“Las formas de Podemos me chirrían”

Luis Pizarro | Médico y ex político

Fue uno de los líderes de aquella gran movilización que democratizó la Universidad de Sevilla a mediados de los ochenta. Como político tuvo la más alta cualidad: la humanidad

Luis Pizarro, durante la entrevista. / José Ángel García

Llega Luis Pizarro (Fuente de Cantos, Badajoz, 1960) al quiosco Abilio con su habitual look rockero: vestido de riguroso vaquero, melenita cana y gafas de sol. Trae también sus carcajadas, su voz afónica y su complejo de Peter Pan, que admite con una mezcla de resignación y desahogo. Luis Pizarro tiene algo de gamberro y tocapelotas, pero más de hombre profundamente humano y cercano, capaz de saltarse cualquier barrera ideológica para llegar a una persona, no a su estereotipo. Gentes así se echan de menos en la política de hoy, tan comunicativa como huera. Perteneciente a una izquierda libertaria y alejada de cuaquier dogmatismo, este médico especializado en Gestión Sanitaria y Epidemiología, fue el ‘Dani el Rojo’ de aquella primavera sevillana del 85, la última gran movilización universitaria que puso a la Hispalese en los telediarios. Luego vino su paso a la política con Izquierda Unida, cuando se convirtió en la mosca cojonera de los desmanes urbanísticos en un Ayuntamiento en el que también estaba su amigo el popular Alberto Jiménez Becerril, asesinado por ETA en una de las noches más tristes de la ciudad. Tras su labor como adjunto al Defensor del Pueblo, actualmente es asesor técnico en el Programa de Salud Mental del Servicio Andaluz de Salud.

–Nativo de Fuente de Cantos. Allí estuve un par de veranos interno, en el San Francisco Javier.

–En ese colegio daba clases mi padre de Lengua, Literatura y Latín. Mi abuelo materno tenía en el pueblo una librería-imprenta, y allí se conocieron mis padres. Yo también fui alumno antes de venirnos a Sevilla. Había un profesor que se parecía a Mussolini y que me daba unas galletas tremendas. Yo no le decía nada a mi padre por miedo.

–¿Ha seguido manteniendo la relación con el pueblo?

–Poco, la mayor parte de mi familia es de Mérida. Cuando llegué a Sevilla en 1968, con siete años, me metieron en Portaceli, porque tenía un tío materno jesuita que fue rector en el colegio de Villafranca de los Barros, un sitio que parecía Oxford.

–¿Cómo se llamaba?

–Manuel Fernández Márquez, un teólogo importante, un hombre muy místico que trabajó mucho en el sincretismo entre las religiones y filosofías orientales y el cristianismo. Es un gran yogui y sigue escribiendo. También tengo una tía que fue misionera en Filipinas y otra que… Hay una gran concentración de curas y monjas en mi familia… [carcajada malévola]

–Ahora vive por El Porvenir. Perdón por el prejuicio tan estúpido, pero le pega más la Alameda.

–He vivido en muchos sitios y siempre de alquiler. El barrio me gusta, es tranquilo, de persona mayor. Los fines de semana me traslado prácticamente a la Alameda.

Me llamó Soledad Becerril y me lo dijo bruscamente: “Luis, vente para acá, que han matado a Alberto”

–Pero tampoco es raro verlo por los bares de El Porvenir.

–Ayer, precisamente, estuve en la taberna Los Caracoles, en la calle Juan Pablos, y me encontré con Beltrán Pérez y Antonio Sanz. Pensé, “¡coño, si está aquí medio PP!” Cada uno iba por su lado. Beltrán me estuvo contando todo el follón que tienen aquí los del PP. Le dije: “qué alegría me da escucharte y que yo ya no tenga nada que ver con esas cosas”. Lo peor de la política son las batallas internas, algo insoportable y cardiopatogénico. A mí fue lo que me echó.

–Usted tenía fama de llevarse bien con sus adversarios.

–De eso también hablé con Beltrán. Qué diferencia existe entre los tiempos actuales de crispación y mi época, en la que cuando acababan los plenos, en los que Alberto Jiménez Becerril y yo nos decíamos de todo, nos íbamos al Picadero o al Portón a tomarnos una cerveza. Incluso muchos jueves salíamos por la noche con Ascen, su mujer, y mi novia de entonces.

–Todos sabemos dónde estábamos el día que ETA asesinó a Jiménez Becerril y a su mujer.

–Yo estaba en el quinto sueño y escuché el teléfono. Lo dejé sonar un buen rato y cuando lo cogí Soledad Becerril me lo dijo bruscamente: “Luis, vente para acá, que han matado a Alberto”. No entendía nada, no me entraba en la cabeza. Me vestí de cualquier manera y me fui al Ayuntamiento. Fue una noche fantasmagórica, en la que los concejales deambulábamos por los pasillos como almas en pena, sin tener nada que hacer más allá de acompañarnos los unos a los otros. Estábamos todos zombis, sonados. Algunos lloraban en las esquinas.

–¿Y qué piensa cuando ve a los herederos políticos de la banda pactar con la izquierda?

–Ese entorno siempre me produce resquemor, pero intento ser de la línea de Ernest Lluch. De lo que hay que alegrarse es de que ETA se ha acabado y que hemos conseguido que sus herederos estén defendiendo sus ideas pacíficamente en el Parlamento.

–¿Por qué estudió Medicina?, ¿algún antecedente familiar?

–No, en mi familia eran casi todos docentes. Mi abuelo Pizarro y su mujer eran maestros republicanos. Él llegó a estar en un campo de concentración tras la guerra, en Castuera. Daba clases en Zarza-Capilla, un pueblo de la Siberia Extremeña de donde provienen los componentes del grupo Estopa. Era de familia señoritinga, pero tenía el carné de la UGT. Zarza-Capilla quedó destruido por un bombardeo, como Guernica, y se construyó un pueblo completamente nuevo al lado.

–Pero volvamos a su vocación médica.

–A mí me gustaba la ciencia; experimentar, los animales… Pero mi padre me dijo que con eso no ganaría dinero. Así que me metí en Medicina.

Las movilizaciones estudiantiles del 85 nos cambiaron a muchos la vida. A mí el primero. Fue mi época dorada

–Pero sería un buen estudiante.

–Mi padre nos tenía machacados con el tema de ser siempre los primeros de la clase. Por eso creo que acabamos todos los hermanos como acabamos: yo, en política; mi hermano Juanjo, que era como se dice ahora un chico de altas capacidades, guitarrista de Silvio, Camarón y Pata Negra; mi hermano pequeño, Manolo, batería en Los Reincidentes, aunque estudió Geografía e Historia… Menos mal que mi hermana se hizo profesora de Lengua.

–Usted también ha tenido alguna veleidad guitarrística, ¿no?

–Sí, pero soy el cascarón de huevo de la familia. Unos amigos que tienen una banda que hace versiones de Bruce Springsteen me dejan tocar algunas veces con ellos.

–Tiene usted cierto aire al Boss, con esa cazadora vaquera, el peinado, las gafas de sol…

–Ya me gustaría.

–La Facultad de Medicina en la que ingresó era todavía una institución muy antiguo régimen, en la que se iba a los exámenes de corbata.

–El profesor Jiménez Castellano incluso te llamaba la atención si tenías el pelo largo. Los grandes catedráticos emitían doctrina desde el estrado con un buen número de acólitos detrás. Una vez Hugo Galera estuvo a punto de partirme el puntero en la cabeza. Yo era delegado de clase y le boicoteamos una lección...

–Reconozca que algo de tocapelotas tenía usted…

–Total. Años después, cuando era presidente del Betis y yo era concejal, vino al Ayuntamiento a negociar el mamoneo de las deudas del club. Cuando me vio exclamó: “¡Hombre, mi alumno predilecto!”. En las clases de Medicina de entonces éramos muchísimos, lo cual estaba muy bien, porque ahora con la pandemia nos hemos visto con un problema tremendo de escasez de médicos. Incluso me han llamado a mí para hacer de médico de familia en Marqués de Paradas.

–Uno de sus momentos estelares fue como líder estudiantil en las grandes movilizaciones de 1985, un tardío Mayo del 68 a la sevillana.

–Ignacio Camacho escribió una columna famosa: Olor a Barrio Latino, en la que nos comparaba con Dani el Rojo y toda esa gente. Fue una explosión insólita, porque ya estábamos en democracia y había pasado la Transición. Conseguimos los estatutos que democratizarían la Universidad de Sevilla, que en esos momentos era muy carca. Aquello nos cambió a muchos la vida. A mí el primero. Me pasaría toda la vida en el Cadus, en un bucle, como en el samsara de los budistas, siempre reencarnándome en aquel joven estudiante. Fue mi época dorada.

Pepote Rodríguez de la Borbolla me dijo que sería muy bien recibido en el PSOE

–¿Y qué explicación le da usted a aquella explosión en Sevilla? Fueron más de 20.000 estudiantes en la calle y sin redes sociales. Todo el país estuvo pendiente.

–Los protagonistas de aquella movilización seguimos viéndonos y lo hemos comentado más de una vez. Fue una mezcla de muchos factores… como le decía la universidad era muy carca, el Opus tenía mucho peso… Fue una liberación y el Cadus era una cosa muy cercana a los estudiantes y que no tenía nada que ver con los partidos políticos o los sindicatos; llegaba a todas partes a través de los delegados de clase. Por supuesto, la primavera también tuvo mucho que ver.

–¿Y no sintió pánico en ningún momento?

–No, la realidad nos llevaba en volandas. Entre otras cosas porque los portavoces éramos uno más. No diré mística, pero sí fue una experiencia en la que el ego pasó a un segundo plano. El verdadero protagonista era el colectivo. La responsabilidad era de todos.

–También hubo gente en contra.

–Un medio local decía que nosotros teníamos que ser agentes extranjeros. Por lo visto iba a venir Reagan y había oro de Moscú por medio… Afirmaban que esa perfecta organización entre chavales de 18 o 20 años era imposible sin que hubiese detrás una organización…

–Las malas lenguas dicen que aprovechó aquello para medrar en política.

–En cuanto empecé a salir en todos los medios de comunicación en plan estrellita me llovieron las ofertas para entrar en política. Pepote Rodríguez de la Borbolla me dijo que sería muy bien recibido en el PSOE… Incluso gente de Nuevas Generaciones me tanteó. Izquierda Unida, que en esos momentos se estaba formando, también me planteó ir en las listas de las autonómicas de 1986, pero en ese momento estaba acabando la carrera y dije que no.

–Pero finalmente dijo que sí a IU en las elecciones locales del 87.

–El referéndum de la OTAN y el engaño de Felipe González me dejaron muy tocado. Fue entonces cuando me plantearon participar en una candidatura abierta de IU, con Adolfo Cuéllar a la cabeza, cuyos hijos estaban en el Cadus de Derecho. Dije que sí con la idea de aplicar a la lucha por los derechos de los ciudadanos lo que había aprendido en el movimiento estudiantil . No tenía ni idea de lo que estaba haciendo y fue muy osado el abandonar una carrera con tantas salidas como Medicina.

–Pero usted acabó la carrera, ¿no?

–Años después. Me quedaban tres asignaturas y tuve una novia que estaba haciendo Medicina y me sentó todo un verano a estudiar. Aprobé en primera convocatoria. A mí me gustaría haber hecho la especialidad de Psiquiatría, pero requería mucho tiempo y un esfuerzo incompatible con la política. Por eso me dediqué a mi otra vocación, la salud pública, que sí podía compatibilizarla con mi trabajo.

–En política estuvo 16 años. ¿Se llegó a afiliar al Partido Comunista?

-Sí, porque era la única manera de influir en las decisiones de IU. Me fui cuando me eligieron como adjunto al Defensor del Pueblo, en 2007, cargo en el que no puedes ser de nada, ni del Betis. Pero cuando salí de ahí no volví a pedir el reingreso en el PCE.

Estoy asombrado con la afluencia masiva a los centros de personas con problemas mentales

–Al gran Paquiño Correal le dijo en una entrevista que era más de Lennon que de Lenin.

–Sí, y Camacho, que entonces era muy amigo de la gauche divine que se juntaba con el cura Aguirre en el Palacio de las Dueñas –Vázquez Parladé, Díaz de Urmeneta, etcétera– me dijo que era un niñato porque le dije en una entrevista que era más de los Rolling Stones que de Carlos Marx.

–Lo cierto es que usted transmite más una imagen de izquierda libertaria que de dogmático marxista, lo cual le honra.

–Es que mis orígenes ideológicos están en las lecturas de Bakunin y Kropotkin, no en Marx y Lenin. Yo fui un lector anárquico y compulsivo que nació en una librería. Mi destino estaba marcado.

–¿Cómo se llevó con Rojas-Marcos?

–En aquel ayuntamiento nos llevábamos todos muy bien menos con Rojas-Marcos. No había manera. Él consideraba que yo se la había jugado. Pensaba que su ocaso político se debía a mis denuncias urbanísticas. Soy muy amigo de su hijo Íñigo, en cuya casa me quedaba muchas veces cuando hacía un máster en Barcelona.

–¿Y con Soledad Becerril?

–Me llevo muy bien. Junto a Pepote echábamos unas tardes muy buenas en su despacho de Alcaldía. Nos invitaba a té con pastas. A mí no me gustaba la Semana Santa, pero Soledad me decía que le dejase a mi hija Candela en el palco del Ayuntamiento para que viese los pasos. Y a Candela le encantaba. Puede ser una persona muy siesa, pero yo le veo un fondo muy amable y, sobre todo, democrático, algo que no se ve últimamente en muchos sitios de la derecha. Es de las pocas representantes en Sevilla de la derecha ilustrada y liberal.

–¿Y cómo ve la política actual? ¿Se identifica con Podemos?

–Yo me sigo identificando con lo que era la IU de mis tiempos. Sigo teniendo el corazón a la izquierda y la sangre roja. Las maneras de Podemos, la verdad, me chirrían. Entiendo su proeza: en cinco o seis años han conseguido llevar las propuestas de izquierdas al Consejo de Ministros, algo de lo que no fue capaz IU, aunque ahora se ve que se pueden desinflar con la misma velocidad. Pablo Iglesias tiene muchos claros y oscuros, a ver cómo evoluciona.

–¿Le sigue interesando la política?

–No me interesa nada la política partidaria y me parece que estamos asistiendo a un espectáculo bochornoso permanentemente, de guerritas incomprensibles para la inmensa mayoría de los ciudadanos. Todo eso me aparta. Pero sí me interesa la política como herramienta para arreglar las injusticias, para proteger los derechos humanos y el medioambiente…

–Actualmente es asesor técnico en el Programa de Salud Mental del Servicio Andaluz de Salud.

–Uno de los grandes retos que tiene ahora la humanidad es lograr un mayor equilibrio mental que nos haga comprender dónde estamos, hacia dónde vamos, cómo nos relacionamos… Estamos en las cotas más peligrosas de salud mental de la historia, por eso la OMS dice que el siglo XXI va a ser el siglo de la patología mental: la depresión, la ansiedad… Estoy asombrado con la afluencia masiva a los centros de personas con estos problemas. Muchos de ellos jóvenes. La pandemia les está jodiendo la experiencia universitaria, que para mí fue fundamental.

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