“A las legiones les acompañaba un ejército de buhoneros y prostitutas”
Enrique García Vargas | Catedrático de Arqueología
Arqueólogo de larga trayectoria, en Pompeya dio con la clave de la receta del garum
Actualmente dirige las investigaciones históricas del Tesoro de Tomares encontrado en 2016
Quizás su nacimiento en una clínica de la sevillana calle Trajano ya le estaba predestinando a un futuro profesional en el que Roma tendría un peso fundamental. Sin embargo, Enrique García Vargas (1964) se crió entre su barrio delTiro de Línea y los Salesianos de la Trinidad. Después vendrían sus estudios en la Universidad de Sevilla –donde se doctoró en 1997 y fue discípulo de Genaro Chic García y Paquita Chaves– y sus estancias en ciudades como Berlín, Lisboa o Montpellier. Arqueólogo de larga trayectoria y catedrático en la Universidad de Sevilla ha centrado buena parte de su trabajo en la cerámica romana. De ahí sus excavaciones e investigaciones sobre numerosos alfares andaluces, como El Gallinero (Puerto Real, Cádiz), Las Delicias (Écija, Sevilla) y El Mohíno (Palma del Río, Córdoba), etcétera. Quizás el más conocido para el lector sevillano es el gran alfar que se encontraba en el Hospital de las Cinco Llagas (actual Parlamento de Andalucía). También ha trabajado en Pomeya y en los yacimientos urbanos sevillanos de la Encarnación, calle San Fernando o Patio de Banderas. En la actualidad, entre otros asuntos, dirige las investigaciones históricas del gran tesoro monetario que se encontró en Tomares en 2016, proyecto ralentizado por la escasa financiación.
–Ha trabajado en Pompeya, una de las cumbres arqueológicas.
–En un par de ocasiones. Lo mejor de excavar en Pompeya es entrar a las ocho de la mañana, cuando no hay ni un turista y está amaneciendo en la ciudad. Estuvimos haciendo un estudio sobre una factoría de garum. La erupción del Vesubio había sepultado una serie de tinajas en la que se estaba elaborando esta salsa de la antigüedad, gracias a lo cual pudimos reproducir su receta.
–Sobre la receta del garum ha corrido la tinta.
–El garum que encontramos era de boquerones, que no era el más exquisito. Digamos que era un garum popular. Los de atún y caballa eran los más selectos. Mandamos a analizar los restos y aparecieron una serie de plantas aromáticas (hierbabuena, romero, albahaca...). Estas hierbas, además de dar sabor, tienen propiedades antihistamínicas y antisépticas que evitan la putrefacción. En general, se ponían sucesivas capas de sal, pescado y hierbas aromáticas. Los jugos gástricos del pescado digieren su propia carne, digamos que hay una autodigestión en un proceso que se llama autólisis. El resultado es la licuación. Había que moverlo todo una vez al día durante 21 días y después se filtraba [enseña una botella con garum elaborado e n la actualidad].
–El aspecto es como el de un vino oloroso. Yo creía que era más denso.
–No, porque se filtra con una tela de lino. Este es más claro porque es de boquerones. El de atún, que tiene más sangre, es más oscuro. Encontramos en un monasterio suizo, San Galo, un tratado llamado Medicinas obtenidas de plantas y frutos, de un autor llamado Quinto Gargilio Marcial (s. III d. C.), en el que aparece una pequeña receta de cómo se hace el garum, que también era considerado como una medicina. Todas las hierbas aromáticas que lleva esa receta estaban en las tinajas que encontramos en Pompeya.
–¿Está bueno el garum?
–Sabe estupendamente, salado con un fondo de anchoas y hierbas aromáticas. Nivel gourmet.
–Usted es el responsable de la investigación del Tesoro de Tomares, uno de los hallazgos arqueológicos más mediáticos de los últimos tiempos. En total, 53.000 monedas romanas. No está nada mal.
–Es relativamente normal encontrar tesoros monetarios, aunque no tan grandes como este. Suelen ser ahorros de personas que, en un momento dado, sienten su vida en peligro, los ocultan y, después, por motivos que desconocemos, no vuelen a por ellos. Probablemente es que, efectivamente, su vida estaba en peligro.
–Apareció en abril de 2016 en El Zaudín Bajo, en el término de Tomares.
–Sí, durante unas obras. Yo dirijo la parte histórica y numismática y Miguel Ángel Respaldiza, que es físico, se encarga de las analíticas.
–¿Para qué las analíticas?
–Estas monedas son de una época en la que hubo mucha devaluación monetaria debido a una crisis económica. Es muy interesante saber qué cantidad de plata tienen para saber si estaban devaluadas o no. Y para eso necesitamos las analíticas. El tesoro se entierra después del 312, en época de Constantino, un año antes del Edicto de Milán, con el que se pone fin a la persecución de los cristianos. Son los inicios del mundo tardorromano. Consta de unas 53.000 monedas acuñadas entre el 295 y el 312 y distribuidas en 19 ánforas, de las que nueve aún no han sido abiertas.
–¿Hay algunas conclusiones ya de los estudios que se están realizando?
–Sí, pero vamos muy lentos debido a la poca financiación de que disponemos. La Universidad se ha comprometido a hacer algunos desembolsos, pero no muy grandes, y se suponía que el Museo Arqueológico iba a facilitar los restauradores de las monedas, pero finalmente los hemos tenido que contratar nosotros. Necesitamos más personal para restauración y catalogación. Lo suyo sería que la Junta de Andalucía se implicase mucho más. Llevamos visto un 10% del Tesoro y a este paso tardaremos 30 años más.
–Pero, ¿qué conclusiones se van sacando?
–El tesoro es un retrato de la economía de la Bética en el año 312. Como decíamos, es una época de crisis, porque las monedas tienen mucho menos plata de la que deberían tener. Por ejemplo, los denarios de Augusto, en el siglo I, tienen un 99% de plata. Es una época boyante: Roma acaba de saquear el tesoro de Egipto, tiene las minas de Hispania... Sin embargo, con Septimio Severo, a principios del siglo III, las monedas solo tienen un 50% de plata, han perdido la mitad de su valor adquisitivo. Finalmente, en esta época del Tesoro de Tomares, en el siglo IV, si las monedas tienen un 4% de plata es mucho. El resto es estaño, bronce... lo que se llama vellón... Es un fraude del Estado, porque está acuñando moneda por un valor que realmente no tiene. Y para colmo ese mismo Estado empieza a exigir que se le pague los impuestos en oro. No quiere la moneda que emite. Esa la deja para los pobres. Evidentemente esto crea inflación y crisis social.
–¿Alguna conclusión más?
–En el Tesoro de Tomares hay monedas de las 16 cecas que entonces estaban operativas en el Imperio Romano (ninguna en Hispania), lo cual te permite ver cómo circulaba el dinero en la época. Sobre todo hay monedas de las cecas más cercanas (Cártago, Roma, Lyon...), pero también se encuentran algunas del Mediterráneo oriental más lejano. Podemos comparar estos datos con otros estudios realizados sobre Britania, cuya circulación monetaria estaba alimentada por cecas muy diferentes. Se pueden estudiar así los diferentes círculos económicos que había en el Imperio. El problema es que estas cosas de la historia económica ahora no le interesan a nadie.
–¿Y eso?
–Ahora sólo interesan las cuestiones relacionadas con poder, jerarquía y género, pura ideología, las palabras mágicas con las que consigues los premios y los fondos.
–¿Y no se puede sacar ninguna conclusión ‘de género’ del tesoro?
–Normalmente hay muchas emperatrices en las monedas romanas, pero en esta época no. Por ahora sólo hay dos de una mujer, Galeria Valeria, muerta en 315, hija de Diocleciano y esposa de Galerio (los dos fueron emperadores en el sistema de cuatro regentes que se llamó tetrarquía). Las monedas se acuñaron en la ceca de Tesalónica. Son de los años 308-310.
–Y el enigma principal: ¿por qué se escondió el tesoro?
–Trabajamos con una teoría económica. En esta época, como decía antes, el Estado obligaba a los habitantes del Imperio a que les vendiesen el oro que tenían a cambio de vellón. Y encima, después, no les admitía ese mismo vellón como forma de pago de impuestos. El Estado tardío romano era muy opresivo. Creemos que un terrateniente dio la cara por sus siervos, pagó al Estado el oro que les correspondía y se los cobró en vellón. Estamos en los orígenes de los lazos de dependencia medievales, del feudalismo. El tesoro está enterrado en el porche de un granero de una villa, debajo de un suelo de cal.
–¿Pero por qué ese terrateniente nunca lo recuperó?
–Quién sabe... quizás murió o sufrió Alzheimer... Lo curioso es que es una época tranquila en la Bética: no hay revueltas, ni guerras, ni invasiones de mauros... El granero debió estar funcionando hasta principios del siglo VI. Después fue desmontado para reutilizar los materiales en otros edificios. Nunca nadie descubrió el tesoro.
–¿Y qué valor real tenía ese tesoro?
–Hemos calculado que con ese dinero se habrían podido comprar cincuenta casas de tipo mediano de la época.
–Cambiemos de tema. Usted es un experto en cerámica y ha estudiado los alfares del Guadalquivir, entre ellos el que se encontraba donde hoy está el Hospital de las Cinco Llagas.
–Formaba parte de un complejo de unos cien alfares ubicados en los tramos navegables del Guadalquivir (desde Posadas-Almodóvar hasta Coria del Río, donde entonces estaba la desembocadura) y el Genil (de Palma del Río o Peñaflor a Écija). El de las Cinco Llagas era un alfar enorme, de tipo industrial, donde principalmente se realizaban ánforas para la exportación de productos agrícolas, como el aceite o el vino. Debido a su cercanía a Sevilla también hacía cacharros para la ciudad.
–¿Y por qué esa concentración de alfares en el Guadalquivir?
–Porque el transporte por agua era mucho más barato que por tierra. Si hacerlo por mar costaba uno, por río valía cinco y por tierra cincuenta. El ahorro era grande. El otro río navegable era al Guadiamar, pero ese estaba dedicado a la minería.
–El puerto de Sevilla ya era notable con Roma. No hubo que esperar a las Indias.
–Era el puerto que centralizaba buena parte de los suministros que salían de la Bética, como el aceite gratuito para la población romana o las legiones. Si se fija en los sillares de la base de la Giralda están llenos de inscripciones latinas de gente relacionada con el puerto: comerciantes, barqueros... Uno de ellos nos habla de un prohombre que viene de Roma a pagarle a los barqueros el dinero que el Estado les debía por transportar el aceite por el Guadalquivir. Hay una gran tradición portuaria en Sevilla antes de América.
–Usted participó en la excavación de unos almacenes portuarios romanos que estuvieron ubicados en lo que hoy es el Patio de Banderas. La conclusión es que lo destruyó un fenómeno que pudo ser un tsunami.
–Nunca dijimos tsunami, porque quisimos ir con pies de plomo. El eufemismo usado fue “un evento de alta energía”. Pudo ser también un ciclón de estilo tropical sin movimiento sísmico. En cualquier caso fue muy fuerte. Esto sucedió entre los años197 y 225. Parece coincidir con algunos fenómenos parecidos en Baelo Claudia y Doñana... ¿Tsunami o gran tormenta? Hay que seguir investigando.
–Hablemos de los restos romanos de la Encarnación, otra de sus excavaciones.
–Este barrio fue el resultado de una ampliación de la ciudad republicana, que solo llegaba hasta la Cuesta del Rosario. La Encarnación pasó a ser el límite norte de la ciudad y probablemente una de las puertas de la muralla estaría un poco antes que Santa Catalina. Al principio, en los inicios del siglo I, fue un barrio artesanal y comercial ligado al río. Había alfarerías, graneros, casas y edificios que parecen tabernas y talleres. También una factoría de salazones. Es decir, era una zona de producción. Entre finales del siglo I y principios del siglo II se convierte en un barrio residencial, como ha ocurrido en nuestro s día con Miraflores. Son casas grandes, pavimentadas con mosaicos. Con el paso del tiempo se va concentrando la propiedad. Se pasa de unas quince casas a solamente tres, auténticos palacios. Pero la zona se irá degradando con el tiempo y se convertirá en un barrio muy degradado, con solares vacíos, escombreras, alguna vivienda, un taller de vidrio... A mitad del siglo VI desapareció la última casa y la zona queda abandonada hasta la época almohade.
–Me resulta curiosa una investigación que hizo sobre la industria de vajillas de imitación, recogida en el libro ‘Comer a la moda. Imitaciones de vajilla de mesa en Turdetania y la Bética occidental durante la Antigüedad’.
–Este es un fenómeno antiquísimo que se observa ya en el siglo VI a. C. Se imitaban las vajillas más prestigiosas según la época. Por ejemplo, en época republicana se imitaba la que se llamaba la vajilla campaniense, porque se suponía que sólo se hacía en Campania, que era una cerámica de barniz negro brillante. En la época imperial se pasó a la moda de la vajillas de cerámica sigillata, con el barniz en rojo... En el pueblo de Peñaflor había un alfar que imitaba estas vajillas sigillatas.
–¿Eran buenas imitaciones?
–Algunas sí, pero lo normal es que la diferencia sea evidente. Por ejemplo, las vajillas que se usaban para ajuares funerarios no solían ser muy buenas. De todas maneras, las vajillas de lujo de los romanos no eran de cerámica, sino de plata y vidrio.
–¿Y Triana, el gran barrio alfarero de Sevilla?
–No existía como núcleo urbano en esta época. El río, en esos momentos, pasaba por Trajano, la Campana, Sierpes, Constitución, Hotel Alfonso XIII... No será hasta los almohades, en el siglo XII, cuando se detecten alfares en Triana. En ese momento el río ya se había desviado y pasaba por allí. Alfonso X fundó Triana como una ciudad diferente, que entonces se llamó la Puebla de Santa Ana. Tuvo su propia carta puebla y todo.
–También ha investigado la alimentación de las legiones. ¿En qué consistía el rancho?
–Nosotros excavamos los restos de las comidas de los oficiales, que era mejor que la de la tropa. Se componía de vino y aceite italianos, salazones gaditanos de primera calidad, vinagres... Muchas legumbres y cereales en forma de gacha; pescado y poca carne.
–¿Y la tropa?
–Los legionarios tenían dos vinos: la posca, que es vinagre con agua (lo que le ofreció el soldado romano a Cristo en la cruz) y la lora (lo que en los pueblos se llama aguapié), que es la última prensada de la uva a la que le tienen que echar mucha agua caliente para que salga algo. Los legionarios comían muchas gachas y poquísima carne. Tenían la posibilidad de comprar comida fuera del rancho, por lo que alrededor del campamento siempre hay muchas tiendas y tascas. A las legiones le acompañaba un ejército de buhoneros y prostitutas que generan unos asentamientos civiles que se llaman cannabae. Muchas de las ciudades medievales de Europa surgieron de la unión de los campamentos con estas cannabae.
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