Ignacio Peyró | Escritor
“Andalucía y Sevilla han sido los grandes emisores estéticos de España”
Consuelo Varela y Juan Gil | Premio Manuel Clavero
Pregunta.–¿Cuántos años llevan casados?
–Consuelo Varela (CV). El 20 de septiembre hará 57 años.
P.–En la época del poliamor llama la atención esta fidelidad al matrimonio.
–(CV) Somos los últimos de Filipinas.
P.–¿Trabajar juntos une o separa?
–(CV) Trabajar juntos cuesta. Hemos hecho tres libros y nuestras peleas hemos tenido.
–Juan Gil (JG). A mí me ha gustado desde chico llevar la contraria. Se estila separarse, pues yo casado toda mi vida.
–(CV). Bah, eso son tonterías. Simplemente hemos tenido suerte.
P.–Viven en Sevilla desde hace 54 años, pero no son nacidos aquí. ¿Por qué decidieron quedarse en la ciudad si tenían la posibilidad de dar el salto a Madrid en unos momentos en que eso era muy importante?
–(JG) Es curioso, cuando tuve la oportunidad de irnos a Madrid hice una votación secreta en casa. Mis suegros estaban presentes. Votaron nuestra hija, Consuelo y yo. El resultado fue unánime: los tres decidimos quedarnos en Sevilla.
P.–Doña Consuelo, ¿por qué votó usted por Sevilla?
–(CV) Porque teníamos una vida muy agradable. Además, en Madrid, cuando llegaba un sabio extranjero a dar una conferencia, no teníamos apenas la posibilidad de conocerlo. Aquí sí. Por nuestra casa de Sevilla ha pasado gente increíble como Pierre Grimal, la señora Romilly... En Madrid sólo hubiésemos podido acercarnos a saludarlos. Sevilla es una ciudad donde se vive bien, siempre que se guarden unos ciertos límites. Hay gente que dice que no soy sevillana, pero es la ciudad en la que más tiempo he vivido con diferencia.
P.–El aterrizaje no sería fácil.
–(CV) Llegamos y no conocíamos a casi nadie. Los pocos amigos que teníamos eran don Ramón Carande y los hermanos Pérez Royo.
P.–Vaya mezcla.
–(CV) Sí, vaya mezcla. En la Universidad pensaban que Juan era comunista. Se preguntaban cómo un catedrático podía ser amigo de penenes y adjuntos.
–(JG) A casa de don Ramón, al que visitábamos los viernes, no iba nadie. Curiosamente, hasta que no cumplió los 90 años nadie le hizo caso en la Sevilla oficial. Era sabio y jovial y los que los visitábamos éramos unos jovencitos: Javier Rubiales, Fernando Olmedo... Gracias a ellos llegamos a tener una columna en el periódico.
–(CV) En las visitas a don Ramón se tomaba whisky y croquetas. Hasta tal punto de que cuando lo operaron de la cadera en Fátima nosotros le llevamos el whisky y su cocinera, María, las croquetas.
–(JG). También nos ayudó mucho Antonio Bonet Correa, el padre de Juan Manuel Bonet. Vivíamos en el mismo bloque de San Vicente. Él nos presentó a todos los pintores sevillanos: Carmen Laffón, Gerardo Delgado... Fueron años estupendos. Y en Madrid no hubiésemos podido comprarnos una casa como esta.
P.–Viene bien que saque el tema de la casa. No es un lugar cualquiera, repleta de libros, cuadros y objetos curiosos. Es una casa que desvela claramente que la habitan personas con una curiosidad intelectual fuera de lo normal. Como si fuese una extensión de su obra.
–(JG) Era la casa del administrador del Duque de Osuna. La arquitecta que nos hizo el proyecto, Mabel Regidor, era todavía muy jovencita...
–(CV)...pero le quedó muy bien. Está muy hecha para nosotros. Cuando salgamos con los pies por delante, a nuestra hija le va a costar venderla.
P.–Probablemente haya hoy buenos americanistas jóvenes y no tan jóvenes en Sevilla, pero es indudable que el americanismo ha perdido peso en la ciudad, presencia social y mediática. Antes todos sabían quién era Morales Padrón, hoy le sería muy difícil a una persona común nombrar un especialista en la materia.
–(CV). Creo que es así, porque tanto Morales Pradón, Calderón Quijano o Luis Navarro eran gente que estaba continuamente creando escuela. Enriqueta Vila ha sido un ejemplo de lo que hablamos, una investigadora que ha contribuido mucho a la presencia del americanismo en nuestra ciudad. Ahora ya no hay apenas quien haga eso. De repente se puso de moda estudiar los años actuales y los investigadores ya no querían trabajar sobre el periodo colonial. Una vez le propuse a un alumno que hiciese su tesis sobre el Descubrimiento y me dijo que aquello era “fascista”. Es absurdo, porque Sevilla, debido al Archivo de Indias, es un lugar privilegiado para hacer historia colonial, pero insisto en que apenas hay gente que quiere hacerla. Ahora se están diciendo muchísimas tonterías sobre el periodo. A mí me parece tristísimo que hayamos perdido la titulación de Historia de América en Sevilla. En las salas de lectura del Archivo de Indias hay más investigadores extranjeros que españoles.
P.–Don Juan, esta pregunta va dirigida al miembro de la Real Academia Española. ¿Podemos decir que el idioma español está amenazado por las políticas nacionalistas periféricas?
–(JG) Es evidente que en España hay un florecer identitario, algo que ya empezó en el siglo XIX. Los mismos Machado fueron andalucistas avant la lettre. El florecer del catalán, el gallego o el vasco no está mal. ¿Puede mermar esto al castellano? No, porque tiene la potencia de 600 millones de hablantes. Y cada vez son más. En el imperio de hoy, que es EEUU, cada vez se habla más castellano. Efectivamente puede haber pugnas entre los idiomas periféricos y el castellano, pero esto no lo mermará. Está muy bien que no se prohíba ningún idioma, como ocurrió en otros tiempos.
P.–El problema es que, quizás, en Cataluña se está acosando por ley a los que usan el castellano.
–(JG) Pero por mucho que se empeñen no pueden con él. Repito, son 600 millones de hablantes. No tenemos que preocuparnos por el español en España, goza de buena de salud.
P.–Usted, de alguna manera es un intruso, un latinista metido también en el americanismo. Y con éxito, lo cual no sé si se lo habrán perdonado.
–(JG) Me lo han perdonado poco. Sí, soy un intruso. En la Universidad y en otros sitios a los que vienen de fuera se les mira mal. El americanista, el hispanista o el latinista piensa que esas disciplinas son suyas y no admiten intrusos.
P.–Hace apenas unos meses hablamos de su último libro en común, la monumental recopilación de textos y documentos de Cristóbal Colón, una obra que justifica toda una vida. Es la culminación de muchos años de trabajo. ¿Cómo empezó?
–(CV) Un verano que nos fuimos a la playa Juan me puso a transcribir el primer diario de Colón. A él le extrañaba que no hubiese una edición en paperback que recogiese todos los escritos del descubridor. Me propuso el proyecto. A partir de ahí ya me engolfé y una cosa fue saliendo detrás de otra.
P.–Imagino que la nueva edición de Athenaica es la definitiva.
–(JG) Creemos que sí, pero Colón es un personaje fascinante, así que nunca se sabe.
–(CV) Hay cosas nuevas que pueden surgir. Por ejemplo, el pasado siglo se perdió el legajo de contaduría del segundo viaje. Probablemente se haya traspapelado, pero puede aparecer en cualquier momento, como lo hizo el Juicio que le hizo Bobadilla a Colón y que pude estudiarlo gracias a Isabel Aguirre, la jefa de sala de Simancas, que fue la que lo descubrió. Hubo gente que llegó a decir que este documento no existía o que el juicio había sido una simple regañina. Queda Colón para rato.
–(JG) Además están las diferentes intepretaciones que se pueden hacer de los documentos.
–(CV) Sí, por ejemplo, el día que encontré el testamento de Vespucci, Juan Manzano acababa de salir del Archivo de Protocolos de la calle Feria. Salí corriendo a buscarle y le dije que tenía el testamento de Vespucci. Los dos nos pusimos a leerlo al mismo tiempo, pero cada uno buscando una cosa diferente. Un documento se puede leer de muchas formas.
P.–Desde la Ley de Memoria Histórica la Historia ha saltado al debate político y mediático. Usted, don Juan, es hijo de un represaliado del franquismo. ¿Cómo ve usted esto?
–(JG) No hay derecho a que todavía haya muertos en las cunetas. Es triste y una ignominia. Es una lacra para nuestro Estado. Debemos darles sepultura a todos, que es la manera de alcanzar la reconciliación. También explicar el pasado como fue. El franquismo fue una dictadura y punto. Pero iniciativas como la Ley de Memoria pueden provocar rechazo y hay muchos nostálgicos. La reconciliación no se impone por ley.
P.–Otro de los consensos que se han roto es el de la historia de España en América. En el 92 parecía que habíamos alcanzado una visión en la que tenía cabida tanto lo bueno como lo malo. Ahora es desolador ver cómo algunos impugnan por completo trescientos años de nuestra historia.
–(CV) Estoy trabajando en un catálogo para una exposición en el palacio de Liria con cartas de Colón que pertenecen a la casa de Alba. La empresa que lo edita nos corrige constantemente, no se pueden usar las palabras “descubrimiento” ni “conquista”.
P.–¿Una empresa de gestión cultural corrigiendo a una historiadora por cuestiones de corrección política?
–(CV) Exacto, nos dicen lo que tenemos que decir, como poner “aborigen” en vez de “indio”.
–(JG) Hombre, también es cierto que hay palabras que con el tiempo toman un carácter despectivo. “Moro” es un ejemplo muy claro. En el siglo XVI no era insultante, hoy sí puede serlo. No escuchará a ningún político decir “moro” en vez de “musulmán”.
P.–Ya hemos hablado alguna vez, don Juan, de su gusto por el estudio de las minorías: los chinos en Manila, los últimos neoplatónicos frente al cristianismo y los mozárabes... Este último grupo, tan importante en la España medieval, sigue siendo un desconocido para todos.
–(JG) Los mozárabes tuvieron su momento. Fíjese, cuando entra Alfonso VI en Toledo [6 de mayo de 1085] le salen a recibir “moros, cristianos (los mozárabes) y judíos”. Sin embargo, cuando Fernando III conquista Sevilla en 1248 ya solo hay moros, porque los mozárabes hacía tiempo que habían huido debido a las persecuciones de almorávides y almohades. El mozárabe ya había emigrado al norte en el siglo XIII.
P.–Y más allá de Colón, doña Consuelo, ¿cuáles han sido sus intereses?
–(CV) El entorno colombino: Vespucci, Juanoto Berardi, Simón Verde... Es donde me he movido más cómodamente. Por ejemplo, el corresponsal inglés de Colón, John Day, que fue el que le mandó al descubridor el libro de Marco Polo. Hice un libro sobre los mercaderes y los aristócratas ingleses en Andalucía. En mi querida Sanlúcar de Barrameda había muchos. También he tratado algo el Pacífico y Las Casas. Hice una edición de la Brevísima para Castalia.
P.–Ya que sale, habrá que hablar de su relación con Sanlúcar de Barrameda, el territorio del verano.
–(JG) Vamos todos los fines de semana que podemos. Tenemos allí una casa modesta y cómoda.
P.–En el quinto centenario de la circunnavegación, los sanluqueños reivindicaron que la flota de la Especiería habia salido de allí, no de Sevilla. ¿Cómo llevan ustedes eso?
–(CV) Yo lo llevo estupendo, en los bares les digo a los de Sanlúcar que llevan razón. Entonces, inmediatamente, dice Juan: “El alarde se hizo en Sevilla. Y la gente empieza a cobrar cuando se hace el alarde”. Pero yo le recuerdo que estuvieron parados mucho tiempo en Sanlúcar, donde compraron el vino, llenaron las botas de agua, hicieron los bizcochos...
P.–Es decir, que hacen de poli bueno y poli malo.
–(CV) Efectivamente.
–(JG) En Sanlúcar esa polémica se la toman muy en serio.
P.–¿Alguna manzanilla de referencia?
–(CV) A mí me gusta Solear.
P.–Buena elección. Volvamos a Sevilla. Usted fue directora de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos entre 1993 y 2000. Ahora está de capa caída, cuando no en vías de extinción.
–(CV) La Escuela ha ido perdiendo valor con el tiempo. Antes tenía una imprenta, una residencia para profesores, una biblioteca espléndida y muchos becarios. Ahora no hay becarios, la residencia y la biblioteca ya no pertenecen a la Escuela sino al CSIC... Menos mal que sigue ahí, porque lo mismo se la llevan cualquier día. Lo peor es que apenas hay investigadores. Solo hay dos que se dedican a historia colonial, que es lo que mejor se puede hacer en Sevilla. Todo depende de Madrid.
–(JG) Debería ser al revés, que todo lo relacionado con el americanismo de Madrid dependiese de Sevilla.
P.–Más allá de la retórica, los políticos nunca han creído en el potencial americanista de Sevilla.
–(JG) Es que a los políticos les incomoda el pasado colonial de España. No les interesa que se hurgue ahí para no tener que afrontar posibles polémicas. Cuanto menos se hable del imperio español, mejor. Ya solo la expresión “imperio español” les suena a franquista, por aquello de “por el imperio hacia Dios” y esas cosas que se decían en aquella época.
–(CV) En los años cincuenta y posteriormente, con los cursos de verano de Historia de América de la Rábida y Florentino Pérez Embid hubo un momento bueno. Pero todo eso se perdió.
–(JG) Hacía mucho la buena relación de la dictadura de Franco con otras dictaduras militares americanas.
–(CV) Antes, los estudiantes americanos que querían hacer historia de sus países venían a Sevilla. Ahora se van a EEUU.
P.–Muchas veces olvidamos que Sevilla, además de ser un puerto americano era también un puerto oriental. Usted, don Juan, ha escrito algunas cosas sobre esto.
–(JG) A Sevilla llegaban todo tipo de mercancías y productos de Extremo Oriente. Aquí vivían chinos y japoneses... Yo estudié el testamento de uno de estos chinos. Lo curioso es que se autodenominaba “indio-chino”. El primer libro que se publica sobre China en España se hace en Sevilla. Lo escribió un cosmógrafo de Laredo, Bernardino de Escalante. Está copiado de otro portugués que no tuvo éxito. Sin embargo, el español fue traducido al inglés en el siglo XVI.
–(CV) En las casas sevillanas había antiguamente muchas manufacturas chinas.
–(JG) De hecho el mantón de Manila es chino, no de Filipinas. Todo esto viene por la vía de México.
P.–El famoso Galeón de Manila.
–(CV)La ruta era de Filipinas a Acapulco, de ahí por tierra a Veracruz y, finalmente, por el Atlántico hasta Sevilla.
P.–Hay quien defiende que la mayoría de estos productos se quedaban en México, que a Sevilla ya solo llegaba una pequeña porción.
–(CV) Así se ven en Ciudad de México y otras poblaciones esas maravillas de objetos chinos.
–(JG) Lo filipino es chino. Toda esa realidad se ha olvidado completamente. ¿Qué escolar se acuerda ahora de que Filipinas fue española? Es una pena, hay que rescatar ese pasado. Ahora voy a sacar un libro: Conquistas prohibidas. Españoles en Borneo y Camboya. Ayer se llevaron las pruebas a Madrid.
P.–¿Por qué conquistas prohibidas?
–(JG) Porque se metían en territorios que, por el Tratado de Tordesillas, correspondían a los portugueses, quienes estaban indignados.
(CV) Las hacían los gobernadores de Filipinas por su cuenta. Es un libro muy curioso que editará la Fundación Castro, pero no sé si le interesará a alguien.
P.–¿Llegamos a conquistar Borneo?
–En concreto el Sultanato de Brunei. El rey tuvo que huir, pero con el verano llegaron las calenturas y los españoles se marcharon. El sultán, que estaba al acecho, volvió inmediatamente. Hoy en día el sultán de Brunei es uno de los hombres más ricos del mundo. A ver si le entra la curiosidad y compra la tirada. O cien ejemplares por lo menos.
P.–¿Se arrepintieron de quedarse en Sevilla?
–(CV) Nunca. Tenemos la suerte de tener un apartamento en Madrid, lo cual está muy bien.
–(JG) A veces pasamos allí una semana, sobre todo cuando yo tengo demasiado trabajo en la Academia.
P.–¿Algún mensaje para el ministro Urtasun y su intención de “descolonizar” el Museo de América?
–(JG) Yo al ministro de Cultura le pido que no sea sectario.
–(CV) Sí, estoy de acuerdo, que no sea sectario. No podemos ver con los ojos de hoy lo que se hizo entonces.
–(JG) Como decía San Agustín, conviene que haya herejes, porque te obligan a pensar para rebatirlos. Nunca se sabe, a lo mejor, te enseñan algo.
P.–De la película de López-Linares Hispanoamérica, canto de vida y esperanza me llamó gratamente la atención la importancia que le da a la música como elemento forjador de la Hispanidad. Especialmente a la guitarra.
–(JG) Eso ocurrió desde el principio. Colón, cuando está con los indios, llama al tamborino para que haga una exhibición de sus habilidades. Pero los indios salen corriendo porque creen que son sones de guerra. En las Islas del Mar del Sur los primeros contactos eran ejecutando cada grupo sus bailes de una manera idílica... Luego ya no lo era tanto.
P.–Leyendo el diario de Colón del primer viaje me extrañó mucho no encontrar una entrada del 12 de octubre, el día oficial del descubrimiento. Pasa del 11 al 13, creo recordar.
–(CV) Es que el descubrimiento fue el día 11.
–(JG). El propio Hernando Colón lo dice. Fue el 11. El por qué se ha fijado la fecha del descubrimiento el 12 es para mí un misterio.
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