David González Romero y Fernando González Viñas | Editores de El paseíllo
“Urtasun es un benefactor de la tauromaquia”
el rastro de la fama | MAITE ARAGÓN. LIBRERA. SOCIA FUNDADORA de la librería CAÓTICA
Llegar a ser una de las libreras de referencia de la ciudad no se improvisa en un día. Maite Aragón tiene a sus espaldas una amplia trayectoria que le ha llevado a trabajar en los más variopintos oficios, aunque siempre relacionados con las letras y la gestión cultural. Formada en las universidades de Sevilla, donde se licenció en Filología Hispánica, y Puerto Rico, en la que obtuvo una maestría en Estudios Hispanoamericanos, adquirió conocimientos empresariales en la Escuela de Economía Social. Trabajó en las relaciones públicas del Festival de Flamenco de Jerez y fue 'road manager' de la producción operística 'L'Ottavia restituita al trono', de Domenico Scarlatti, en la Quincena Musical de San Sebastián. También fue directora adjunta del Teatro Quintero. Después de pasar por la Casa de Libro y la FNAC, su primer gran proyecto fue la librería La Extravagante, que cerró debido a la presión inmobiliaria en la zona. Ahora, junto a otros socios, ha montado la librería Caótica, en la calle José Gestoso, uno de los acontecimientos culturales del año en la ciudad.
-¿Existe la vocación de librero o es una profesión a la que se llega por una mezcla de necesidad y azar?
-En mi caso, existe y mucho. Cuando tenía 14 años, hablaba con mi hermana Carolina de montar una librería. Los libros siempre me han apasionado y mi madre me decía que me iba a volver loca de tanto leer. Me castigaban sin leer. Para mí, una casa llena de libros era el paraíso.
-¿Se puede montar una librería sin sentir la pasión por el libro?
-Creo que no, porque es muy duro y, si no tienes esa pasión, terminas por desistir en el camino. Gran parte de las compensaciones de ser librera no son económicas.
-¿Y cuáles son esas compensaciones?
-Me resulta muy satisfactorio que los lectores me pidan que les recomiende libros. Es una posibilidad de brindarles un disfrute, un viaje... Me gusta poder colocar libros en las estanterías de las casas, porque es la mejor manera de que un adolescente o un niño se cruce con él y se inicie en la lectura.
-Una de las cosas más difíciles de ser librera debe ser seleccionar títulos de entre la continuas avalanchas de novedades, ¿cómo lo hace?
-Vas desarrollando una cierta intuición librera, aunque por supuesto te puedes equivocar. No hay vidas posibles para leer todas las novedades... Apuestas por determinadas editoriales, temas y autores, lees la prensa cultural... Es una cuestión de criterio, aunque hay librerías que lo admiten todo porque tienen espacio y dinero. Tengo muy claro que aquí no entra cualquier cosa. Se te puede colar algo que no te guste, pero en cuanto que lo detectas lo echas de tu casa.
-¿Llegó a vender en su librería 'Cincuenta sombras de Grey'?
-En principio me negué en redondo y después decidí tenerlo a lomo.
-Es decir, de canto, sin que se vea la cubierta...
-Exacto, en una librería puedes tener el libro básicamente de tres formas: en el escaparate, la más importante; en mesa de novedades, cuando se ve la cubierta y, finalmente, a lomo. Hubo un cliente que se empeñó en recomendarle a todos sus amigos Cincuenta sombras de Grey y él sólo vendió doscientos ejemplares. También nos pasó con Millenium, llegaba gente que parecía que necesitaba un chute y te preguntaba nerviosa "¿Tienes el último libro de Millenium?
-El negocio es el negocio.
-Sí, lo vendíamos pero nunca lo recomendábamos.
-¿Y cuál es su gran apuesta, la recomendación que siempre hace?
-Stoner, de John Williams, de una editorial muy desconocida, Baile del Sol.
-¿Por qué ese libro?
-Es un libro en el que acompañas a un antihéroe durante toda su vida hasta que muere. A su lado recorres gran parte del siglo XX americano, sus relaciones sentimentales, con su hija... El personaje, totalmente gris, se te mete en el cuerpo y al final no sabes si sientes cariño o compasión por él.
-Usted escribió un decálogo sobre cómo montar una librería que funciona muy bien en las redes sociales. Es toda una gurú del oficio.
-Nada más lejos de mi intención. Lo escribí un poco de manera privada para aconsejar a una amiga. Luego lo cogió Jorge Carrión y lo difundió por las redes. Hace poco unos chicos que han montado una librería en Mairena me dijeron que lo habían leído.
-Creo recordar que una de las cosas que dice en ese decálogo es la importancia de cuidar el ambiente de la librería.
-Sobre todo, una librería debe ser un lugar para el reposo. Yo tengo déficit de atención diagnosticado desde pequeñita y el exceso de estímulos es algo que me pone nerviosa. Del mundo del libro me gusta esa paz que transmite o que debería transmitir. Para mí, la librería debe ser un lugar sagrado y muy personal, que invite a la desconexión, a la comodidad...
-Dígame una librería que haya sido un referente para usted.
-Una que tiene un nombre impronunciable porque está en Camboya. Me encantó porque estaba en una avenida llena de bares para turistas, pero la librera iba descalza y ordenaba sus libros con una tranquilidad absoluta. Me influyó mucho también una que se llama Tertulia, en San Juan de Puerto Rico, donde estuve estudiando cinco años. Fue mi primer contacto con una librería en la que uno podía ojear los libros tomándose un café. Siempre hago turismo librero y, en España, desde el principio me llamó la atención La Central de Barcelona.
-¿Y en Sevilla?
-Le tengo mucho cariño a Yerma, que está especializada en Pedagogía. Desde los quince años o dieciséis pensaba que me gustaría trabajar allí. También La Roldana, la Machado...
-¿Y un librero?
-Siento admiración por Lola Larumbe, de la librería Rafael Alberti de Madrid. Me encantaría resistir los mismos años y disfrutarlo tanto como ella. Siempre que nos encontramos le comento que me parece muy interesante su carrera como librera. Creo que es muy valiente y tiene una gran capacidad. Si me oye me mata, pero yo de mayor quiero ser Lola Larumbe.
-¿Y alguno más?
-Cuando me leí Memorias de un librero, de Héctor Yánover, me sentí muy identificada.
-Lo cierto es que hay negocios que tienen una cierta aura y otros que no. Las librerías están entre los que sí la tienen.
-Ese mito se urdió en el Romanticismo y se ha mantenido en el tiempo. El paraíso silencioso del librero es idílico. Con nuestro programa Librero por un día intentamos que todo aquel que quiera pueda cumplir su sueño de trabajar en este oficio.
-¿En qué consiste ese programa?
-Al primer local de La Extavagante llegaba mucha gente comentándonos que habían tenido el sueño de montar una librería, pero que no se atrevieron. Por ejemplo, entre otras cosas, en este programa ofrecemos por un día nuestra librería para que el interesado recomiende los libros que crea oportuno, los ordene según su criterio, ponga en el escaparate los que quiera, se relacione con los lectores... Se convierte en todo un acontecimiento social y se vende un montón. Ya tenemos lista de espera.
-¿Cuál es el peor obstáculo para la lectura?
-La falta de tiempo. Solemos decir que nos faltan horas para leer lo que quisiéramos, pero si uno calculase el tiempo que pierde mirando el móvil y las redes sociales... Podríamos leer mucho más de lo que lo hacemos.
-¿Leer en papel o en pantalla?
-Yo la pantalla la relaciono con el trabajo, con las facturas, el banco, el correo electrónico y la exigencia de la respuesta inmediata. En la pantalla no experimento esa sensación de desconexión, de paz, que encuentro en el papel. Pasar una página es ya todo un ritual, como poner un disco de vinilo. El valor del rito te predispone a la desconexión.
-Una de las profecías más falsas de los últimos tiempos ha sido la desaparición del libro en papel en favor del electrónico.
-Desde el principio tuve la intuición de que los dos formatos iban a convivir. Las nuevas generaciones los compaginan sin problema. Por ejemplo, optan por las lecturas digitales para temas de estudios y por las de papel para la novela, etcétera. Nosotros abrimos la primera librería en 2008, con crisis económica y con muchas noticias sobre la muerte del libro en papel. La gente me decía que estaba loca... Hay muchos e-book, pero en los cajones y sin batería. Somos muy noveleros con las tecnologías.
-Durante un tiempo asistimos en Sevilla a una especie de apocalipsis librero. Cerró Machado, La Roldana, Ocnos... Todavía, más por desconocimiento que por otra cosa, algunos hablan de la crisis de las librerías. Sin embargo, ahora en Sevilla no paran de abrirse nuevos locales. La apertura de esta en la que estamos, La Caótica, es un claro ejemplo.
-En el sector muchos se dejaron llevar por el miedo de la amenaza del libro electrónico y prefirieron cerrar antes de que la cosa fuese a peor. Sin embargo, después empezaron a abrirse nuevos negocios como nuestra primera Extravagante en la Alameda.
-¿Y no teme que se esté creando una burbuja?
-Puede. Algunas librerías surgieron porque sus propietarios se habían quedado en el paro, pero no tenían ni planes de viabilidad, ni conocimientos en la gestión de este negocio... Es importante tener tesorería para entrar en el circuito de novedades y saber elegirlas bien, plantarte ante los comerciales... Si no lo haces bien, si no lo mides mucho y no estás muy pendiente, en tres meses te has quedado sin librería.
-Usted ha ido creciendo poco a poco. Montó su primera librería La Extravagante en un pequeño local de la Alameda, luego se mudó a otro más grande. Ahora, ha montado Caótica con otros socios en un local amplio y con café en la calle José Gestoso.
-Estamos en régimen de cooperativa mixta, lo que nos permite hacer socios a los colaboradores, a los inversores y a los trabajadores. En mi opinión es el formato perfecto para mantener un equilibrio que nos permita la permanencia... Si no, estás a merced de la gente que va y viene, de las licitaciones de las universidades o el Ayuntamiento...
-La última Extravagante la tuvo que cerrar por la presión inmobiliaria. La Alameda ya no es lo que era...
-Cuando llegamos, en el momento que se estaban terminando las obras, la Alameda ya no era ese lugar de cultura alternativa que fue en otros tiempos. En los años que estuvimos no abrían más que bares de copas y restaurantes. Nos sentíamos muy solos allí predicando el tema cultural y nos dimos cuenta que para los lectores venir a la librería era una peregrinación, por lo que teníamos que estar continuamente generando motivos para que nos visitasen. Cuando estábamos en nuestro mejor momento, la hostelería empezó a interesarse por el local... y se acabó. Fue impresionante la presión. Los comerciales de las inmobiliarias eran muy agresivos. Nos dijeron: -"Estáis entre la Sureña y San Eloy, ¿cuánto tiempo creéis que os queda?"- Cuando lo quieren lo consiguen. Lo importante es que hemos tenido un crecimiento muy sostenible, que es la única manera de no morir. Ahora, con Caótica, hemos convertido la amenaza en oportunidad.
-¿Ha robado alguna vez un libro?
-Sí, en unos grandes almacenes (se ruboriza levemente). De adolescente me sentía un poco como Robin Hood, porque no sólo los sustraía para mí, sino también para regalarlos. Yo creía y creo en el poder de la lectura... Me justificaba a mí misma y pensaba que hacía bien.
-¿Y a usted, le han robado muchos libros?
-Algunos. Que todavía el libro se considere algo digno de ser robado da cierta esperanza. Si algún adolescente quiere robar un libro le digo que lo pida prestado. Aquí en Caótica lo puede hacer.
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