y no. Los libreros de antiguo siempre hemos tenido una gran tradición de venta por correo. Yo, al igual que todos, antes vendía mucho gracias a unos catálogos que mandaba a clientes de toda España. Hacía uno o dos al año con los libros más importantes, los más caros y antiguos. Los de lance son más para el mercado local. También vendía mucho en las ferias. Sin embargo, con internet se ha multiplicado el trabajo. Tienes que estar continuamente fichando los libros para colgarlos en la web. Estoy ya hasta las narices de fichar. Antes en las librerías se formaban grandes tertulias, ahora no se puede con las malditas fichas. En eso sí que ha cambiado mucho el negocio.
–¿Y el turismo, compra libros antiguos ?
–Sí, tanto los extranjeros como los nacionales. Es sorprendente la cantidad de extranjeros que saben castellano, muchos de ellos con acento mexicano o argentino. Te das cuenta de que España es sólo una pequeña parte de la geografía del idioma.
–Precisamente, una de sus principales especializaciones siempre ha sido el americanismo.
–Cuando llevaba ya unos años como librero tuve la suerte de comprar la gran biblioteca de un americanista y ex rector de la Universidad de Sevilla. Eso me metió el gusanillo. Antes era muy normal que las librerías de antiguo nos especializásemos. Esto, en parte, se conseguía comprándole a los propios compañeros los libros de la materia en la que estabas interesado, y luego se los ofrecías a tu cartera de clientes. Por ejemplo, Abelardo Linares, de Renacimiento, me compró mucho sobre lo que es su gran tema: primeras ediciones de Lorca, Cernuda... Me las pagaba estupendamente. Por supuesto, él tenía clientes que pagaban mucho más. Ahora, con internet, todo esto ya no tiene mucho sentido. No necesitas tener clientes exclusivos. Lo cuelgas en la web y cualquiera te lo puede comprar.
–Volvamos al americanismo.
–Me gustó el tema y aquí en Sevilla se vende bien. Ahora, con las vacaciones, es una época en la que vienen muchos investigadores al Archivo de Indias.
–Antes me dijo que, gracias a la librería, ha podido conocer a mucha gente.
–El mejor cliente que he tenido, al que le he vendido libros muy caros, fue Jesús Aguirre, el marido de Cayetana, el duque de Alba. El tiempo que vivió en Sevilla venía muchísimo por la librería. Luego llegaron todos esos problemas de cuando fue comisario de Sevilla en la Expo y se fue. Tenía una cultura impresionante y un pico de oro. Sabía muchísimos idiomas. Antes de comprar un libro siempre llamaba al bibliotecario del Palacio de Liria para saber si ya tenía ese título.
–¿Alguno más?
–Se suele pasar mucho Arturo Pérez-Reverte. Compra un poco de todo, sobre todo historia y literatura. Pero el cliente que más me impresionó fue José Luis Souto, uno de los hombres que más sabían del patrimonio histórico español. Era un gallego que terminó viviendo en Sevilla, ciudad de la que se fue cuando cambiaron el nombre de su calle por el de una virgen. Junto al Duque de Segorbe y otros fundó la Asociación para la Defensa Ecológica y del Patrimonio Histórico-Artístico (Adelpha), de la que la Adepa actual es una copia. Me gustaba mucho escucharlo hablar. Sabía un montón.
–Entre sus clientas tuvo a la mismísima Reina de España. Cuentan que fue usted el que le vendió a doña Letizia el libro que le regaló a Felipe VI, entonces Príncipe de Asturias, en la pedida de mano: ‘El doncel de don Enrique el doliente’, de Larra.
–Eso se dice, pero la verdad es que fue Antonio Castro, también libero sevillano, el que le vendió el libro a la hoy reina. Lo que sí es verdad es que, por pura casualidad, yo había comprado de ese título un saldo de 4.000 ejemplares de la editorial Tebas. Lo vendí muchísimo en la Feria del Libro, a 200 pesetas. La gente se los llevaba como rosquillas. Había algunos que compraban hasta diez ejemplares para regalarlos. Al parecer, Enrique el Doliente, primer príncipe de Asturias, fue un tunante. Todavía me quedan algunos ejemplares.
–Le haré una pregunta a la americana: ¿Cuántos ejemplares tiene?
–Unos 200.000 distribuidos en tres almacenes. Pero lo del número es lo de menos. Lo importante es la calidad. Cuando uno compra una biblioteca siempre hay una parte que no vale nada. Algunos libros los tiro directamente. Antes me daba reparo, pero ya no. Hay cosas que te las regalan y no las quieres. Las cosas voluminosas cada vez cuesta más venderlas.
–Habrá temas y temas.
–Claro. Por ejemplo, los libros de medicina se venden bien si son antiguos, de 1870 para atrás. Del siglo XX sólo interesan los de don Santiago Ramón y Cajal. Pero si compras libros de cardiología de los años cuarenta te los comes. La Anatomía y la Historia de la Medicina también tienen buena salida.
–¿Y el Derecho?
–Es otro tema puñetero. De siempre. Las Siete Partidas, de las que hay muchas ediciones, se vende mucho, pero eso ya no es Derecho, sino Historia. Le sorprenderá, pero se vende muchísimo temas relacionados con el esoterismo. En internet, como rosquillas. También tienen mucha salida los libros de Matemáticas. Los años no pasan por ellos.
–Dos y dos siempre son cuatro.
–Un libro bueno de matemáticas de los años setenta sigue teniendo interés hoy en día, algo que no ocurre con la biología o la mayoría de las disciplinas científicas. Una de las mejores bibliotecas que he comprado en mi vida fue la de un catedrático de Óptica, Vicente Hernández de Montes. Era un personaje que con 60 años iba en bicicleta a dar clases y no dejaba a los alumnos examinarse en manga corta. Compré unos 9.000 libros de Física, una biblioteca mejor que la de la Facultad. Tenía mucho dinero y compraba de su bolsillo muchos aparatos para el departamento de Óptica. Todos los libros eran en inglés, en unos momentos en los que las obras de importación eran carísimas. Su padre había sido decano del Colegio de Médicos y el facultativo de Queipo de Llano durante la Guerra Civil.
–Sevilla siempre ha tenido una buena tradición de bibliotecas privadas.
–Las dos más grandes que han existido en España estuvieron en Sevilla: la de Hernando Colón, hijo del Almirante, y la mítica de Manuel Pérez de Guzmán y Boza, Marqués de Jerez de los Caballeros, la que compró Archer Milton Huntington para la Hispanic Society of America, a principios del siglo XX . Tenía mucha literatura del Siglo de Oro, con bastantes manuscritos de Lope de Vega, el Cancionero de Nueva York, etcétera. El libro español más valioso es el del Siglo de Oro. Es el que de verdad vale dinero. Después viene la Generación del 27.
–¿Se ha resistido alguna vez a vender algún libro?
–En el mundo de la compra venta todo se vende y todo se compra. Hay libros a los que le coges un especial cariño, pero en un momento dado todo es vendible, solo que pides más dinero de lo normal. Yo he tenido especial afición a los libros antiguos sobre Algeciras o el Campo de Gibraltar, pero cuando se han casado sobrinos míos les he regalado algunos. Con su sobrecito, claro.
–Los que no son aficionados a los libros no saben hasta qué punto una persona puede querer a su biblioteca.
–En cuarenta años de librero solo he comprado una biblioteca de una persona viva. Los herederos quieren los pisos, pero los libros les importa un comino. He visto a muchas personas preocupadas, incluso angustiadas, por el futuro de su biblioteca cuando se mueran, como si de un hijo con problemas se tratase. Una de las bibliotecas particulares mejores de Andalucía está en Valverde del Camino. Su propietario es soltero ¿Qué pasará con ella?
–¿Algún chollo con el que se haya encontrado?
–Recuerdo que una vez que, en la Alameda, vi un tratado de cirugía del XVIII. Estaba nuevo, una joyita. Lo compré por 200 pesetas. Pero estuve un rato dándole vueltas a la cabeza y volví al puesto para darle al vendedor 2.000 pesetas. Me dio cosa. Sin embargo, a un dentista le compré primeras ediciones de Valle-Inclán y libros similares por dos pesetas y no tuve ningún remordimiento.
–¿Y algún pelotazo?
–Compré los fondos de una editorial sevillana por la mañana por dos millones de pesetas y, por la tarde, vendí el 25% de los libros por cuatro millones y medio.
–En la fachada de la librería tiene una placa dedicada a Salvador Valverde.
–Fue el letrista de Ojos verdes junto a Rafael de León. El compositor fue Manuel Quiroga. Salvador Valverde se exilió a Argentina con la Guerra Civil. Antes vivió por aquí y la placa la puso el Ayuntamiento. Sus hijos vinieron al acto.
–¿Y esa magnífica columna que tiene en la librería?
–Si se fija bien también la tienen la casa de al lado y el bar y la tienda de antigüedades de enfrente. Parece que formaban parte de unos antiguos soportales que tenía la plaza, que antiguamente se dedicaba a la venta de la carne. Mi casa es de finales del XIX. Cuando le hice la obra apareció la columna y decidí dejarla a la vista.
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