“El concierto inyecta al País Vasco una cantidad de dinero injusta”
Josu de Miguel | Profesor de Derecho Constitucional
Este vasco-castellano, ex guitarrista heavy y colaborador de numerosos medios, ha publicado con la editorial sevillana Athenaica su último libro: ‘Amnistía. Una ley para olvidar’
Podemos ubicar a Josu de Miguel Bárcena (Bilbao, 1975) en el linaje de Jon Juaristi. Es decir, en ese grupo de vascos que, educados en un ambiente nacionalista, terminaron evolucionando a posturas claramente constitucionalistas. No le salió gratis. Tuvo que abandonar el País Vasco –en cuya Universidad se licenció y doctoró en Ciencias Políticas y Derecho– para enseñar Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma Barcelona. Allí, faenas del destino, se topó con el ‘procés’. Pero Josu de Miguel no se esconde. Lleva años escribiendo en diferentes periódicos, aportando siempre un punto de vista riguroso basado en su formación jurídica y política, pero no exento de una divertida ironía con la que pone en evidencia los abusos del nacionalismo o las ridiculeces de la galaxia woke. Este vasco enseña en la Universidad de Cantabria, vive en Palencia y ama la Castilla rural; fue miembro de una banda de heavy metal y gusta de las ciudades de provincias donde se puede ir a todos los sitios a pie. De Miguel pertenece a la selecta nómina de autores de la editorial sevillana Athenaica, con la que publicó en 2022 su obra ‘Libertad. Una historia de la idea' y ahora, vuelve a las librerías con ‘Amnistía. Una ley para olvidar’, libro fundamental para comprender el uso y abuso que se ha hecho en España de una legislación con poca calidad democrática.
Pregunta.–Me hace gracia cuando le llama al País Vasco ‘pintxolandia’. Sabrá que ha venido usted de visita a ‘tapalandia’.
–Los pinchos me parecen un atentado culinario. No es que yo sea un gran gastrónomo, pero el pincho me parece un retroceso civilizatorio. Comes mal, te manchas, bebes mucho y apenas conversas, porque estás de pie. Además, son carísimos. Mejor ir a un sitio bueno y comer sentado.
P.–Al menos le gustará el chacolí.
–¡Qué va! El chacolí es un vino muy malo. Antes era un vino sobrante, pero ahora han metido mucho dinero y han conseguido hacer un producto más o menos decente, pero que no deja de ser un blanco agrio. Lo que pasa es que cuando el PNV dijo que había que beber chacolí, todos los militantes se pusieron a la tarea. A mí, que tengo 49 años, me sorprende cuando veo a alguien pedir chacolí, porque eso no sucedía cuando era joven. Nosotros éramos del Rioja y el Ribera del Duero.
P.–Ahora hay planes independentistas para la Rioja Alavesa.
–Pero se lo han echado para atrás. El PNV ha dejado solo a los de vinos de Álava. El cambio no era rentable para una zona de riqueza extrema, como California o la Toscana. Hasta Frank O. Gehry ha hecho una bodega allí.
P.–¿Y qué hace un profesor del norte publicando en una editorial sevillana como Athenaica?
–Por el profesor Víctor J. Vázquez, con el que empecé a tratar por una de mis alumnas que estaba haciendo su trabajo de fin de grado sobre los toros y la Constitución, por aquello de la prohibición en Cataluña. El primer libro que edité con Athenaica fue Libertad. Una historia de la idea y ahora saco con ellos este de Amnistía. Una ley para olvidar. Su colección Breviarios es un acierto. Me recuerda a una similar que tenía el Fondo de Cultura Económica. Libros pequeños en los que te podías informar sobre un tema sin ser un experto. Alta divulgación sin ser pesados.
P.–Hablemos del último libro. ¿La amnistía de los condenados por el procés ha sido el gran tocomocho de la democracia? ¿Será el fin de eso que sus enemigos llaman el “régimen del 78”?
–Suelo decir que la democracia española no se va a acabar con la amnistía. Evidentemente, no pasa por su mejor momento, como ninguna democracia del mundo, porque todas sufren una erosión institucional muy fuerte. Eso sí, esta amnistía puede ser un elemento más en ese declive democrático. Para el “régimen del 78”, peor que esta ley ha sido el tratamiento intelectual, histórico e incluso jurídico que algunos hacen de la amnistía de 1977, que fue muy importante como mito fundacional de la democracia española. Esa ley, que fue decisiva para nosotros como nación, se ha empezado a poner en tela de juicio desde el año 2000, cuando aparecen los movimientos memorialistas. Pero volvamos a la actualidad. Con un poco de suerte, el Tribunal Constitucional retocará o anulará la amnistía de 2024... o pasará a la historia como un elemento accesorio y sin gran importancia.
P.–Un profesor que tuve en la facultad decía que las tonterías más grandes sobre el referéndum de la OTAN las escuchó en la universidad. En este asunto del nuevo relato del 78, ¿la universidad se ha convertido en un nido de irresponsables?
–De frívolos... Un profesor debe ser una persona razonable y moderada, con un talante liberal, abierto a la sociedad y los ciudadanos. Pero desde hace 20 años los profesores que tienen mayor presencia en el espacio público son los más radicales. Algunos, no quiero dar nombres, se hacen fotos y vídeos con los dictadores, lo cual perjudica enormemente a la imagen de la universidad pública. Y esto tiene algo que ver con el avance de la universidad privada. Pero estos profesores no son ni mucho menos una mayoría. La universidad funciona razonablemente y la mayoría nos ganamos el sueldo.
P.–Usted estudió en la Universidad del País Vasco en unos años en los que ETA estaba aún activa.
–Para mí aquella universidad fue un mundo nuevo. Tuve un profesorado excelente que rozaba la intelectualidad y eso no es siempre normal en un docente. Gente muy comprometida políticamente, con la libertad, la Constitución y la democracia. Muchos estaban amenazados. Eso me hizo crecer intelectualmente. Yo era un joven que siempre había vivido en mi pueblo en un entorno nacionalista y, de repente, me vi en un reducto de conocimiento, de gente implicada... en un mundo completamente nuevo. Fue un shock. Políticamente cambié de forma radical.
La amnistía de 2024 pasará a la historia como un elemento accesorio y sin gran importancia
P.–¿Alguna caída del caballo que le hizo romper mentalmente con el nacionalismo?
–Probablemente el día que mataron a Tomás y Valiente. Yo estaba en primero de carrera. Unos compañeros hicieron una manifestación con una pancarta y les tiraron piedras. En aquella universidad había momentos duros y violentos.
P.–De la Universidad del País Vasco se fue a enseñar Derecho Constitucional a la Universidad Autónoma de Barcelona. ¿De Guatemala a ‘guatepeor’?
–Tuve claro que no quería vivir en el País Vasco por un problema moral, aunque tengo allí a mi familia y vuelvo cada quince días. Tomé la decisión de irme, pero no tenía dónde. Me salió una plaza en Barcelona y estuve nueve años. Resultó que me fui a guatepeor porque empezó el procés.Además, yo escribía habitualmente en prensa con un posicionamiento notoriamente antinacionalista. Eso sí, nunca tuve problemas en Barcelona y di mis clases en castellano. Se puede ser que fui feliz allí. Fue donde realmente me hice profesor.
P.–Incluso en los años más duros de ETA, había personas lúcidas que decían que el verdadero problema territorial de España era Cataluña, cuyo nacionalismo era considerado entonces pragmático y posibilista.
–Hay una cosa muy importante: el procés empieza cuando termina ETA. No es algo casual. Históricamente, en Cataluña las pulsiones nacionalistas se habían frenado por la existencia de ETA. Pero en el momento que esta dejó de matar...
P.–¿El federalismo es la solución de los problemas territoriales de España?
–No, no lo es por una sencilla razón: España, cuando piensa en federal, lo hace en confederal. En un país tan tribal como el nuestro es muy difícil que triunfe el federalismo. Democracia y confederalismo no se llevan bien.
P.–¿Y Suiza?
–Suiza se llama confederación, pero es un estado federal desde 1848, como EEUU. La Unión Europea es una confederación, pero parece que se ha sumido en el caos.
P.–Ahora se dice que el estado de las autonomías es fallido.
–No se puede plantear un sistema federal de fondo, como es el autonómico, y no cumplir con los principios de lealtad, cooperación y coordinación... El estado federal es una especie de deporte, hay que hacer mucha gimnasia. En un estado federal hay que estar continuamente hablando, negociando... pero si no tienes ese entrenamiento, cuando llega un problema como la DANA –en el que concurren problemas de seguridad, aguas, meteorología, emergencias...– se te cae el país al suelo. Eso es lo que ha pasado.
P.–Alguna vez le he leído que el País Vasco está en decadencia.
–Como todos los sitios. El País Vasco es una potencia industrial española y europea. Tanto que sería viable su independencia. Guipúzcoa es impresionante, sin paro y con una formación profesional de primera. Pero el concierto, al final, nos está haciendo daño. El País Vasco no necesita el concierto para ser una potencia económica, porque tradicionalmente ha tenido mucha innovación, el mito del trabajador vasco, el empuje... Pero el concierto nos inyecta una cantidad de dinero exagerada, injusta e insolidaria. Si hay que tener un concierto que se tenga, pero en su justo término. No puede ser que disfrutemos de un 75% más de media de financiación pública por habitante que el resto de España. Esto es en parte porque el cupo que se paga al Estado es muy poco. Habría que pagar mucho más.
P.–¿Vamos a asistir al blanqueamiento definitivo de ETA?
–En los próximos tiempos vamos a terminar viendo que se presentará a ETA no como una banda terrorista, sino como un grupo revolucionario. La izquierda quiere eso.
Hay una cosa muy importante: el procés empieza cuando termina ETA. No es algo casual
P.–¿Bildu es un partido etarra o ha habido una mutación que no estamos entendiendo bien?
–Ha habido un cambio generacional muy fuerte. Desde sus orígenes, los partidos batasunos han tenido mucha capacidad de adaptación a cada momento: en los años 70 fueron los que colonizaron todos los movimientos sociales, después, durante treinta años, se convirtieron en el brazo político de un grupo militar, y ahora están en un proceso de transformación muy fuerte en el que tienen el horizonte de alcanzar el poder. Pero sin mucha prisa, porque, si lo piensa bien, es un partido que ya tiene el poder en un sentido foucaultiano del término. El rector que acaba de ganar las elecciones es cercano a Bildu, los que mandan en la ETB son de la cuerda, los sindicatos nacionalistas están liderados por LAB, la educación secundaria está llena de profesores cercanos a Bildu... El PNV ha quedado como el partido institucional y de los negocios empresariales. Bildu tiene todo el poder social y una parte importante del poder económico de las cooperativas. También el cultural y lingüístico. Si dominas así la sociedad, llegar a las instituciones puede resultar secundario.
P.–De hecho hay analistas que aseguran que Bildu no quería ganar las elecciones.
–Yo creo que no, porque necesitaban un poco más de tiempo. Pero vamos a ver, porque el lendakari Pradales lo mismo sale mejor parado de lo que parecía en un primer momento. Se ha ido haciendo con el espacio y el discurso.
P.–Sigamos con Bildu.
–Ya no se habla de nacionalismo, sino de feminismo. En la ETB ya no se reivindica la nación vasca. Eso está ganado. En estos momentos están fascinados con el feminismo. No creo que ahora exista un partido más feminista que Bildu. Es puro paroxismo progresista, un partido más woke que nacionalista. Uno entiende que puedan llegar a acuerdos con el PSOE o Sumar con esa naturalidad. Es un partido de minorías triunfantes, por así decirlo.
P.–¿Y su relación con España?
–Ya hablan de confederación. ¡Pero si eso es lo que ya tienen! No me puedo creer que después de cuarenta años de violencia lo que piden es una reforma del estatuto de autonomía para convertirnos en una España confederal. Le deben una explicación a las víctimas y a los 140 etarras que todavía quedan en prisión y que les quedan años de pena por cumplir. Ya ni hablan de derecho a decidir.
P.–¿Habla euskera?
–No, pero me hubiese gustado estudiarlo fuera del marco nacionalista. El hecho de que fuese un elemento más de la construcción nacional hizo que no lo quisiese aprender. Me habría gustado disfrutar de un mundo vasco integrado en España, sin ese barniz nacionalista. Pero no ha podido ser.
P.–Además de residir en Palencia, de donde es su mujer, usted siempre ha tenido una relación muy especial con castilla.
–En gran parte se lo debo a mi padre, que era un gran cazador y solía hacerlo en Castilla, a donde íbamos los fines de semana y los veranos. Allí pasábamos días retenidos por la nieve y allí conocía un día a Miguel Delibes. Yo soy un vasco castellano, porque creo que Vizcaya es Castilla. Somos cántabros castellanos. Los verdaderos vascos, que son los gascones, vienen del sur de Francia.
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