“No soporto los libros sobre librerías”

Amparo Lazo Contreras | Librera

Junto a su hermano José es el alma de Palas, una de las librerías mejor valoradas por la Sevilla ilustrada, que lleva más de 45 años abierta en el barrio de Los Remedios

Amparo Lazo, en la librería Palas, durante la entrevista.
Amparo Lazo, en la librería Palas, durante la entrevista. / José Ángel García

Para un lector habitual es difícil pasar por la calle Asunción y no escuchar el incesante canto de sirenas del escaparate de Palas. Según muchos empelucados de la Sevilla ilustrada esta librería, fundada por el historiador y ex político Alfonso Lazo, tiene la mejor selección de la ciudad de novedades en humanidades, narrativa y poesía. Esto es posible gracias al trabajo del equipo formado por Amparo Lazo (capitana de la tropa de Palas), José Lazo, Juan Díaz, Sonia Domínguez y Mar Cruces (recientemente incorporada). “Si tuviese dinero, compraría el local de al lado, tiraría esa pared y ampliaría la librería. Con eso sería suficiente”, comenta Amparo Lazo (Sevilla, 1960), consciente de que Palas rebosa libros y hay que moverse por ella con cuidado de no derribar alguna de las pilas donde encontramos maravillas y tesoros apenas conocidos por el gran público. Lo que marca la diferencia, como decíamos, es el escaparate, una especie de isla de las tentaciones, pero pensada por Tomás Moro, un cepo para paseantes incautos a principios de mes. Allí no entra ningún bestseller (aunque tenerlos los tienen, pero escondidos, como si estuviesen perseguidos por la censura). Este monumento es obra de Amparo Lazo, licenciada en Historia, lectora y librera con criterio. Un gran currículum.

Pregunta.–Su padre, el profesor, historiador y expolítico Alfonso Lazo, fue el que fundó esta librería Palas en 1980.

–Digamos que, si lo puedo decir así, la librería fue un capricho suyo. Vendió su parte de un campo que había heredado y quería tener una librería, pero no como negocio, sino como una manera de estar al día en todo lo que se publicaba, de tener acceso a libros que no se encontraban entonces en Sevilla y de poder encerrarse con ellos los domingos. Mi madre y mi prima Gloria fueron las que se encargaron al principio de sacarla adelante.

P.–Gloria Rodríguez, una gran fotógrafa.

–También era muy buena librera. Mucha gente venía a Palas por ella. Estaba muy conectada con el mundo artístico sevillano y eso atraía a mucha gente.

P.–¿Y usted?

–Yo estudié Historia, pero nunca pensé en dedicarme a dar clases. Cuando Gloria se fue a trabajar como fotógrafa me fui implicando cada vez más. Después llegó mi hermano José y actualmente la llevamos entre los dos.

P.–En esos inicios de los que hablamos su padre estaba muy involucrado en la política, no solo como diputado, sino también como secretario general del PSOE sevillano.

–Fue un momento de grandes luchas internas del partido: Guerra, Borbolla... todo eso lo vivíamos en casa intensamente y, aunque yo no participaba, me enteraba de todo. Creo que mi aversión a la política me viene de esa época. Lo mío llega hasta tal punto que me cuesta muchísimo relacionarme y dorarle la píldora a las administraciones.

P.–Palas está en los Remedios y es un referente para la Sevilla más ilustrada. Su apuesta por las humanidades y la literatura de calidad se plasma en un escaparate que es una invitación a la ruina económica del lector.

–Cuidamos muchísimo la selección de los títulos, porque somos conscientes de que es lo que nos puede distinguir de otras librerías. Además, nos encanta. Juan tiene mucho criterio sobre filosofía, poesía y ensayo. José sabe mucho de naturaleza y ciencia; y Sonia y yo nos dedicamos a la narrativa. En mi caso me sirve también el haber estudiado historia.

P.–¿Se edita demasiado en España?

–Sí, se edita muchísimo. Las editoriales se excusan en que para que aparezca un libro que verdaderamente merezca la pena tienes que sacar muchos, siempre aspirando a encontrar un mirlo blanco que te salve un año o, incluso, la década, como pasó con El infinito en un junco, de Irene Vallejo. Pero muchos libros sobran. Entre otras cosas, se recuperan muchos títulos antiguos. Algunas de estas recuperaciones son muy buenas, pero otras son novelas sin interés que se olvidaron justamente. Seleccionar los libros es un trabajo importantísimo.

Las editoriales siempre están buscando un mirlo blanco como ‘El infinito en un junco'

P.–¿Algunas editoriales de referencia?

–Las del grupo Contexto: Asteroide, Sexto Piso, Nórdica... saben lo que están haciendo. Siempre sacan cosas buenas que, además, se venden. Me gustan editoriales pequeñas como Gatopardo, Confluencias, Ediciones 98, La Caja Books. De Sevilla me interesa mucho la recuperación de los narraluces que está haciendo Athenaica, la colección amarilla. Tengo pendiente la lectura de La espuela, la novela de Manuel Barrios que acaban de reeditar... Pero la editorial que más nos interesa, la que de alguna manera nos representa, es Acantilado. Cuando murió el editor, Jaume Vallcorba, parecía que iba a llegar a su fin, pero Sandra Ollo ha sabido llevarla a buen puerto.

P.–¿Qué está leyendo usted ahora?

–Estoy releyendo lo que tenemos mañana [la entrevista se realiza el miércoles] en el taller de lectura que ofrece la librería y dirige Eduardo Jordá, El corazón en tinieblas, de Conrad. Precisamente, la traducción que hizo el propio Jordá para Espasa Calpe. También he leído unos cuentos de Diego Muzzio, un escritor argentino, que publica Las Afueras, otra editorial muy curiosa. Son cuentos de miedo al estilo clásico de Maupassant o Poe... Es un género que siempre me ha gustado.

P.–Hace ya unos años se pusieron de moda los libros sobre librerías, ¿qué le parecen?

–No soporto los libros sobre librerías. No me gustan nada.

P.–¿Un poco cursis?

–Sí, además son completamente falsos. Es llamativo que las protagonistas sean siempre mujeres... No consigo que me interesen. Pero hay mucha gente a la que sí, porque tienen un concepto romántico del trabajo en una librería, algo que no tiene nada que ver con la realidad.

P.–¿La realidad es más dura?

–Es físicamente mucho más dura. Tienes que estar todo el día moviendo cajas. Y después el papeleo: albaranes, facturas... Todas las semanas entran y salen libros. Demasiadas novedades. Es muy importante no dejarse manipular por las grandes editoriales y distribuidores que te están presionando continuamente para colocar sus libros. Tienes que saber decir no. He conocido pequeñas librerías que no han durado más de nueve meses porque las han inundado de libros. Hay que ser muy independiente y trabajar muchísimas horas, no solo las que tienes abierto al público.

P.–¿Alguna referencia en el gremio?

–Sigo por las redes a los compañeros de Letras Corsarias, de Salamanca. Me parece maravilloso todo lo que hacen. Son los mejores y hacen una selección increíble. Cualquiera que pase por Madrid termina en Salamanca, en su librería.

P.–Parece claro que el papel del librero es importante, incluso en las grandes cadenas.

–Sí, fíjese en la diferencia que marcó Antonio Rivero Taravillo cuando gestionó la Casa del Libro de Sevilla. Funcionaba maravillosamente. Su salida se notó muchísimo.

P.–Ahora las librerías son también lugares de animación cultural, con talleres, presentación de libros, tertulias literarias...

–Eso ha cambiado mucho en los últimos treinta años. Nosotros también lo hacemos, pero nos ayuda gente que sabe hacerlo. Si tuviésemos más espacio haríamos más cosas, pero más de veinticinco personas no caben aquí. Sevilla es una plaza muy dura, como dicen los editores. Organizas algo que crees que se va a llenar y solo vienen cuatro personas.

Sevilla es una plaza muy dura. Organizas algo que crees que se va a llenar y solo vienen cuatro personas

P.–¿Se considera una librería de barrio?

–Sí, la mayoría de la clientela es del barrio. El estar en Los Remedios se nota para bien. No solo es una cuestión económica. En Nervión, que puede ser un barrio más o menos parecido, no van tan bien las librerías como aquí.

P.–Los Remedios es un barrio que carga con muchos tópicos.

–Estoy deseando que alguien escriba la historia del barrio. A ver si Fran Matute se anima. Aquí, por lo menos, todavía quedan bares de verdad, cosa que en Triana y el Centro han desaparecido. Pero ya está empezando a cambiar y más lo va a hacer con el proyecto de Altadis. Mi sección de libros en idioma extranjero ha crecido mucho en los dos últimos años.

P.–¿Ya se nota la turistificación?

–Sí, la notamos. Cada vez traemos más libros en inglés pensando en clientes que son turistas.

P.–Tradicionalmente ha tenido una sección de libros en portugués. ¿Pertenece a la selecta secta de iberistas sevillanos?

–Adoro Portugal. Además, Sonia, que trabaja con nosotros, habla portugués y ha vivido allí. También tenemos algo de italiano. El problema es que la distribución en idiomas extranjeros no es la mejor.

P.–Las librerías siempre han sido lugares de tertulias informales, de corrillos de clientes más o menos egregios perorando de lo divino y lo humano.

–Antes se formaban más corrillos, sobre todo de profesores universitarios. Tengo muchos clientes egregios, gente cultísima a la que adoro. Tratar con ellos es lo que más me gusta de mi trabajo. Por aquí viene mucho Jacobo Cortines, el propio Rivero Taravillo, José Julio Cabanillas, Sara Mesa... Muy cliente nuestro fue Julio Manuel de la Rosa. Me encantaban sus visitas, porque me encargaba que le buscase bibliografía sobre algún tema del que estaba escribiendo y siempre era divertido e interesante.

P.–Dígame un libro que, contra su pronóstico, se haya vendido muchísimo.

–Con esas características, ahora mismo se está vendiendo muchísimo el de David Uclés, La península de las casas vacías, una novela sobre la Guerra Civil en clave de realismo mágico. Nunca lo hubiese pensado. También se vende mucho, pero eso sí me lo esperaba, el último libro de Sara Mesa, Oposición. Ella es un valor seguro, como todo lo de Yuval Noah Harari. Y ahora, como fenómeno francamente sorprendente, está el éxito de la novela Noches blancas, de Dostoyevski, entre la gente joven.

P.–¿Qué me dice?

–Sí, ha empezado a venderse mucho. Es un fenómeno curiosísimo. Creo que algún influencer lo ha recomendado. Es el mismo público que lee novela romántica. Ahora bien, no sé la opinión que les merece después de leerla.

Ya notamos la turistificación. Cada vez traemos más libros pensando en los turistas

P.–Palas se encuentra en la calle Asunción, que con la ya veterana peatonalización se convirtió en una plaza lineal que le ha dado una nueva vida al barrio, pese a que en un principio levantó una gran oposición por parte del comercio.

–Fuimos de los pocos que apoyamos desde un principio la peatonalización de Asunción Me gustaría ver ahora a aquellos que en un principio se opusieron tanto. Pero es cierto que cada vez veo en Asunción más cafeterías que van derivando a lugares donde tomar copas. No sé cómo estaremos dentro de diez años. Me gustaría pensar que Asunción no se convertirá en un continuum de veladores. La peatonalización le ha venido bien al barrio, le ha dado un centro, pero desde el punto de vista comercial echo de menos más variedad.

P.–¿Sufre el síndrome de la cuchara de palo? ¿No le termina cogiendo un poco de manía a los libros?

–A veces sí, pero tengo claro que nunca leo nada que no quiera leer, porque para mí sigue siendo un placer y no quiero hacerlo por trabajo.

P.–¿Nunca han pensado en mudarse?

–No, porque las librerías que mejor funcionan son las que tienen el local en propiedad, como nosotros. Esto es necesario en un negocio que tiene un margen muy pequeño, de un 20% o un 25% de cada libro vendido. Me asombra gente como la de Botica, que son muy valientes y ya tienen cinco tiendas abiertas.

P.–Sigue habiendo buenas librerías en Sevilla, pero da la sensación de que la ciudad ha perdido algo de riqueza, de “biodiversidad”, como se dice ahora.

–Fíjese, cuando era joven existía una librería especializada en francés, Montparnasse; una en inglés, Vértice... Estaba Al Ándalus, con un fondo de clásicos grecolatinos enorme; en La Roldana encontrabas mucha historia; en Los Remedios había una librería técnica agrícola; otra de Arquitectura en Reina Mercedes; Vitruvio, en la Plaza de la Contratación, estaba dedicada al arte... Ahora hay muchas librerías de infantil –que antes no existían–, lo cual está muy bien.

P.–¿Qué hacemos con la Feria del Libro? ¿Volvemos a la Plaza Nueva o la dejamos en los Jardines de Murillo?

–Soy de las que pensaba y sigue pensando que su sitio es la Plaza Nueva. Quizás porque viví aquella edición de los ochenta que también se hizo en los Jardines de Murillo y que fue un desastre. Es verdad que la última edición no fue mal, aunque para nosotros nos fue un poco peor que en la Plaza Nueva... a lo mejor por los días de lluvia. Lo cierto es que al público le encanta los Jardines de Murillo. Si seguimos allí habría que arreglar muchas cosas para que no se repitan los problemas del año pasado. Eso sí, el cambio de fecha ha sido muy positivo.

P.–Pues tienen negros a los de viejo.

–No creo, porque el público es muy diferente. Además, la Plaza de San Francisco está muy bien.

P.–Yo echo de menos la presencia en la Feria de más editoriales poco conocidas e interesantes. Muchas veces los contenidos de los quioscos son más que previsibles.

–Totalmente de acuerdo. Hay que fomentar que vengan editoriales de fuera. Es una manera de atraer al buen público lector, que lo que le gusta es rebuscar y encontrar.

P.–¿Y esa bestia negra llamada Amazon?

–Algo de daño nos ha hecho, pero lo peor es que ha acostumbrado a los clientes a tener los libros al día siguiente de pedirlos. Se ha perdido un poco la paciencia.

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