“Me gustan las Setas, lo reconozco”
Manuel Ortiz | Diseñador gráfico
Es uno de los mejores diseñadores gráficos de España, como ha demostrado en sus trabajos para el Maestranza, la Junta, la Diputación y numerosas editoriales
Tanto en su obra como en su aspecto, a Manuel Ortiz (Sevilla, 1962) se le nota la raíz ochentera. Diseñador gráfico, tipógrafo, pintor... el entrevistado ha dejado su zarpazo en algunas de las mejores iniciativas culturales de la ciudad, como la imagen del Teatro Maestranza (al que le dio un toque de modernidad y sofisticación que hoy ha perdido), las colecciones de la Fundación José Manuel Lara, la cartelería cultural de la Diputación... Sólo su diseño de Cortijos, haciendas y lagares, la gran obra de nueve tomos editada por la Junta de Andalucía sobre la arquitectura rural andaluza, justificaría toda una carrera creativa que actualmente sigue dando sus mejores frutos gracias a su colaboración con el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (Cicus). Hombre con un amplio universo literario, fue uno de los fundadores de la editorial Metropolisiana, que apostó por el libro ilustrado, una de sus principales pasiones. Su gusto por Moby Dick, los laberintos borgianos, las quimeras, las estampas botánicas, los zigurats, los barcos, las pipas o las tipografías también son constantes en una obra que bebe de la gran literatura de aventuras y el cómic ochentero. Moderno irredento, conserva intacta una coquetería que evidencia cuando posa ante el fotógrafo. Con su mujer, Carla Carmona, desarrolla una obra paralela bajo la firma O | C.
–Hijo de un anticuario...
–Mi padre, Melchor Ortiz, era anticuario, pero también licenciado en Bellas Artes y pintor, aunque no desarrolló su carrera al máximo. Cuando murió hicimos una exposición póstuma en la Casa de la Provincia. Hacía una pintura a caballo entre la abstracción y el naturalismo. También tuvo la galería de arte Melchor, en la que trabajó mi hermano Rafael [el conocido galerista Rafael Ortiz] que le terminaría cambiando el nombre. En Melchor exponía gente como Ben Yessef, que fue durante algún tiempo algo así como el director, o pintores como Amalio, García Gómez… y todos estos pintores sevillanos.
–¿Y alguno más moderno?
–Sí también, se me viene ahora a la mente una colectiva de pintores madrileños, Cecilia Ybarra o cosas más vanguardistas como Rafael Zapatero… Mucha gente…
–Imagino que todo eso le influiría en su vocación artística.
–Por supuesto. Cuando yo era pequeño mi padre mantenía su estudio y me llevaba a pintar con él. Me ponía a su lado con un caballete pequeño y unos cartones y él me iba dando diferentes temáticas para pintar. Desde muy niño tengo cuadros al óleo.
–No me equivoco si lo sitúo en la generación de los 80, supongo...
–Sí, hombre, cómo no.
–Para mis hijas eso es sinónimo de diplodocus.
–Normal, pero fue un momento muy efervescente. En Sevilla fueron unos años muy importantes. Entre otras cosas empezamos a ver en directo, gracias a Cita en Sevilla o el Festival de Jazz, a músicos y grupos que nunca soñamos que llegarían a la ciudad. En pintura estaba la Nueva Figuración y la revista Figura o la Transvaguardia en Italia, que fueron toda una reacción al arte conceptual y minimalista. Publicaciones como El Víbora o las primeras películas de Almodóvar serían hoy imposibles.
–¿Fueron años demasiado frívolos y despreocupados como critican algunos?
–Había también cosas muy serias e interesantes.
–Se habla mucho de Madrid y los ochenta, pero ¿cómo era la Movida sevillana?
–Había dos elementos culturales muy frescos: uno era la música, con grupos como Círculo Vicioso, Compañía Malpaso, Dulce Venganza, Dogo y los Mercenarios; y el otro eran los fanzines como 27 puñaladas.
–Para esa generación la música era muy importante.
–Era el elemento que nos aglutinaba a todos: a los músicos, los escritores, los pintores o los que simplemente eran modernos. Todos nos veíamos en los conciertos. Lo mismo pasaba con los bares, la gran mayoría pasábamos por el Fun Club, el Bourbon, el Barbería… todos cortados por la modernidad y la transgresión.
–Usted estudió Bellas Artes, ¿qué profesor le influyó?
–Le tengo aprecio y cariño a alguno de mis profesores, como Mauri, que me enseñó dibujo de modelo, o Amalio, Maireles… Pero no creo que pueda hablar de influencia, algo que le debo más a mis compañeros. También a las visitas a Arco, que por aquellos años estaba arrancando. Íbamos allí en romería y volvíamos con los ojos llenos de todo. Por otra parte, el Monte y la Caja San Fernando ya organizaban muchas exposiciones y era el momento de la Fundación Luis Cernuda, con Alberto Marina, una persona muy importante para mi carrera.
–Lo que sí hay claramente en su forja como artista es una influencia de campos que tradicionalmente no pertenecían a las artes nobles, como la publicidad, la ilustración, el cómic, la tipografía…
–Desde el principio me atrajeron mucho la tipografía y la ilustración, que es lo que practico con más afán. Eso te lleva inevitablemente al diseño gráfico, mi verdadera profesión. No me interesa tanto la pintura o la escultura, la obra exenta, como las artes aplicadas. Aunque también realizo proyectos artísticos con O | C, firma que mantengo junto a mi mujer, Carla Carmona. Hemos expuesto en el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (Cicus) y el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Extremeño (Meiac).
–Es uno de los diseñadores gráficos más importantes de España. Entre sus muchísimos trabajos destaca el realizado en el Teatro de la Maestranza durante más de 20 años. Consiguió darle a la imagen de este espacio la mezcla de modernidad y clasicismo que requería.
–La primera imagen corporativa la hizo Juan Suárez, compañero y amigo, pero después de la Expo y un cierto tiempo de desconcierto en el Teatro, José Luis Castro llegó a la dirección y me encargó su imagen gráfica. Ese trabajo ha sido realmente el que ha vertebrado toda mi trayectoria, ya que me permitió una batería de recursos enormes, investigar en temas formales y conceptuales y desarrollar influencias de otros artistas que para mí eran muy importantes. También fueron decisivos en mi carrera los trabajos para las fundaciones Luis Cernuda y José Manuel Lara, con Ignacio F. Garmendia, o la Junta de Andalucía y la Diputación de Granada.
–Su trabajo más visto por los sevillanos, aunque muchos no fueron conscientes de la autoría, fue el diseño de las lonas que taparon la Torre del Oro durante su restauración. Una serie de planos de color que acentuaban la condición poliédrica de la torre. Todo un éxito, creo yo.
–Me lo encargó Antonio Cáceres, que entonces trabajaba en El Monte, y fue un hito en mi carrera. Yo siempre me he dedicado a temas culturales: libros, carteles de ópera, teatro, danza, exposiciones… pero eso se puede decir que lo ve una minoría. Sin embargo, envolver la Torre del Oro, como si fuese Christo, era algo que iba a ver todo Dios. Fue muy satisfactorio por su repercusión. La gente me llamaba para comentármelo.
–Perdone los piropos, pero es usted también un gran diseñador editorial, y algunos de los libros en los que ha trabajado han sido merecedores del Premio Nacional de Edición.
–Todo empezó cuando Alberto Marina y José Antonio Rodríguez Tous pusieron en marcha una línea editorial en la Fundación Luis Cernuda y me encargaron su diseño. Fue una de esas derivas que tu no controlas, pero que te va llevando hacia un determinado lugar. Hoy puedo decir que han pasado más de 500 títulos por este estudio.
–Entre otras cosas destaca por su exquisito uso de las tipografías, algo no muy normal en una época en la que cualquier analfabeto en la materia tiene más de mil tipografías diferentes en su ordenador y las usa indiscriminadamente. Así vemos los rótulos tan horrorosos que afean nuestras ciudades.
–Muchos no entienden que, por ejemplo, la Garamond es una tipografía del siglo XVI y que hay que tratarla con la debida delicadeza y conocimiento. Hay que respetarla. La tecnología ha facilitado mucho el uso de las tipografías, pero también las ha vulgarizado y algunos resultados dejan mucho que desear. Esto está pasando en muchos otros ámbitos, como la fotografía. Hoy cualquiera se cree un fotógrafo.
–En su obra como artista e ilustrador se rastrean algunos temas y personajes literarios. Por ejemplo, Moby Dick.
–Tiene muchos atractivos y es una novela a la que siempre vuelvo. Visualmente es muy interesante y gustosa, con temas como el mar o la lucha con la bestia y la naturaleza. Tengo como tres o cuatro series diferentes sobre Moby Dick. Ahora estoy realizando una con pequeños montajes fotográficos. Otra obra que permiten un amplio desarrollo gráfico es Alicia, pero siempre que uno se olvide de Walt Disney. Sin embargo, me resultaría imposible ilustrar Cien años de soledad, aunque me guste.
–Y El Quijote...
–Sirve para todo... Hice una serie muy breve para una publicación de Pepe Serrallé y ahora he vuelto al personaje, aunque sin un fin todavía muy definido.
–Hablando de Pepe Serrallé, con él y Antonio Álvarez montó la editorial Metropolisiana, que dejó en herencia un montón de buenos libros, muchos de ellos relatos clásicos ilustrados por algunos de los mejores ilustradores de la ciudad: Manolo Cuervo, Lidia Ortega, Bella Moreno, Ro Sánchez o usted mismo.
–Fue un proyecto muy bonito y lo pasamos muy bien. No sólo los tres socios, sino todos los amigos que nos apoyaron. Ofrecimos libros de calidad y los celebramos con todos ellos. El problema fue que nos faltó una cuarta pata, alguien con visión comercial y una idea de negocio.
–Por lo que se ve, también siente cierta fascinación por los laberintos, como Borges.
–Al igual que Moby Dick, el laberinto te permite una serie de recursos expresivos que pueden funcionar gráficamente muy bien. Un laberinto siempre es un elemento atractivo al que dan ganas de entrar aunque sepas que te vas a perder. Recuerdo con placer el laberinto del Alcázar, al que iba de niño.
–Estamos aquí, en su estudio-residencia del Barrio de Santa Cruz. ¿Cómo lleva lo de los guiris?
–Es molesto en determinados momentos y se pierde mucha esencia de barrio. Ya la mitad de las casas son apartamentos turísticos. Pero por otro lado comprendo que es lo que ahora mismo está aportando riqueza a la ciudad. En gran medida vivimos de eso. Claro que preferiría moverme tranquilamente y poder ir a tomarme una cerveza a la taberna del Perejil... pero, como no puedo, me voy a otro sitio. No me incordia excesivamente.
–¿Y el grafiti?
–Como modo expresivo es muy válido. Es fantástica esa posibilidad de llegar a públicos tan amplios, de intervenir en un espacio que no se circunscribe a una galería o a un museo. Ahora bien, la calidad media del grafiti me parece bastante mediocre, con la salvedad de algunos ejemplos maravillosos. Hay cosas que te dejan fascinado. Algo parecido pasa con la arquitectura, hay cosas muy buenas y otras que te las tiene que tragar...
–Por cierto, hablando de arquitectura, la pregunta obligada: ¿qué le parecen las Setas?
–El dibujo de las Setas me gusta especialmente. Es un edificio-escultura que tiene un dibujo precioso, fantástico. Eso sí, tiene unos acabados nefastos, toscos, sobre todo en la parte de abajo. De alguna manera, las Setas posicionan a Sevilla en los libros de arquitectura contemporánea, y eso está muy bien. Probablemente, en un entorno más abierto hubiese lucido más, pero también sorprende mucho en ese encajonamiento del centro. Me gustan las Setas, lo reconozco.
–¿Algún gran error de la ciudad?
–No haber construido la biblioteca de Zaha Hadid en el Prado de San Sebastián. Habría sido un edificio de referencia maravilloso. Todavía no entiendo lo que pasó. La arquitectura moderna se ha convertido en uno de los principales atractivos de las ciudades. Fíjese como le ha salido a Bilbao su apuestas por el edificio de Frank Gehry. En todas las ciudades europeas se ven hitos arquitectónicos en los cascos antiguos. Si son edificios buenos siempre funcionan bien, aunque los pongas junto a una catedral gótica. Me parece nefasto ese conservadurismo que hay en Sevilla con la arquitectura y que se vio muy claramente con las Setas. No sé muy bien que se pretende, ¿vólver al barroco o al regionalismo?
–¿No le gusta el regionalismo?
–Para nada. Entiendo que la Plaza de España es un edificio monumental con un porte fantástico, aunque era ya muy decadente para el momento en que se hizo. O fíjese en esa casa de ahí al lado, el Consulado Francés, es precioso, pero los diferentes estilos en una ciudad debe ser compatibles.
–En las esculturas urbanas parece que hemos dado un paso atrás.
–La estatuaria pública sevillana te deja sin palabras. Hay cada cosa... Se hacen verdaderas infamias... De las mejores que he visto en los últimos tiempos es la Diana Cazadora del Muelle de Nueva York.
–Es de Ricardo Suárez.
–Sí, no tiene mal porte.
–¿Y la de El Gallo que han puesto en la Macarena?
–Me quedo con el monumento funerario de Benlliure en el cementerio de San Fernando.
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