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“El corcho y el jamón son señas de identidad andaluza”

Vicente Jurado Doña | Doctor en Biología

Catedrático de Instituto jubilado y fundador de la Plataforma por el Monte Andaluz, compagina la investigación científica con el activismo medioambiental

Vicente Jurado, durante la entrevista. / Antonio Pizarro

Aunque ya está jubilado, Vicente Jurado Doña (Sevilla, 1955) conserva un aspecto juvenil, con vaqueros, mochila y una pequeña coletilla entre taurina y rockera. Doctor en Biología y criado en el Cerro del Águila, ha dedicado gran parte de sus investigaciones a la dehesa, “la seca” –enfermedad que está amenazando a las grandes masas forestales de encinas y alcornoques de la Península Ibérica– y el corcho como bien sostenible de la economía andaluza. Como activista medioambiental destaca su participación en la fundación de la Plataforma por el Monte Andaluz y su labor como miembro, representando a las asociaciones conservacionistas, del Patronato del Parque Nacional de Doñana entre los años 1992-93. Vicente Jurado se ganó principalmente el pan como catedrático de Instituto, aunque también desarrolló su labor docente en las universidades de Huelva y la sevillana Pablo de Olavide. Hombre plenamente activo, actualmente es colaborador del departamento de Geografía Física de la Universidad de Sevilla y del Área de Ecología de la Universidad de Córdoba. Fue director conservador del Paraje Natural Marismas del Odiel (Huelva) durante el año 1994. Ha escrito más de 30 artículos en revistas nacionales e internacionales y varios capítulos de libros.

–Sevillano del Cerro del Águila. No se puede ser más urbano y, sin embargo, ha dedicado su vida a la naturaleza, a la dehesa y al bosque mediterráneo.

–El Cerro del Águila en el que me crié era un barrio humilde que surgió en los años 20 del siglo pasado. Los terrenos pertenecían al Marqués de Pickman. Fue una dehesa con ganadería de toros bravos, de ahí que el matadero estuviese muy cerca.

–¿Podemos definir la dehesa como un bosque mediterráneo domesticado por el hombre?

–Exacto. En Andalucía la dehesa es muy importante. Como ha dicho, es el bosque mediterráneo modificado por el hombre para su beneficio y el de los ganados. Es la utilización del medio de manera natural. Dehesa deriva de la palabra defensa-defesa del latín y el castellano antiguo, porque hace referencia a los cierres de zonas del monte para que los ganados trashumantes no entraran y se comiesen la bellota. Es un término que aparece ya en documentos castellanos del siglo X. Aunque es un tipo de explotación muy ibérica, también hay algunas dehesas en Italia, Marruecos y California. Allí han mantenido la palabra rancho.

–Es curioso como la palabra rancho ha desaparecido del español habitual. Nos suena a western. El único que conozco por aquí es el de los Peralta, por la Puebla del Río.

–Es una palabra que se ha mantenido al otro lado del charco, en California, Nuevo México, Arizona... Aquí, ahora, se usan nombres como Dehesa las Flores en vez de Rancho las Flores, que era como se llamaría antiguamente. En California estuve en la primera misión de Fray Junípero Serra, porque mi mujer es mallorquina. Por allí está Carmel, el pueblo del que Clint Eastwood fue alcalde.

La muerte de encinas y alcornoques es un hecho palpable. Hace unos días murió la centenaria Pajarera

–Eso sí es un buen alcalde. La dehesa es un uso sostenible de la naturaleza, como tanto gusta decir ahora.

–El problema es que en ese proceso de sostenibilidad no siempre ha habido actuaciones racionales. Pero en la dehesa siempre se buscó mantener un capital para el futuro y eso es la sostenibilidad.

–Cuando el propietario de una finca planta una encina o un alcornoque no está buscando la rentabilidad inmediata. Hay toda una inversión en un futuro que, muchas veces, él no verá.

–Eso es un mensaje muy importante para las generaciones de hoy en día. Cuando hablamos de estos árboles (encinas, alcornoques, quejigos...) lo estamos haciendo de especies de crecimiento lento que tardan mucho en dar sus frutos. Un alcornoque no da corcho válido hasta los 30 o 35 años de vida (y normalmente más).

–¿Cómo es la situación de este arbolado en Andalucía?

–Complicada. La muerte de encinas y alcornoques es un hecho palpable. Hace unos día murió La Pajarera, el alcornoque centenario de Doñana.

–El que retrató el inolvidable Antonio Camoyán. Imagino que gran parte de esta mortandad se debe a esa enfermedad llamada “la seca”.

–Siempre han existido fenómenos parecidos, pero la seca no se ha empezado a investigar bien hasta principios de los noventa, tanto en el Parque de los Alcornocales como en la Sierra de Huelva y el Andévalo. A principios de los noventa el Gobierno invitó a un famoso fitopatólogo inglés, Brasier, que investigaba la muerte de determinadas especies vegetales. A partir de su trabajo es cuando se empieza a hablar de un hongo que ataca las raíces de las encinas y los alcornoques, de manera que los árboles no pueden tomar agua y nutrientes del suelo y se mueren.

–Es decir, que la seca es un hongo.

–Bueno, ahora se sabe que son pseudohongos, los llamados oomicetos. Tienen características biológicas diferentes a las de los hongos.

–¿Y no tiene tratamiento?

–Hay en marcha tratamientos, pero todavía no hay nada definitivo. Estos oomicetos producen unas esporas que se pueden mover por el agua, son móviles gracias a unos flagelos, unos remos que le permiten aprovechar el agua del suelo para desplazarse a otros árboles. Eso es muy difícil de controlar. Sobre todo en zonas encharcadas y muy húmedas.

En la dehesa siempre se buscó mantener un capital para el futuro y eso es la sostenibilidad

–¿Hay una estimación de los árboles que se han muerto por la seca?

–En Andalucía no hay un estudio global, pero sí algunos parciales. Por ejemplo uno sobre el Andévalo, que publicó la Junta en 2018, hablaba de unos 245.000 árboles muertos entre 2010 y 2017, el 82% encinas y el resto alcornoques. Desde entonces para acá la enfermedad ha continuado. Por su parte Asaja hablaba de 400.000 árboles. El otro gran foco está en el Parque de los Alcornocales, pero sobre este no hay un estudio que haya cuantificado el problema.

–¿La Junta se está tomando en serio el problema?

–En los últimos siete años se detecta una falta de interés por la muerte de un arbolado que es el más característico de Andalucía y un recurso económico principalísimo.

–¿Y en qué se nota más este desinterés?

–La última actualización del Plan Forestal Andaluz, aprobado en 1989, es de 2015. Se suponía que las actualizaciones tenían que producirse cada cinco años. Pero parece que esto se va arreglar. Como Plataforma por el Monte Andaluz valoramos que la Junta haya creado una dirección general de Política Forestal, aunque se están demorando un poco. La investigación científica, además, está bastante parada. Echamos también en falta una mayor implicación de los propietarios. No es sólo poner la mano, aunque eso también sea necesario.

–Los usos de la dehesa son fundamentalmente ganaderos.

–Sí: cerdos, ovejas, vacas, toros bravos... Ganado en extensivo del que se obtienen productos de mucha calidad: jamones, embutidos... Si cada vez hay menos árboles esto afectará lógicamente a la producción de estos alimentos.

–¿Se puede cuantificar esto?

–La cuantificación que hay es respecto al corcho. La pérdida de producción en el Parque de los Alcornocales es elevada, de más del 30%. El corcho ahora tiene muchos problemas, no solo por la seca, sino también porque no se encuentra a gente cualificada para su extracción. No hay cuadrillas de especialistas. La gente joven no sabe sacar el corcho, una técnica antigua que no es fácil. Y eso que el corcho es un recurso muy rentable. Da mucho dinero. Si no controlas la técnica de extracción puedes dañar gravemente al árbol.

En el siglo XIX muchos catalanes llegaron a la Sierra de Huelva para comprar fincas con corcho

–Es preocupante que cada vez se vean más tapones de plástico en las botellas de vino.

–Menos en las buenas. Un buen vino tiene que llevar corcho. Los tapones de corcho surgieron con el champán en Francia, en 1681, gracias al monje benedictino Dom Pierre Pérignon. De ahí pasó a Cataluña y más tarde llegó a Huelva y Sevilla. Sobre 1830 los catalanes empezaron a llegar a Cortegana, Higuera de la Sierra y otros pueblos de la sierra para adquirir fincas con alcornoques. Los locales no sabían lo que valían de verdad, porque aquí se usaba el corcho a pequeña escala, para artesanías, colmenas... Todavía quedan en la zona muchos apellidos catalanes: Taulet, Rexach, Isern... También en algunos pueblos de Cádiz. Por ejemplo, en Jimena de la Frontera: Roura, Forgas...

–¿Y Sevilla?

–Dio un paso muy importante cuando la multinacional norteamericana del corcho Amstromg Cork Company (actualmente Armstrong World Industries) montó una fábrica por la zona de Miraflores, en 1879. Allí llegaban corchas procedentes de Badajoz, Huelva, Sevilla y Cádiz. Toda la documentación de esta fábrica acabó en el Museo del Suro (corcho) de Palafrugell (Gerona). Son datos importantes para la historia de Andalucía que habría que investigar. También es destacable la instalación en La Línea de la Concepción de La Industria Corchera por parte de Larios Hnos, en 1888.

–Ahora, el mercado del corcho está dominado por los portugueses.

–Sí, la empresa lusa Amorim es la líder en el mundo.

–Convengamos por todo lo hablado que, por su gran rentabilidad, hay que proteger la producción de corcho.

–Sí, además, el corcho y el jamón son señas de identidad andaluzas.

–Por desgracia, cuando hablamos de monte también lo debemos de hacer del fuego.

–Y eso que venimos de un buen año, ha habido pocos fuegos. El Infoca es un buen plan y ha sido referente para otras regiones españolas e incluso para países extranjeros. Además, se va a dar un paso importante con la contratación durante todo el año del personal anti incendios, no solo en la temporada. La labor de prevención es muy importante y la puede hacer esta plantilla.

–¿Y la limpieza del monte?

–No se realiza suficientemente. Pero hay que tener cuidado con estas limpiezas, porque no pueden suponer el dejar el monte raso. El bosque mediterráneo, aparte de los árboles, tiene un estrato arbustivo, matorrales que se deben proteger. Es un trabajo delicado que hay que saber hacer. No se puede llegar con la motosierra y cargarse los madroños, todas las jaras... Esto requiere inversión económica.

–¿Cómo está afectando el cambio climático a la dehesa?

–Estamos preocupados, porque hay una situación de emergencia climática, con otoños muy cálidos, olas de calor muy duras en verano, inundaciones... La puesta al día del Plan Forestal Andaluz debe asumir este estado de emergencia climática, porque el proceso está siendo tan rápido que puede que a las plantas no les dé tiempo a adaptarse por ellas mismas. Por tanto hay que intervenir. Vamos retrasados en la gestión del arbolado y el matorral frente al cambio climático.

–Intervenir en qué sentido.

–Por ejemplo, si usted tiene un pinar tendrá que valorar si es necesario cortar algunos árboles para que pueda sobrevivir el resto y no morir de sed.

–Usted siguió de cerca el incendio de Doñana de 2017 y durante algún tiempo estuvo en el Patronato del parque. ¿Cómo está evolucionando la regeneración de la zona quemada?

–Creo que ha habido un proceso de recuperación interesante. En parte, se debe a que se formó un comité científico-técnico bueno en líneas generales.

–En su momento se dijo que, en esta regeneración, se quería primar el bosque mediterráneo sobre el pinar. ¿Se está cumpliendo?

–Pinos siempre hubo, pero esas grandes extensiones de pinares de repoblación se plantaron en dos grandes fases. La primera fue en siglo XVIII, cuando en 1707 hubo una repoblación de la franja litoral de Doñana con pinos de Cartaya. En 1737 se vuelven a sembrar miles de pinos. La segunda repoblación intensa fue en los años cincuenta del pasado siglo. Gran parte de lo que se quemó pertenecía a esta fase.

Vamos retrasados en la gestión del arbolado y el matorral frente al cambio climático

–¿Pero se está recuperando el bosque mediterráneo?

–Lo que pasa es que es un estrato arenoso y la encina no va bien. Sí se da mejor el alcornoque y, por supuesto, sabinas, enebros, brezos... eso es lo que hay que potenciar. En líneas generales se está haciendo, pero más allá de su desarrollo técnico, la recuperación debería contar con una mayor participación social. Por ejemplo, con elementos como los pastores, que conocen muy bien el medio.

–Hablando de pastores. También ha trabajado algo en la trashumancia. Es una actividad que vuelve a estar de moda.

–Sí, hay gente que se apunta a caminar con los pastores y los rebaños. Y luego está ese momento tan divertido de cuando meten los rebaños en Madrid. Siempre sale en los telediarios.

-Hace unos años el Estado empezó a tomarse en serio la recuperación de las cañadas, cordeles y veredas que, pese a ser de dominio público, habían sido usurpadas por algunos propietarios. ¿Se ha culminado ese proceso?

–No, más bien se ha parado. Quedan todavía muchos kilómetros por deslindar. La gente de la trashumancia necesita ayuda, pequeñas mejoras en los abrevaderos del ganado que les permitan descansar cómodamente, por ejemplo. A la sierra de Huelva venía la gente de León y de la Rioja, de Cameros. Eran personas que vivían allí seis o siete meses, con todo lo que eso suponía: se juntaban, se hacían novios, tenían niños...

-¿Y había transhumancia intraandaluza?

–Sí, es lo que se llama trasterminancia . Incluso había de Sevilla a Carmona o a Jerez. La hacían con cerdos, burros, ovejas... Eran rutas de ida y vuelta que buscaban los mejores pastos. También había entre la Sierra Norte y la zona de Cantillana, que es más cálida. Todavía queda algo de esto en la campiña de Córdoba. Llevan al ganado a las rastrojeras en vez de quemarlas. Ellas comen y abonan el campo.

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