“Es muy posible que encontremos una gran ciudad tartésica”

Ramón Corzo | Arqueólogo, catedrático y académico de Bellas Artes

Experto en el mundo y el arte fenicio-púnico, ha repartido su dilatada vida profesional entre la dirección de museos, el trabajo arqueológico y la docencia universitaria

Corzo, en su despacho de la Universidad.
Corzo, en su despacho de la Universidad. / Belén Vargas

Ramón Corzo (Sevilla, 1951) ha repartido su vida profesional entre los museos y la universidad, la investigación y la docencia, Cádiz y Sevilla... Discípulo de Antonio Blanco Freijeiro, lo que lo emparenta con lo más granado de la arqueología española, empezó como miembro del Cuerpo Facultativo de Conservadores de Museos y llegó dirigir los de Zamora y Cádiz, así como el Conjunto Arqueológico de Itálica y la Casa de Murillo de Sevilla. Como arqueólogo e historiador del Arte ha dedicado gran parte de sus esfuerzos al mundo fenicio-púnico. Su labor fue determinante en el hallazgo del sacófago antropoide femenino que actualmente se encuentra en el museo gaditano, una de las piezas cumbres del arte realizado por los llamados “fenicios occidentales”. También ha realizado investigaciones sobre las épocas romana y la ibérica, entre otras. Actualmente, es catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Sevilla y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, numerario de la de Cádiz y correspondiente de la de Historia.

–¿Qué vinculación tiene con Zamora?

–Fue el primer destino que tuve recién sacada la oposición de conservador de museos.

–Aprovechó su estancia allí para hacer su tesis doctoral.

– Sí, sobre San Pedro de la Nave, una iglesia visigoda que se encuentra en El Campillo. Durante el tiempo que estuve de profesor ayudante de don Antonio Blanco Freijeiro asistí a un curso muy bueno sobre arqueología cristiana española del profesor Helmut Schlunk, que fue el primer director del Instituto Arqueológico Alemán de Madrid. Aquello levantó mi interés e hizo que aprovechase el tiempo que viví en Zamora para trabajar en el tema.

–¿Conoció personalmente a Schlunk?

–En ese tiempo, 1977, fue cuando profanaron la Cámara Santa de Oviedo para robar las piedras y los metales preciosos de la Cruz de los Ángeles, la Cruz de la Victoria y la Caja de las Ágatas. Una vez recuperado lo sustraído, que había sido machacado, Schlunk participó muy activamente en su restauración, por lo que viajaba mucho a Oviedo y pasaba por Zamora, donde solíamos hablar… Allí no había otra cosa que hacer.

–¿Se aburrió?

–No, pero fui director de un museo que hacía cuatro años que lo habían derribado.

–¿Cómo?

–El museo provincial estaba en el convento de Santa Clara, monumento nacional, pero aquello le gustó al delegado de Hacienda y lo derribó para hacer una plaza y las oficinas de su departamento. Con la misma excavadora que derribaron la iglesia trasladaron las piezas a otro templo, donde estaban de cualquier manera. Cuando yo me hice cargo de aquello, Pío Cabanillas era ministro de Información y Turismo, y pasaba mucho por Zamora camino de Galicia. Yo le decía que había que hacer algo y él me respondía: “Aquí estamos todos interinos…”. Lo único que tenía que hacer en todo el día era ir por la mañana a la iglesia y ver que no habían robado ninguna pieza… Tuve mucho tiempo libre para investigar y dedicarme a la tesis.

–Es decir, que fue conservador de museo antes que profesor…

–De los alumnos de don Antonio Blanco dos nos dedicamos a museos, José María Álvarez, que hasta hace poco fue director del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, y yo.

El que la Junta gestione los museos pero estos sean de propiedad estatal ha sido una equivocación

–Sin embargo, usted se pasó a la universidad.

–Me fui cuando me aburrí. La figura del director de museos se convirtió en un simple gerente que estaba todo el día haciendo papeles… Nada de investigación ni de divulgación… eso se le encargaba a empresas subcontratadas.

–El desembarco de la Junta en la gestión de los museos, ¿fue positiva o negativa?

–Al principio fue muy positiva, porque había mucho interés. Se hizo la Ley de Museos de Andalucía, que era muy aceptable. Pero todo se quedaba en la normativa, porque no había un duro para los proyectos.

–De ahí los muchos problemas del Museo de Bellas Artes y el Arqueológico.

–Una de las principales equivocaciones, en materia de cultura, de la creación de las autonomías fue ese reparto por el cual la gestión depende de la Junta de Andalucía, pero la propiedad sigue siendo de la Administración central. Eso genera muchos problemas, sobre todo cuando los gobiernos de uno y otro lado no son afines. El dinero de las obras para el Bellas Artes y el Arqueológico lo tiene que poner Madrid, por lo que la Junta se lava las manos.

–Antes ha hablado de don Antonio Blanco Freijeiro, uno de los grandes arqueólogos e historiadores que han enseñado en la Universidad de Sevilla.

–Blanco era el alumno más importante de García Bellido, el primer arqueólogo clásico de España. Don Antonio tuvo una formación muy buena: Alemania, Inglaterra… las mejores universidades de Europa. Su bagaje de conocimiento era impresionante y como docente era muy exigente. Yo entré de profesor ayudante porque había echado a mi predecesor. Don Antonio le había encargado que tras el verano, en septiembre, se presentase con la tesina ya hecha. No lo hizo… a la calle. Tenía claro que en la Universidad se debía trabajar, investigar, escribir artículos, ir a congresos… Pero era muy generoso: a los alumnos de arqueología clásica les daba un seminario de alemán, fuera del programa oficial y sin cobrar más. Recuerdo que en una de mis primeras intervenciones en público, durante el congreso del bimilenario de Segovia, me pasé todo el tiempo con la mano en el bolsillo… Me echó una bronca…

–Una de sus especialidades como arqueólogo e historiador es el mundo fenicio-púnico. Siempre hablamos mucho de nuestra herencia romana o árabe, pero olvidamos la fenicia o cartaginesa. Para nosotros, ser fenicio es ser una persona interesada, taimada…

–Blanco siempre comentaba que Jacobsthal, el gran catedrático de Oxford especializado en orfebrería antigua, decía: “Para los fenicios el arte no es más que una vaca que da leche”. El arte fenicio siempre estaba muy limitado por la función comercial. Este pueblo nunca tuvo unas aspiraciones artísticas como el griego.

Jacobsthal decía que “Para los fenicios el arte no es más que una vaca que da leche

–Está claro que los romanos ganaron la guerra de la propaganda.

–Con las invasiones de los asirios y los babilonios, los fenicios habían perdido todo su poder, pero quedaron los que Bellido llamaba “los fenicios de occidente”: Cartago y Cádiz, que mantuvieron un arte que guardaba mucho de sus ancestros, pero que también tenían un deseo de emulación del mundo griego.

–No se puede hablar del mundo fenicio-púnico en la Península Ibérica sin hacerlo de Tartessos. Dos mundos que a veces llegan a confundirse.

–Poco a poco cada vez distinguimos mejor lo que son piezas fenicias, tanto las de importación traídas del Mediterráneo oriental como las realizadas en las colonias de la Península, de esas otras que pertenecen a ese mundo orientalizante del interior que es Tartessos.

–Haré una vez más la pregunta, ¿qué es Tartessos?

–Es el resultado de la relación de los indígenas más antiguos, los del mundo megalítico y el bronce, con los nuevos colonos fenicios. Sobre todo supone la creación de un gran sistema comercial basado en la minería que supondrá el enriquecimiento de las poblaciones tartésicas. Esto permitirá el desarrollo de un arte en el que influirán de manera decisiva los objetos que traen los fenicios, que no sólo son los de su cultura, sino también griegos, etruscos...

–¿Y la escritura tartésica, la hemos conseguido por fin descifrar?

–Sabemos cómo suenan las palabras, pero no lo que significan. Yo creo que tarde o temprano lo lograremos. Afortunadamente, como le digo a mis alumnos, queda mucho por descubrir.

Sabemos como suena la escritura tartésica, pero no lo que significan sus palabras

–¿Descartamos ya definitivamente la búsqueda de la gran ciudad de Tartessos como la que buscó Schulten?

–Tartessos es sobre todo un río, que es el Guadalquivir. También es una región y, sobre todo, un lugar de comercio, un emporio. Eso es lo que dicen fundamentalmente las fuentes escritass. Las referencias a una gran ciudad que está en una isla entre dos brazos de un río, etcétera, pertenecen a textos muy tardíos, donde se confunden la Atlántida y Tartessos. Algunos escritos identifican directamente esta ciudad con Cádiz… Otros dicen que es Carteia, en San Roque… Pero es muy posible que en cualquier momento localicemos una ciudad tartésica de entidad… Puede ser el mismo Carambolo, yacimiento del que sólo se ha excavado la corona del cerro, donde está el santuario, pero no lo que llamaba Carriazo el “poblado bajo”, en la ladera, donde debe haber una ciudad importante. También puede estar debajo de Carmona o en Alcalá del Río… o en el Cerro Macareno…

–¿Y Sevilla? Hace poco Miguel Ángel Tabales descubrió en el Patio de Banderas restos que parecían ser tartésicos.

–La época tartésica en Sevilla está documentada con algunos restos (muritos, algo de cerámica…) que probablemente daten del siglo IX a. C., pero, por ahora, estamos hablando de un ámbito muy pequeño.

–Siempre se habla mucho de Tartessos y Andalucía, pero en Extremadura también hay yacimientos muy interesantes.

–Sí, pero es un tartésico más indoeuropeo que oriental. Es lo que vemos en yacimientos como Cancho Roano, que nos enseñan un mundo indígena muy influidos por lo tartésico. Es el reflejo del gran poder económico y cultural de Tartessos.

–Está el mito romántico del gran descubrimiento, como el hallazgo de la momia de Tutankamón. ¿Cuál fue el suyo?

–Sin duda el sarcófago antropoide femenino de Cádiz, que apareció en una obra cuya vigilancia arqueológica la realizaba yo. Surgió al final, cuando una máquina estaba destruyendo los antiguos cimientos de un chalet que había existido anteriormente en el solar.

Nunca se supo muy bien que se quería hacer con la Casa Murillo del barrio de Santa Cruz

–En el cuaderno sobre arte fenicio-púnico que usted escribió para la colección de Historia 16 denuncia que se pudieron destruir muchos de estos sarcófagos fenicios, que era muy raro que hubiesen aparecido tan pocos.

–La duda siempre estará ahí. Cuando descubrimos el sarcófago nos vino mucha gente a denunciar que en tal o cual obra había aparecido uno y lo habían destruido… También es verdad que la gente tiende mucho a exagerar…

–Lo cierto es que el sarcófago es una pieza impresionante y no hay muchos de su tipo...

–Muy pocos, unos ciento y pico, de los cuales la gran mayoría aparecieron en la Fenicia original. Luego hay un par de ellos en Sicilia, otro en Alejandría, los de Cádiz… y poco más.

–No me gustaría acabar esta conversación sin hablar de la Casa Murillo, en el Barrio de Santa Cruz, de la que usted fue director, pero por la que nunca se apostó claramente.

–Es que nunca se supo muy bien lo qué se quería hacer. Cuando se creó, en relación directa con el Museo de Bellas Artes, se pretendía darle un sitio propio a la figura de Murillo en Sevilla, en la casa en la que probablemente fue la última en la que vivió el pintor., y se hizo una recreación historicista que permitía hacerse una idea de lo que era la casa de un gran artista del siglo XVII. Pero el inmueble tenía unos problemas tremendos de humedad y ventilación que no permitía la conservación correcta de muebles y cuadros, por lo que hubo que llevarlos al Museo de Bellas Artes. Después se pensó en un nuevo proyecto más virtual, con audiovisuales que narrasen la Sevilla de Murillo y con algunas salas dedicadas a exposiciones temporales… Pero, si no hay medios para el Museo, imagínese usted para la Casa Murillo, al final aquello ha quedado como un edificio administrativo.

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