“A la encuadernación le pasa como a la pintura, tiene sus estilos”

Sebastián Rodríguez | Encuadernador

Es uno de los más brillantes continuadores en Sevilla del noble oficio de la encuadernación de libros, una artesanía que, aunque con baches, se mantiene en la era de internet y los audiolibros

Sebastián Rodríguez.
Sebastián Rodríguez. / Juan Carlos Muñoz

Es difícil pasar por la calle Amparo y no ver el azulejo que, en una de sus casas, nos indica que allí estuvo la redacción de la revista Grecia, publicación que aglutinó a los poetas del ultraísmo, uno de los momentos más brillantes de la literatura sevillana del siglo XX. Allí vive y trabaja Sebastián Rodríguez (Cádiz, 1952), uno de esos artesanos individualistas y socarrones que apenas le dan importancia a lo que hacen. Sin embargo, Sebastián Rodríguez es un encuadernador de fama en la ciudad y referencia fundamental para muchos profesionales y aficionados a este noble y antiguo oficio, como el poeta y editor Manuel García o el librero José Manuel Quesada. Como los antiguos artesanos, Sebastián Rodríguez, que reniega de cualquier espíritu gremial y alardea de su indómito individualismo, conoció el oficio desde la base, en la librería anticuaria de su padre, realizando los catálogos y aprendiendo las técnicas de restauración y encuadernación. Ha trabajado para las instituciones más importantes de la ciudad. Para él, sus herramientas, muchas de las cuales se remontan al siglo XIX, son su tesoro, especialmente su amplia colección de hierros para decorar las cubiertas de piel de los libros. Los guarda en una vitrina acristalada como otros atesoran una vajilla de Indias.

Pregunta.–Vivienda y taller, como los antiguos artesanos.

–Para mí es muy cómodo. Vivimos aquí desde hace más de treinta años, pero la librería y el taller de encuadernación están desde mucho antes. La casa la compró mi padre, que vino de Cádiz y se hizo librero anticuario. En principio se dedicaba solo a los libros, pero no le gustaba cómo le encuadernaban los volúmenes y decidió comprar el taller completo de una librería que había en Hernando Colón y contrató a su encuadernador, Francisco Arcos Marín. Fue con él con quién aprendí. Cuando mi padre dejó el negocio mi hermano se quedó con la librería y yo con el de la encuadernación. También le compré su parte de la casa. Mi mujer, Amelia Treviño, trabaja conmigo.

P.–En esta misma casa, antes de ser de su familia, estuvo la redacción de la revista ‘Grecia’, que se editó en Sevilla y Madrid entre 1918 y 1920. Creo recordar que Borges publicó en ‘Grecia’ alguno de sus primeros poemas.

–Grecia la fundó y dirigió Isaac del Vando Villar y en ella escribían los poetas del movimiento ultraísta. En la fachada hay un azulejo que lo recuerda. Vino Soledad Becerril a inaugurarlo, hace ya muchos años. Ni me acuerdo.

P.–¿Y aparecen muchos curiosos con ese reclamo?

–Muchos, y algunas veces me molestan. Me preguntan qué es eso del ultraísmo, y yo les tengo que explicar la verdad.

P.–Las casas también tienen alma.

–Desde luego. Esta casa es de finales del siglo XVIII, de 1780 más o menos. La restauré yo en 1992.

P.–También como los artesanos de la vieja escuela, usted empezó a trabajar con su padre.

–Desde muy pequeño, haciendo las fichas y los catálogos de la librería anticuaria. En general, lo ayudábamos en todo lo que podíamos. Estuve haciendo alguna asignatura de grabado en Bellas Artes, en la calle Gonzalo Bilbao, y estudié un poco de francés. También hice cursos de metalistería en Artes y Oficios, en la Calle Zaragoza... Historia del Arte, dibujo... No estudié una carrera, pero mi padre quería que tuviésemos una educación.

P.–A veces, para obtener un grabado y enmarcarlo se arranca de un libro, lo cual no deja de ser una mutilación

–Sí lo es. Esta mañana ha estado por aquí un cliente que me ha comentado que se compró un tratado sobre serpientes en francés, pero que le faltaba un grabado de los más de cuarenta que tiene. Al final lo ha conseguido en Holanda, por internet.

Los curiosos que ven el azulejo me preguntan qué es eso del ultraísmo, y yo les tengo que explicar

P.–Siempre rodeado de libros.

–Siempre. Tengo ahí los catálogos que editaba mi padre a finales de los años sesenta y en los setenta. ¿Se los enseño?

P.–Por favor.

–Mire este de 1969: Catálogo de libros antiguos, agotados, raros y curiosos. Había poca gente en España en esa época que hiciese estos catálogos, no más de quince personas, casi todas en Barcelona y Madrid. Por eso son importantes. Llegamos a imprimir hasta más de mil que repartíamos por toda España. Recuerdo clientes especiales, como el médico Sánchez de la Cuesta o Nicolás Salas. Teníamos clientes hasta en Filipinas, en universidades de Francia, Alemania, Inglaterra... por toda Europa. Con una multicopista también imprimíamos hojas sueltas con ofertas concretas. Con 14 o 15 años viajaba mucho con mi padre a comprar libros: Córdoba, Granada...

P.–Dígame una joya que vendiesen.

–Sin duda, el Vocabularium ecclesiasticum, de Rodrigo Fernández de Santaella, el fundador de la Universidad de Sevilla. Se lo vendimos a la propia Hispalense y salió en la prensa. Fíjese en esta foto, está mi padre con el que entonces era el rector, Manuel Clavero Arévalo. Pagaron 160.000 pesetas. En aquella época, en los setenta, era un dineral. Pero merecía la pena. Era una pieza única de 1515 y estaba impreso en Sevilla por Jacobo Cromberger.

P.–¿Es usted lector o solo le interesan los libros como objeto?

–Siempre he intentado leer, pero he tenido mucho trabajo. Ahora que tengo menos lío leo más.

P.–¿Y por qué decidió especializarse en la encuadernación?

–Como le dije antes, empecé a aprender a encuadernar con Francisco Arcos Marín. La cosa me gustó. Con 20 años me fui a Barcelona a mejorar mi formación en una escuela de encuadernación y restauración de libros y documentos, pero duré poco, unos tres meses, Aquello no era lo mío. Trabajaba por la mañana y cobraba 60 pesetas la hora. No me daba ni para vivir.

P.–Con el tiempo se convirtió en un encuadernador de referencia.

–He encuadernado muchísimos libros. Algunos muy importantes, especialmente los incunables. Intento encuadernar cada libro de forma coherente con su época y temática.

P.–Me consta que uno de sus orgullos es su colección de hierros con los que hace los adornos de las cubiertas de piel, como hacen los vaqueros con las vacas.

–Los tengo de todo tipo: mudéjares, platerescos, románticos... de la Compañía de Jesús, de la Inquisición, grolier, aldinos...

P.–¿Aldinos?

–Los diseñados por el gran impresor y tipógrafo Aldo Manuzio. Muchos de mis hierros vinieron con las herramientas de la librería de Hernando Colón, pero muchos otros los he ido comprando. A la encuadernación le pasa como a la pintura o la escultura, que han tenido diferentes etilos a lo largo de la historia. Mire estos hierros con las coronas de los títulos de nobleza...

Con mi padre teníamos clientes hasta en Filipinas y en universidades de Francia, Inglaterra o Alemania

P.–Ha trabajado con muchas instituciones sevillanas. Me han contado que hizo la caja para el regalo que la Maestranza le hizo a la infanta Cristina por su boda.

–Era una caja de piel de cabra roja con tres departamentos para dos mantillas y una peineta, creo recordar. Con la Maestranza he trabajado mucho, encuadernándole todo tipo de cosas. También con la Universidad de Sevilla, Sevillana o la Escuela de Estudios Hispano-Americanos. Allí estuve treinta años en plantilla. Primero estuve en la imprenta que tenía y, cuando la cerraron, en la biblioteca: restaurando, encuadernando, haciendo de todo un poco. Por la mañana estaba allí y por la tarde en mi taller.

P.–No solo los hierros, se ve que toda la maquinaria que tiene –la prensa, la guillotina, etcétera,– es bastante antigua.

–Pertenecieron a un taller que se llamaba Márquez y era de mediados del siglo XIX.

P.–Hablemos de las pieles. También es importante saberlas elegir bien.

–La mejor es la piel de cabra chagren. El marroquín me gusta mucho, pero es muy difícil encontrarla en España. Hoy hay pieles de todo tipo: de serpiente, avestruz, cocodrilo, cerdo, búfalo, carabú, vaca... Cada una tiene su preparación diferente, el tinte... Cualquier piel no sirve.

P.–Habrá que hablar también de los papeles para las guardas. Suelen ser bastante bonitos.

–Los míos los pinto yo mismo, tanto al agua como a la pasta. Para hacerlos uso un papel verjurado ahuesado de cien gramos.

P.–Veo que también tiene encuadernaciones muy modernas.

–Sí, fíjese en esta edición de las Poesías Patrióticas de Arriaza, con dibujos de Goya. Me dieron el segundo premio en el III Premio Nacional de Encuadernación Artística José Galván.

P.–José Galván... un encuadernador mítico de Cádiz.

–De lo mejor.

P.–Hoy se encuadernará mucho menos.

–Muchísimo menos. Antes todo el mundo encuadernaba: los abogados sus libros de consulta, los arquitectos las revistas, las empresas los libros de cuentas... Hoy en día te metes en internet y encuentras toda la información que quieras. Eso sí, también hay mucha menos gente que se dedica a esto.

P.–¿No tiene hijos que continúen con el taller?

–No, mi hija estudió Química y mi hijo ADE.

P.–Fin de raza.

–No pasa nada. Yo trabajo a mi bola. La vida sigue. Estas herramientas han pasado por muchas manos. Puede ser que algún día las venda.

stats