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“El megalodón tenía el tamaño de un autobús doble de Tussam”

Fernando Muñiz Guinea | Geólogo

Este profesor, investigador y divulgador es especialista en paleontología e icnología, la disciplina que estudia las huellas y rastros que dejan los seres vivos del pasado

Fernando Muñiz. / José Luis Montero

Fernando Muñiz Guinea (Sevilla, 1969) es hombre de vocación temprana. En 1977, un compañero de colegio le regaló un fósil y, desde entonces, no ha parado de buscar los rastros de la vida en las épocas más remotas. Hombre entusiasta tanto de la investigación más avanzada como de la divulgación para todos los públicos, este doctor en Ciencias Geológicas y profesor titular de la Universidad de Sevilla es especialista en paleontología e icnología, ciencia que estudia las huellas que dejan los seres vivos. En este campo ha hecho algunos descubrimientos importantes para la ciencia, como la ‘Lepeichnus giberti’, la madriguera de un cangrejo que pobló el mar de Lepe hace seis millones de años. También participó en el estudio de las huellas dejadas por neandertales en Matalascañas, uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de Andalucía en los últimos tiempos. Fernando Muñiz ha trabajado en numerosos proyectos de Europa, América y África, experiencias que se han plasmado en numerosos artículos en revistas científicas y divulgativas. 

Pregunta.–Menudo bicho, ¿a quién perteneció esa dentadura?

–Es una reproducción de un cráneo de un tigre de dientes de sable.

P.–Bonito nombre.

–Era un felino que coexistió con los sapiens. Incluso hay una teoría que dice que los humanos nos aprovechábamos de su trabajo. Ellos cazaban y después les quitábamos las piezas. Terminó extinguiéndose, probablemente por los cambios climáticos.

P.–Pero algún humano se comería el dientes de sable.

–Supongo.

P.–¿Y qué hace un geólogo metido a arqueólogo?

–Hace lo que se llama geoarqueología. Aportamos todas las disciplinas geológicas para dar soluciones a los problemas que plantean los yacimientos arqueológicos. La geología, la paleontología o la icnología tienen aplicaciones muy útiles en la arqueología.

P.–¿Icnología?

–Es la disciplina que estudia las huellas o señales de actividad dejadas en los sedimentos o las rocas por organismos vivos. Ahora se ha creado una subdisciplina que se llama la icnoarqueología. 

P.–Deme, un ejemplo.

–Estamos trabajando con arqueólogos de la Universidad de Huelva que están estudiando la ciudad romana de Arucci Turobriga (Aroche). Allí han encontrado una fábrica de ladrillos, cuya producción se almacenaba a la intemperie. Esto hacía que por la noche muchos animales dejasen su huella en los ladrillos. Hay una cantidad enorme, lo que nos da una información tremenda de la fauna del momento y de la que no tenemos registro óseo. Incluso están registrados la sandalia de un romano o el piececito de un niño, que no sabemos si es algún tipo de firma. También trabajamos en Portus de Roma y estamos averiguando la ecología de la bahía Claudia.

P.–Perseguidores de huellas, como los rastreadores.

–Totalmente. Una huella se realiza gracias a un comportamiento. No es el mismo registro el que se deja cuando se anda por la playa que cuando se camina. Pues un dinosaurio, igual. Nuestras preguntas son ¿quién?, ¿dónde?, ¿para qué? y ¿cómo? Es un trabajo muy detectivesco. Un hueso puede haber sido transportado y depositado en un sitio que no es el suyo, pero la huella fosiliza en el mismo lugar donde se produjo. 

La huella más antigua que tenemos de la vida la dejó una criatura similar a un milpiés

P.–¿Cuál ha sido su gran descubrimiento?

–Mi ámbito de estudio son los últimos siete millones de años. En la zona de Lepe, donde hice mi tesis doctoral, encontré la madriguera de un cangrejo marino de hace unos seis millones de años. Una estructura nueva. Las huellas se clasifican como las organismos, con su género y especie (homo sapiens), pero añadiéndole el ichnus (huella). Por eso a mi descubrimiento lo llamé Lepeichnus giberti, en honor a Lepe y un colega. 

P.–¿Cuál es la huella más antigua que guardamos de la vida?

–Una criatura similar a un milpiés que medía hasta 10 centímetros de largo por hasta 2,4 de ancho. Se desplazaba arrastrándose sobre su cuerpo por el cieno del fondo oceánico y alternando con pausas. Es de hace unos 550 millones de años.

P.–Usted y su equipo participaron en el estudio de un hallazgo, producido en 2021, que tuvo mucho impacto mediático: Las huellas de neandertales en Matalascañas. 

–Los intensos temporales del invierno y la acción de unas mareas vivas dejaron al descubierto una extensa superficie pisoteada de algo más de 6.000 metros cuadrados. Las huellas las encontraron dos biólogas de Doñana y José María Galán, un auténtico rastreador que incluso ha trabajado con los bosquimanos. Se encontraron en el Acantilado del Asperillo y todo estaba plagado de huellas de muchos animales de hace unos 150.000 años. Las más importantes eran las de los neandertales, pero también había de elefantes de colmillo recto (como los que están en el museo de San José de la Rinconada); del Bos primigenius, un toro primitivo que tenía dos metros de cruz y una cornamenta enorme; de jabalíes de unos 300 kilos, como los siberianos; de lobos, ciervos, gansos, flamencos... En definitiva, la Doñana de ahora pero con elefantes y neandertales. 

P.–Es decir, que podemos afirmar que el neandertal fue el primer hombre que pobló el Coto de Doñana.

–Sí, porque en aquella época todavía no había llegado el sapiens, que estaba evolucionando en África. 

P.–Sobre los neandertales también ha trabajado, junto a un equipo internacional, en Gibraltar, uno de los yacimientos más ricos de esta especie

–Gibraltar es muy importante para estudiar a los neandertales porque tiene muchas cuevas que dieron refugio a estos hombres. Entonces, estas cuevas tenían por delante cinco kilómetros de marismas con dunas, lagunas... una especie de Doñana. Ahora, toda esta zona está inundada por el mar, incluso algunas cuevas. El neandertal pobló el Peñón durante 100.000 años, aunque a veces esta población se interrumpía. La costa es una gran proveedora de recursos. Sabemos que los neandertales llegaron a consumir focas y delfines, que probablemente quedarían varados. 

P.–Recientemente, se ha encontrado allí algo muy novedoso y revelador. 

–Una estructura industrial para fabricar brea, pegamento. Sabíamos que el neandertal procesaba esta brea, pero no cómo. En Dinamarca incluso tenemos restos de esa goma con la huella digital de un neandertal marcada. 

De los neandertales heredamos algunas cosas malas: la adicción al tabaco, la esquizofrenia, la alergia, la diabetes...

P.–¿Y para qué usaban esa brea?

–Para unir la punta de flecha con el palo. Eso acaba con esa imagen del neandertal como un hombre bruto. Fueron capaces de elaborar en hornos un producto para hacer más efectivas sus armas de defensa y caza. Incluso también usaban esta brea como masticable, posiblemente con usos medicinales. La materia prima que usaban los neandertales de la zona de Gibraltar para fabricar la brea era la jara pringosa. En el norte, sin embargo, era el abedul, lo que nos indica que eran capaces de adaptar la tecnología según el medio ambiente y que tenían capacidad de transmitir el conocimiento a las siguientes generaciones. 

P.–Parece ya más que claro que hubo hibridación entre el neandertal y el sapiens. Es decir, que hubo coyunda y crías.

–Los estudios genéticos ya han demostrado que los sapiens no africanos tenemos entre un uno y un cuatro de genética neandertal. Hay un cráneo de un niño en Portugal con rasgos sapiens y neandertales. De ellos heredamos algunas cosas malas: la adicción al tabaco, la esquizofrenia, la alergia, la diabetes de tipo 2, el lupus, la enfermedad de Crohn, la depresión, la cirrosis biliar...

P.–Qué horror... ¿la adicción al tabaco? Pero si todavía no se había descubierto América. 

–Sí, pero un estudio publicado en Nature demuestra que el gen que está relacionado con la dificultad para dejar de fumar es de origen neandertal.

P.–¿Y no nos dejaron nada bueno?

–El refuerzo del sistema inmune, mayor grosor de piel y cabello y la producción de queratina. 

P.–¿Por qué desaparecieron los nenadertales puros?

–Además de por la presión sapiens, porque se fueron quedando reducidos a grupos cada vez más reducidos y alejados geográficamente por lo que géneticamente fueron degenerando.

P.–Acabaron como los Austrias españoles.

–Exacto. Lo cierto es que los últimos neandertales se encuentran en Gibraltar. 

La subida del nivel del mar hará que todos los valles fluviales vuelvan a ser inundados

P.–Dejemos a los neandertales en sus brumas prehistóricas. El otro día andaba entre Alcalá y Utrera y me encontré una concha marina. Dicen que los sevillanos caminamos por el fondo del océano, que la depresión del Guadalquivir fue mar en tiempos muy lejanos.  

–Ese fósil que se encontró tiene unos cinco millones de años. Hace unos diez millones de años hubo unos movimientos tectónicos que produjeron que lo que hoy es el valle del Guadalquivir fuese inundado por el océano. Cuando vivió ese fósil del que me habla toda la comarca de los Alcores estaba inundada por el mar, aunque había algunas zonas emergidas. De ahí que se encuentren restos de ballenas, dientes de tiburón, conchas... Por aquí nadaba entonces el megalodón, el tiburón gigante que tenía el tamaño de un autobús de Tussam doble, unos 20 metros. En el pleistoceno ya empiezan las glaciaciones, el mar se retira y se encaja el río hasta la configuración actual. 

P.–¿Volveremos a ser mar?

–Por el cambio climático podríamos regresar al estatus de hace seis mil años, a la época del neolítico-calcolítico, cuando el lago Ligustino, donde hoy está Doñana, estaba completamente inundado y el mar llegaba hasta Valencina. La subida del nivel del mar hará que todos los valles fluviales vuelvan a ser inundados. 

P.–Los fósiles tienen algo que fascina.

–Que me lo digan a mí con ocho años, cuando un compañero de colegio me regaló mi primer fósil. No me podía creer que había cosas con millones de años. Fui a las enciclopedias y empecé a investigar. Aún conservo ese fósil con el año en el que me lo dieron: 1977. 

P.–Ni siquiera estaba la Constitución aprobada. ¿Es usted asiduo al mercadillo que se celebra en la Plaza del Cabildo?

–Hubo una época en la que iba todo los domingos. Hay algunos puestos que tienen muy buenos fósiles y minerales traídos de fuera. También iba a por sellos y monedas. Lo antiguo siempre me ha atraído mucho. En ese tipo de ambientes como el del mercadillo de la Plaza del Cabildo nacen muchas vocaciones por la paleontología o la historia. Te empieza a picar el gusanillo. A mí me influyó mucho mi padre, que se había criado en el campo. También a mi hermano, que es catedrático de Biología en esta universidad. Imagínese nuestro cuarto, lleno de fósiles, bichos, rocas... Afortunadamente nuestros padres nos dejaban. 

P.–La Universidad de Sevilla tiene una buena colección de minerales y fósiles.

–El Museo de Geología de la Universidad de Sevilla es el segundo más antiguo de España y tiene más de 5.000 piezas. Se fundó en 1850, por lo que en 2025 cumplirá 175 años. Su impulsor fue Machado y Núñez, el abuelo de los Machado, un hombre excepcional. Fue muchas cosas, pero los minerales y fósiles le llamaban mucho la atención. Es impresionante ver el documento en el que Machado y Núñez va anotando todas las piezas y su procedencia. Muchos eran regalos. Ahora estamos investigando quienes eran los personajes que le donaron o vendieron a Machado esos minerales. Aparecen mucho las anotaciones “comprado a Eloffe”, “comprado a Pisoni”. Se debe a que el boom del darwinismo hizo que en París se creasen muchas tiendas dedicadas a la venta de fósiles y minerales. 

El Museo de Geología de la Universidad es el segundo más antiguo de España y tiene más de 5.000 piezas

P.–¿Dónde están estas colecciones?

–Parte de estos fondos se encuentran en dos exposiciones, una situada en la primera planta del edificio Citius (Centro de Investigación, Tecnología y Ciencia de la Universidad de Sevilla) y otra en la Casa de la Ciencia del CSIC con el nombre de Geosevilla. Explora 540 millones de años. Nuestra intención sería que la Universidad tenga su propio museo de Ciencias de la Tierra o como se le quiera llamar. Ahora acabamos de recibir la donación de un químico que era profesor en el Instituto de San Isidoro, José Antonio Medina. Su hijo, Carlos Medina, que es profesor en Biología, nos llamó por si nos interesaba. Fue una completa sorpresa: miles y miles de fósiles y minerales. Espectacular. Y todo comprado de su bolsillo.

P.–¿Algún proyecto que quiera comentar?

–Estoy metido en un proyecto de divulgación para hacer marcapáginas con fósiles de Sevilla.

P.–¿Y cuáles son los principales fósiles de la provincia?

–Los trilobites del Cerro del Hierro, en la Sierra Norte, que son los más antiguos; las medusas de Constantina, de 520 millones de años; los amonites de la zona de Estepa y el Rubio; las nummulitidae del genero Heterosteginas, en Cantillana, de la misma familia que las llamadas lentejas de Estrabón ... Dientes de megalodones en Burguillos, Osuna...

P.–...Lentejas de Estrabón, curioso nombre. 

–Estrabón las vio en las piedras de las bases de las pirámides de Egipto y pensó que eran las cáscaras de las lentejas que comieron los obreros que las construyeron. 

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