"Tenemos una economía extractiva; exprimimos demasiado el territorio"
Leandro del Moral. Catedrático de Geografía Humana de la Hispalense
Experto en la historia de las obras hidráulicas en el Guadalquivir y en Ecología Política, es uno de los promotores de una nueva relación de los sevillanos con su río y con el agua en general
Leandro del Moral nos recibe en su estudio del centro de Sevilla, recientemente adquirido para guardar una amplia biblioteca a la que también ha añadido la de su padre, el catedrático de Historia José María del Moral. En medio de esa tranquilidad de tomos y maderas, sin embargo, resalta la rotunda presencia de un futbolín con el que ameniza las visitas de su nieto. Aunque nació en Ciudad Real en 1953, este catedrático de Geografía Humana de la Hispalense pertenece a una familia vasco-navarra con ramificaciones en el norte, Madrid y Andalucía. Se afincó en Sevilla a principios de los ochenta, pero ya desde mucho antes tenía una intensa relación con la provincia gracias a una finca familiar en la comarca de los Alcores. Leandro del Moral está muy lejos de ser un académico encerrado en su torre de marfil y ha participado en mil batallas cívicas. La lucha contra el dragado en profundidad del Guadalquivir ha sido una de ellas. Experto en historia de las obras hidráulicas en el río y en Ecología Política, ha centrado sus últimas investigaciones en los procesos de toma de decisiones relativas a la gestión del agua en Andalucía, España y la Unión Europea. Suele trabajar también en EEUU y América Latina y pertenece a la Fundación Nueva Cultura del Agua.
–¿Cómo llegó a la Geografía?
–Aunque mi padre era historiador, me inculcó un gran interés por el paisaje... Algo que se alimentó en muchos viajes entre el País Vasco, Madrid, Andalucía. La geografía no es sólo paisaje, pero sí es éste una de sus señas de identidad... La morfología, los colores, el aspecto del territorio. Sin embargo, mi trabajo como geógrafo ha estado vinculado a la Ecología Política, la relación del hombre con los recursos naturales.
–Usted se establece en Sevilla en 1983.
–Llevaba viniendo a Sevilla desde los siete años, porque un bisabuelo mío bilbaíno había comprado una finca en Mairena del Alcor, una parte de la cual todavía pertenece a mis hermanos. Pasaba aquí temporadas con mi mujer, durante esas larguísimas vacaciones de los institutos de antes, que comenzaban en mayo y acababan en octubre.
–¿Qué se cultivaba en la finca?
–Era de riego: naranjos, huerta... Sacaba el agua de los acuíferos de los Alcores, cerca de la Hacienda de Clavinque, donde estaban los pozos con los que la Compañía de los Ingleses abastecía Sevilla.
–Y ese bisabuelo vasco, ¿por qué compró una finca tan lejos?
-Por negocio. Mi bisabuelo, Marcelino Ibáñez de Betolaza, era un empresario que hizo fortuna a principios de siglo con la introducción en España de esas estructuras tubulares con las que se construyen los andamios. La marca, que era suiza, de Zurich, se llamaba Burton.
–Casi sin querer, ya ha salido el tema del agua, el principal foco de sus investigaciones. ¿Cómo llega a él?
–Fue en 1985. Yo había entrado en la Universidad de Madrid, pero por esas cosas de la juventud salí de ella y entré en la enseñanza media. A principios de los años 80 estuve trabajando en el Instituto de Torreblanca, en unos momentos en los que había cobrado mucha importancia la educación en el entorno. Con mis alumnos nos recorrimos el Canal del Bajo Guadalquivir y, con otros profesores, montamos un grupo de estudio sobre esta infraestructura. Ahí comenzó mi afición por la obra hidráulica desde donde evolucioné hacia los ecosistemas acuáticos.
–Sevilla, debido a su esfuerzo por domesticar el Guadalquivir, tiene una gran tradición de esas obras hidráulicas. ¿Hemos llegado a un punto en el que es mejor no tocar más el río?
–En el debate creado por la mejora de los accesos al Puerto de Sevilla –nueva esclusa y dragado– creo que hemos llegado a la conclusión de que no hay que continuar dándole vueltas a la tuerca de la transformación del río. El sistema está totalmente artificializado: de los 120 km que tenía el Guadalquivir desde la desembocadura a la presa de Alcalá del Río quedan ochenta; de los dos brazos sólo queda el canal central; de las 150.000 hectáreas de Marismas de hace unos 80 años apenas permanecen 24.000... La transformación del río está ya completa.
–Podría haber sido peor, ¿no?
–De hecho, como sabrá, en los años sesenta se propuso abandonar completamente el río y hacer un canal artificial para conducir por allí todo el tráfico marítimo y mercantil, el famoso Sevilla-Bonanza, del que sólo se construyó el arranque, la dársena que ahora se conoce como el Lago de los Hippies.
–En la memoria colectiva de la ciudad, el Sevilla-Bonanza ha quedado como metáfora de un proyecto que se anuncia mucho pero nunca se hace.
–Los costes económicos eran de una magnitud inabordable. Se tuvo que abandonar.
–¿Por qué no seguir artificializando el río? ¿Por qué desechar un dragado en profundidad que podría haber traído beneficios a la ciudad
–Con todas sus limitaciones y reducciones, el Guadalquivir, como todos los ecosistemas, prestan lo que hoy se llama servicios ambientales. Sacar agua y grava es un servicio; pero el mantenimiento de la vegetación de ribera o el aporte de arenas para las playas, también lo es. Por no hablar de los servicios culturales: el ocio, el placer, la memoria, la identidad... Hay muchos más: la pesca, la navegación, etcétera. El dragado en profundidad, que aumentaría el servicio de navegación, sin embargo, reduciría otros servicios ambientales y culturales. El problema se investigó a fondo y ahí está el gran estudio dirigido por Miguel Losada que acabó con un dictamen técnico-científico que culminaba con una declaración realmente infrecuente: el Estuario del Guadalquivir se encamina hacia el colapso y hay que plantear un plan integral de restauración.
–No fue un buen momento para el Puerto de Sevilla.
–Le tengo muchísimo respeto al Puerto y a su lucha épica y secular por mantenerse. Es algo muy importante para la identidad y el sentido de la ciudad. Estamos hablando de una gran lucha contra un proceso geológico de colmatación y pérdida de funcionalidad, porque los barcos son cada vez más grandes y el calado más pequeño. Es una lucha contra la naturaleza: la corta de la Merlina, la de los Corderos, la de los Jerónimos, la de Triana, la Cartuja, el tapón de Chapina... Canuto Corroza, Pastor y Landero, Luis Moliní, Delgado Brackenbury... Todo eso tuvo su sentido en su momento, pero ahora ha cambiado desde el descubrimiento del concepto del desarrollo sostenible, que es un cambio civilizatorio que va de la lucha contra la naturaleza a la adaptación a esta. Ver qué posibilidades tiene la naturaleza y adaptarse a ella; no seguir tensionando, porque ya vemos lo que ocurre.
-En Sevilla hay muchos que no lo comparten.
-Reconozco que esto es fácil de decir pero difícil de asimilar.
–¿Debe la ciudad renunciar a su puerto?
–La Junta de Obras del Puerto, el Ministerio –la Consejería no tanto–, la Confederación Hidrográfica, etcétera, están haciendo un gran esfuerzo por buscar estrategias alternativas y cambiar el enfoque. En la estrategia del dragado uno de los argumentos eran los cruceros. ¿Usted ha estado hoy en el centro de Sevilla? Estaba repleto de turistas. ¿Se imagina si, además, empezamos a añadir cruceros de 5.000 pasajeros como los que atracan en Cádiz o Málaga?
–Hablemos del regadío en Andalucía, de su uso y abuso.
–La ingeniería del regadío es reciente en la Baja Andalucía. En Córdoba, Sevilla y Cádiz se encuentra muy poco regadío medieval, prácticamente limitado a las huertas periurbanas. Los grandes regadíos surgieron a principios del siglo XX. El primero fue el del Valle Inferior, que se hizo en los años 20 y 30. Después, en la segunda mitad del siglo, vinieron el Bajo Guadalquivir, el Genil, el Viar... Muchos de ellos fueron diseñados en la II República y ejecutados durante el franquismo. Mediante una intervención pública se revalorizó mucho una tierra, la regable, que era privada y que se dedicaba sobre todo a cereales, maíz, algodón, remolacha, cada vez más cítricos... A partir de los años 80, sin embargo, comenzó la explotación de aguas subterráneas y pluviales por iniciativa privada, fundamentalmente con la puesta en riego del olivar, que en su mayoría siempre había sido de secano.
–¿Habría que tener más o menos superficie de regadío?
–Realmente, hemos apurado los recursos que tenemos tanto en la cuenca del Guadalquivir como en las mediterráneas. No podemos seguir extrayendo más agua ni plantear más crecimiento de la superficie regable. Sin embargo, ésta sigue creciendo al margen de la ley, sobre todo por la puesta en riego de olivar... Se está estrujando demasiado la esponja del agua. Es un problema muy complejo que no se debe trivializar porque, entre otras cosas, durante estos últimos años de crisis, el regadío ha seguido tirando de la economía, generando empleo, producción, riqueza. Tenemos una economía extractiva, exprimimos demasiado el territorio.
–¿Y los trasvases? Recuerdo aquel Plan Hidrológico que canceló Zapatero y que quería hacer grandes trasvases de agua de la España húmeda a la seca.
–Eso está caducado, finiquitado. Por ejemplo, es falso que haya agua de sobra en el Ebro. Decir que en el norte son unos egoístas y que tiran el agua cuando hay avenidas en el Ebro, es lo mismo que afirmar que los murcianos derrochan el agua cuando cae una gota fría y se producen inundaciones.
–Pero siguen plateándose trasvases...
–Sí, ahora ha llegado al Parlamento una proposición de Ley para hacer un trasvase de las cuencas del Tinto, Odiel y Piedras para regar los fresales del entorno de Doñana. Se dice que así se evitará la explotación ilegal de los acuíferos de Doñana... Bueno, no está tan claro que esta presión sobre los acuíferos vaya a disminuir por el trasvase. También está la duda de si a una persona que está extrayendo ilegalmente agua hay que premiarla con un trasvase en vez de obligarle a cumplir la ley. ¿Esas aguas sobran de dónde las traen? De todas formas estamos hablando de un trasvase de poca cantidad y entre dos puntos cercanos de la provincia de Huelva.
–Pasemos al consumo urbano. ¿Consumimos mucha agua?
–El porcentaje, comparado con el de la agricultura, es muy pequeño. La característica en los últimos 20 años ha sido la reducción de la demanda. En Sevilla el consumo de agua ha bajado un 35% desde el año 91. Si a eso añadimos la subida de la población de Sevilla y la incorporación al sistema de poblaciones como Mairena del Alcor o Alcalá del Río, hablamos de una disminución de un 40%. Ahí incluimos tanto la reducción de fugas gracias a las mejoras en la red como la que se debe a los consumos netos, es decir al agua facturada, la que sale de su grifo y le cobra Emasesa. En 1991 entraron en el sistema de Emasesa-Aljarafesa unos 172 millones de metros cúbios de agua, en el 2017 sólo lo hicieron 110. Es una mejora espectacular.
–Ya ha apuntado algunas causas para este descenso, pero debe haber más.
–Hay una mejora de la gestión en todos los niveles, también una disminución del consumo por un cambio cultural, de conciencia ciudadana, de prácticas. En esto han influido en algo los cambios de tarifación. El agua es más cara y la factura más progresiva, de manera que se penaliza el consumo excesivo. Los contadores individuales también han sido importantes. Se demostró que cuando la comunidad decidía la individualización, el consumo ya bajaba un 20% incluso antes de que ésta fuese efectiva. Es decir, que existe un efecto psicológico.
–Ahora tenemos un problema de gasto quizás excesivo en las zonas suburbanas, por el aumento de piscinas, jardines, etcétera.
–Es cierto que el modelo residencial extensivo, unifamiliar, tira del consumo. Pero en Sevilla, la reducción del consumo de la que estamos hablando se ha producido precisamente cuando este fenómeno urbanístico estaba en pleno apogeo.
–Las previsiones advierten que el cambio climático traerá a Andalucía más sequías y más severas. ¿Cómo debemos prepararnos?
–Por lo pronto mejorando la eficiencia del consumo, algo que como ya hemos dicho se está logrando. Una cisterna (que es el 30% de nuestro consumo) de hace 30 años consumía 16 litros, hoy está en 8 o 6. El servicio es el mismo, el consumo menos de la mitad. El lavavajillas, bien utilizado, también ahorra mucha agua. En los regadíos también ha mejorado extraordinariamente la eficiencia, pero el ahorro ha sido absorbido por la expansión. Se consume la mitad, pero se cultiva el doble.
–Así que, sobre todo, eficiencia.
–Pero no es suficiente. Por lo que se llama el "efecto rebote" la eficiencia energética termina tirando del consumo a largo plazo. Se establece una especie de confianza de que el impacto disminuye y, por tanto, podemos seguir consumiendo sin control. El regadío es paradigmático de este problema. Por eso, a la eficiencia hay que unir la contención.
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