"El Ayuntamiento hizo todo lo posible por derribar el Puente de Triana”

José García-Tapial | Arquitecto

El que fuese decano de los arquitectos en los años más duros de la pre-expo, ha sido y es uno de los defensores más acérrimos del patrimonio histórico, siempre desde el rigor y el conocimiento

José García-Tapial, en la Plaza de San Lorenzo.
José García-Tapial, en la Plaza de San Lorenzo. / Juan Carlos Muñoz

José García-Tapial y León (Sevilla, 1943) es nativo de pura cepa del Barrio de San Lorenzo, donde nació y sigue viviendo. Hombre infatigable, pertenece a esa generación de arquitectos sevillanos que dio un paso adelante para frenar la destrucción de la ciudad que se había iniciado con el desarrollismo. Si hoy sigue existiendo el Puente de Triana o en el Prado hay un parque en vez de un horroroso centro comercial se debe en parte a sus empeños. Titulado por la Escuela de Sevilla en 1968, García-Tapial fue arquitecto municipal entre 1979 y 2008. Como decano del Colegio de Sevilla, entre 1985 y 1989, tuvo que batallar con la Sociedad Estatal de la Expo 92 para garantizar el rigor de los concursos arquitectónicos en unos momentos en los que la consigna era avanzar costase lo que costase. Ha sido también vocal de la Comisión de Urbanismo de Andalucía y de la Comisión Provincial de Patrimonio Histórico Artístico de Sevilla. Como estudioso de la arquitectura tiene dos pasiones: las murallas de Sevilla y el convento de Santa Clara. Es autor de los libros ‘El Monasterio de San Jerónimo de Buenavista’ (Diputación de Sevilla) y ‘El Conjunto Histórico de Sevilla. Avance del Plan Especial de Protección’, además de colaborar en numerosos libros colectivos y revistas.

–Toda una vida dedicada a la conservación y defensa del patrimonio histórico. Y con batallas no poco duras. Una de ellas la del Puente de Triana. Aunque ahora parezca mentira, lo quisieron derribar para hacer uno nuevo.

–Fue una batalla bastante dura que libró el Colegio de Arquitectos junto a otras entidades ciudadanas. El Ayuntamiento de Sevilla hizo todo lo posible por tirar el puente. Estuvo cortado al tráfico durante dos años para generar un cierto hartazgo en los trianeros y que se conformaran con uno nuevo. Recuerdo las reuniones conspirativas en la rebotica del farmacéutico Murillo, en el Altozano. Estamos hablando de 1973, un año poco propicio para llevarle la contraria al poder establecido. Querían hacer un puente nuevo que ni siquiera era airoso y novedoso, un hito de modernidad, sino retrógrado y feo.

–Otra de las batallas ganadas fue evitar que se construyese en el prado un gran centro comercial. Da grima nada más pensarlo.

–En aquella época, 1974, los centros comerciales eran algo muy desconocido y el del Prado se vendía como el colmo de la modernidad. Organizamos unas jornadas de estudio en las que intervinimos Luis Uruñuela, Ángel Tarancón, Fernando Mendoza, Juan Ruesga, Víctor Pérez Escolano, yo... También trajimos de Madrid a arquitectos insignes, como Miguel Fisac, para evitar la crítica de que nuestra oposición era una cosa de arquitectos provincianos. Afortunadamente conseguimos pararlo. El Prado era un sitio demasiado apetecible desde que se mudó la Feria a Los Remedios.

–La de la mentalidad provinciana o pueblerina es una crítica recurrente de los enemigos del patrimonio al movimiento conservacionista.

–Es un argumento recurrente, pero en los últimos años se ha demostrado que no es así y que la modernidad, precisamente, va por la conservación del patrimonio histórico. Lo que no es modernidad es derribar edificaciones de interés para levantar grandes centros al estilo anglosajón que no tienen nada que ver con la cultura europea y mediterránea.

–La del edificio Coliseo fue otro triunfo. Querían derribarlo.

–Entonces el planeamiento daba valor a los solares, no a los edificios. Poco antes se habían derribado inmuebles como el Corral de los Canónigos, que ahora es la Plaza del Cabildo o la Casa Profesa de los Jesuitas, que después fue Universidad Literaria y hoy Facultad de Bellas Artes.

–¿Y qué batalla perdida le ha dolido más?

–Más recientemente la de la Torre Pelli. La perdimos por un defecto de forma que hubiese sido fácilmente subsanable con un poco más de colmillo y experiencia. Creo que teníamos muchos argumentos para impedir su construcción.

–Hablemos de la muralla de Sevilla, de la que usted es un auténtico especialista.

–La primera vez que intervine en las murallas como arquitecto municipal fue en 1984. Entonces era un tema muy mal enfocado. La mayoría de los libros decían que eran romanas, cuando es evidente que no. Increíblemente, nunca había intervenido un arqueólogo, por lo que José María Cabeza y yo decidimos que había que contratar a uno para las intervenciones en la muralla. Todos me decían que no me metiese en líos, que los arqueólogos sólo generan problemas. Pero fue una magnífica idea. Después de la muralla de la Macarena vinieron las de El Valle y la Moneda, en la que nos encontramos que la cerca era el propio muro de la Casa de la Moneda, e incluso conservaba sus almenas, lo que quería decir que estaba entera, en toda su altura, que no la habían desmochado. Conseguimos liberar el trozo que estaba dentro del Garaje Torre del Oro, que es el que ahora sirve de cerramiento del infausto aparcamiento Torre de la Plata.

–Porque buena parte de la muralla de Sevilla no se derribó, como se suele pensar, sino que está embutida dentro de las casas.

–Exacto, hicimos un trabajo de identificar todos estos trozos de muralla. Fue una suerte que esta ciudad siempre haya estado tiesa y la muralla fuera un elemento constructivo que no se podía desaprovechar. Era mucho más barato que las casas se adosaran a la muralla y la tomaran como medianera que no derribarla y hacer otra nueva. Además, al ser de tapial, se podía excavar en ella y hacer armaritos, alacenas y cosas así.

–¿Cómo hicieron ese trabajo de localizar los lienzos de muralla embutidos?

–Cogimos el plano de Pablo de Olavide, de 1771, que es muy exacto, y traspusimos el trazado de la muralla al parcelario actual. Vimos que coincidían bastante, lo que nos permitió identificar una serie de parcelas a lo largo del recorrido en la que ya sabíamos que tenía que haber tramos de muralla.

–Siempre pensamos que la práctica totalidad de la muralla se había destruido, pero ahora vemos que no.

–Los principales destrozos se dieron en San Julián y la Resolana. Pero podemos decir que un 70% de los siete kilómetros de la muralla de Sevilla sigue en pie, aunque en algunos sitios más emergente que en otros. Por ejemplo, en la calle Torneo, la muralla está entera pero enterrada. ¿Por qué? Porque para hacer el ferrocarril se enterró para construir el muro de contención, por eso cuando sales por la Puerta Real subes una cuesta. En la misma calle Goles vemos un trozo que sobresale y se mete por detrás de la Capilla de la Merced.

Sevilla siempre ha estado tiesa y la muralla era un elemento constructivo que no se podía desaprovechar

–¿Y la autoría de la muralla?

–Es un tema en el que los arqueólogos no se han puesto aún de acuerdo. Yo tengo la teoría de que la ampliación de la muralla de la Sevilla de los Taifas, que era muy pequeña, la hicieron los almorávides. ¿Por qué? Porque necesitaban instalar sus campamentos de jaimas por la calle Feria abajo y querían protegerlos. Posteriormente, los almohades recrecerían la muralla, como advertimos en las primeras intervenciones en la Macarena. Observamos que en el paramento de las murallas pervive la silueta de un almenado por debajo del actual. En resumen, creemos que la muralla es almorávide y el recrecido y la barbacana es almohade.

–La barbacana es ese muro pequeño que antecede a la muralla, ¿no?

–Exacto. El recrecido almohade se hizo después de la batalla de las Navas de Tolosa (1212), cuando los almohades se dan cuenta de que su tiempo en la península se está acabando. Las prisas por incrementar las defensas hicieron que bajasen la calidad de las mismas. No dedicaron el tiempo necesario para amasar bien.

–Porque el material es tapial.

–Sí: arena, cal y canto rodado. Todo se vierte entre unos tablones y se apisona, que es lo que le da la resistencia al muro.

–Recientemente apareció un trozo de muralla en el patio de la casa de Castelar donde vive Alejandro Rojas-Marcos.

–Sí, estuve visitándolo. Se ha restaurado con bastante sentido. Quedé muy favorablemente impresionado. No siempre las cosas se hacen bien. Por ejemplo, en la Puerta Osario, por una de esas cosas que no se comprenden, el Ayuntamiento ha permitido que se construya encima de la muralla, algo que ni en los peores momentos del desarrollismo del franquismo se había consentido. No me lo explico, porque el Ayuntamiento es el propietario de la muralla, y por tanto es el responsable de que esté exenta.

–El gran misterio es cuál fue el trazado de la cerca romana. Recientemente aparecieron restos en la plaza de San Francisco.

–Hay bastantes teorías, pero todas coinciden en que envolvería las partes más altas de la ciudad, en torno a la calle Guzmán el Bueno, que eran las que no estaban afectadas por las zonas pantanosas que rodeaban Hispalis.

–Es llamativa la falta de restos de esta muralla romana.

–Tenga en cuenta que era de piedra, un material escasísimo en Sevilla, por lo que tuvo que ser utilizada como cantera de la que extraer materiales constructivos. En el propio basamento de la Giralda hay aras romanas. Como sabe, Itálica también fue la gran cantera de Sevilla y sus alrededores.

El 70% de la muralla de la ciudad sigue en pie, aunque en muchos sitios sirve de medianera de las casas

–Puro reciclaje. En el fondo es una manera muy sostenible de construir, como está de moda decir ahora.

–Sí, esto es algo que no es nuevo. La ciudad se devora y se reconstruye a sí misma.

–Ahora está muy comprometido con la restauración de Santa Clara.

–Es que es un tema que me tocó muy de cerca, en 2001, cuando el Ayuntamiento compró el convento. Me encargaron hacer un levantamiento planimétrico y un estudio sobre las condiciones en las que se encontraba el edificio. Me enamoró, porque es un sitio fascinante, cada día se descubre una cosa nueva. Al principio uno cree que se enfrenta a un simple convento de monjas, pero pronto se da cuenta de que es mucho más: un palacio cristiano, el de don Fadrique, que detrás tiene unos restos de un palacio árabe.

–¿Qué explicación tiene eso?

–Al segundo hijo de San Fernando, don Fadrique, no le podían dar un solar cualquiera, sino uno de los palacios que los moros habían dejado. Don Fadrique llegó y, por lo pronto, construyó una torre que se viese desde toda Sevilla. Quería dejar claro que no era un simple segundón, sino alguien importante. Después acometió la transformación del palacio islámico en un edificio gótico. Es por esto que, debajo de las pinturas monjiles y las yeserías, te vas encontrando restos impresionantes.

–Interesante.

–El problema es que la mitad del convento sigue en ruinas, precisamente la parte más misteriosa, porque es donde encontramos los restos más claros del palacio de don Fadrique. No veo que el Ayuntamiento se decida a meterle mano. Habría que hacerlo con la antigua clausura de las monjas, lo que fue la primitiva iglesia. Donde hoy está la Sala de Profundis hay una pinturas del siglo XIV como no las hay en Sevilla. Están esperando que el Ayuntamiento invierta una cantidad ridícula. Por más o menos 200.000 euros tendríamos un espacio maravilloso, mágico. Algo parecido a lo que pasó en la antigua ropería del convento, la sala alta en la que ahora se celebran muchos actos. La pared donde vemos las pinturas estaba oculta por armarios de suelo a techo donde se guardaba la ropa blanca. Cuando abrimos las puertas de los armarios vimos que, gracias a un desconchón, aparecía una calavera y, luego, la cara de un santo; después un trozo de cruz y, en otro lugar, una cara de Cristo... era un auténtico rompecabezas y hasta que no se restauró no vimos que en el muro se habían pintado los signos de la Pasión. La cara del Cristo estaban en el paño de la Verónica y la cruz desnuda en otro lugar. Estoy seguro que con las pinturas de la Sala de Profundis va a suceder algo parecido, nos vamos a llevar una sorpresa.

–Junto a José María Cabeza, fue responsable de la restauración de la Torre de la Plata.

–Es la tercera torre más importante de Sevilla tras la Giralda y la del Oro. Además, de allí sale un paño de muralla que va hasta la Puerta de Jerez y, por su paseo de ronda, se puede pasear, siempre en terreno municipal. Eso turísticamente es rentable, porque yo he paseado por la muralla de Badajoz y la de muchos otros sitios. ¿Por qué no puedo hacerlo por la de Sevilla? Podríamos hacerlo también desde el Arco de la Macarena hasta poco antes de la Puerta de Córdoba, que es un paseo espléndido de 500 metros, completamente medieval, en que vas viendo las troneras que había en las barbacanas para situarse los centinelas, los huecos en los que colocaban las lámparas de aceite para dar luz... una serie de detalles muy interesantes.

La reutilización de materiales no es nueva. La ciudad se devora y se reconstruye a sí misma”

–Usted fue decano del Colegio de Arquitectos.

–Cuatro años, poco antes de la Expo del 92.

–Tuvieron que ser muy intensos.

–Mucho. No estábamos muy de acuerdo en cómo se estaban haciendo las cosas, como el concurso del Teatro de la Maestranza, los pabellones, etcétera. Nosotros queríamos que los concursos se hicieran con todas las garantías... pero ya sabemos como funcionaron la Expo y el señor Pellón...

–¿Hubo demasiada manga ancha?

–Mucha, y tuvimos demasiados problemas. Incluso intervino el presidente del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España, Rafael de la Hoz. La Sociedad Estatal quería que los proyectos a los concursos de arquitectura lo presentasen las empresas, mientras nosotros queríamos que fuesen los arquitectos, para saber quién estaba de verdad detrás de dichos proyectos.

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