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“Las mujeres escritoras de la Edad Media fueron o monjas o viudas”

Cristina Moya | Profesora de Literatura de la US

Granadina de nación y trianera de adopción, investiga sobre literatura bajomedieval

Su programa en la radio de la Universidad de Sevilla (Radius) es el más escuchado

Cristina Moya. / Juan Carlos Muñoz

13 de octubre 2024 - 03:59

Aunque su acento no deja dudas de que es oriental –de Granada, para ser más exactos– se le nota ya el ramalazo trianero: “es el barrio con más alegría del mundo, y eso es algo que se contagia”. Cristina Moya, profesora Titular del Departamento de Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Sevilla, es, además de una experta en literatura bajomedieval, la responsable del programa Medievalismos (https://radio.us.es/programa/medievalismos/), uno de los más escuchados de Radius, la radio de la Hispalense, y en el que ha entrevistado a algunos de los más destacados expertos en la materia de España. Más allá de su perfil divulgador, Cristina Moya es una investigadora de primera línea, con estancias en la Queen Mary University of London, la Berkeley, University of California, y la Università degli Studi di Roma ‘La Sapienza’. Además, durante el año 2007 trabajó en la Real Academia Española, en el proyecto del Diccionario Histórico. De entre sus numerosas publicaciones destacamos ‘Juan de Mena: Tiempo y Memoria’ o ‘Mosén Diego de Valera: entre las armas y las letras’. Actualmente dirige el ciclo de conferencias ‘Las mujeres de la Casa de Austria: política, arte y literatura’.

Pregunta.–¿Es cierto que usted se crió con romances medievales?

–Mi abuela paterna me cantaba romances a modo de nanas. Así fue como tuve mi primer deslumbramiento por la Edad Media. En gran parte le debo a ella el que me dedicase al estudio de este periodo.

P.–¿Se acuerda de alguno en particular?

–El que más me cantaba era el de Delgadina. Trata de un rey moro que tiene tres hijas y se enamora de una de ellas.

P.–Un incesto.

–Delgadina se niega a tener relaciones con su padre. La encierran en una torre con la prohibición de que le den agua y comida y termina muriendo.

P.–Muy triste final.

–No tanto. Cuando abren la torre, la Virgen se ha llevado a Delgadina y las campanas de la gloria tocan por ella. En el infierno se ven las llamas con Delgadín, el rey moro. El romance es la forma más longeva de la poesía española, porque empieza en la Edad Media y jamás han dejado de componerse y cantarse. 

P.–Dice bien, cantarse, no leerse.

–La poesía, en la Edad Media y en el XVI, se cantaba, tanto la tradicional como la culta. Se cantaba a Garcilaso, a San Juan de la Cruz... tenga en cuenta que la poesía es música: tiene unos acentos, un ritmo, una medida. Nosotros lo hemos visto con los cantautores o, ahora, con los raperos.

La primera autobiografía en castellano la escribió una mujer: Leonor López de Córdoba

P.–¿Se acuerda de los primeros versos de Delgadina?

–Sí, claro, ¿quiere que se los cante?

P.–Me conformo con que los recite. 

–“Rey moro tenía tres hijas/ más hermosas que la plata/ y la más pequeña de ellas/ Delgadina se llamaba”. Sin embargo, mi favorito es el Romance del enamorado, lo suelo estudiar con mis alumnos. 

P.–¿Qué tiene de especial?

–El primer romance escrito que tenemos documentado es de 1420 y lo escribió Jaume Olessa, un estudiante mallorquín que estaba cursando Derecho en Bolonia. Son unos versos de La dama y el pastor escritos en los márgenes de sus apuntes de Derecho. En la primera mitad del siglo XV los autores cultos rechazaban los romances. Tenemos testimonios de Juan de Mena o el Marqués de Santillana que los tildan de “cantos de villana”. Pero al final del XV algunos poetas cultos empiezan a interesarse por el romance, como Juan del Encina. Él es el que escribe el Romance del enamorado, que llega a tener tanta fama que inmediatamente empezaron a salir versiones tradicionales, pese a que su origen es culto.

P.–Usted ha estudiado los libros que tenía Isabel la Católica. ¿Qué leía la reina?

–En su biblioteca encontramos muchos libros de autores religiosos, historiografía –crónicas– y una obra muy importante que se escribió para ella, El jardín de nobles doncellas, que escribió fray Martín de Córdoba. Pertenece al género de espejo de reinas. En el libro se explica cómo debe comportarse una dama de la realeza. Por ejemplo, era fundamental que la mujer no hablase mucho. También se dice que el mejor estado de la mujer es el de monja y, después, el de viuda. 

P.–No iba muy descaminado fray Martín.

–Es curioso, porque las mujeres escritoras que encontramos en la Edad Media eran monjas o viudas, ya que no estaban sometidas a la autoridad del varón y disfrutan de mayor libertad. 

Lo de ‘Juana la Loca’ hay que desterrarlo, por muy arraigado que esté en el imaginario popular

P.–El gran público conoce a pocas mujeres medievales escritoras.

–Pero las hay. Del siglo XV hay que recordar a Isabel de Villena, que según la tradición es hija del escritor Enrique de Villena. Ella se crió en la corte de María de Castilla, reina de Aragón por su matrimonio con Alfonso el Magnánimo. Escribió una Vita Christi muy interesante, porque aunque es una vida de Cristo le da más presencia a la Virgen María, lo cual es curioso. En Castilla tenemos a Teresa de Cartagena, que es de la familia de los Santamaría, una mujer cultísima. También hay una escritora que yo reivindico en mis clases: Leonor López de Córdoba, que estuvo muy vinculada a Sevilla. Era hija de Martín López de Córdoba, un hombre muy cercano a Pedro I que, cuando este fue asesinado por su hermanastro Enrique –el primer rey Trastámara–, marchó corriendo al Alcázar de Carmona, donde estaban las hijas de Pedro I, para protegerlas. Allí también estaba su hija Leonor. Martín López de Córdoba consiguió mandar a las hijas de Pedro I a Inglaterra, pero se quedó con su familia atrincherado en el inexpugnable Alcázar de Carmona. El rey Enrique consiguió que saliese con engaños y, cuando estuvo en sus manos, lo mandó prisionero a las Atarazanas con su familia y luego le cortó la cabeza en la Plaza de San Francisco. 

P.–Traición.

–Andando el tiempo, su hija Leonor fue a un notario para dictarle sus memorias. Es la primera autobiografía de la literatura española y está escrita (o mejor dicho, dictada) por una mujer. Fue para hacerle justicia a su padre y contar la traición del rey Enrique. Durante mucho tiempo este relato se consideraba una fuente historiográfica muy importante, pero no se le daba la categoría de texto literario. Leonor hizo justicia con un relato, sin hacerle falta la espada.

P.–Sigamos con mujeres apasionantes: Juana I de Castilla, llamada ‘La Loca’.

–Lo de Juana la Loca hay que desterrarlo, por mucho que esté arraigado en el imaginario popular. Es Juana I de Castilla. Pero lo cierto es que, según las fuentes de la época, Juana estaba enferma. Hay cartas de médicos que dicen que no comía, no hablaba, no dormía... había episodios en los que no se controla o no tenía el comportamiento que se esperaba de una mujer de su posición. Ella era la reina titular, pero la cuestión de su enfermedad se usó mucho en las luchas políticas entre su padre y su marido. En la Edad Media se ve muy bien hasta qué punto es importante la propaganda. Lo importante era imponer un relato, no la verdad. Los relatos se construyen y la imagen de los personajes históricos, para bien o para mal, también.

P.–Poco han cambiado las cosas. Hablemos de las mujeres de los Austrias. El común conoce poco el mundo femenino de los Habsburgo.

–Pues es un mundo extraordinario. Carlos V, por ejemplo, tuvo una relación magnífica con las mujeres de su familia y se apoyó mucho en ellas para gobernar. A él lo crió su tía Margarita, la hermana de Felipe el Hermoso, que fue gobernadora de los Países Bajos. Carlos V también quiso muchísimo a sus hermanas. María de Hungría o Leonor terminarían sus días aquí en España.

P.–Y luego está su mujer, la hermosa Isabel de Portugal.

–Hay infinidad de testimonios del amor que se profesaron ambos. De hecho, cuando Carlos V estaba agonizando quiso tener en sus manos el crucifijo que había tenido Isabel en su lecho de muerte. No dijo dónde quería ser enterrado, pero sí dejó claro que llevasen junto a él el cuerpo de la Isabel. Más allá del enamoramiento, la emperatriz desempeñó tres regencias debido a los continuos viajes de su marido. Podríamos hablar también del cariño que sentía Carlos V por sus hijas. 

P.–En 2025 se cumple el quinto centenario de la boda en Sevilla de Carlos e Isabel.

–Probablemente haremos un gran congreso y espero que algo más. Sevilla se convirtió en el centro de Europa durante esos días. La boda de un emperador no era cualquier cosa. Llegó primero la emperatriz, el 3 de marzo, y Carlos no llegó hasta una semana después, el 10 de marzo. En cuanto lo hizo dijo que quería consumar el matrimonio sin dilación.

P.–Un novio impetuoso.

–Su padre hizo igual. Sevilla siempre fue un sitio muy especial para la emperatriz Isabel. Una de las mandas de su testamento era que se mandasen cinco figuras de plata a la capilla de la Virgen de la Antigua, por los cinco hijos vivos que había tenido. Deja claro que dos deben ser niñas. Las figuras llegaron a estar un tiempo en la capilla, pero luego desaparecieron. No se sabe lo que pasó.

P.–Recuerdo haber leído en su día las cartas de Felipe II a sus hijas. Eran textos muy delicados y cariñosos.

–Felipe II adoraba a sus hijas, a Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. La segunda se casó muy joven, pero la primera no, porque podía tener opciones al trono si morían todos. Era una mujer inteligentísima, políticamente muy astuta. Su padre confiaba mucho en ella.

Sevilla, la ciudad donde se casó, siempre fue un lugar muy especial para la emperatriz Isabel de Portugal

P.–Usted ha estudiado la figura de Juan de Mena y su poema ‘Laberinto de Fortuna’, una de esas obras cuyo nombre estudiamos en el bachillerato y no volvemos a saber más.

–Laberinto de Fortuna es la composición poética más importante del siglo XV. Cuando la escribió Juan de Mena reinaba Juan II en Castilla, el padre de Isabel la Católica y Enrique IV. En el poema, Mena le desea a Juan II que tome Granada, que acabe la Reconquista. Como sabemos, Juan II no lo hizo, pero los Reyes Católicos sí. Después de la toma de Granada el poema se revistió de grandiosidad. Digamos que se convirtió en el primer poema nacional. El problema es que es un poema muy difícil, lleno de latinismos y escrito en un lenguaje muy artificioso. Resulta oscuro, no está a la altura de cualquiera. Después vendría Hernán Núñez de Guzmán, el Pinciano, discípulo de Nebrija, quien decide hacer una edición comentada en la que se explica verso a verso, por lo que arroja mucha luz. Años después, el Brocense hizo una nueva edición basada en la de Pinciano.

P.–La Guerra de Granada y, en general, la frontera tuvieron que influir mucho en la literatura del momento. 

–Literariamente, la frontera es muy importante. Pensemos en los romances fronterizos, que tenían un carácter noticiero, como cada vez que se tomaba una plaza relevante. Todos conocemos el romance de la toma de Alhama, el de Abenámar... Por supuesto, todo lo que pasa en la frontera deja huella en las crónicas, en los relatos historiográficos, que es el espacio donde se lucen los caballeros. Ahí tenemos al Marqués de Cádiz, que tomó Alhama.

P.–En esta época aparece también la artillería como arma de guerra. ¿Deja huella en los textos?

–En la Guerra de Granada se hizo una utilización todavía relativa de la artillería. Donde vemos que las crónicas ya hablan de este nuevo armamento es en las Guerras de Italia, las del Gran Capitán. La artillería va a cambiar las reglas de la guerra y va a suponer el final del modelo heroico. 

P.–Usted le da mucha importancia a un personaje del que reconozco mi más absoluta ignorancia: Diego de Valera. 

–Fue el Don Quijote del siglo XV. Llegó a la corte de Juan II muy joven, con 15 años, porque su padre era el jefe de los cirujanos del rey. Es uno de los escritores más importantes de su momento, tocó muchos géneros y, en especial, la Crónica abreviada de España o Valeriana, que es la que yo edité.

P.–¿Valeriana?

–En la Edad Media existía la costumbre de nombrar a las crónicas con el apellido del cronista. Por ejemplo, la crónica del cardenal Martino se llama la Martiniana; la de Florián de Ocampo, la Ocampiana... La Valeriana fue la primera que se imprimió en Castilla, y se hizo aquí en Sevilla. En la ciudad tenía muchísima importancia la imprenta. Diego de Valera vivió muchos años: nació en 1412 y estuvo vivo, al menos, hasta 1488. 76 años en el siglo XV era muchísimo. Además, mantuvo sus capacidades hasta el final. Era alcaide del Puerto de Santa María, pero dejó esa estabilidad para irse a la corte con la intención de ser el cronista real, donde murió arruinado. Él creía que podía hacer algo importante por los reyes. 

P.–A Alfonso X también le ha dedicado muchas horas.

–Es el gran mecenas de su tiempo. No hay ningún rey en Europa que se le parezca. Se dio cuenta de que la cultura da prestigio, porque es una carta de presentación. Con él asistimos al nacimiento de la prosa original castellana. En concreto, con la Estoria de España y la General Estoria. Antes había obras en prosa, pero eran traducciones, no había textos originales. 

P.–Pero ¿cuáles de los textos que llevan su firma son verdaderamente suyos?

–Sabemos que algunas de las Cantigas de Santa María son composiciones suyas, fundamentalmente aquellas que hablan de cosas autobiográficas, de su padre, su madre, sus enfermedades... Y luego no son tan conocidas sus Cantigas de Escarnio y maldecir, que también es un cancionero colectivo en el que el rey participó. Usa la poesía como arma para vengarse de nobles traidores, incluso de algunos miembros de su familia. 

Con Alfonso X y la ‘Estoria de España’ asistimos al nacimiento de la prosa original castellana

P.–Sevilla impresionaría a los poetas de entonces.

–Desde luego al Marqués de Santillana, al que le pareció hermosísima. Le escribió uno de sus sonetos (el marqués escribió sonetos en castellano antes que Boscán y Garcilaso) que es una laus urbis.

P.–No se olvide de mandármelo por correo electrónico. 

–Descuide.

“Roma en el mundo e vos en España/ soys solas çibdades çiertamente, / fermosa Yspalis, sola por fazaña,/ corona de Bética exçelente.// Noble por hedifiçios, non me engaña/ van apparençia, mas judgo patente/ vuestra grand fama aún non ser tamaña/ cuan loable soys a quien lo siente.// En vos concurre venerable clero,/ sacras reliquias, sanctas religiones,/ el braço militante cavallero,// claras estirpes, diversas nasçiones,/ fustas sin cuento; Hércules primero, Yspán e Julio son vuestros patrones”.

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