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"La expresión 'andaluces y andaluzas' nunca llegará a la lengua real"

Catalina fuentes. Catedrática de lengua española de la universidad de sevilla

Ha sido una de las pioneras en España en los estudios sobre el discurso político desde el punto de vista lingüístico

Ha estudiado la oratoria de representantes públicos como Susana Díaz o Iglesias

Catalina Fuentes, en su despacho de la Facultad de Filología, durante un momento de la entrevista. / Fotos: Belén Vargas
Luis Sánchez-Moliní

15 de octubre 2017 - 02:34

Cuando Catalina Fuentes (Pilas, Sevilla, 1960) inició sus investigaciones sobre pragmática (la parte de la lingüística que estudia el lenguaje en su relación con los usuarios y las circunstancias de la comunicación), apenas existían estudios en español sobre esta materia, por lo que tuvo que construir ella misma un camino del que luego se han beneficiado las generaciones posteriores. Mujer amable con un punto de timidez, es alma máter del grupo de investigación Argumentación y Persuasión en Lingüística de la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla, de la que también es vicedecana de Investigación. Ha dedicado trabajos a los llamados discursos y textos "corteses" y "descorteses" y a la agresividad y la violencia verbal en la sociedad actual, lamentablemente en auge desde la aparición de las redes sociales, sobre las que pide una mayor regulación. Observadora de cómo hablan en los distintos contextos los políticos españoles (la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, o el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, son un ejemplo) ha llegado a la conclusión de que, pese a la tropa de asesores que acompaña al gremio, tienen un absoluto desconocimiento sobre el verdadero poder de las palabras como arma política.

-¿Es cierto que el lenguaje es machista, como dicen algunas feministas?

-Es cierto que en el lenguaje cotidiano hay muchos ecos machistas de los que no somos conscientes. Hay una ideología que se cuela en el lenguaje y que se verbaliza en la forma de pensar de la gente. Pero no creo que el castellano o el español sea una lengua machista. No es la lengua, sino los usos de la misma los que la hacen machista. A mí lo que me interesa es ver cómo la lengua es un reflejo de la intención de la persona que la usa. Todos usamos la lengua a nuestro antojo, jugamos con ella según nuestras intenciones, por eso se puede dar el humor, el sarcasmo.... Claro que hay uso ideológico del lenguaje: consciente e inconsciente.

-Ahora está de moda no usar el masculino genérico, algo que ha criticado la Academia. ¿Qué le parece?

-El masculino genérico es una cuestión de economía. También se critican mucho esas metáforas que han fosilizado en sentido negativo en femenino, "zorra", por ejemplo; y en sentido positivo en masculino, "zorro". Pero eso son huellas del pasado que responden a contextos muy lejanos. El lenguaje es arbitrario, no está ligado a la realidad. Es como el término "rojo". Para los jóvenes de hoy no tiene apenas relación con la política.

-¿Y qué le parecen todas esas indicaciones de la Junta de Andalucía sobre la duplicación de los géneros en el discurso, como andaluces y andaluzas, etcétera?

-A mí no me gusta, pero lo entiendo. Es importante saber que eso no se usa en la comunicación cotidiana. La Junta lo establece para sus discursos administrativos, que van dirigidos a un público muy amplio en el que hay personas que tienen una sensibilidad feminista o antimachista. Tienen que proyectar una imagen políticamente correcta. Pero ese discurso es ilegible e impronunciable, de manera que nunca llegará a la lengua real. De hecho hay muchos políticos que empiezan sus palabras duplicando y a las tres o cuatro frases se han pasado al masculino genérico, porque no hay forma de mantener la comunicación, es antieconómico.

"Los políticos españoles no se han preocupado por el lenguaje, como sí hizo Obama"

-Hay personas que dan un paso más y usan un genérico, pero en femenino. Por ejemplo, dicen "nosotras" aunque en el grupo haya mujeres y hombres.

-Eso podríamos llamarlo como una discriminación positiva que, a veces, nos lleva a expresiones absurdas que ponen en marcha significados que no son los que se quieren plantear. Recuerdo que el proyecto Nombra, el primer documento que hizo el Instituto de la Mujer y que fue elaborado por lingüistas, decía que en vez decir alumnos y alumnas se dijese alumnado; que en vez de grupo se usase comunidad... Eso es desconocer el español: comunidad tiene un contenido de corte religioso e ideológico que no tiene grupo. Es evidente que yo puedo decir que doy clases a dos grupos, pero no a dos comunidades. En la conversación real y familiar, que es desinhibida, el hablante no tiene en cuenta esas cosas.

-En general, ¿los políticos españoles hablan bien?

-Si se refiere a si son correctos desde el punto de vista comunicativo, le diré que ni más ni menos que otra profesión. Son mejores en los mítines que en los debates televisados, un campo en el que todavía les falta un rodaje. Una asignatura pendiente es unir lo mediático con lo político. Esto es asombroso, porque tienen dinero, equipos y asesores... La razón puede estar en que no se han preocupado por el lenguaje, como sí hizo Obama, al que tanto admiran. En España, hay muchos estudios sobre el lenguaje no verbal, pero apenas los hay sobre el discurso político. Se juega mucho con la posición, con el vestuario, el movimiento de las manos... pero no con los términos que se usan, y hay palabras con las que se puede crear una sensación en el receptor y no otras.

"La mejor ventaja de Susana Díaz es la réplica inmediata. Viene al segundo y no se guarda nada"

-¿Y en el Parlamento?

-En el Parlamento somos muy formales si nos comparamos con los británicos o los sudamericanos.

-Sin valoraciones políticas, ¿qué le pareció el discurso del Rey del 3 de septiembre?

-No lo he analizado. Fue un discurso institucional muy serio. Otra cosa es que, en ese momento, tuviese una altísima repercusión política. Automáticamente provocó el eco del discurso de su padre durante el 23-F. Para un sector de la población, los que vivimos el golpe de Estado, eso pudo dar una sensación de inseguridad y hasta cierto miedo. Esa sensación probablemente no era querida.

-Hay un político en España que tiene fama de piquito de oro. Le debe mucho a su capacidad para el discurso. Es Pablo Iglesias.

-Es una persona que domina muchísimo el discurso; un profesional, un politólogo, que ha vivido de explicar las estrategias para generar un buen discurso. Sabe dominar bien los medios de comunicación y las redes sociales, algo que sus adversarios no controlan tan bien.

-Un gran retórico.

-Domina totalmente la retórica.

-Quizás recurre demasiado al blanco y negro, al maniqueísmo...

-Sí, el maniqueísmo es una característica del discurso ideológico, siempre aparece... Otra cosa es si es inteligente abusar de este recurso. Todas las estrategias, cuando se usan mucho, se ponen de manifiesto. Las estrategias son más efectivas si son invisibles, si no son identificables por el otro. Si el público la detecta y descodifica la estrategia se rompe el invento. En el caso de Pablo Iglesias hay mucha sobreexposición. De tanto repetir las mismas estrategias, su discurso pierde novedad. Lo que pasa es que no tiene grandes figuras retóricas en sus adversarios políticos. Quizás el mejor de éstos es Albert Rivera, que tiene un discurso muy fresco y directo, que dice las cosas de forma muy clara.

Catalina Fuentes gesticula durante la entrevista

-¿Quién más le gusta?

-Alberto Garzón.

-Nunca lo diría...

-Es una persona que construye muy bien sus discursos. En vez de repetir y repetir la información que quiere transmitir, lo cual hace que el que lo escucha desconecte, usa la técnica de anunciar la información, dar la información y, finalmente, repetir la información. Por ejemplo, dice: "¿Saben ustedes lo que ha hecho el partido X? Pues el partido X ha hecho tal cosa. Eso es lo que ha hecho, tal cosa, sépanlo ustedes". Envuelve la información como un caramelo.

-¿Y Rajoy? A mí me gusta como parlamentario. Quizás por ese uso añejo del lenguaje que hace y su fina ironía gallega.

-Yo he trabajado más sus intervenciones fuera del Parlamento, como las ruedas de prensa. El problema es que aquí funciona como presidente del Gobierno y se tiene que callar muchas de sus opiniones. Quizás, en las ruedas de prensa no siempre está a la altura de lo que se espera. No podemos decir que tiene un discurso muy brillante. Otra cosa es si es efectivo o no. Creo que en las intervenciones de estos últimos días, con el problema catalán, ha ganado: ha elevado el tono y la seguridad.

-¿Y el trofeo piquito de oro de la democracia se lo damos a Felipe González?

-No tengo un solo candidato. Felipe González fue un gran comunicador, pero también lo fue Alfonso Guerra, Rodríguez Ibarra... Fraga era un gran retórico.

-El último gran político del siglo XIX.

-Exacto. Pero hablaba a una sociedad que no entendía su discurso lleno de citas y autoridades... Compare eso con un Felipe González, que le hablaba a la gente en su lenguaje coloquial. Eran dos mundos. Sin embargo, es cierto que los discursos de Fraga eran perfectos retóricamente.

"Cuando en un discurso no hay ideas debajo de la emoción es que estamos ante una pura manipulación"

-¿Y nuestra presidenta, Susana Díaz? Baja mucho el tono intelectual en sus discursos, ¿no?

-Es muy coloquial, muy directa, intenta que todo el mundo la entienda. La mejor ventaja que tiene es la réplica inmediata. La ataques como la ataques la réplica te viene al segundo, y no se deja absolutamente nada por decir. Nunca llega al ataque frontal, prefiere el indirecto, lo que no significa que no te duela, que no te esté descalificando. Quizás no todo el mundo la acepte por ser mujer.

-¿Cree que eso es un problema?

-Sí, eso le ha perjudicado mucho para ser una líder en España.

-Se vio claro en las primarias del PSOE. Algunos dicen que también le perjudicó ser andaluza, pero Felipe González arrasó sin renunciar al acento andaluz.

-Bueno, lo matizó un poco. Pero el ser mujer le perjudica algo, porque tampoco Soraya Sáenz de Santamaría destaca todo lo que debería, pese a ser una gran política. Creo que todavía es un handicap ser mujer en nuestra sociedad. Nos guste o no, la igualdad aún no se ha conseguido.

-¿Por qué puede perjudicarla ser andaluza?

-España es un país muy plural y Susana Díaz recurre a estrategias que son muy andaluzas, en las que se gestiona mucho la emoción. En otras zonas del país esto no gusta tanto.

-En un buen discurso político, ¿cuánto debe pesar lo racional y cuánto lo emocional?

-Dependiendo del discurso del que hablemos. En un documento oficial, una ley o una disposición, no debe haber parte emotiva. Sin embargo, en un discurso de confrontación en el Parlamento o en un mitin veremos que hay un ochenta por ciento de emoción frente a lo racional. Pero siempre hay que tener en cuenta que lo emotivo debe responder a una estrategia, que el político tiene que gestionar las emociones del receptor para convencerlo de algo. ¿Qué ocurre cuando no hay ideas debajo de la emoción? Que estamos ante una pura manipulación, ante una simple arenga para excitar a las masas. Siempre tiene que haber un porcentaje de razón en el discurso. Cuando todo es emoción es que falta la razón. Un exceso de emoción en los discursos puede ser peligroso, pero la emoción debe ser una estrategia para acercarse al ciudadano.

"Oriente tiene una gran parte de silencio. Occidente no sabe qué es el silencio"

-Me ha llamado la atención el que usted ha investigado sobre discursos "corteses y descorteses", dos palabras que, desgraciadamente, ya se usan poco.

-Hay una teoría en pragmática que se llama de la cortesía y descortesía verbal. Pertenezco a un grupo que estudia la argumentación, y que intenta ver cómo el lenguaje se utiliza en un contexto determinado para conseguir unos efectos sociales. Dentro de ese campo nos interesa el discurso político y los medios, los temas de discriminación, etcétera. Nuestro interés por esta teoría surgió al mismo tiempo que en televisión nacían una serie de programas en los que se daba un discurso altamente descortés, como eran esas tertulias en las que sus componentes no se dejan hablar los unos a los otros... El tomate, Sálvame... Eso lo contraponíamos a otros de tertulia seria, como La Noria. El problema fue que hubo un momento en que La Noria empezó a utilizar los procedimientos de Sálvame y el presentador se encargaba de pinchar a unos y a otros para que se enfrentasen. Intentaba explotar la condición de voyeur de la audiencia. Es una estrategia para atraer a los telespectadores.

-¿Y por qué vende tanto la descortesía?

-Porque es contrario a la norma, a lo políticamente correcto.

-Siempre han existido discursos violentos en la plaza pública, pero parece que esto, con el uso de las redes sociales se ha disparado.

-Sería bonito hacer un estudio conjunto con los psicólogos sociales. La clave parece estar en el concepto de identidad. En la red se pueden crear tantos yoes como uno quiera. Es como si fueses un actor que representa distintos papeles. Eso nos permite hacer o decir cosas a las que no nos atrevemos en nuestra realidad cotidiana: ser racista, machista, etcétera. A veces con convencimiento y, otras, como puro juego. Muchas veces no se tienen en cuenta los efectos. Creo que hace falta una gran regulación en las redes sociales. No podemos tolerar que haya personas públicas que hayan tenido que abandonarlas por la presión recibida. La gente piensa que la palabra no sirve para nada, que no tiene valor, pero como dice una teoría francesa, en el momento en que tú te comunicas eres responsable del uso que haces del lenguaje, también judicialmente. La gente piensa que puede decir lo que le da la gana, que eso no tiene ninguna repercusión. Nadie ve el poder que tiene la palabra, que también puede ser nuestra única arma democrática, para lo positivo y para lo negativo. Esto se debería enseñar en las escuelas, pero quizás no interesa. Si no le das a la gente conocimiento, termina quedándose con lo que le dicen en la televisión.

-Es curioso, porque pertenecemos a una cultura que se basa en el uso de la palabra... "al principio fue el verbo".

-Sí, Occidente es una cultura montada sobre el logos, frente a Oriente que tiene gran parte de silencio. Nosotros no sabemos qué es el silencio. Pero se ha perdido el interés por la palabra, por los grandes mensajes, por la filosofía.

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