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“Estamos perdiendo la capacidad de llamar a las cosas por su nombre”

Victoria León | poeta y traductora

Es la traductora de algunos de los más conocidos clásicos de la literatura en inglés

Tras ganar el Hermanos Machado con ‘Secreta luz’, ahora aparece su segundo poemario, ‘Flores de fuego’

Victoria León, durante la entrevista. / José Ángel García

Tiene Victoria León (Sevilla, 1981) una engañosa fragilidad. Su físico menudo, su voz baja y trémula nos hacen verla como una mujer-pajarillo, como si en cualquier momento pudiese quebrarse. Sin embargo tiene la fortaleza de la corredora de fondo o de la clausura. Es la fuerza que le permite pasar semanas prácticamente sin hablar con nadie, entre diccionarios y gramáticas, traduciendo a primeros espadas de la literatura en inglés: Oscar Wilde, Ruyard Kipling, Conan Doyle, Mary Shelly... Recientemente han llegado a las librerías dos muestras de su buen hacer como traductora y poeta: su versión de ‘Giotto y sus obras de Padua’, de John Ruskin, editada por Athenaica; y su segundo poemario, ‘Flores de fuego’, en la colección Vandalia de la Fundación José Manuel Lara. Miembro de la estirpe de Bécquer, Victoria León ganó el premio de poesía Hermanos Machado con ‘Secreta luz’ y es autora también del libro de aforismos ‘Insomnios’. El amor ido, el paso del tiempo, la soledad o la sensación de pérdida son algunos de los temas que toca en una poesía escrita con belleza formal y una luminosidad que todo lo salva.

–Licenciada en Hispánicas, poeta y traductora...

–Mi currículum es mi biografía y viceversa. No he sido una gran viajera. Apenas he vivido fuera de Sevilla, aunque tengo mucha relación con Madrid. Es un sitio donde me siento muy a gusto.

–Su poesía es de genealogía inconfundiblemente sevillana. En el buen sentido de la palabra, claro.

–Pertenezco a la estirpe de Bécquer, término que acuñó muy acertadamente Fernando Ortiz. Modestamente me siento heredera de esta maravillosa tradición de poesía andaluza y, en especial, sevillana. No sólo mi poesía, mi propia personalidad y la educación sentimental que he recibido viene de esos poetas, que te marcan como autora pero también como persona, van conformando tu propia identidad. Es una gran riqueza que tenemos.

–Podría explicar algún rasgo definitorio de esa estirpe de Bécquer.

–Algunas veces se ha vinculado a la filosofía estoica, lo que a mí me parece muy atractivo y bonito. Me siento reconocida en esa visión serena del mundo que equilibra bastante bien la sensibilidad con la espiritualidad.

–En cualquier caso, nada que ver con la Sevilla corralera del tópico que no terminamos de sacudirnos.

–Para lo bueno y lo malo somos ruidosos, pero también hay una Sevilla de conversaciones a media voz. La Sevilla silenciosa y elocuente nunca debería perderse.

Para lo bueno y lo malo somos ruidosos, pero también hay una Sevilla de conversaciones a media voz

–Se canta lo que se pierde. No hay duda de que en su poesía hay un sentimiento muy fuerte de pérdida.

–La nostalgia es muy importante como motor de la creación. Sin el humanísimo sentimiento de la nostalgia la lírica no sería lo que es. La poesía tiene mucho de mirada al pasado, de pulsión de ir en busca de lo que se ha perdido.

–¿De qué siente usted nostalgia?

–Todos somos seres exiliados de la infancia, incluso las personas que hemos tenido una infancia normal, ni feliz ni desgraciada. Perdemos las personas que hemos sido a lo largo de nuestra vida: el niño que fuimos, el joven que fuimos... En Flores de fuego hay una sección que, en homenaje a Foscolo, he titulado No soy quien fui. Es un intento de recuperar aquello que fue pero que sigue siendo al mismo tiempo.

–Se refiere a los versos de Foscolo “No sé quien fui; de mí murió gran parte”. El amor es otro tema muy presente en su poesía, aunque siempre es un amor perdido.

–Como dijo antes, se canta lo que se pierde, aunque no siempre necesariamente la pérdida tiene que implicar desamor. A veces, los vínculos emocionales entre las personas se interrumpen por razones del destino, por separaciones obligadas por la vida: la geografía, el trabajo, la enfermedad, la muerte... La cita que llevaba mi primer poemario, Secreta luz, que era de Stevenson, decía: “En un páramo estéril/ ver llegar el amor, luego ver que se aleja”. Por desgracia, la vida consiste en encontrar el amor y, más tarde o temprano, perderlo. La poesía es una manera de recuperarlo, de revivirlo, de hacerlo presente.

–Ahora hay muchos tipos de amor, desde el poliamor hasta el transamor... ¿la poesía cambiará con estas mutaciones sociales?

–No creo, porque en la poesía la anécdota biográfica es secundaria, un medio pero nunca un fin en el poema. La poesía consiste en universalizar la experiencia y hacerla reconocible para cualquiera, incluso para personas de otra cultura. Al final, si es poesía de verdad, da igual el sexo o la emotividad que cultive el autor.

Por desgracia, la vida consiste en encontrar el amor y, más tarde o temprano, perderlo

–’Flores de Fuego’ es un poemario de madurez de una mujer que ha pasado los cuarenta años. ¿Cómo cambia la poesía a partir de cierta edad?

–Yo he sido una autora muy tardía que empezó a publicar cerca de los cuarenta, pero es evidente que la poesía cambia con la vida, porque hay experiencias que sólo se tienen con la madurez: la realidad biológica del tiempo, los primeros problemillas de salud, la pérdida de fuerza física... todo eso va generando un poso de experiencias que no se tenían a los veinte años. En este libro, por ejemplo, está presente el envejecimiento de los padres. No tanto la nostalgia por mi juventud perdida sino por la de mis padres. Esa es una experiencia que se tiene con la mediana edad.

–Le dedica un poema a Luis Alberto de Cuenca, un autor que también está creando toda una estirpe literaria, que es inicio de algo nuevo en la poesía española.

–Luis Alberto de Cuenca ha sido un maestro para mí, un gran amigo y mentor que me ha ayudado mucho como traductora y poeta. Es un hombre de una gran generosidad con todo el mundo. Le debo mucho y creo que como poeta tiene un papel muy importante en su generación, la de los ochenta y noventa. Ha realizado una labor de renovación del lenguaje poético muy importante que ha servido para que el lector se reencuentre con la poesía. Y lo hizo partiendo de la tradición no como algo viejo, sino como algo vivo que merece la pena rescatar constantemente.

–Otro de los poemas, quizás uno de los más luminosos, se lo dedica a Pepe Serrallé.

–Es un homenaje literario a un poema de Pepe Serrallé maravilloso que se titula Los deseos sencillos y que habla de la amistad. Después de la pesadilla del confinamiento y la nueva normalidad, ese poema habla del reencuentro con la calle, los amigos, las viejas tertulias, la complicidad... ese poder salir y liberarse del ensimismamiento al que nos condujo aquella época.

–Su poema ‘Manual de instrucciones para envejecer’ debería de enseñarse en las escuelas en esta época de gerontofobia. No deja de ser una reivindicación de la digna vejez, a la que todos deberíamos aspirar.

–No hay una intención de reivindicación propiamente dicha, pero sí un reconocimiento de una realidad insoslayable. Intenté ironizar sobre la parte más terrible del envejecimiento y desdramatizarla, porque el paso de los años es algo que hay que aceptar con naturalidad, incluso con alegría. Sobre todo no hay que tratar de engañar al tiempo.

Se ha disociado el deseo erótico de la belleza. El deseo ha perdido espiritualidad y sentido estético

–En este poema se destaca algo muy positivo de la vejez: “Reconocer los límites de todo/ y dar su nombre exacto a cada cosa. /Así sea tan crudo como ‘muerte’/ ‘enfermedad’ o ‘ruina’ o ‘desengaño”. Ese poder mirar cara a cara a las palabras sin los eufemismos tan en boga es más que deseable.

–Desde luego es una de las cosas buenas de cumplir años. La edad da una lucidez, una manera de ver la realidad de forma más nítida. Estamos perdiendo la capacidad de llamar a las cosas por su nombre y las mentiras piadosas no suelen salir bien en la vida. Tomar conciencia es bueno siempre.

–Magnífico el poema ‘Tarde de Jueves santo’, más en estos días de marzo. Demuestra que se puede escribir de estos asuntos con una savia nueva y luminosa, sin la costra habitual.

–Javier Salvago tiene un poema que también se llama así. Es mi manera de hacerle un pequeño homenaje. Se publicó en su día en un periódico y gustó mucho.

–Es un poema sobre el tiempo circular: “Está llorando porque todo vuelve”, dice uno de los versos.

–Es el “vivir es ver volver” que dijo Azorín y que en Sevilla, que es una ciudad tan circular, lo percibimos de una manera muy clara.

–Algunos de sus poemas, pocos, son claramente eróticos de una manera muy elegante y alejada de la pornografía que nos invade por todas partes.

–Quise que fuera una celebración del amor, del deseo, del erotismo... Una reivindicación de la belleza. En los últimos tiempos se ha disociado el deseo erótico de la belleza. El deseo ha perdido espiritualidad y sentido estético. Volver a esos sentimientos debería formar parte de la necesaria rehumanización que debemos acometer.

–Ha hablado de Cuenca, Serrallé, Salvago... ¿Qué otros autores le han influido?

–A través de mi labor como traductora literaria hay muchos autores con los que he establecido una relación muy íntima. Recientemente Mary Shelley, cuyos poemas traduje para Visor. Próximamente aparecerán en Reino de Cordelia unos sonetos del poeta prerromántico Ugo Foscolo. No sólo poetas, también me han influido prosistas como Oscar Wilde o Stevenson (que también es un magnífico poeta). La tradición que mejor conozco es la española, pero también me interesa mucho la poesía elegíaca latina... esos poemas del siglo I son de una belleza y una vigencia sorprendente, parece que están escritos antes de ayer. Soy una persona de lecturas muy eclécticas.

–Usted vive de la traducción, un oficio que antes estaba muy infravalorado en España. Parece que las cosas han cambiado.

–Ha habido una evolución importante y positiva pero, como en todas las cosas, hay capacidad de mejora. Uno de los problemas fundamentales a los que se enfrenta la traducción literaria es que la mayoría de los que la ejercen (profesores, investigadores, autores de éxito) lo toman como un trabajo transitorio. De hecho, los traductores literarios profesionales somos una minoría, lo que hace que la evolución sea más lenta. Ha habido un auténtico cambio en las nuevas editoriales, donde se cuida cada vez más a los traductores.

Esa ‘damnatio memoriae’ a la que nos estamos entregando nos lleva a situaciones incomprensibles

–Recomiéndeme una gran traducción.

–Las traducciones de poesía de Carlos Pujol me parecen maravillosas. Recomiendo su trabajo en los poemas de Stevenson y los sonetos de Shakespeare. Ahora mismo en España hay muchos buenos traductores. Aunque parezca mentira, es difícil encontrar grandes obras sin traducir. Para mí fue una sorpresa que Mary Shelley estuviese sin traducir.

–Entre muchos otros ha sido traductora de Kipling, el bardo del Imperio Británico y ahora en el punto de mira de los nuevos inquisidores.

–Kipling es un escritor brillante, alguien que narró como nadie la India colonial, a la que conocía desde su infancia. Se estrenó como escritor haciendo crónicas periodísticas recorriéndose toda la India. La cancelación de Kipling es algo triste y difícil de comprender. Esa damnatio memoriae a la que nos estamos entregando, esa soberbia del presente que quiere someter el arte al dictamen de la moral nos lleva a situaciones difícilmente comprensibles. Es una actitud equivocada, dañina para la creación artística y peligrosa para la libertad de pensamiento.

–Qué tiene la séptima sinfonía de Mahler, que tanto le ha marcado?

–Para mí fue epifánica. La conocí de una manera azarosa, al escucharla por primera vez en un concierto de la Orquesta Joven de Andalucía, en 2019. Yo acababa de ganar el premio Hermanos Machado con mi libro Secreta luz. Llevaba bastante meses sin escribir, como suele ocurrir. Pero tras escuchar la séptima de Mahler, que tiene una capacidad de sugerencia tremenda, esa misma noche esbocé los dos o tres primeros poemas de libro, que están directamente inspirados en la pieza. A partir de los dos nocturnos Mahler va componiendo toda la sinfonía y yo hice lo mismo con el poemario, en función de la noche y los paisajes nocturnos. No fue por un alarde culturalista, sino simplemente porque me apetecía homenajear a la obra que me había inspirado tanto.

–En la antigua Grecia no había distinción entre música y poesía.

–Eran lo mismo.

–Hoy en día, más allá de las versiones musicales de algunos poetas por cantautores, esa unión se ha perdido.

–La herencia de la música sigue estando presente en el verso, aunque sea un tanto invisible. Me gusta la poesía que tiene metro y que conserva la herencia de sus orígenes. La música ahora es la voz humana, incluso cuando se lee en silencio.

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