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“Hay edificios que tienen que morir. No pasa nada si la ciudad se los come”

Nuria Canivell Achabal | Decana del Colegio de Arquitectos de Sevilla

Lleva algo más de un año al frente de los aproximadamente 2.500 arquitectos de la provincia

Con 30 años de profesión ha firmado proyectos como la rehabilitación de la Estación de Cádiz

Nuria Canivell, en el Hotel Abba de la Encarnación. / Juan Carlos Muñoz

La entrevista se celebra en el bar de la azotea del Hotel Abba de la Encarnación, un mirador privilegiado del casco histórico. Nuria Canivell Achabal (Sevilla, 1967) señala hacia al norte, hacia uno de los edificios limítrofes con las Setas. “Allí me crié y he vivido hasta hace muy poco”. Lo dice con cierto orgullo de barrio. También con algo de nostalgia. Esta profesional, que supone el 50% del estudio Román & Canivell, hace poco más de un año fue elegida decana del Colegio de Arquitectos de Sevilla, una de las instituciones con más solera de la ciudad y que reúne a más de 2.500 profesionales de la provincia. Arquitecta colegiada desde 1994, atesora ya más de 30 años de actividad profesional, con proyectos importantes como el propio Hotel Abba de la Encarnación, la rehabilitación de la Estación de Cádiz, el edificio Galia Nervión o las Viviendas Ballena, entre muchos otros. Según ella misma manifiesta, su curiosidad y ganas de aprender constantes le han permitido incorporar a la profesión todo lo vivido: familia, viajes e intereses culturales. 

Pregunta.–Estudió en la Escuela de Sevilla.

Respuesta.–Sí, pero durante la carrera trabajé en el estudio de Ricardo Ronquillo, en la calle Imagen (su hijo está haciendo ahora el proyecto de la Gavidia). Allí fue donde aprendí la profesión. Trabajaba, hacía los exámenes de septiembre y me iba de viaje con el dinero ganado. 

P.–Viajar es importante para la formación de un arquitecto, imagino.

R.–Es primordial. Uno de los viajes que más recuerdo fue el que hice a Italia de estudiante con mi pareja. Lo hicimos con los apuntes de Historia de la Arquitectura y una cámara de fotos. Mandamos una vespa desde España, pero quedó parada en la frontera de Barcelona. Continuamos con el casco y la faja... pero en tren. 

P.–Sin pensarlo, dígame algún gran edificio.

R.–El Teatro de Palladio de Vicenza me parece impresionante. El otro día estaba en un concierto en la Plaza de España y me dije: “tienen el Teatro de Palladio pero de verdad”.

P.–¿Cómo de verdad?

R.–El fondo de escena del Teatro de Palladio son unas perspectivas hechas en cartón piedra, pero en la Plaza de España es de verdad. Todo el que canta o toca allí alucina por el escenario. 

P.–Ha sacado el primer tema polémico: la Plaza de España. 

R.–La Plaza de España es un monumento que nadie entiende de verdad. Pese a que es bonito y está bien trabajado no es un gran edificio. Lo verdaderamente importante de la Plaza de España es lo no construido. La gran plaza central y el canal. Aníbal González consiguió generar un espacio monumental con un edificio que no lo es tanto. Es una escala única en Sevilla.

P.–Es la primera plaza dura de Sevilla.

R.–Pero tiene agua, que suaviza mucho.

P.–El alcalde amagó hace poco con cobrar por entrar a los no sevillanos, lo que generó un rechazo importante en algunos sectores.

R.– El propio alcalde me preguntó mi parecer. Tengo dudas. Los sevillanos estamos hartos de ir a otras ciudades y pagar por visitar cualquier monumento... Ese modelo que proponía el alcalde ya está implantado en el Alcázar. La Plaza de España es superfrágil y en Sevilla tenemos un problema fundamental: somos poco cívicos. El monumento necesita un mantenimiento continuo que, por ejemplo, no requiere el exterior de la Catedral. 

P.–Sin embargo, llega el verano y sometemos a la Plaza de España a un programa de conciertos intenso... 

R.–Eso no me parece apropiado, más teniendo otros espacios donde se podrían desarrollar esos eventos. 

P.–Hasta hace poco era de mal tono defender el regionalismo como estilo arquitectónico.

R.–Nosotros no lo estudiábamos en la carrera. En la Escuela de Arquitectura nadie nos hablaba del regionalismo. Todo era Le Corbusier, Mies Van der Rohe...

P.–Sin embargo, es un estilo que gusta mucho en la ciudad. Quizás no llame la atención de los teóricos, pero la hace más amable y humana.

R.–La ciudad hay que entenderla como una unión de estilos y épocas. Una ciudad son capas y el patrimonio arquitectónico del futuro se tiene que hacer ahora. El regionalismo tiene un valor que muchos arquitectos de hoy envidiamos: la artesanía, esa posibilidad de hacer los elementos pensando en un proyecto determinado. Hoy eso es imposible. Pero me gustaría evaluar el regionalismo en su justa medida. Es cierto que lo hicieron buenos arquitectos y que sus fachadas, por esa artesanía de la que hablábamos, son muy interesantes. Pero los interiores y su distribución se han quedado muy anticuadas: mucho patio de luces enano, mucho paso de una habitación por otra... No se puede obligar a una familia a que mantenga esos interiores que no aportaron nada a la historia de la arquitectura. Eso les obliga a malvivir. En el Movimiento Moderno, sin embargo, sí es muy importante la distribución y es necesaria su conservación. Se conservan edificios que no tienen valor, que están fuera de lugar. Hay edificios que tienen que morir. No pasa nada si la ciudad se los come. Fíjese en la Clínica Santa Isabel.

P.–¿La de Luis Montoto?

R.–Sí, para conservar la fachada le hicieron un remonte espantoso. Mejor haber construido un edificio nuevo.

P.–Pero muchas veces el problema no es que tiren edificios regionalistas, sino que los sustituyen por otros de una arquitectura de muy baja calidad. 

R.–Si los arquitectos tuviésemos más libertad probablemente esto no sería así. La normativa también tiene mucha culpa. Trabajar en el centro de Sevilla es muy difícil. Hay ejemplos de buen hacer, como la rehabilitación de la Posada del Lucero. Tiene elementos rompedores, pero conserva el espíritu del edificio. Lo que pasa es que siempre llaman la atención las cosas malas.

P.–¿Qué opina del Mercado de la Puerta de la Carne? Su abandono clama al cielo pese a ser uno de los grandes ejemplos de arquitectura racionalista de Sevilla.

R.–Ese edificio tiene un problema estructural, creo, e incluso es posible que no se pueda mantener. Se ha recomendado acabar con él.

P.–¿Y por qué no lo tiran ya?

R.–Porque nadie se atreve.

P.–Estamos en el Hotel Abba de la Encarnación, precisamente un proyecto de su estudio Román&Canivell. ¿Los hoteles están siendo la salvación de los arquitectos?

R.–No son la salvación. Los arquitectos sabemos hacer de todo. Pero estamos sobrepasando ya el límite de los hoteles en Sevilla. Es una auténtica locura. 

P.–¿No es usted muy proturismo?

R.–Hay que buscar un turismo de calidad. Estamos todavía a tiempo. Tenemos que seleccionar quién queremos que venga. 

P.–Usted es nativa de la Encarnación. ¿Es prosetas o antisetas?

R.–Para mí las Setas tienen algo que no me gusta: el sevillano no está acostumbrado a que las plazas estén en alto. Debería haber estado al nivel del peatón. Aún así están consiguiendo que suba la gente. 

P.–Hay ciudadanos que ya la reclaman como un foro, como la gran plaza de Sevilla.

R.–Lo de las gradas ha calado. Gusta. Las gradas, como en su día las de la Catedral, favorecen que la gente se agrupe. Con las Setas se pretendía crear un hito para que el turismo diese el salto al casco norte, y eso también se ha conseguido. 

P.–No podemos dejar de hablar de la degradación de La Palmera, una de las tragedias paisajísticas más importante de los últimos años. Arquitectos como Luis Fernando Gómez-Estern (reciente Premio Andalucía de Arquitectura) o Javier Queraltó se han movilizado intensamente, pero con este PGOU poco se puede hacer...

R.–Hemos perdido mucho el tiempo con La Palmera. Hay edificios concretos protegidos, pero paisajísticamente solo lo está el lado izquierdo en dirección sur. El derecho, no. El debate tendría que haber surgido desde el momento en que se construyó el edificio de Winterthur, que es una barbaridad, aunque tenía arbolitos. Lo de ahora es dejadez. Todo lo que han hecho estaba permitido. Yo hubiese apostado por la peatonalización, con un carrilito para la circulación. Hubiese dejado que el verde colonizase toda esa zona. Generar con el río un gran espacio verde. No como ahora, que está invadida por el tráfico. Esto, claro, es complicado, porque tienes que pensar la ciudad por otro lado.

P.–No podemos dejar de hablar de la polémica sobre la restauración de las Atarazanas a cargo de Guillermo Vázquez Consuegra.

R.–Se está siendo muy injusto con él. Creo que las cosas no se han contado como se debe y todo ha estado muy polarizado. Lo que más me molesta es que mucha gente está hablando mal de un edificio que no ha visto. Con Vázquez Consuegra, un arquitecto internacionalmente reconocido, las Atarazanas están en muy buenas manos. Es una pena que no se conozca el mimo y el cuidado que hay en el edificio. 

P.–De todas maneras es difícil intervenir en un edificio cuando aún no se tiene claro cuáles van a ser sus usos.

R.–En Artillería pasa igual. Se está rehabilitando sin que se tengan claros los usos. Nos falta pensar mejor la ciudad. Las Atarazanas serviría para un Pompidou o un Moma. Está en un sitio estratégico y serviría para que Sevilla tenga la potencia que queremos que tenga.

P.–Me han contado que el Colegio de Arquitectos tiene interés en la capilla de San Laureano para contenedor cultural.

R.–Es un antiguo proyecto. El edificio lo está restaurando el Ayuntamiento, que es su propietario. Un día, hablando con el gerente de Urbanismo, le comenté que nos podría interesar para desarrollar actividades culturales. Él se mostró dispuesto a una cesión gratuita. Lo estamos pensando. En San Pedro tenemos la sala de exposiciones del Colegio, pero se nos queda pequeña.

P.–¿Y Fidas, la sede de la fundación del Colegio en la Cartuja?

R.–Está descolocada. La gente no va a la Cartuja.

P.–Pues es un edificio muy potente.

R.–Cierto, y la quilla es muy bonita. Pero ahora piense en un edificio sostenible en Sevilla. ¿Lo haría así? ¿Una caja de chapa negra y otra de madera?

P.–Precisamente otro de los debates recientes en la ciudad es el de la urbanización del canal de la Cartuja. 

R.–A mí la Cartuja me da pena entera. No se puede encerrar un trozo de ciudad en una reja o abandonar como se ha hecho su Jardín Americano. Lo primero que habría que hacer es conectarla bien con la ciudad. Yo haría una pasarela por cada una de las calles de los barrios de San Vicente y San Lorenzo que desembocan en el río. También permitiría el uso residencial. Al final, la Cartuja no llega a ser nada. El pavimento está fatal, no es agradable pasear.

P.–En general, Sevilla es una ciudad poco mimada. Por ejemplo, la nueva Plaza de la Magdalena. Es un ejemplo de un proyecto anodino, realizado para mayor gloria del hotel a base de losas de granito, sin preocuparse de generar un espacio singular. Algo totalmente mediocre.

R.–En Sevilla no se da pie a que haya concursos de arquitectos para intervenir en lugares emblemáticos. La mayoría de esas intervenciones las hacen los técnicos del Ayuntamiento, que trabajan muy bien, pero no en el desarrollo de proyectos para espacios singulares.

P.–Lo vimos también en el Paseo de Marqués de Contadero. 

R.–Si se hubiese hecho un concurso habríamos tenido un conjunto de propuestas que nos hubiese permitido elegir la mejor.

P.–Una de mis cruzadas personales son los soportales, que fueron elementos fundamentales en la Sevilla Barroca, pero que poco a poco desaparecieron. Hoy apenas se hacen, pese al beneficio que tendrían en una ciudad tan calurosa.

R.–No se hacen porque entonces pierdes edificabilidad. En su momento no se protegieron los soportales. Otro asunto es por qué no tenemos toldos en todos los puentes, algo que cuesta muy poco dinero. Ahora van a empezar, pero ¿cuántos años llevamos achicharrándonos cada vez que cruzamos el río?

P.–Lleva ya más de un año como decana del Colegio de Arquitectos. ¿Qué tal la experiencia?

R.–Yo conocía el ejercicio libre de la profesión de arquitecto, pero ahora, en el Colegio, he descubierto muchas otras maneras de ejercer el trabajo. Por un lado la profesión está mal, porque es cierto que estamos perdiendo confianza, pero por otro la ciudad nos reclama muchas veces. Se reconoce nuestro criterio. Tenemos un sitio todavía y eso me encanta. 

P.–Pero hay tendencias a desmerecer los colegios profesionales.

R.–Muchos de mis compañeros deberían trabajar alguna vez en el Colegio. Se darían cuenta de para qué sirven. La sociedad nos reclama. A Sevilla le hace falta una visión global y eso lo podemos aportar nosotros. 

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