"Los hermanos éramos muy rojos, pero en la cuestión taurina salimos clásicos"
amparo rubiales. doctora en derecho
Feminista antes que socialista, lo ha sido casi todo en política, desde concejal hasta consejera de la Junta
Desde sus años de Facultad y teatro, ya demostró que tenía el arrojo de las pioneras
Amparo Rubiales (Madrid, 1945) es un fin de raza de la cada vez más mermada gauche divine sevillana (las niñas bien ya no se hacen de izquierdas). Hija de un magistrado y una madre "muy conservadora", tuvo el valor de hacer siempre lo que quería en una Sevilla aún más timorata que la de ahora: teatro, apostasía, matrimonio por lo civil, militancia comunista, etcétera. Siempre se puso el mundo por montera con el desparpajo de la actriz que lleva dentro. Sin embargo, sólo hay que verla moverse por su amplia casa del centro de Sevilla (un inmueble histórico adaptado por su marido, el arquitecto Víctor Pérez Escolano) para advertir que sus orígenes están en la burguesía con solar en el barrio de El Porvenir. En política ha hecho de todo, desde la militancia clandestina hasta portar el bastón de mando de gobernadora civil. También ha sido diputada, senadora, concejala del Ayuntamiento de Sevilla (lo que menos le gustó) consejera de la Junta... Roja taurina -como tantos en la ciudad de Curro Romero- y doctora en Derecho -su principal orgullo-, su causa principal ha sido y es la lucha feminista, a la que dedica sus principales esfuerzos y artículos en la prensa. En la actualidad también es la presidenta del Consejo Económico y Social de la Universidad Pablo de Olavide.
-Nació en Madrid, ¿simple casualidad?
-Fue la ciudad a la que mi madre fue a dar a luz, a lo que entonces se llamaba la Mutua de los Jueces, ya que mi padre era juez en Montoro, el pueblo más bonito de la provincia de Córdoba. A Sevilla llegué en el año 63, cuando mataron a Kennedy. Tras dos años de carrera en la Universidad de Madrid, me incorporé en tercer curso a la de Sevilla.
-¿Y qué le pareció la ciudad?
-Llegué a disgusto, pero enseguida me adapté perfectamente a la Facultad de Derecho. Eran unos años en los que estaba empezando el movimiento contra el SEU. En mi curso éramos sólo seis mujeres y yo fui secretaria de Facultad nada más llegar. Siempre he sido muy buena estudiante. Además, empecé enseguida con el teatro, primero en el TEU, con Joaquín Arbides, y después ya en una compañía independiente, Esperpento, que entonces la llevaba, fundamentalmente, José María Rodríguez Buzón. Hicimos Antígona, de Sófocles, y Farsa y licencia de la reina castiza, de Valle-Inclán, que es una crítica brutal a Isabel II y a su marido, don Francisco de Asís...: "Sacando la minga muerta por debajo de la puerta lloriquea y hace pis"...
-Su generación fue muy del teatro.
-Lo usábamos como arma política. No podíamos hacer cine, porque era muy costoso. Teníamos que estar constantemente luchando contra la censura. Trabajábamos muchísimo, ensayábamos más, y después representábamos muy poco, porque nos lo prohibían.
-¿Y no tuvo tentaciones de ser actriz profesional?
-Lo llegué a pensar. Tuve una propuesta de José Luis Alonso, un director que se murió ya, y estuve planteándome dar el paso. Pero he sido siempre muy pragmática. El caso es que muchos de mis compañeros se dedicaron profesionalmente al teatro: Roberto Quintana, Pedro Álvarez-Ossorio, Mariana Cordero, Juan Carlos Sánchez... y Miguel Rellán, que era mi Creonte cuando yo hacía de Antígona.
-Prefirió ser profesora de Derecho Administrativo en la Universidad de Sevilla.
-Al mismo tiempo que hacía teatro trabajé en mi tesis doctoral. Me la dirigió Manuel Clavero y se llamaba La región: historia y actualidad. Allí hablé de federalismo cuando nadie lo hacía. Clavero me ofreció que me quedase en la Universidad, porque surgió un contrato con el que me pagaban 11.000 pesetas al año, una cosa tremenda. Después se cruzó la política.
-Bueno, la política tiene mucho de teatro.
-Eso me han dicho siempre. La política, como el teatro, puede ser buena o mala.
-Cuando firma sus artículos lo hace como doctora en Derecho, pese a ser muchas otras cosas.
-Es algo de lo que estoy muy orgullosa. Fui doctora en Derecho antes de casarme, de tener hijos y de militar en un partido. Ser doctora es una cualidad importante en los universitarios. Yo debería haber terminado en la Universidad cuando dejé la política activa.
-¿Y por qué no lo hizo?
-Lo intenté, pero no hicieron más que ponerme pegas. No cerré mi ciclo vital. Es la única espina que tengo en la vida. Por lo demás, no me arrepiento de nada, porque no tiene remedio y porque estoy conforme con lo que he hecho.
-Antes de afiliarse definitivamente al PSOE, militó en el PCE.
-En la Facultad de Derecho de aquellos años el PSOE era muy minoritario, a pesar de que era el centro de Felipe González o Rafael Escuredo. El partido de la oposición al franquismo era el PCE, que entonces era considerado por muchos (el PTE, los chinos, los trotskistas...) como revisionista.
-¿Nunca participó de esas extravagancias de la extrema izquierda de los sesenta y setenta?
-No, pero conocía a muchos de esas tendencias. Mi primer marido y padre de mis hijos, Manuel Ramón Alarcón, pertenecía a Acción Comunista, un partido trotskista. En las elecciones de 1977 yo me presenté al Senado por el PCE y él por el Frente de Unidad de los Trabajadores. No salimos ninguno de los dos. Era el momento histórico que nos tocó vivir.
-Militó en el PCE ocho años. Después, como muchísimos de su generación, lo abandonó para ingresar en el PSOE o marcharse a su casa.
-Nos fuimos casi todos. Por ejemplo, Victor Pérez Escolano, mi marido, al que conocí militando en el PCE, se fue cuando terminó su mandato de concejal y ya no ha vuelto a estar en ningún otro partido. El PCE tuvo un problema cuando llegaron a España los del exilio y no supieron conectar con la sociedad española del momento. El PCE no tuvo su Suresnes. El grupo de los renovadores, el más intelectual, -en el que yo figuraba junto a Cristina Almeida, Manolo Azcárate, Pilar Bravo, Carlos Alonso Zaldívar- nos enfrentamos a Santiago Carrillo.
-¿Y cómo se pasó al PSOE?
-Me vino a ver Rafael Escuredo, que había sido compañero mío de curso en Derecho. Me preguntó si quería formar parte de su gobierno de la Junta y acepté. Algunos me aconsejaron que no pidiera el carné del PSOE, pero yo siempre he sido muy patriota de partido. Creo que los partidos son importantes y hay que fortalecerlos. Consideré que el PSOE era un instrumento para transformar la sociedad, como antes lo había sido el PCE.
-Cuando dio el paso, usted ya tenía un nombre político.
-Sí, yo era muy conocida para lo que eran las mujeres entonces. En el año 72 ya era doctora en Derecho, la única mujer de mi curso... Cuando leí mi tesis, Manuel Olivencia dijo: "dada la personalidad de la autora...". Había hecho mucho teatro en Sevilla y cuando me presenté con el PCE el cartel con mi foto se pegó en muchas calles de la ciudad... Era buena estudiante y guapa, porque lo era, y eso ayuda mucho, sobre todo cuando eres mujer.
-Fue la primera consejera de Presidencia de la Junta de Andalucía. Es decir, participó en el arranque del Estado Autonómico, ¿cuál es su valoración de éste tantos años después?
-Ha sido un acierto indudable, aunque el problema territorial aún no está resuelto. Después de la Constitución de 1873 y las cantonales la palabra federal se cargó de connotaciones negativas. Es importante comprender que lo federal une, no lo contrario. Es cierto que la Constitución del 78 se hizo pensando en las llamadas "nacionalidades históricas" y que Andalucía rompió el esquema con el referéndum del 28 de Febrero. El Estatuto dice que el padre de la patria andaluza es Blas Infante, pero el padre de la autonomía es Rafael Escuredo.
-¿Qué le parece lo de Cataluña?
-No soy nada de patrias, ni de banderas, ni de religiones. La izquierda ha sido siempre internacionalista. Lo que nos preocupan son los conceptos: pobreza, igualdad, injusticia, solidaridad. Por eso no me gustan los nacionalismos, ni el catalán ni el español. Tampoco quiero que haya nacionalismo andaluz. Andalucía no necesita ser nacionalista.
-¿Pero está de acuerdo con un Estado asimétrico?
-Es que asimetría no es desigualdad, no es privilegio. El Estado de las Autonomías es asimétrico, no sólo por el Cupo vasco, sino también por las dimensiones territoriales de unas comunidades y otras. Sevilla es tres veces más grande que todo el País Vasco. Soy partidaria de la reforma de la Constitución para resolver el problema territorial mediante un Estado federal.
-En política ha sido casi de todo...
-Menos ministra y parlamentaria europea. Lo primero me habría gustado, lo segundo no.
-De sus muchos cargos, cuál es el que más le ha gustado ejercer.
-El de diputada. Siempre me gustó mucho el Parlamento. A mí me entusiasma poco la gestión política. Es curioso, pero me siento especialmente orgullosa de una batalla que perdimos, que fue añadir un cuarto supuesto a la Ley del Aborto de 1985, el socioeconómico. Empatamos tres veces las votaciones y, por tanto, como indica el reglamento de la cámara, se impuso el criterio del Gobierno de Aznar. Al final fue mejor, porque llegó Zapatero e hicimos la ley de plazos, que era la que verdaderamente queríamos.
-Sinceramente, no le pega haber sido gobernadora civil de Sevilla.
-Fui la primera y última mujer. Al mismo tiempo fui delegada del Gobierno en Andalucía. Tengo que decir que me dediqué poco al Gobierno Civil. El que de verdad lo llevaba era Julio Moreno Ventas. A mí me gustaban más las labores de la Delegación del Gobierno y a eso me dediqué fundamentalmente. Entre otras cosas, este cargo me permitió darle una alegría a mis padres, que eran muy conservadores -mi madre la que más- y a los que había hecho sufrir muchísimo, por mi militancia comunista y porque me casé por lo civil en 1971, después de un proceso de apostasía. A mi padre, que había sido magistrado, le encantaba cuando venía a comer los domingos a la Plaza de España y veía que los guardias se me cuadraban.
-¿Cómo fue su relación con la Policía y la Guardia Civil?
-Pues muy buena, curiosamente casi mejor con la Guardia Civil que con la Policía. Guardo algunas anécdotas maravillosas. Por ejemplo, yo siempre he defendido la laicidad del Estado y nunca, ni en mi época de concejala, me he puesto una mantilla en Semana Santa. No quería salir en las procesiones, pero como usted sabe hay una vieja tradición del Jueves Santo, La Ronda, que consiste en que un piquete de la Guardia Civil, encabezado por el gobernador civil y ahora el delegado del Gobierno, desfila en la carrera oficial, entre el palio del Valle y la Cruz de Guía de Pasión. Yo no quería salir y se lo ofrecí a Alejandro Rojas Marcos, que entonces era alcalde y al que estas cosas le encantaban. Sin embargo, la Guardia Civil vino a verme y me dijo: "Por favor, delegada, esto ha sido siempre una tradición del poder central en Sevilla. Le pedimos que salga". Lo comprendí y desfilé, sin mantilla pero con mi bastón de mando.
-Dígame un momento duro como delegada del Gobierno.
-Más que duro, feo. Fue durante el Caso Arny. Sevilla era un hervidero de rumores sobre quiénes estaban en las listas de los investigados por la Policía. Mucha gente me llamaba para averiguar, pero yo le decía la verdad, que no conocía el contenido porque la Policía actuaba en este caso como policía judicial y no me decía nada. Eso lo llevan a rajatabla. Tuve la suerte de que en esa época no hubo ningún atentado de ETA en Andalucía.
-Fue tranquilo, entonces.
-Sí. Estuvo aquella pelea entre Lopera y Cuervas en el hotel Colón. Parecía que se iban a pegar. Mi escolta me dijo que nos fuésemos de allí, pero yo pensé que la Delegada del Gobierno tenía que interceder. Fue entonces cuando dije aquello que grabó Canal Sur: "Pero Luis, ya está bien, si no es más que un partido de fútbol". Llamé al director, Joaquín Marín, y le pedí por favor que no lo sacase, porque se podían calentar aún más los ánimos antes del Sevilla-Betis. Pero me dijo que aquello era un documento periodístico de primera magnitud y lo emitió. Todavía se puede ver en Youtube.
-Actualmente, por lo que se observa en sus artículos, usted está muy centrada en la lucha feminista.
-Yo empecé en política por el feminismo. Siempre digo que soy feminista y después socialista, por ese orden. Mi primera conferencia pública, en el 69, se llamó La situación jurídica de la mujer en España. Siempre me rebelé contra la marginación de la mujer en sus detalles más mínimos, como que en mi familia no preocupase que las niñas no estudiasen carreras universitarias, algo que no ocurría con los niños.
-¿Cuál es el principal problema?
-El patriarcado, algo de lo que participamos todos, porque forma parte de nuestro lenguaje, de nuestra forma de ser... Mis nietos, cuando les hablo de estos asuntos, me dicen: "Abuela, ya estás con las cosas de las mujeres". Hay una división, que ya hace Rousseau en El contrato social, que consiste en que el hombre se dedica a lo público y la mujer a lo privado. Toda la lucha histórica de las mujeres ha sido para que los dos sexos compartan los dos espacios. Se ha avanzado mucho, pero todavía queda bastante.
-¿Cree que se alcanzará la igualdad?
-No creo que yo la vea. Es muy complicado, afecta a cuestiones muy arraigadas en el alma humana.
-Fue miembro del Comité Federal del PSOE. No cuadra ni en la etiqueta de susanista ni en la de sanchista. Va por libre.
-Exacto, voy por libre. Como le dije soy una patriota de partido y todo lo que hago es para fortalecer al PSOE, tanto en Ferraz como en Andalucía.
-Usted es taurina, ¿no?
-He sido muy taruina y con abono en la Maestranza, pero ya menos. Deben ser cosas de la edad . Ya sólo voy a corridas sueltas. A mí me retiró de los toros Curro Romero cuando se cortó la coleta. Mi padre era muy aficionado y escribía sobre toros con el seudónimo El Bachiller Fernando de Rojas. A mi padre le salimos todos los hermanos muy rojos, pero en el tema de los toros éramos muy clásicos, muy como hay que ser: no nos gustaba El Cordobés y sí Antonio Ordóñez. Mi hermano Manolo, que acaba de fallecer, sabía mucho de la Fiesta y toreaba continuamente de salón, con una toalla, con cualquier cosa.
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