“Muchos no le perdonan a Sevilla que sea la capital de Andalucía”

Eduardo Martínez Zúñiga | Arquitecto y urbanista

Este profesional, al que la Junta ha otorgado su Premio Andalucía de Urbanismo, ha trabajado tanto en el sector público como en el privado, destacando sus años de gerente de la GMU

Eduardo Martínez Zúñiga, en su oficina.
Eduardo Martínez Zúñiga, en su oficina. / José Ángel García

Nacido en una familia modesta, Eduardo Martínez Zúñiga (Sevilla, 1947) fue de los que tuvo que clavar los codos para conservar la beca que le permitía estudiar Arquitectura en Sevilla. Comenzó así una brillante carrera profesional que le llevó a ser profesor, arquitecto por libre y gerente de Urbanismo en Sevilla, cargo que ejerció durante siete años, de 1993 a 2000, y al que llegó de la mano de los andalucistas Alejandro Rojas Marcos (alcalde) y José Núñez (delegado del ramo). Fue la época en la que dejó de ser “administrado para ser administrador”, con 500 funcionarios a su cargo y un buen montón de problemas sobre la mesa que hacían que “a veces me levantase con fiebre”. Fue el encargado de gestionar el urbanismo sevillano inmediatamente posterior a la Expo, con muchas deudas y poco dinero para invertir. Aún así, presume de las intervenciones en los barrios y del proyecto del Parque del Prado. A este periodo, el concejal de IU Luis Pizarro lo bautizó como “urbanismo bajo sospecha”, aunque Martínez Zúñiga nunca se vio salpicado por ningún escándalo. Hombre campechano, muy formado y resolutivo, tras su paso por Emvisesa, actualmente es responsable de Suelo y Urbanismo en Galia y miembro de las Comisiones Local y Provincial de Patrimonio Histórico. La Junta le acaba de conceder el Premio Andalucía de Urbanismo por su trayectoria.

–¿Barrio?

–Nací en la calle Bustos Tavera, al lado de San Marcos, en lo que se conocía como el Corral del Señorito.

–Curioso nombre.

–Los corrales solían tener un vecindario de extracción media-baja, pero en este del que hablamos la gente tenía un nivel un poquito mayor. De ahí lo del señorito.

–¿Y el colegio?

–Hasta la primera comunión fui al Colegio de las Carmelitas, en el antiguo palacio de los Duques de Tavera, de ahí el nombre de la calle. Después fui al colegio de los Maristas, primero al de la calle Jesús del Gran Poder y después al de San Pablo.

–¿Y cómo le dio por el urbanismo?

–Cuando yo estudiaba Arquitectura, a la clase de Urbanismo iba muy poca gente, porque era a las ocho de la mañana. Pero yo nunca faltaba. En gran medida porque ya vivíamos muy cerca de la Escuela –entonces todavía en el Pabellón de Brasil del 29–, en unos pisos de Manuel Siurot que eran de Banesto, del que mi padre era empleado; pero también porque para mantener una beca del banco de la que disfrutaba tenía que aprobar todas las asignaturas cada año. Yo cogía los apuntes y luego se los pasaba a mis compañeros. La asignatura no me disgustaba y se me daba bien, hasta el punto que, un año antes de acabar la carrera, empecé a dar prácticas como ayudante en la asignatura de Introducción a la Urbanística. Más que enseñar lo que estaba era aprendiendo.

En los políticos suelen pesar más las expectativas de desarrollo de la ciudad que el patrimonio

–Y dentro de ese aprendizaje qué movimientos o autores le llamaron la atención.

–En aquella época todavía estábamos en mantillas y estudiábamos un urbanismo muy tradicional: la ciudad-jardín, los ensanches, los conjuntos históricos... En la Escuela de Sevilla tenía mucho predicamento Aldo Rossi, que le daba mucha importancia al conocimiento profundo de la ciudad. De él aprendimos que un monumento es aquel edificio que permanece a pesar del cambio de uso. En Sevilla tenemos muchísimos ejemplos, como el Palacio de los Marqueses de la Algaba, que se rehabilitó cuando yo era gerente de Urbanismo. Antes de ser un centro cívico había sido prácticamente de todo.

–En Sevilla el urbanismo siempre es un tema muy controvertido.

–Somos una ciudad muy singular en este sentido, porque tenemos un conjunto histórico enorme (no se ponen de acuerdo si somos el primero de Europa o el segundo, después de Bolonia). Además, tiene una trama urbana muy compleja, lo que ha hecho que las operaciones intramuros sea hayan limitado a actuaciones muy quirúrgicas, como aperturas de viario que inevitablemente han tenido que derribar lo que había antes.

–Por ejemplo, la calle Imagen, muy criticada por algunos.

–Yo viví mucho la calle antigua y la recuerdo con muy poca acera y muchas tiendas con objetos colgados fuera. Era un comercio muy popular, casi un zoco. Evidentemente, el ensanche se llevó por delante trozos de trama urbana y de edificación, aunque no eran especialmente significativos o importantes. Una ciudad, al final, acaba digiriendo este tipo de intervenciones.

–El arquitecto Juan Ruesga, colaborador de este periódico, defiende mucho la nueva arquitectura que se levantó en Imagen.

–Porque es consciente de que en cada momento se hace la arquitectura que se demanda.

–A veces da la sensación de que los políticos apenas sienten respeto por el patrimonio histórico, quizás por desconocimiento.

–El momento en que más patrimonio se destruyó fue cuando era alcalde José Hernández Díaz, también catedrático de Historia del Arte. Quizás esto se deba a que en los políticos suelen pesar más las expectativas de crecimiento económico para la ciudad que el patrimonio. ¿No se tiraron las murallas de Sevilla?

–¿Y fue necesario aquello?

–Yo creo que no, la ciudad podría haber mantenido perfectamente sus murallas y sus puertas, y además desarrollarse al otro lado de las mismas. En España hay ejemplos muy claros, como Ávila.

Cuando el PGOU de 2006 quitó la protección a edificios de Nervión que sí la tenían en el plan de 1976 nadie se quejó

–Otra intervención dura fue la apertura de la Avenida de la Constitución a principios del siglo XX. Sin embargo, nadie habla mal de esta.

–Porque ya no se acuerdan de lo que se demolió. Por ejemplo, el colegio de Santa María de Jesús.

–El germen de la Universidad de Sevilla. Ya sólo queda la iglesia al principio de la Avenida.

–Ese tipo de intervenciones de saneamiento suelen estar reñidas con los valores patrimoniales. Uno de los dogmas del patrimonio es la conservación del viario y las parcelas, de la estructura urbana en definitiva. Es muy difícil actuar en una ciudad como la Sevilla antigua, con manzanas enormes, sin dañar esta trama. Recuerde la zona de San Luis y el Plan Urban, la única manera de fraccionar esas manzanas y crear nuevas calles era derribando casas de ínfima calidad. Claro, eso estaba reñido con lo antes explicado. Hay veces que no hay más remedio que tomar decisiones.

–Por cierto, ¿qué le parece la peatonalización de la Avenida llevada a cabo por Monteseirín en 2006?

–Me parece un intento fallido desde el punto de vista del espacio urbano. No hay duda de su utilidad: ha eliminado la circulación y, por tanto, la polución y el deterioro de la Catedral y otros edificios. Pero tiene tantos elementos que no es cómodo el paseo. Y después está lo de la falta de sombra.

–Ahora dice el Ayuntamiento que lo va a arreglar. Veremos. ¿Qué ciudad europea es ejemplar en la gestión de su casco antiguo?

–A mí me ha interesado siempre Florencia, pero también me sorprende mucho la actitud de los holandeses respecto al diálogo permanente y la convivencia de una arquitectura rabiosamente actual, pero de mucha calidad, con edificios históricos perfectamente puestos en valor.

–Hablemos del ensanche de Sevilla. Por ejemplo, Los Remedios.

–Nació obsoleto. No se equipó adecuadamente. Por ejemplo, resulta llamativo que muchísimos bloques no tengan garaje, lo que genera una enorme dificultad de accesibilidad. El viario, además, es muy estrecho. Es curioso que en operaciones como el Tiro de Línea o la zona de la Gran Plaza, que son muy anteriores, se impusieron criterios más acertados.

–La especulación... El Tiro de Línea o Nervión, ensanches históricos de la ciudad, están sufriendo últimamente muchas agresiones.

–Es usted el que las califica como agresiones. Estas dos zonas fueron lugares de residencia de clases medias con viviendas unifamiliares y adosadas, con una arquitectura tradicional, sin pretensiones, caracterizada por un lenguaje muy local y repetitivo. Una arquitectura amable y una escala muy grata…

–… Que no es poco.

–Sí, desde luego. Ahora, desde el punto de vista del patrimonio, hay arquitecturas con mayor valor que otras. En el Plan General del 76 Nervión tenía un cierto nivel de protección. Curiosamente, en el PGOU de 2006, y no me pregunte por qué, desapareció esa protección, y eso pasó por la aprobación inicial, la provisional, la exposición al público… por todos lados. Y nadie pió. Nadie se quejó de que eso había estado protegido y ya no lo estaba. Y sólo cuando se ha empezado a producir una sustitución de elementos urbanos [la demolición de casas antiguas para construir otras nuevas] se han producido las protestas y se ha logrado algún tipo de protección en un proceso un tanto apresurado, aunque necesario.

Proyectar con materiales bonitos y que pervivan supone un mayor coste. Y Sevilla no es una ciudad rica

–El arbolado se ha convertido actualmente en un elemento central del urbanismo.

–Los árboles, evidentemente, producen muchísimos beneficios. No sólo la sombra, sino la bioclimatización, la mejora del paisaje, etcétera. Pero mantenerlos es complicado y caro. Es muy importante elegir la especie idónea según el lugar, teniendo en cuenta cuestiones como el tipo de raíz, la proximidad a la fachada, la existencia o no de redes o instalaciones importantes. Fíjese en el plátano de Indias, es un árbol para regiones más frías. Aquí los troncos sufren, de ahí la gran cantidad de oquedades y todos los problemas derivados.

–Uno de los problemas de Sevilla, a mi entender, es lo mal que se ejecutan muchas obras de urbanización. Y sobre todo lo mal que se mantienen: losas levantadas y rotas, alcorques vacíos, suciedad… Hay poco mimo.

–Lo que hay es poco dinero. Proyectar con materiales bonitos y que pervivan siempre supone un mayor coste. Y Sevilla no es una ciudad rica. Cuando viajas por ciudades más prósperas, como Pamplona, San Sebastián, Vitoria o Logroño ves que utilizan unos materiales magníficos. Aquí en Sevilla el material que más ha aguantado históricamente es el adoquín de tamaño grande, el de Gerena. Sin embargo se está abandonando, en parte porque es molesto para los viandantes, pero también porque es caro y no se reutiliza. Yo de niño vi, en la plaza de San Martín, cómo los albañiles levantaron todos los adoquines, los escafilaron uno a uno y los volvieron a colocar en su sitio.

–¿Qué es escafilar?

–Limar las imperfecciones del adoquín. Les quitaron las imperfecciones y los reutilizaron. Eso, como comprenderá, hoy es inviable económicamente.

–En su época de gerente de Urbanismo se reurbanizaron las plazas del Triunfo y de la Virgen de los Reyes con pizarra. Quedó bonito, pero no ha funcionado muy bien. El deterioro fue grande.

–El problema fue que nos cogió el toro por la boda de la infanta Elena y hubo que acabar la obra corriendo, aceptando lo que el proveedor de Orense nos mandaba, que no era lo que estaba inicialmente previsto.

–Lo peor para este pavimento es el tráfico rodado, ¿no?

–Los coches de caballos son mortales. Los pavimentos, incluso los adoquines, sufren muchísimo. Los cocheros dicen que no pueden ponerle zapatillas a los caballos porque los tobillos sufren… Bueno, yo he visto en otras ciudades que es posible.

–¿Y la supresión de las aceras?

–En Sevilla hay aceras que no son tales, sino simples bordillos pegados a la pared. Uno tiene que caminar a la pata coja. Eso es hasta peligroso. Lo mejor es suprimirlas y crear una plataforma única, señalizando de alguna manera cuál es el carril peatonal y cuál el de vehículos, pero siempre sin producir el resalto.

–Hablemos de la Cartuja. Usted fue el Gerente de Urbanismo encargado de lidiar con la herencia de la Expo.

–Tuve discusiones muy fuertes con los que pretendían tener el recinto cerrado, crear una burbuja dentro de la ciudad. Era como tener aislada una zona con una longitud desde Heliópolis hasta la plaza de toros. Había que hacerla permeable. Hoy por hoy el problema de accesibilidad a la isla está resuelto. Pero sigo pensando que el recinto de la Cartuja es el gran desconocido de la ciudad. Por inercia muchos piensan que aquello es un lugar abandonado, pero lo cierto es que la Cartuja es un auténtico emporio, con una gran actividad productiva, más que otros parques tecnológicos de Andalucía y sin haber tenido las ayudas que estos han tenido.

La Cartuja es hoy un emporio, y no ha contado con las ayudas de otros parques tecnológicos de Andalucía

–¿Se refiere a Málaga?

–Por ejemplo, aunque no quiero propiciar situaciones que alejen más a las dos ciudades. Pertenezco a una entidad, Civisur, que pretende acercar a Málaga y Sevilla. Tenemos problemas comunes y no hay derecho a que se esté continuamente provocando la bronca entre las dos.

–¿Y es posible que Sevilla y Málaga se entiendan?

–No sólo es posible, sino que a determinados niveles ya se están entendiendo. Lo que ocurre es que popularmente todavía se producen agravios comparativos, muchos de ellos inexplicables.

–Sevilla no cae muy bien en otras partes de Andalucía.

–Cuando existían las matrículas provinciales, los coches de los sevillanos corrían auténtico peligro en Huelva, y en Jaén he escuchado cosas increíbles que no merece la pena repetirlas. Muchos no le perdonan a Sevilla que sea la capital de Andalucía.

–¿Y esto nos perjudica como ciudad?

–Se sigue pensando que Sevilla tuvo su momento en el 92 y se acabó. ¿Qué ha invertido el Estado desde entonces en la ciudad? Prácticamente nada. Algunos creen que el dinero se derrochó en el 92, cuando simplemente se invirtió todo los que no se había invertido desde el 29. Ahora, estamos repitiendo el ciclo.

–Dígame algo de lo que se sienta especialmente orgulloso de su época de gerente de Urbanismo.

–Los jardines del Prado: todo el mundo se los adjudica a Soledad Becerril, pero nos lo curramos nosotros, tanto buscando dinero en Europa como la decisión de optar por un espacio densamente arbolado, con independencia de que los usos que ha tenido esta zona verde hayan sido más o menos los adecuados.

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