“Ya no creo absolutamente nada en la política, no espero nada de ella”

Emilio Carrillo | Exvicealcalde de Sevilla

El que fue considerado una de las cabezas mejor amuebladas del PSOE sevillano dejó por completo la política para dedicarse a temas espirituales, sobre los que escribe y dirige retiros

Emilio Carrillo, en el Quiosco Abilio del Parque de María Luisa, durante la entrevista.
Emilio Carrillo, en el Quiosco Abilio del Parque de María Luisa, durante la entrevista. / José Ángel García

El de Emilio Carrillo (García Morato, 1958) es un viaje largo y extraño: joven con vocación de claretiano, miembro de la extrema izquierda universitaria, militante del PCE, cuadro del PSOE que llegó a vicealcalde de la ciudad y, tras una ‘caída del caballo’, escritor muy centrado en temas espirituales que no pertenece a ninguna iglesia, aunque se sienta seguidor de las enseñanzas de “Cristo-Jesús”. Es difícil no acercarse a él con alguna suspicacia, la misma que se le suele aplicar a los charlatanes del “supermercado espiritual” (la expresión es del propio Carrillo). Pero, tras los primeros tragos de oloroso, aparece el Emilio Carrillo que conocimos en su época política, un hombre correcto y culto que no intenta venderte ninguna moto, sino transmitirte su machadiana verdad. En su día fue considerado uno de los mejores cerebros del PSOE y todo apuntaba a una carrera sin techo, pero pronto apareció esa ‘conjura de los necios’ que ha convertido la política española en un campo de mediocres. Fue profesor en universidades españolas y extranjeras, vicepresidente de la Diputación, Vicealcalde de Sevilla... De eso ya no queda nada, como indica el titular de esta entrevista. Su nuevo libro ‘Historia desconocida de Sevilla’ (Almuzara) se une a los casi 80 que ya tiene escritos. Seguidores no le faltan: su blog El Cielo en la Tierra cuenta con más de diez millones de visitas.

–¿Dónde se crió Emilio Carrillo?

–Nací en la barriada de Elcano, hoy en día subsumida en Los Bermejales. En aquella época era un lugar muy desconocido y aislado. Sevilla acababa en el Benito Villamarín, en la parada del 48. Allí viví hasta los 19 años,

–Aquello era una barriada de Astilleros, ¿no?

–Sí, mi padre era trabajador de Astilleros y tenía derecho a una casa en Elcano. Era un lugar muy singular donde todos nos conocíamos, una especie de miniciudad, muy autogestionada, que por tener tenía hasta cine de verano. Mis padres, aunque humildes, estuvieron siempre muy empeñados en que tuviese una educación y me matricularon en el colegio Claret. Estuve desde parvulitos hasta COU.

–¿Cómo entró en política?

–La barriada Elcano tenía una gran presencia obrera y, cuando había huelgas, quedaba completamente cercada por la policía, no se podía entrar ni salir. Recuerdo llegar un día del Claret y encontrarme con esa situación. Los agentes me dejaron pasar y el suelo de la barriada estaba lleno de ejemplares de Mundo Obrero. Cogí uno y lo metí en mi carpeta. Tendría unos 12 o 13 años. Fue mi primer acto político, por decirlo de alguna manera.

–¿Y el Claret?

–Guardo unos recuerdos maravillosos, pero es cierto que, como dirían los marxistas, había un choque de clases. La realidad de mis compañeros de curso, gente acomodada, era muy distinta a la mía. El trato, insisto, fue siempre magnífico. Yo siempre tuve una vocación de servicio muy clara. En aquellos años la enfoqué a la religiosidad y decidí hacerme misionero claretiano junto con otros 6 compañeros. Finalmente, me eché para atrás por lo del celibato. Hice una reflexión muy seria a la que me ayudó mi director espiritual.

–Estudió Ciencias Económicas y Empresariales, donde inició una carrera política que empezó en el MCA, pasó por el PCE y acabó en el PSOE.

–Saqué mis oposiciones como Técnico de la Administración y empecé a trabajar en la Diputación. Allí empecé a conocer a gente del PSOE, muchos de la famosa foto de la tortilla. Eso hizo que mi presencia política fuese más intensa, aunque siempre mantuve la docencia universitaria.

Durante las obras de peatonalización, tuve que dejar de pasar por Asunción por los improperios

–Aquello le llevaría a ser la mano derecha de Alfredo Sánchez Monteseirín en su asalto a la Alcaldía.

–Alfredo me ofreció dirigirle las primarias que le disputaba a Rodríguez de la Borbolla. Ganamos y estuve en el Ayuntamiento dos mandatos y medio, desde 1999 hasta 2009, que dejé completamente la política.

–¿Se siente satisfecho de lo hecho?

–Con aciertos y errores, tuvimos una vocación muy profunda de transformar la ciudad. Lo teníamos muy claro. Alfredo estaba obsesionado con esa idea y yo lo ayudé en lo que pude, tanto en un principio en mi papel delegado de Economía y Hacienda como, más tarde, como delegado de Urbanismo y vicealcalde de Sevilla. Fue la época del PGOU y todas las obras de infraestructuras. No fue sencillo. Entonces vivía en los Remedios y tuve que dejar de pasar por la calle Asunción, porque los improperios de los comerciantes eran tremendos.

–Me imagino que fue por las obras de peatonalización.

–Sí, pero siempre entendí la reacción, porque la gente se jugaba sus negocios. Cuando acabaron las obras fue al revés. Salían de los bares para invitarme a una cerveza.

–También hubo mucha oposición hacia las Setas, aunque hoy son ampliamente aceptadas. El PGOU, sin embargo, ha terminado siendo una bomba de relojería, como se está viendo con la destrucción de la Palmera.

–Yo creo más bien que el problema de la Palmera deriva de la gestión actual que se está haciendo del PGOU. Deposité toda mi confianza en Manuel González Fustegueras, que siempre ha sido ejemplar. Dudo mucho que Manolo cometiese errores de bulto en la redacción del PGOU. Después, no hubo un equipo con vocación de mantener vivo el espíritu del PGOU.

–Usted era un valor en alza en el PSOE cuando dejó la política ¿Por qué lo hizo?

–Todas las encuestas me daban como el político mejor valorado de la ciudad. Confluyeron dos cosas. Por un lado, me sentí traicionado dentro de la actividad política. Cuando se atisbó la sucesión de Monteseirín empezaron a registrarse una serie de movimientos muy hostiles. El núcleo de dirección del PSOE no me veía con buenos ojos. Todo eran malos rollos y enemistades... Eso me sobrepasó. No necesitaba la política para vivir. Es más, le perdía dinero. Por otro lado, desde 2004 empecé a tener cambios vitales, recuperé aquella espiritualidad que tuve en el Claret, pero ya no de una manera religiosa. Todo lo que tenía que ver con espiritualidad, historia y filosofía empezó a apasionarme, mientras que los asuntos de política y gestión dejaron de interesarme.

–También hubo un accidente de montaña, ¿no?

–Mi dimisión plena y renuncia al carnet del PSOE fue el 1 junio de 2010. Me reincorporé a mi plaza de técnico de la administración y retomé con más intensidad mis clases universitarias. Pero en noviembre de ese mismo año, en Sierra Espartero, tuve un accidente grave al precipitarme por una ladera. Milagrosamente sólo tuve una fractura de peroné, que a las tres semanas empezó a originarme trombos. Sin embargo, por un grave error médico, me diagnosticaron una neumonía y me mandaron a mi casa con ibuprofeno. Terminé en la UCI con un pie en el otro barrio. A mi familia le llegaron a decir que no salía adelante. La recuperación fue muy lenta, pero eso lo recuerdo, y no le miento, como una bendición. Viví aquello con una gran serenidad, como una oportunidad que me estaba dando la vida.

El problema de la Palmera deriva de la gestión actual que se está haciendo del PGOU

–Las enfermedades graves suponen muchas veces un antes y un después en la vida de quienes las padecen. ¿Cómo fue el nuevo Emilio Carrillo que surgió de aquello?

–Me divorcié, dejé la Universidad y me quedé sólo con mi trabajo en la Diputación. Sentí que lo que estaba enseñando en la Universidad de Economía Política era un fraude hacia mí mismo. Algo me decía que le estaba dando a la gente una visión de la vida muy constreñida, muy economicista, muy materialista... aquello ya no iba conmigo. Quise dedicar todo mi tiempo libre a la espiritualidad y empecé a estudiar las corrientes orientales y a escribir textos y libros sobre estos asuntos. También a dar charlas, talleres y retiros.

–¿Dónde da estos retiros?

–En un lugar de Gredos, la Hospedería del Silencio. Allí es donde tengo mi sitio de referencia. Todos los meses hago un retiro de fin de semana. Es un paraje idílico.

–¿Un monasterio laico?

–Correcto. Junto a Ecocentro, los propietarios de la Hospedería, mi segunda mujer y yo montamos la Academia de la Consciencia.

–¿Y de qué habla en esos retiros?

–Desde temas de cosmovisión del origen del universo, hasta las enseñanzas de Jesús. Desde la experiencia del yoga hasta la vida después de la muerte... La temática es muy variada, pero siempre de contenido espiritual.

–A alguno todo esto le puede sonar a secta.

–No hay ningún interés económico en todo esto. Yo tengo mi subsistencia solucionada y mi mujer es abogado y técnico del Ministerio de Asuntos Exteriores. Todos los ingresos que obtenemos con esta actividad los donamos a instituciones y actividades solidarias. Además, no permitimos a nadie que repita los cursos. Con eso evitamos esas dependencias tan habituales en el supermercado espiritual.

–Vivimos en un mundo un tanto desconcertante y estresante. ¿Qué tipo de gente va a sus retiros?

–Es algo objetivo que esta sociedad tiene un nivel de psicosis significativo, con mucho estrés, tensión, ansiedad, frustración, sufrimiento... pero el tipo de gente que fundamentalmente nos llega es aquella que ha vivido situaciones personales muy duras: enfermedad, fallecimientos de personas muy queridas... lo que San Juan de la Cruz llamaba “noche oscura”. Ante esos problemas las personas, o se hunden y no se recuperan nunca más, o buscan un nuevo camino. Esto es muy bello, porque el dolor puede llegar a convertirse en una auténtica espoleta de transformación. Por el dolor se empiezan a leer cosas que antes no se leían, a escuchar a gentes que antes no se escuchaban, a preguntarse cosas que antes no se preguntaban... Me asombro de la capacidad que tiene la gente de rehacer su vida y de transmutar el dolor en una nueva vida que le ayude a entender las cosas de una forma distinta. Incluso llegan a comprender algo tan difícil como es la muerte.

Esta sociedad tiene un nivel de psicosis significativo, con mucho estrés, tensión, ansiedad, frustración, sufrimiento...

–¿Usted cree en la vida ultraterrena?

–No tengo ninguna duda. El fundamento del más allá lo encuentro en todas las tradiciones espirituales y escuelas filosóficas trascendentes que han existido: platonismo, la escuela aristotélica, la pitagórica, cristianismo, hinduismo, budismo, taoísmo, aborígenes australianos, nativos americanos... También avalan esta creencia los sabios de la humanidad, desde Parménides hasta Albert Enstein, pasando por Hipatia o Leonardo da Vinci.

–Sin embargo, muchos científicos actuales niegan el más allá.

–Lo curioso es que la ciencia actual está planteando una posible inmortalidad del ser humano. Lo hace de dos maneras. Eudald Carbonell, el señor que dirige las excavaciones de Atapuerca, ha escrito un ensayo en el que pone en evidencia el nacimiento de subespecies en el género humano, habida cuenta de que va a haber personas que van a tener la posibilidad de ser reparadas con componentes híbridos (riñones, corazones, pulmones, etcétera, artificiales)... Se convertirán en irrompibles. También estarán los editados genéticamente para que tengan unas características perfectas... Desde el punto de vista científico se da por hecho que se puede construir un ser humano híbrido, una especie de ente robótico-biológico. La ciencia se está planteando ahora cómo una persona puede transferirse a un cuerpo híbrido y perfectamente diseñado, cómo lo que yo soy se puede transferir a una máquina y garantizar la inmortalidad. Eso está haciendo que la ciencia hable por primera vez de la consciencia, que se acerque a la espiritualidad, que al fin y al cabo nos habla de que el ser humano tiene una esencia que no acaba con la muerte y que tiene como característica básica la consciencia. Gentes como Bill Gates o Yuval Noah Harari están hablando de estas cosas.

–Esto será un privilegio de gente muy rica y creará unos superhombres por encima de los demás. Es algo muy inquietante.

–Desde luego. El que tu hijo sea editado genéticamente o que tú seas reparado con híbridos costará un dineral. Es lo que se conoce como transhumanismo.

–Suena más a amenaza que a esperanza. Hasta ahora, las religiones eran una esperanza, pero el transhumanismo no lo es.

–Es una amenaza muy seria para la humanidad. Ya no sólo estamos ante una segregación social, sino biológica. Hará que todas las desigualdades que hemos conocido históricamente se queden en pañales.

–Sus referentes manifiestos son San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús y Miguel de Molinos.

–Como le dije antes, yo he estudiado muy seriamente las tradiciones espirituales orientales. Pero, curiosamente, he hecho un camino de ida y vuelta. Mientras más conocía estas tradiciones, más valor adquirían las enseñanzas cristianas. El conocimiento de lo oriental hizo que pusiese en valor de una forma más potente la figura de Cristo-Jesús.

El dolor puede llegar a convertirse en una auténtica espoleta de transformación

–¿Pero se considera cristiano?

–No soy religioso, pero Jesús de Nazareth es mi guía de vida. En este camino me llama mucho la atención la mística cristiana y concretamente la castellana, con tres personajes fundamentales, los que usted ha comentado. Con Juan de la Cruz es con el que me siento más identificado. Su obra es única en el planeta para entender lo que es la espiritualidad profunda. Sus poemas explican como ningún otro escrito la tansformación, la práctica de la meditación...

–¿Y el escritor místico y teólogo español del XVII, Miguel de Molinos?

–Es una figura completamente desconocida. Tuvo una vida muy dura y estuvo muchos años encarcelado por la inquisición en Roma. Su obra ha sido recuperada por Goytisolo. Su Guía espiritual la recomiendo mucho a esas personas que se acercan a mí desde la noche oscura. Da muchas enseñanzas de prácticas de respiración, de encuentro interior, para sosegarte, tranquilizarse...

–Acaba de sacar un nuevo libro: ‘Historia desconocida de Sevilla’ (Almuzara)

–Desconocemos mucho de nuestra historia. Un personaje como Miguel Mañara sería un icono de cualquier otra ciudad del mundo. Aquí se le menciona de pasada. Ahora que están tan de moda los templarios, no sabemos que el primer arzobispo de Sevilla, el infante don Felipe (hermano de Alfonso X), pertenecía a esta orden. Se quitó los hábitos porque se enamoró de una princesa noruega que vino a unas bodas en el Alcázar. El propio Mercadante de Bretaña era otro gran personaje, el gran decorador de la Catedral, llena de simbología esotérica. Fíjese en el sepulcro del cardenal Cervantes, que fue quien lo contrató. Está lleno de la simbología del 1 y el 3, que tanto gustó después a los masones.

–¿Le sigue interesando algo la política?

–Ya No creo absolutamente nada en la política, no espero nada de ella. Creo que va muy por detrás de los acontecimientos.

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