“Me da pena ver los bares llenos y los teatros vacíos”

Francisco Soriano | Músico

Con su disco ‘L’Andalousie au coeur’ ha recuperado la obra española de una de las grandes de la ópera de todos los tiempos, Pauline Viardot, hija del cantante sevillano Manuel García

“Lo de ‘Sevilla Ciudad de la Música’ es una etiqueta sin verdadero contenido”

Francisco Soriano, en el patio del Conservatorio Superior.
Francisco Soriano, en el patio del Conservatorio Superior. / José Ángel García

Sevilla es una ciudad de continuas sorpresas. Tanto el lugar de la entrevista, el impresionante patio del cuartel del Carmen, como el entrevistado, Francisco (Curro) Soriano (Sevilla, 1976) así lo confirman una vez más. Curro Soriano es un músico con residencia en Sevilla y vocación cosmopolita. Su formación así lo confirma: el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, Universidad de Música Fryderyk Chopin de Varsovia y la Escuela Superior de Música de Cataluña. Catedrático de repertorio vocal en el Conservatorio Superior Manuel Castillo de Sevilla, con su piano ha acompañado a cantantes en escenarios de la importancia de la Fundación Juan March (Madrid), la Opera Comique (París), el Auditorio de Zaragoza, el Teatro de la Maestranza de Sevilla y el Palacio Real Lazienki (Varsovia). Hombre con entusiasmo y comprometido con la música, ha recuperado obras que habían quedado olvidadas, como ‘Le dernier sorrier’, de Pauline Viardot; ‘L’adorable Bel-Boul’, de Jules Massenet, o ‘The idea’, de Gustav Holst. Especialmente ha dedicado sus esfuerzos a la recuperación de Pauline Viardot, una de las figuras más fascinantes de la historia de la ópera, hija del sevillano Manuel García. En esta línea acaba de publicar el disco ‘L’Andalousie au coeur’, recopilación de las canciones españolas de la compositora, proyecto que ha sido posible gracias a una Beca Leonardo de la fundación BBVA.

–Este patio del antiguo convento-cuartel del Carmen es impresionante, aunque le haría falta un poco de mantenimiento.

–El aspecto es imponente, pero es un edificio poco funcional para una escuela superior de música. Estamos muy mermados de medios y de mantenimiento. Falta una inversión brutal. Yo tuve el privilegio de estudiar en la ahora Universidad Chopin de Varsovia, en los tiempos en que Polonia no había ingresado aún en la Unión Europea. Era un edificio antiguo, pero la dotación siempre era la precisa y adecuada para un estudiante de música. ¿Escucha esos instrumentos? Falta insonorización. En Varsovia, incluso había una sala donde los estudiantes podían hacer representaciones de ópera. Aquí no tenemos ni el salón de actos terminado.

–Nació en Sevilla.

–De manera casual. Yo me crié en Jaén, de donde es mi familia. Hasta los once años en Villacarrillo (en la puerta del parque natural de Cazorla, Segura y las Villas) y desde los once en Jaén capital.Después vine a Sevilla y estudié en los Padres Blancos.

–¿Y la música?

–Empecé a los 6 años gracias a una monja de Villacarrillo que tocaba el piano y sabía solfeo. Mi madre, que era profesora de instituto, se había percatado de que me gustaba la música y memorizaba y silvaba las cintas que ponía de Beethoven, Vivaldi... Además, hacía gestos de dirigir. Ya en Jaén empecé en el conservatorio. Era el momento en que se estrenaba un conservatorio flamante en la ciudad. Mi padre era entonces Delegado de Educación y puso mucho empeño en aquello.

–Siempre son las madres las que promueven la vocación musical...

–Es así. Mi padre era un hombre de letras, catedrático de Lengua y Literatura, aunque luego se dedicó a la política. No me ponía impedimientos, pero cuando vio que iba lanzado hacia una carrera profesional sí empezaron los obstáculos. Me decía: “qué buen notario hubieses sido...” Un día le dije que no entendía cómo alguien que cada vez que venía a Sevilla me traía una cinta de Deutsche Grammophon, que me había enseñado a Rubén Darío y Garcilaso, que me había llevado al Prado... que cómo alguien así pretendía que me hubiese dedicado a ser notario. “Es tu culpa, así que ahora te vas a tener que aguantar”. Me ayudó , y no poco.

–Es usted pianista.

–Como cualquier chaval lo que quería ser es pianista solista. Para eso me fui a Varsovia cuando acabé mis estudios en Madrid. Pero allí me fui aficionando mucho a la ópera y al repertorio lírico, teniendo la oportunidad de tocar con amigos cantantes. En Varsovia fui mucho a la ópera, porque era muy barata y accesible.

–Ser acompañante de cantantes líricos requiere una dosis de humilidad. No ser la primera estrella.

–Es algo que se va adquiriendo. Para mí fue un descubrimiento importante. Me considero un buen pianista. Así lo demuestran mis rendimientos académicos. Creo que tenía muy buenos materiales para ser solista, pero otros no. Materiales que tienen que ver con la autoconfianza y la seguridad a la hora de enfrentarse solo a la escena. Descubrí que se puede hacer música en compañía, incluso taparte a la sombra del cantante o la cantante, que es el que se lleva todas las miradas. Le cogí el gusto y me sirvió para crecer como músico y sacar lo mejor de mí.

El Conservatorio Superior de Sevilla está muy mermado de medios y de mantenimiento

–¿Cuál es la principal virtud de un buen pianista?

–Buf... ser muy tenaz. Hay que ser muy constante y muy cabezón. El que se propone el camino de hacer música lo consigue. Fíjese en esos vídeos que circulan por las redes en las que aparecen chicos y chicas que no tienen dedos, pero son capaces de tocar el piano con sus muñones. Eso es determinación.

–Ha recibido clases de grandes maestros como Bruno Canino, Pascal Roge o Jorge Luis Prats, pero a mí el que más me impresiona es Joaquín Achúcarro. ¿Qué tal con él?

–He tenido la oportunidad de recibir masterclass de muchos maestros. La de Achúcarro la recuerdo con especial cariño. Fue hace unos 20 años y ya era muy mayor. Hoy sigue en activo. Me contré con una persona de una humanidad, una calidez y una cercanía enormes. No era ni condescendiente ni abusaba de esa bonhomía propia del señor mayor... Era muy exigente pero siempre de un modo muy suave y amable. Sacaba lo mejor de ti... Fue una experiencia única.

–¿Qué le enseñó concretamente?

–Algo que todos los pianistas sabemos pero a veces olvidamos. Me refrescó la necesidad de usar bien el metrónomo. Ahora, cuando necesito reciclarme o empezar algo desde el principio me pongo el metrónomo. El metrónomo es, como decía Achúcarro, “una máquina de tortura inventada por los chinos en el año 3.000 antes de Cristo”. Era una persona muy divertida. También me dio confianza. Por ejemplo, me convenció de que era capaz de tocar un pasaje de la segunda sonata de Chopin que hasta ese momento me parecía imposible para mí.

–Antes alabó las facilidades en Varsovia para que la gente joven vaya a la ópera. ¿Y Sevilla? Es decir, ¿y el Maestranza?

–En el Maestranza hacen muchos esfuerzos para hacer rentable algo que difícilmente lo puede ser. Para que en España fuese rentable un espacio como el Maestranza tendría que haber un enorme cambio cultural. Eso es algo que las administraciones públicas deberían tener muy en cuenta. Los sevillanos no dejamos de ser europeos, y la música clásica y la ópera pertenecen a la tradición de la alta cultura a la que pertenecemos. Me consta que el Maestranza está haciendo grandes esfuerzos para atraer al público joven. Pero es algo que le supera, ya que hace falta ese cambio de paradigma del que hablaba. No sé si tenemos políticos con ganas de hacer eso.

–En Sevilla hemos visto en los últimos tiempos una explosicón de festivales musicales. Pero la música clásica no está muy presente.

–Estoy totalmente de acuerdo. Todos los esfuerzos se están destinando al entretenimiento, pero no a la alta cultura. Está muy bien que se hagan grandes desfiles de moda o festivales de música pop, pero Sevilla necesitaría un festival de ópera. Complementaría perfectamente la temporada lírica del Maestranza. Es lo mínimo que debería haber en la tan cacareada ciudad de las más de 150 óperas. Sevilla se está convirtiendo en un magnífico bar de tapas al aire libre y todo lo que sirva para mejorar es positivo. La alegría en las calles está muy bien, pero me da pena ver los bares llenos y los teatros y las temporadas musicales vacíos.

Está muy bien que se hagan grandes festivales de pop, pero Sevilla necesitaría un festival de ópera

–¿Cómo está la cantera vocal de Sevilla? Usted, como profesor, debe tener una idea clara.

–En el Certamen Internacional de Nuevas Voces Ciudad de Sevilla, del que fui pianista durante años y ahora miembro del jurado por la Asociación Sevillana de Amigos de la Ópera, hemos tenido la satisfacción de ver llegar a las semifinales y a las finales a muchas voces andaluzas y sevillanas.El talento vocal que hay en Sevilla y en este conservatorio es brutal. Actualmente hay varios cantantes de primera fila internacional, como Leonor Bonilla, Fran Fernández Rueda o Juan Sancho, que el otro día hizo en el Maestranza uno de los protagonistas de Alcina. Merecen todo lo que esta sociedad pueda poner a su disposición. Sevilla podría ser una cantera de cantantes como Río de Janeiro lo es de futbolistas.

–Será cuestión de perseverar.

–Tenga en cuenta, además, que el bel canto no está muy alejado de nuestro canto popular español en cuestiones musicológicas, como están revelando las investigaciones. En especial de la tonadilla escénica. No es casualidad que Manuel García, uno de los personajes más influyentes de la ópera del siglo XIX, fuese sevillano.

–Es increíble que Manuel García siga siendo un desconocido para el gran público.

–Fue el cantante favorito de Rossini, iniciador de una escuela de canto en París que se extendió por toda Europa. Se han hecho estudios sobre cómo, a través suya y su escuela, el repertorio tonadillesco influye en determinados melismas y ornamentos del bel canto.

–Cuente más de García.

–Primero fue cantor de la Catedral de Sevilla y luego se fue a Cádiz, aprovechando su época dorada. Desde allí dio el salto a Madrid y luego a París. Era un tipo ambicioso. Cuando triunfó en Francia se fue a Estados Unidos con toda su familia –a la que había convertido en una compañía de ópera ambulante–, donde como empresario promovió el estreno del Don Giovanni de Mozart. ¿Adivina junto a quién?

–Soy todo oídos.

–Junto a Lorenzo Daponte, uno de los grandes libretistas de Mozart. Las imbricaciones de Sevilla con el mundo de la ópera son infinitas e impresionantes. Tenemos un conservatorio con muy buenas voces y un teatro que es el gran centro de producción lírica del sur. Pero para cuidar el talento joven hace falta el compromiso y la colaboración de las instituciones culturales. Ir más allá de proyectos puntuales. Hace falta una ópera estudio.

–Hablando de Manuel García y su parentela. Usted está recuperando la labor como compositora de su hija Pauline Viardot.

–Es lo que me ha convertido en un músico de éxito, porque de algún modo estoy siendo el intermediario entre Pauline Viardot y el público actual.

Sevilla podría ser una cantera de cantantes de ópera como Río de Janeiro lo es de futbolistas

–¿Cuándo empezó su relación con la Viardot?

–Concoí su obra en Polonia gracias a una amiga cantante. ¿Por qué en Polonia? Porque era íntima amiga de Chopin. De hecho ella hizo versiones para canto y piano de música de Chopin. Viardot era un talento total: cantante, compositora, libretista... Clara Schumann dijo de ella que era la mujer con más talento que había conocido en su vida. Además, Viardot fue el centro de todo un cosmos cultural como salonniére. Durante décadas reinó en los salones de París, Baden-Baden, San Petersburgo... hablaba prefectamente ruso, italiano, francés, alemán, inglés... Dicen –aunque no está completamente comprobado– que tuvo una relación a tres consu marido –el hispanista Louis Viardot, primer traductor de El Quijote al francés– y el novelista ruso Iván Turguénev. Para quien quiera saber más de ella recomiendo vivamente el libro Los Europeos, de Orlando Figes, que a través de estos tres personajes pinta un fresco increíble de toda la cultura europea del XIX.

–Es decir, que usted le debe mucho a Pauline Viardot.

–Gracias a ella he obtenido reconocimiento internacional y pisado escenarios como la Opera Comique de París o el Teatro Real.

–Recientemente ha salido del horno su disco L’Andalousie au coeur, con todas las canciones del repertorio español de la compositora.

–Lo hemos grabado con el sello Odradek y gracias a un proyecto merecedor de una Beca Leonardo de la Fundación BBVA, uno de los más importantes galardones artísticos otorgados en España. Conmigo han trabajado la soprano Natalia Labourdette y la mezzo soprano Helena Ressureiçao. Es la primera vez que se hace un disco como este.

–Pero no se quedará en la Viardot.

–Ni mucho menos, este año, en el Festival de Martina Franca, especializado en la recuperación de títulos poco conocidos, llevamos una opereta de Massenet que nunca se había estrenado en tiempos modernos y que lleva una música deliciosa. Ahora mismo acabo de regresar de Madrid de hacer el estreno de una opereta de Gustav Holst, el compositor de Los Planetas.

–Es decir, que no para. Hoy en día hay cierto debate sobre los montajes un tanto epatantes de algunas óperas. ¿Cuál es su opinión?

–A mí me gusta todo lo que esté bien hecho y con sensibilidad. Me considero muy moderno y poco conservador. Se puede hacer algo de pésimo gusto tanto moderno como antiguo. Pero tengo muy claro que cuando voy a ver una ópera de Verdi para mí lo más importante es la música del autor y sus personajes. Exijo que se sea fiel a la sensibilidad de Verdi. Hay veces que me encuentro que al director musical o de escena de una determinada ópera no le gusta ni la música ni el compositor. Solo se gusta a sí mismo y lo único que quiere hacer es una demostración de su ego tan grande que al final no complace a nadie. La ópera de hoy en día peca mucho de eso.

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