“Todo el discurso de ‘las tres culturas’ es mitología”

Rafael M. Pérez García | Director del Departamento de Historia Moderna de la Universidad de Sevilla

Sus estudios han ido dirigidos a comprender cuestiones tan diversas como la esclavitud en Sevilla y España, el mundo morisco o las lecturas espirituales durante el siglo XVI

Rafael M. Pérez, durante la entrevista.
Rafael M. Pérez, durante la entrevista. / Juan Calor Vázquez.

Rafael M. Pérez García (Sevilla, 1975) es un ejemplo de la nueva historiografía, esa que ya no necesita de tutelajes foráneos, pero abierta al mundo, a las nuevas técnicas y corrientes de la disciplina. Profesor titular de la Universidad de Sevilla y director del Departamento de Historia Moderna desde hace apenas unos meses, fue discípulo de uno de los grandes historiadores que ha dado la Hispalense en las últimas décadas, don León Carlos Álvarez Santaló, el hombre que se empapó de la revolución historiográfica francesa de los años sesenta y setenta para introducir en nuestra ciudad técnicas y enfoque que hasta entonces eran ignorados (demografía, historia de los marginados, mentalidades, etcétera). La tesis doctoral de Rafael Pérez, dirigida por Álvarez Santaló, fue sobre las ‘Lecturas espirituales en la España del siglo XVI’, aunque también ha dedicado muchos esfuerzos investigadores a otras cuestiones como los moriscos (esa minoría siempre olvidada por el gran público, que no por los profesionales de la historia) o la esclavitud. Es coautor de libros como ‘Tratas atlánticas y esclavitudes en América. Siglos XVI-XIX’ o ‘Mercaderes y redes mercantiles en la Península Ibérica, siglos XV-XVIII’, entre otros.

–¿Sigue siendo la historiografía española dependiente de la que se hace en Francia o Inglaterra?

–El hispanismo, tanto el inglés como el francés (que eran excelentes hasta los años noventa), ha decaído mucho en su calidad. Los grandes hispanistas no han tenido una verdadera continuación, salvo casos muy esporádicos. A eso se ha unido que la historiografía española, que estaba en una situación de subdesarrollo en los años sesenta, ha mejorado mucho. Ya no tenemos esa dependencia del hispanismo.

–¿Podemos decir que, al fin, los españoles somos los que mejor conocemos la historia de España?

–Sin ninguna duda. En los últimos treinta o cuarenta años se ha escrito infinitamente más que en las décadas anteriores.

–Hablemos de la esclavitud, uno de sus temas de investigación. A la gente le llama mucho la atención cuando lee o escucha que Sevilla era una ciudad esclavista.

–Esto se debe a que los niveles de conocimiento histórico de la sociedad son escasísimos. Y los planes de estudio no colaboran a que esto cambie, sino todo lo contrario. Como institución jurídica, el inicio de la esclavitud se pierde en los orígenes de los tiempos. En realidad, lo extraño desde el punto de vista histórico es que no exista la esclavitud. Eso sí, a través de los siglos se observa un proceso de disolución hasta su abolición en el siglo XIX.

–Pero la esclavitud sigue existiendo en algunas partes del planeta.

–Es cierto, sobre todo en sociedades africanas: en Mauritania, Sudán... Normalmente se piensa que fueron los europeos los que llevaron la esclavitud a África, cuando era una realidad totalmente asentada allí. Eso fue lo que permitió montar la gran trata atlántica.

–No es solamente que los europeos no inventaron la esclavitud, sino que fueron los que acabaron con ella, sobre todo los ingleses, que llegaron a hacer del antiesclavismo una parte importante de su política exterior.

–Los ingleses, al abolir la trata en el Atlántico, condenaron a la esclavitud a su extinción, porque una constante histórica es que ésta no se puede mantener con la reproducción biológica de los esclavos que ya existen. Es decir, que necesita del tráfico y el comercio para subsistir. El problema fue que el tráfico seguía de forma ilegal, por lo que los ingleses se pasaron todo el XIX persiguiendo barcos negreros por el Atlántico. Sin su control de los océanos hubiese sido muy difícil acabar con la esclavitud.

Tanto el hispanismo inglés como el francés han decaído mucho en su calidad

–Esclavos hubo de muchos orígenes: norteafricanos, negros del Golfo de Guinea, aborígenes canarios... Hábleme de estos últimos.

–Comenzaron a llegar a Sevilla de forma muy temprana, en el siglo XIV, cuando empezó la conquista de algunas islas del archipiélago, proceso que no acabó hasta la época de los Reyes Católicos, en 1495. Fue un flujo pequeño, pero se extendió hasta ciudades como Génova. Se acabó pronto porque la conversión al cristianismo implicaba la imposibilidad de ser esclavizado. Eso generó continuas reclamaciones por las autoridades canarias, como el obispo de Telde, pidiendo la libertad de los aborígenes convertidos que habían sido esclavizados ilegalmente. En muchas ocasiones estas personas recuperaban la libertad en los tribunales.

–Como recuerdo de aquellos tiempos nos queda la calle Canarios, en Santa María la Blanca.

–Las crónicas nos dicen que fue el lugar en donde se asentaron muchos de estos aborígenes que llegaron a Sevilla .

–La de los esclavos negros fue una comunidad mucho más amplia. A Sevilla, como se ha repetido mil veces, se la llegó a comparar con un tablero de ajedrez, por la mezcla de blancos y negros.

–Podemos decir que el momento en el que hubo más población esclava fue a mediados de la década de 1560, cuando esta llegó a situarse en torno a un siete por ciento. Las mayor parte de ellos eran negros, pero también había bastantes berberiscos, gentes del norte de África. Esta población dependía mucho del flujo del comercio.

–¿Estas personas, normalmente, vivían en casa de sus amos?

–Sí, era lo habitual, por lo que los barrios en los que había más esclavos eran los más pudientes: Santa Cruz, San Nicolás, San Andrés... Pero también existe la figura de la persona que, siendo esclava, vive en una casa propia, tiene un trabajo y le paga una parte de su jornal a su amo. Solían llevar una vida muy independiente.

–Curioso.

–Era muy típico de las viudas. Para estas mujeres tener un esclavo era como tener una pensión de viudedad. Al mismo tiempo eso le permitía al esclavo ahorrar para comprar su libertad.

–Historias de crueldad habría muchísimas, pero, ¿y lo contrario? ¿Se generaban lazos de afecto entre amos y esclavos?

–Cuando bajamos al nivel microhistórico y observamos a la gente individualmente encontramos historias muy diversas, desde la crueldad más absoluta hasta las relaciones personales que terminan siendo, sin duda, afectivas. Al fin y al cabo son personas que viven juntas en la misma casa: amos, esclavos, criados libres... Historias de afectos hay muchas, como las de empresarios negreros empedernidos que en sus cartas o testamentos revelan un gran cariño hacia niños esclavos. La semana pasada leía una carta de un gran mercader burgalés que hubo en Sevilla, Juan Fernández de Castro, uno de los fundadores de la trata de negros en el Atlántico, en la que se evidenciaba este afecto del que estamos hablando.

En la sociedades española y sevillana de los siglos XVI y XVII no había rechazo por cuestiones raciales

–¿Pero era una especie de mascotización?

–No creo, simplemente eran sentimientos humanos que a nosotros nos pueden resultar difícil de comprender, pero que la documentación deja muy claros. Esto era compatible con el horror de que dicho comerciante llenase un barco con doscientos esclavos hacinados de los que morían treinta o cincuenta durante la travesía.

–Incluso, según he leído, algunos les daban la libertad a sus esclavos cuando eran viejos para evitar tener que mantenerlos. Morían en el más absoluto abandono.

–Cervantes se refiere también a esa situación, que está documentada y, sin duda, ocurrió. Pero no es cierto que fuese habitual, como se ha dicho. Lo normal es que estos esclavos viejos siguiesen viviendo en casa de sus amos aunque ya no tuviesen capacidad de trabajar.

–¿Los hijos de los esclavos nacían esclavos?

–Sólo los hijos de las esclavas. La esclavitud se trasmite por línea femenina, algo que viene del derecho romano. En una época sin pruebas genéticas, la paternidad siempre es cuestionable, la maternidad nunca.

–Me imagino que cualquier contacto sexual entre negros y blancos estaba perseguido.

–No, en absoluto. En las sociedades española y sevillana de los siglos XVI y XVII no existía ningún tipo de rechazo por cuestiones raciales. Esa creencia tiene mucho que ver con la proyección de estereotipos norteamericanos de los siglos XIX y XX a la historia del mundo español y portugués, que se construyó sobre otros parámetros. El mestizaje es una de las claves que nos ayudan a comprender aquella sociedad. Es muy común que un sastre, por ejemplo, tenga un hijo con la esclava de otra persona y libere al niño y a la esclava para casarse o no. De ahí esa famosa expresión de que en Sevilla “no son ni bien blancos ni bien negros”. Hay muchas relaciones entre personas de distinto color, dentro y fuera del matrimonio.

–Ahora está muy de moda hablar de la mezcla entre negros y gitanos, y de la influencia que tuvieron los primeros en el origen del flamenco.

–Es cierto que de esto se habla mucho, pero documentalmente es difícil probar que se produjese esa mezcla biológica y cultural. Ahora bien, teniendo en cuenta los hábitats y las formas de vida (corrales de vecinos, etc) es más que posible que dicho mestizaje fuese una realidad en los escalones más humildes de la sociedad. En estas cuestiones se detecta una intención de naturaleza más ideológica que historiográfica: la búsqueda de un origen oprimido para el pueblo andaluz.

–Quizás el esclavo más conocido fue el de Velázquez, Juan de Pareja, que fue retratado por el maestro sevillano.

–Era muy habitual que los pintores y artesanos tuviesen esclavos que le ayudasen en las tareas. Cuando se habla de esclavitud en España, a veces se cae en la tentación de pensar en un modelo parecido al de las plantaciones cubanas, como si la Andalucía del XVI fuese la Cuba del XIX, lo cual no tiene ningún sentido. Más bien el modelo consistía en personas que tenían uno o dos esclavos que trabajaban codo con codo con su amo.

–Por traducirlo al lenguaje actual, era un fenómeno de clases medias.

–De clases medias y sectores productivos. Luego, claro, el que era muy adinerado podía tener muchos esclavos.

–Estamos hablando mucho de negros, pero usted también ha estudiado a los moriscos. El gran público suele desconocerlo casi todo de esta minoría, lo que no pasa con los judeoconversos.

–Pero lo cierto es que, en 2009, con motivo del cuarto centenario de la expulsión de los moriscos, se hicieron un sinfín de congresos y libros excelentes desde el punto de vista científico. Es un mundo muy bien conocido por los historiadores españoles, franceses e ingleses.

La quiebra del sistema educativo es absoluta. Estamos viviendo una hecatombe cultural

–Pero ese conocimiento no ha permeado a la sociedad.

–El conocimiento histórico cada vez tiene más problemas para permear a la sociedad. La quiebra del sistema educativo es absoluta. Estamos viviendo una hecatombe cultural. Además, los medios de comunicación, en general, prestan poca atención a la historia y la ciencia. Los discursos sobre el pasado acaban en manos de los políticos y de gente que no son profesionales. Por ejemplo, es falso ese discurso que viene de EEUU de que la esclavitud es un tema que ha sido ocultado. Ahora mismo, en España, hay más de cien monografías y miles de artículos sobre el asunto, y eso que era una minoría.

–¿Quiénes son los moriscos?

–Los descendientes de los musulmanes españoles que decidieron quedarse en la Península Ibérica, aunque tuviesen que bautizarse para ello. Fueron expulsados en 1609-1613. En realidad, la de los moriscos es el epílogo de la historia de Al Andalus. El fin de un mundo.

–¿Y esa conversión fue sincera?

–No, siguieron siendo musulmanes en su inmensa mayoría, aunque hubo casos, muy contados, de conversiones sinceras. Eso tiene que ver con su rechazo secular y visceral hacia el cristianismo. Todo el discurso de las tres culturas es mitología. Eran mundos muy enfrentados.

–La sublevación de las Alpujarras fue su definitiva perdición.

–La guerra entre 1568 y 1570 supuso la esclavización de 25.000 moriscos en el reino de Granada, aproximadamente. Fundamentalmente fueron deportados al Valle del Guadalquivir, donde se produjeron grandes acumulaciones de esclavos moriscos. En Sevilla llegaron a haber unos 2.500 en esa época.

–Esa abundancia produciría una bajada de precios, me imagino.

–Lo curioso es que no. El mercado de esclavos funcionaba de una forma totalmente diferente del resto. Por muchos esclavos que llegasen no bajaban los precios. ¿Por qué? Porque hay una demanda insaciable de mano de obra. Tenga en cuenta que hablamos de una sociedad sin apenas máquinas.

–¿Hubo algún morisco relevante en Sevilla?

–Hubo algunos que fueron literalmente multimillonarios. Ahí están los Berrio o los Camit, gentes que, en el siglo XVI, reunieron capitales de hasta cuarenta o cincuenta mil ducados, fortunas propias de un gran capitalista sevillano de la época.

En realidad, la de los moriscos es la historia del epílogo de Al Andalus. El fin de un mundo

–¿Comerciaron con América?

–Aunque en principio no podían, ya sabemos que sí, que comerciaban con América mucho antes de la Guerra de Granada. Su principal producto era la seda. La introducían en la flota de Indias a través de agentes interpuestos.

–Hubo pueblos, como Hornachos (Badajoz) que prácticamente eran cien por cien moriscos.

–Como La Algaba. Hornachos era una comunidad mudéjar (es decir, musulmana) que en 1502 es obligada a cristianizarse. Tenían unas redes comerciales impresionantes y en todas las ciudades encontramos uno o dos agentes hornacheros (Sevilla, Córdoba, Marchena, Osuna, Cádiz...). Ganaban muchísimo dinero. Cuando llega la expulsión le dicen a Felipe III que estaban dispuestos a pagar lo que fuese por quedarse, pero el rey los echa. Se convirtieron en una pesadilla para la monarquía, porque crearon una república pirática en el norte de África. Ahí en frente, en San Telmo, estuvieron los barcos que se llevaron a los moriscos.

–Es curiosa y emocionante la figura de Ricote, el morisco del Quijote que regresa de tapadillo a España. ¿Se estaba haciendo Cervantes eco de una realidad?

–Hubo moriscos que consiguieron permanecer en España por protección de la Iglesia, de la nobleza o porque se diluían en los bajos fondos de las ciudades. También conocemos historias de algunos como Ricote, que regresaron hasta tres y cuatro veces, con sus consiguientes expulsiones. Estamos hablando de gente que volvía andando desde Francia. Pero muchos se fueron pensando que podrían volver y nunca lo consiguieron.

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