“Cuesta ya encontrar un Quijote en una librería convencional”

Pablo Gonz | Escritor y librero

Llegó de Chile para abrir una librería y espacio de arte donde los volúmenes se venden al peso, aunque su verdadera vocación y profesión es la de novelista, con toda una obra ya a sus espaldas

Pablo Gonz.
Pablo Gonz. / José Luis Montero.

Ya hace unos años que Pablo Gonz (Sevilla, 1968) decidió volver a la ciudad en la que había nacido –pero nunca residido– para abrir una librería de viejo. Ponía fin así a veinte años viviendo en el campo chileno, una experiencia neorrural que se acabó debido al peso de la edad. Antes, vivió en Brasil, Alemania, Barcelona, Madrid, León... todo un nómada que, sin embargo, ha vuelto a la “casilla de salida”, como él mismo dice. En El Perro de San Roque Uno (calle San Roque, 1) Pablo Gonz vende libros de viejo al peso, arte y artesanía. Pero su condición de librero no deja de ser un recurso alimenticio y su verdadera vocación y profesión es la de novelista. Su trayectoria es larga. Es autor de las novelas ‘La pasión de octubre’ (Alba), ‘Los hijos de León Armendiaguirre’ (Planeta), ‘Mío’ (Carisma), ‘Novela 35’ (20:13 editores),‘ Lavrenti y el soldado herido’ (20:13 editores). Tiene un libro de microrrelatos, ‘La saliva del tigre’ (20:13 editores) y, en 1997, fue merecedor del premio Juan March Cencillo por la novela ‘Experto en silencios’, que acaba de reeditar Sloper, casa que también incluye en su catálogo la narración ‘Cerca del fuego’.

Pregunta.–Documentándome sobre usted he aprendido una cosa nueva: ese pliegue que hacemos en las hojas de los libros para marcar donde detenemos la lectura se llama “oreja de perro”. Es una expresión muy gráfica y bonita.

–Lo aprendí en un diccionario de términos técnicos que usé para prepararme unas oposiciones de auxiliar técnico de biblioteca. Me parece perfecta. En español hay muchos términos y expresiones que, por desuso, no están en el torrente común de las palabras y, sin embargo, son muy bonitos. En cierta ocasión una persona adulta se me quejó de que le dolía la “telita del ojo”. Le dije que eso se llamaba párpado y me confesó que no había escuchado nunca esa palabra. Si no se usan, las palabras se pierden. Por eso, en mis libros, me gusta refrescar palabras, que la gente tenga que usar de vez en cuando el diccionario. 

P.–Es una de las técnicas de Andrés Trapiello, deslumbrarnos algunas veces con términos totalmente en desuso, palabras de una sonoridad especial, con algo de enigma. 

–Es bueno que todos nos esforcemos en mantener el idioma rico y vivo. Si no, al final, nos manejamos con apenas 500 palabras, como cualquier extranjero que aprende español. Eso se ve en las novelas de consumo fácil.

P.–Con algo de maldad, de Azorín decían que cogía el diccionario, lo agitaba y lo vertía sobre la página.

–También está Borges, que le criticaba a Lugones que escribía magníficamente, pero que se empeñaba en usar todo el diccionario.

P.–Su biografía es la de un nómada. Nació en Sevilla, pero ha vivido en Brasil, Barcelona, Madrid, Chile, el León rural, Alemania... ¿Ha sacado alguna enseñanza de tanto girar?

–Que la gente que viaja poco tiene una visión más estrecha de la vida, pero más profunda. Los muy viajeros son más tolerantes, aceptan mejor la realidad, pero se quedan un poco vacíos por dentro, pierden arraigo. Si te da igual vivir en un lugar o en otro, al final la gente también te da un poco igual. 

P.–Esta Sevilla a la que se ha venido a vivir ya en la madurez es una ciudad que despierta grandes amores y odios. ¿Cuál es su percepción?

–Me parece una ciudad hermosa y me siento muy bien aquí, quizás porque es donde nací y supone un regreso a la raíz. Es como si hubiese vuelto a la casilla de partida. La gente me parece más correcta y cálida que en el resto de España, por lo menos de las partes que yo he conocido. Los sevillanos no tienen la aceleración de los madrileños. Veo ciertos parecidos entre el carácter andaluz y el latinoamericano. 

P.–Dígame algún defecto.

–Que les cuesta intimar más de lo que parece. 

La gente que viaja poco tiene una visión más estrecha de la vida, pero más profunda

P.–Vivió en el campo chileno durante 20 años. ¿Era usted un neorrural?

–Estábamos a quince kilómetros de una ciudad y yo trabajaba como guionista y en la universidad. Pero sí, tenía un campo con leña y cuatro gallinas... era un neorrural, llegué a cambiar un gallo por un saco de papas. Me gustaba mucho aquello.

P.–¿Y cómo se le ocurrió la idea de atravesar el charco y montar una librería de segunda mano en Sevilla?

–Cada vez se nos hacía más duro vivir en el campo, porque no tenemos hijos y ya había cosas que nos costaba hacer, como subirse a un tejado a arreglar la chimenea. Tomamos la decisión del negocio antes de venir. Mi madre era sevillana y aquí teníamos un local y una casa donde vivir. Me pareció buena idea que fuese de segunda mano porque es muy fácil conseguir el producto y las librerías de nuevo están hoy en día volcadas a las novedades y apenas tienen fondo. Ya cuesta comprar un Quijote en una librería convencional. 

P.–Y como originalidad de esta librería destacamos la venta al peso de los libros. Algunos lo habrán considerado una herejía. 

–En general a la gente le hace gracia y le parece bien, pero efectivamente hay quien afirma que no deja de ser un desprecio a la literatura. Yo les contesto que toda la literatura es un producto. Ya tengo una clientela a la que cuido y a la que intento aconsejar bien. Llevo cuarenta años leyendo novelas sin parar y puedo recomendar qué tipo de libro le puede gustar a una determinada persona. 

P.–Le he leído decir que su biblioteca particular no tiene más de 150 libros y que para que entre uno nuevo tiene que salir otro. 

–150 libros no son muchos para un profesional de la escritura. Lo normal en la casa de un escritor es que los libros estén hasta en los cuartos de baño. Yo tengo tres baldas con los libros que más me han impresionado. Cuando leo un libro nuevo muy bueno, miro las baldas y si supera en calidad a alguno de los que están allí lo sustituyo. El que sacrifico se va a la venta. Y ya está.

P.–Un tanto cruel. ¿Nunca teme que un día lo necesite para algún trabajo?

–Si una idea de un libro te ha llamado la atención de verdad se queda flotando en tu cabeza. Si no, es que no era tan buena. Yo no soy escritor de tomar notas. 

P.–¿Cuál ha sido el último libro que ha introducido entre sus 150 magníficos?

–La agonía de Francia, de Chaves Nogales. Es un magnífico escritor que definitivamente se está recuperando. Era incomprensible que Chaves Nogales se estuviese quedando atrás. Creo que se debía a su no adscripción política.

Cuando leo un libro muy bueno, miro mi biblioteca y, si supera a alguna de las obras que están allí, la sustituyo

P.–Se ha dicho millones de veces, pero su Belmonte es de lo mejor que nos ha pasado a muchos como lectores.

–Dicen que las cien primeras páginas de ese libro son las mejores de la literatura del siglo XX español. A lo mejor es una exageración, pero no hay dudas de su altísima calidad. A sangre y fuego es un libro descomunal, con mucha verdad. Uno lo lee y comprende cómo tuvo que ser la cosa. Le da sentido a todos, a los de un lado y a los del otro. Además, Chaves Nogales termina con el mito de que los periodistas no saben escribir.

P.–Mucho peor es cuando los escritores no saben escribir. Volviendo al tamaño de las bibliotecas particulares. Su antítesis era Sánchez Dragó, quien confesó que era incapaz de desprenderse de ningún libro, pese a que recibía decenas de ellos todas las semanas. 

–Solía decir que era la mayor biblioteca privada de Europa, con más de 120.000 libros. En esta librería hay 2.200 libros. Dragó tenía sesenta y tantas veces lo que hay aquí. Bueno... me parece un poco exagerado.

P.–Si perdiese su biblioteca y tuviese que empezarla de nuevo, qué autores no faltarían.

–Faulkner, García Márquez, Balzac, Tolstoi, Saki, Wilde, Stefan Zweig... son los primeros que me vienen a la cabeza.

P.–Todo novela.

–Sí, no soy nada lector de poesía. Creo que ese tren ya pasó para mí, porque requiere una sensibilidad que hay que formar y ahora perdería el tiempo si lo intentase. También me apasiona el ensayo histórico. 

P.–Que escriba en español solo ha nombrado a García Márquez. Desde hace ya tiempo, muchos escritores reniegan del Boom. 

–Es cierto que el Boom tuvo algo de construcción industrial, de marketing, por parte de la agencia de Carmen Balcells. En el Boom entraron gentes de muy distinto calibre y se quedaron fuera otras que se seguramente lo representaban mejor. Lo que sí puedo decir es que a García Márquez lo vendo todos los días. Se sigue leyendo mucho. Sin embargo, de Vargas Llosa no vendo nada, apenas dos libros en dos años y medio. Tampoco Carlos Fuentes y todos estos. Solo García Márquez sigue levantando interés.

P.–¿Y quiénes son esos que según usted no entraron en el Boom pero lo representaban mejor?

–Borges y Cortázar. También se leen constantemente. Tal como entran en la librería se venden. Ya se han convertido en clásicos.

P.–Usted es un novelista con toda una obra a sus espaldas. ¿Cómo lleva eso de conjugar el ser librero con escritor?

–Muy bien, en la librería también vendo mis libros. Y los vendo porque muchos sienten curiosidad cuando les digo que son míos. Mi editor está muy contento con esto. 

A García Márquez lo vendo todos los días. Se sigue leyendo mucho. Sin embargo, de Vargas Llosa no vendo nada

P.–El último que ha salido al mercado es la reedición por la editorial Sloper de su novela ‘Experto en silencios’, que en 1997 fue premio Juan March Cencillo.

–Es un libro sobre un experimento. Suponemos que Aristóteles tenía razón y el hombre se compone de un alma inmortal y un cuerpo mortal. Unos científicos deciden meter el alma de un chico muy majo en el cuerpo de un criminal. El chico se comunica todo el rato con el director del experimento pero, en un momento determinado, la comunicación se corta. 

P.–Usted mismo ha dicho que es un libro con el que se reiría Chesterton, Saki y Wodehouse. Eso son palabras mayores.

–Bueno, eso son cosas publicitarias que se escriben para ponerlas en la contraportada. Supongo que se hubiesen reído con el libro, pero a lo mejor lo hubiesen tirado a la basura. Yo he frecuentado mucho toda la tradición satírica británica, que curiosamente deriva de Cervantes...

P.–Ahí está el Tristram Shandy...

–...El peso del Quijote en Inglaterra fue muy fuerte y llega hasta Tom Sharpe. Incluso Ian McEwan tiene su venita. Es curioso porque todos estos escritores de los que estamos hablando no practican un humor inglés, que se basa en situaciones ridículas, sino en la confrontación de situaciones que no tienen nada que ver, que es el humor castellano.

P.–Dicen que a la literatura española siempre le ha faltado sentido del humor. A los escritores que lo han practicado se les ha condenado a una segunda línea: Camba, Fernández Flórez, Jardiel Poncela...

–... Eduardo Mendoza... Esto puede que tenga que ver con la sobriedad castellana, el respeto por la autoridad... es un pueblo que solo se ríe de las cosas en su casa. Hay que ser muy valiente para escribir literatura de humor. No suele ser bien acogida y se la considera un género menor. A mí, sin embargo, me parece una cumbre. Lo cierto es que no suele ser muy rentable desde el punto comercial. Todos sufrimos con las mismas cosas, pero nos reímos de asuntos diferentes. Es muy complicado encontrar un público amplio que acepte una obra de humor. Los editores apuestan por el drama.

P.–Alfonso Ussía ha dicho alguna vez que los dos únicos pueblos europeos que tienen sentido del humor son el italiano y el británico. Desde luego los españoles, no.

–El humor lo practicamos en privado, aunque el andaluz es diferente. Hoy en día no podría decirle dónde se está escribiendo humor en Europa. En Inglaterra ya no. Quizás hay que irse a Estados Unidos. 

P.–Le he leído una profecía: de la moda del noir (novela negra) vamos a pasar a la scifi (ciencia ficción).

–Lo dije porque ya lo estoy notando en las ventas. La verdad desconozco por qué hace unos 25 años se desencadenó esta moda de la novela negra. Era un género que siempre había existido y tenía su tradición, pero ha empezado a engordar de una manera exagerada. En algún momento tendrá que pasar. En Inglaterra pasó algo similar en el siglo XIX con la novela criminal. En una sociedad como la nuestra, que vive de las modas, la industria tendrá que buscar un sustituto y yo noto el incremento del interés por la ciencia ficción, donde incluyo a toda la literatura fantástica. 

El peso del Quijote en Inglaterra fue muy fuerte y llega hasta Tom Sharpe. Incluso Ian McEwan tiene su venita

P.–Es verdad que estamos un poco hartos de cadáveres, crímenes, psicópatas, detectives...

–Yo sí, en la Casa del Libro es impresionante como domina la novela negra. Este género suele producir un tipo de lector que entra con un determinado nivel a los 20 años y sale con el mismo a los 65. No hay evolución. A mí me gusta la novela abierta, sin géneros, donde te puedes encontrar muchos mezclados. Novelas como las de Eduardo Mendoza, que es capaz de unir la ciencia ficción con el humor.

P.–¿De qué novela no podría prescindir?

–Guerra y Paz, de Tolstói, es el Everest de la novela. Es una obra muy alta, muy ancha, muy honda, muchas cosas a la vez...

P.–¿Lo peor son los editores?

–[Risas]... no voy a hablar de eso... hay de todo. 

P.–¿Tampoco de los periodistas?

–También hay de todo.

P.–Una vez hizo el ejercicio de plasmar en un folio lo que escribiría si supiese que iba a morir esa noche. ¿Qué puso?

–Una antropología que se reduce a dos palabras: somos materia. Somos formas de organización de la materia, como este sillón, aunque quizás más sofisticados. Otra es una cosmología que bebe de Demócrito y que concibe al universo como una inmensa máquina de reciclado de la materia. Finalmente, una visión agnóstica de la vida y de la forma que tenemos de relacionarnos con lo que no somos nosotros.

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