“Hay tantos delincuentes como personas somos”
Yolanda Ortiz Mallol | Fiscal
Especializada en delitos contra el Medio Ambiente y el Patrimonio, acaba de publicar sus reflexiones sobre el oficio de fiscal
El profesor Vázquez, piquito de oro de la ‘new wave’ del constitucionalismo español, definió a Yolanda Ortiz Mallol (Granada, 1972) como mujer “radiante” y no seremos nosotros los que le llevemos la contraria a la Academia. Fiscal con 20 años de experiencia, Yolanda Ortiz pertenece a una generación de mujeres que apabullan a los españolitos con su empoderamiento, subida en tacones de vértigo, el Estado en la cabeza y una risa franca que, a veces, se transforma en sonrisa irónica ante las sandeces que los demás decimos. De Granada conserva un acento insobornable y cierto nacionalismo nazarí; de Sevilla ha sacado un gato, Batman, y un marido crítico y editor, Alfonso Crespo, que es el encargado de servirnos una copa de manzanilla cuando acaba la entrevista (durante, sólo agua, quizás por aquello de la incompatibilidad entre el servicio y el mollate). De estilismo faldicorto y alma progre, Yolanda Ortiz Mallol, letraherida y coleccionista de arte –su casa es un minimuseo de pintura andaluza contemporánea–, está especializada en delitos contra el Medio Ambiente y el Patrimonio Histórico. Fruto de la confluencia entre su carrera y sus intereses literarios (es reseñista de la revista Mercurio y autora de ‘Cuentos concatenados’) es su libro ‘Norma y vida. Reflexiones de una fiscal en activo’, publicado por Athenaica, un breviario que también es una lúcida mirada sobre la condición humana. Ya en librerías.
–¿Cómo nace la vocación de fiscal? No debe haber ningún niño que quiera serlo.
–A no ser que provenga de una familia de fiscales, que no era mi caso, aunque sí soy de una familia de juristas. Mi abuelo materno, José Mallol, era coautor de un diccionario jurídico y de diversos libros de administración local. De todas maneras, yo siempre estuve entre el Derecho y la literatura.
–Delibes siempre destacó la importancia que tuvo para su carrera literaria la lectura del ‘Curso de Derecho Mercantil’, de Joaquín Garrigues. Ahora usted acaba de publicar el breviario ‘Norma y vida. Reflexiones de una fiscal en activo’ (Athenaica), en la que está muy presente la literatura y el cine. Si tuviera que escoger una novela sobre este asunto, sería…
–Crimen y castigo, de Dostoyevsky, una novela maravillosa en la que se ven muy bien los procesos psicológicos y mentales del que delinque. Literariamente esto es más interesante que analizar la maquinaria judicial. Crimen y castigo muestra el juicio paralelo que el delincuente se hace a sí mismo, qué ocurre en su mente durante y después del proceso.
–Ahora está muy de moda la novela negra, ¿le interesa?
–No soy lectora habitual de novelas policíacas o de tramas judiciales, tan de actualidad. Supongo que por eso de “en casa de herrero...”
–Aunque no esté bonito en una fiscal, dígame un criminal que le haya fascinado.
–Uno de ficción que, paradójicamente, no puede ser juzgado, porque está muerto. Me refiero a Drácula.
–¿El delincuente es diferente a los demás?
–Hay tantos delincuentes como personas somos. Son muchas las razones por las que se puede llegar al delito.
–Está la famosa frase de Concepción Arenal de “odia al delito y compadece al delincuente”. ¿Es acertada?
–Hay delincuentes a los que hay que compadecer sin que, evidentemente, nos olvidemos de las víctimas. Hay veces que te das cuentas de que la persona a juzgar ha entrado en un bucle y es necesario ayudarlo para que salga de éste. Yo creo firmemente en el fin de nuestro sistema penal, que es la resocialización.
–Pero hay mucha gente que es pesimista con la capacidad de redención de la cárcel. Es un lugar común decir que la trena estropea aún más a los presos.
–Es cierto que hay un porcentaje de personas que volverán a delinquir cuando salgan de la cárcel. Siempre que uno opta por un sistema determinado hay desagües. Pero tenemos que tener en cuenta que vivimos en una sociedad en la que todos no salimos de la misma casilla, y hay personas que nacen en unas circunstancias que les abocan más al delito que otras. La sociedad no es inocente de los monstruos que genera y las sombras que propicia. Por lo tanto, tiene que responder en consecuencia.
–¿Y las víctimas?
–Nunca hay que perderlas de vista. Hoy en día se habla mucho de la justicia restaurativa, de la necesidad de restaurar a las víctimas. Eso no significa que no se las ponga en cuestión durante el juicio, porque un juicio consiste precisamente en poner en cuestión todo. Pero eso se puede hacer con más o menos sensibilidad; por ejemplo, sin exigir que declaren más veces de las necesarias
–Los fiscales muchas veces aparecen retratados como los malos de la película.
–Pero es un error, porque lo que hacemos es defender los intereses de la sociedad. Aunque el juez es finalmente quien dicta sentencia, previamente hay un fiscal que ha analizado el caso y ha considerado todas sus circunstancias, tanto las que perjudican como las que favorecen a la persona a juzgar.
–¿Debe ser el fiscal una persona fría?
–Siempre debe mantener la distancia y la objetividad, lo cual no es sinónimo de frialdad. Evidentemente hay veces que las circunstancias de la persona a juzgar exigen al fiscal ser más benévolo, pero otras que le obligan a una mayor dureza. Insisto, no hay que confundir la objetividad con la frialdad.
–Por las películas norteamericanas, los españoles conocemos mejor cómo funciona un tribunal en Nebraska que en Córdoba.
–De ahí esa imagen del fiscal duro y acusador. Recuerdo que en mi primer juicio con jurado, recién ingresada en la carrera fiscal, acompañé a un colega y me limité a tomar notas. No dije ni una sola palabra. Al finalizar, un miembro del jurado me preguntó si yo era “la ayudante del fiscal”, una figura americana que no existe en España. Una gran diferencia entre EEUU y España es que allí es el fiscal el que investiga e instruye, mientras que aquí es el juez instructor el que lo hace.
–Más allá de esta distorsión, el cine le ha dedicado una gran atención al mundo del derecho y los tribunales. Díganos su lista de favoritos.
–Sobre la necesidad de huir del juicio precipitado y la importancia de ponderar todos los elementos probatorios, ninguna como Doce hombres sin piedad. Sobre el fracaso de la verdad en el proceso como consecuencia del falso testimonio, la maravillosa Testigo de cargo, que es mucho más que eso. También vi hace poco una película magnífica que deja al espectador con la duda sobre la culpabilidad o la inocencia de la protagonista, Madeleine. Acerca de la asunción del sistema judicial, ninguna como M, de la que hablo en el libro, donde los propios delincuentes someten a un juicio al protagonista. Saliendo del cine clásico, y por citar alguna película que refleje muy fielmente la realidad de delitos concretos, Te doy mis ojos es un ejemplo tremendamente exacto del ciclo real de la violencia, casi un manual de los estadios por los que pasa la mujer maltratada
–¿Está usted a favor de que los fiscales se encarguen de la instrucción?
–Ayudaría a agilizar el proceso, tanto por la especialización existente en las distintas fiscalías (delitos económicos, anticorrupción, delitos contra el medio ambiente, de siniestralidad laboral, fiscales antidrogas...) como porque es el fiscal quien se encuentra en mejores condiciones de determinar los elementos probatorios que necesita para someter a juicio un determinado hecho; de igual forma, para archivarlo. Evidentemente, esta reforma procesal debe ir acompañada de una modificación de nuestro estatuto para dotarnos de mayor autonomía como institución, funcional y presupuestaria.
–Uno de los grandes problemas del Derecho es que la sociedad siempre muta más rápidamente que la legislación.
–Como digo en el libro, la sociedad marcha y el Derecho camina. Son ritmos distintos y por eso las leyes quedan obsoletas y hace falta reformarlas. Una ley hay que hacerla con tiempo, necesita su cochura. Puede ser dura, pero nunca airada.
–Hoy en día hay quizás algo de precipitación en las leyes.
–Hay mucha presión para que se legisle a golpe de titulares.
–¿Populismo penal?
–Efectivamente. Hay una tendencia a tirar en exceso del derecho penal. Ante determinados problemas es muy fácil agrandar las penas y extender los tipos penales. Sin embargo, se pierde de vista la necesidad de establecer un derecho sancionador administrativo más eficiente y una mayor eficiencia de la Administración a la hora de prevenir el delito…
–Una de las frases redondas de su libro es que el Derecho se escribe con mayúscula, pero se aplica con la minúscula.
–Con eso quiero decir que cuando la norma se aplica al caso concreto todo es más complejo de lo que parece. Cuando estudié Derecho creía que todo iba a ser fácil de subsumir, pero luego te das cuentas de que se trata de hacer lo que se puede con los elementos que se tienen, que suelen ser muy limitados.
–¿Y cuándo se cayó usted del guindo?
–Uno se cae del guindo muy pronto, entre otras cosas porque la gran cantidad de litigios que hay superan los recursos materiales y humanos que tenemos. Es muy complicado llegar a todo, como exige nuestro principio de legalidad.
–Mi antiguo profesor de Historia Moderna, Paco Núñez, solía decir que en los siglos XVI y XVII los españoles se pasaban la vida pleiteando. Veo que no ha cambiado mucho la cosa.
–Hay demasiados pleitos. Es verdad que existen muchos delitos en los que la única vía de solución que existe es el procedimiento, pero también llegan a los tribunales cuestiones nimias, principalmente de tipo vecinal, que podrían solucionarse por otras vías. Ahora se quiere trabajar más en la mediación, buscar vías que ayuden a las partes a llegar a una solución que ellas mismas convengan, que no sea un tercero quien decida lo que se tiene que hacer.
–¿La justicia en España es igual para todos?
–Es igualitaria en el sentido de que, a los que tienen menos posibilidades, se les ofrecen algunas herramientas, como los abogados de oficio, pero lógicamente los más pudientes siempre tendrán una mayor capacidad para recurrir, presentar pruebas alternativas, etcétera.
–Al derecho penal español se le acusaba de centrarse en los delitos de los pobres y ser benevolente con los de los ricos. ¿Eso ha cambiado?
–Sí, como todos hemos visto, en los últimos años han pasado muchos delincuentes de cuello blanco por los tribunales. Fue en ese momento cuando se cambió la condición de acusado por la de encausado.
–En el tiempo que lleva como fiscal ¿qué ha aprendido de sus acusados?
–Que nada es lo que parece y nunca hay que prejuzgar. Los años de oficio dan un bagaje, pero también te hacen creer erróneamente que uno necesita menos tiempo para analizar un determinado asunto. Eso te puede llevar a echar en la mochila del delincuente cargas de otros casos que has tenido antes. Siempre hay que analizar los casos con humildad. Cada delito tiene su rostro.
–Pero también insiste en lo repetitivo de la naturaleza humana. No somos muy originales.
–Sí, uno se da cuenta de que los individuos nos repetimos, que no somos muy distintos los unos de los otros. Como decía Max Aub, una persona mata por los mismos motivos en Francia o en España … Pero voy más allá: no sólo se mata por los mismos motivos, sino que las justificaciones de los delincuentes son también muy parecidas.
–Es habitual que los ciudadanos nos quejemos de la cortedad de algunas penas de prisión, sobre todo en crímenes especialmente crueles y sangrientos.
–Eso ocurre porque se baliza el tiempo en prisión, y no se cae en que el tiempo transcurre mucho más lento entre rejas que en la calle. Hay que tener en cuenta que la pena siempre tiene que ir en consonancia con el fin último de nuestro ordenamiento, que es de la resocialización, de ahí que haya debate sobre si la prisión permanente revisable es coherente con este objetivo.
–Su libro está muy bien escrito. Por desgracia, no se puede decir lo mismo de las leyes y sentencias.
–-Las leyes están a veces mal redactadas porque se escriben muy rápidamente, sin la tranquilidad que requiere la acción de legislar. En ocasiones, el legislador incurre en fallos gramaticales que cambian completamente el sentido que se le quería dar al texto.
–¿Y las sentencias?
–En los últimos tiempos hay iniciativas para mejorar la calidad literaria de las sentencias, sobre todo con la intención de que los destinatarios de las mismas se enteren de lo que dicen. También es cierto que el ritmo con el que un juez debe redactar las sentencias no favorece el sosiego necesario para la buena escritura.
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