“Los indígenas de México escribían al Rey de España en sus propias lenguas”
María Castañeda de la Paz | Etnohistoriadora
Esta sevillana de padre colombiano, miembro del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, es especialista en historia indígena prehispánica y colonial
Nos encontramos en la Escuela de Estudios Hispano-Americanos, donde María Castañeda de la Paz (Sevilla, 1966) está consultando unos libros. Está en la ciudad de paso y en unas horas regresará a México, donde es investigadora en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Hija de un ingeniero naval colombiano y una sevillana, tuvo una infancia internacional –vivió en Gandsk (Polonia) y Bogotá– y no llegó a instalarse definitivamente en Sevilla hasta que tenía 15 años. Vecina del Centro y los Remedios, estudió en las Irlandesas de Castilleja de la Cuesta (curiosamente en la que fue casa de Hernán Cortés) y en la academia IFAR. Después vendría la carrera en la Facultad de Historia de Sevilla y los estudios de postgrado en la Universidad de Leiden para acabar, finalmente, en México, donde es una reputada especialista en historia indígena prehispánica y colonial. De sus libros destacamos ‘Conflictos y alianzas en tiempos de cambio. Azcapotzalco, Tlacopan, Tenochtitlan y Tlatelolco (siglos XII-XVI)’, con el que ganó el Premio Nacional Antonio García Cubas a la mejor obra científica de 2014.
–¿Lleva mucho tiempo en México?
–Llevo 18 años. Siempre tuve muy claro que iba a investigar sobre la América prehispánica, pero en la Facultad de Historia de Sevilla, en la época en que yo estudié, se trabajaba sobre todo en temas relacionados con los españoles en América. A mí me interesaban las poblaciones indígenas y, como no había muchas opciones, terminé en la Universidad de Leiden, donde empecé a especializarme en el mundo indígena y conocí a mi marido, que es holandés. Él estudia a los zapotecos y yo a los aztecas.
–También llamados mexicas, ¿no?
–El nombre correcto es mexicas, pero fuera de la academia y, sobre todo en España, la gente suele llamarlos aztecas.
–El gran público tiende a creer que en América había solo aztecas, mayas e incas, pero la realidad era muy diferente. Era un enorme mosaico de culturas y lenguas. Y no precisamente bien avenidas.
–Creo que no hay otro sitio en el mundo con la diversidad cultural de México. Es un espacio tan grande como Europa donde se concentran multitud de pueblos. Es impresionante. Actualmente se estima que hay 86 lenguas vivas diferentes. El que sea un territorio muy montañoso favorece el aislamiento de los pueblos, lo que ayuda a que se conserve esta diversidad. En la Sierra de Puebla vi cómo nahuas y otomíes se juntan en los mercados, pero ambos pueblos conservan perfectamente sus lenguas y tradiciones diferenciadas.
–¿Y todas las culturas despiertan el mismo interés?
–En el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, que es donde trabajo, se les da prioridad a algunas culturas.
–¿Hay indígenas de primera y segunda clase?
–Yo no creo que se pueda decir de segunda clase, pero es cierto que el Gobierno siempre le ha dado más importancia a los aztecas y a los mayas, porque eran los pueblos que tenían algún grado de desarrollo cuando llegaron los españoles.
–Son los que la historiografía nacionalista mexicana identifica con el ser nacional.
–Sí, especialmente los aztecas. Algún historiador ha señalado la paradoja de que un pueblo como el azteca, que fue el último en llegar a la cuenca de México, tenga la sala más importante de todo el Museo Nacional de Antropología.
–Hay un dicho que afirma: “la conquista la hicieron los indígenas; la independencia, los españoles; y la revolución, los mestizos”.
–Los grandes murales que hicieron Diego Rivera y otros artistas siempre reflejan tres periodos: el prehispánico, el criollo [la época del virreinato de Nueva España] y el México independiente. Me llama la atención que en esta última fase siempre está ausente el elemento indígena. Es evidente que fueron los criollos –los de sangre española ya nacidos en México– los que impulsaron la independencia por su descontento con la metrópoli.
–Pero la primera parte del dicho afirma que la conquista la hicieron los nativos. Es evidente que Cortés y los castellanos no podrían haber conquistado México sin la ayuda de una enorme masa indígena que quería sacudirse el yugo azteca. Muchos historiadores están haciendo hincapié en esto últimamente.
–Al principio, esa corriente historiográfica de la que usted habla no tuvo mucha aceptación en México. La gente se incomodaba cuando se hablaba de estos asuntos en espacios públicos. Pero hoy ya está admitida en la academia mexicana. Esta teoría se puede constatar gracias a los mismos textos que los dirigentes indígenas escribieron al rey de España, cartas y probanzas donde le cuentan al monarca qué hicieron, cómo lo hicieron, las pérdidas que sufrieron en su apoyo a la conquista, pacificación y evangelización del territorio.
–¿Y cómo premió la monarquía esta ayuda?
–Generalmente ellos solicitaban mantener sus tierras y su estatus, además de un salario perpetuo. Pero pocas veces se les conceden estas peticiones. Lo que sí se les otorga son escudos de armas.
–Los ennoblecen, entonces.
–No, porque ellos ya eran nobles, la élite del territorio, algo de lo que muchos conquistadores no podían presumir. Pero sí es cierto que con estos escudos de armas el rey les reconoce su estatus.
–¿Y estos escudos de armas son muy parecidos a los que podemos ver en cualquier casa solariega de España?
–Al principio sí. Esto se debe a que se elaboran en la corte por los heraldos del rey. Como cualquier otro blasón español tienen águilas, palmas del martirio, flores, castillos... Sin embargo, poco a poco, la élite nativa va aprendiendo cómo es este asunto de la heráldica y va a ir incorporando elementos propios de su tradición indígena relacionados con la guerra, como cuchillos de pedernal (con los que hacían los sacrificios) ensangrentados, jaguares en actitud de combate, atributos guerreros de sus deidades...
–¿Y eso lo permitía la monarquía?
–No tenía ni idea. Estos nobles indígenas se asesoran muy bien e, inmediatamente, empiezan a redactar las cartas como si fuesen castellanos de la época. En algunos casos describen los elementos que van a poner en los escudos, pero los funcionarios reales no saben qué significan. En otros casos los omiten directamente. Algunos de los privilegios que Carlos V les mantuvo se perdieron con Felipe II. Pero otros no. Por ejemplo, le escribían al rey en sus propias lenguas. Vemos muchos documentos en náhuatl, que era una especie de lengua franca indígena, como el latín antiguamente en Europa. Pero también tenemos cartas en mixteco, zapoteco... Eso se acabó con la independencia, porque lo que se procuró fue unificar a través del idioma español a la muy diversa nación mexicana. Se dejaron de escribir textos en lengua indígena.
–La figura de Hernán Cortés sigue siendo muy controvertida en México, el padre repudiado.
–Sigue siéndolo y, por lo que se ve, seguirá siéndolo mucho tiempo. La petición que hizo el presidente López Obrador al Rey de España para que pidiese perdón por la conquista ha sido una vuelta a esa imagen de que los españoles son muy malos y el resto muy buenos. La historia no es tan simple. Todo hay que ponerlo en perspectiva. Lo curioso es que las comunidades indígenas no tienen ese problema con los españoles. Es un fenómeno más urbano.
–¿Y eso a qué se debe?
–A que las comunidades indígenas tienen muy clara su identidad. Hablan su propia lengua y tienen sus propias fiestas, lo cual une a la población. En la ciudad la gente está más perdida. La oposición a la conquista los cohesiona.
–La reciente publicación del libro ‘Un imperio de ingenieros’, de Fernández Armesto y Lucena Giraldo, ha servido para recordar que la conquista no sólo fue una cosa de soldados, santos y avaros, sino también de constructores, al estilo del Imperio Romano. Precisamente, usted ha escrito el libro ‘En busca de agua para no morir de sed. Fray Francisco de Tembleque y la construcción del acueducto de Otumba y Zempoala’.
–Trabajé sobre ese asunto porque me encontré un documento muy interesante en el Archivo de Indias sobre la construcción de este acueducto, recientemente distinguido como Patrimonio de la Humanidad. El acueducto de Otumba y Zempoala es la obra de ingeniería hidráulica colonial más importante de las Américas. Pero hay muchos debates sobre las aportaciones de los españoles a las infraestructuras hidráulicas, porque lo cierto es que los indígenas también poseían importantes conocimientos en la materia. Una de las cosas que más admiró a Hernán Cortés es el control que los mexicas tenían de las aguas gracias a sus canales, puentes, diques, acueductos... El lago de Texcoco, en el que estaba Tenochtitlan [hoy Ciudad de México], tenía diferentes niveles, y los aztecas desarrollaron ya sistemas para que las aguas saladas no inundaran las aguas dulces que brotaban en el sur del lago. Todo eso se destruyó con la conquista y se produjeron inundaciones, por lo que los españoles tuvieron que recurrir a los especialistas y a la mano de obra indígenas. Después vendrían los frailes, que traerían los acueductos con arquerías tomados del mundo romano.
–Como es el caso del impresionante acueducto de Otumba y Zempoala, ¿no?
–Sí, su construcción fue posible gracias al coraje de fray Francisco de Tembleque, empeñado en llevar agua al pueblo de Otumba. La sacó de los manantiales que todavía se encuentran a los pies del Cerro del Tecajete, para lo cual tuvo que sortear una serie de cerros, pendientes y barrancas que lo obligaron a levantar tres arquerías. Hasta hace relativamente poco se decía que el acueducto se tuvo que construir con intervención divina, pues un fraile no podía hacer una obra así, en la que fluye el agua por unos 45 kilómetros por un terreno de escasa pendiente. En el libro demuestro que los frailes sí tuvieron bastantes conocimientos de ingeniería hidráulica. Seguían los tratados de Vitruvio, lo cual es admirable. Imagínese que tiene usted que hacer un acueducto a partir de un tratado... Después vendrían ingenieros españoles a hacer todo tipos de obras: molinos, etcétera. En ingeniería hidráulica los franciscanos eran mejores que los jesuitas.
–Su primer libro fue sobre la peregrinación de los culhuaque-mexitin.
–La arqueología demuestra que existió un gran movimiento de pueblos desde el norte hacia la cuenca de México. Estas comunidades, para legitimarse en el nuevo lugar de asentamiento, crearon historias que luego se recogieron en documentos pictográficos. Lo que cuentan los aztecas o mexicas es que ellos eran de Aztlán y llegaron allí porque se los dijo su dios, Huitzilopochtli. Pero insisto en que esas son historias elaboradas a posteriori. Lo curioso es que los aztecas son los últimos en llegar a la cuenca de México. Ellos mismos lo dicen en sus documentos. La fundación oficial de Tenochtitlan fue en 1325.
–Huitzilopochtli es uno de esos nombres mexicanos muy difíciles de retener para los españoles.
–Es un dios colibrí. Lo que nadie ha explicado todavía es por qué aparece convertido en un águila cuando se funda la Ciudad de México. Huitzilopochtli se va comunicando con los sacerdotes y les va indicando el momento de salida, por dónde deben ir, las guerras que deben emprender contra otros pueblos... Es una historia sagrada.
–Para cerrar me gustaría una reflexión sobre el México actual. Las noticias que llegan a España dibujan un país extremadamente violento. ¿Se corresponde con la realidad esa imagen?
–México es un país maravilloso, un país de oportunidades. Pero hay zonas en las que no se puede entrar porque están controladas por el narco. También sitios muy pobres, pero pobreza no es sinónimo de violencia. Yo he viajado muchas veces en el metro y nunca me ha pasado nada. La violencia está localizada en lugares muy concretos a los que no se puede ir. Hay que saber donde se mete uno y no tener miedo.
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