“Lo que aprendimos con el covid forma parte ya de nuestra fortaleza”
Jesús Doblado | Enfermero y escritor
Pertenece a la generación de enfermeros que lucharon contra la pandemia
Promociona su nueva novela negra, ‘Mi mundo mejor’, en la que reaparece el guardia civil Pedro Castro
A Jesús Doblado Roldán (Utrera, 1976) se le nota que le gusta la gente y que está acostumbrado a tratar con ella. Pertenece a una generación de enfermeros altamente capacitados que estuvieron al pie del cañón en la pandemia del covid, muchas veces jugándose la vida, una historia épica que aún está por contar en toda su amplitud. Formado en el muy conocido colegio de los Salesianos de Utrera y en la Facultad de Enfermería del Hospital Virgen del Rocío, donde finalizó su formación en 1997, en la actualidad es supervisor general en el Hospital de Valme y desempeña las funciones de vocal de comunicación en el Colegio Oficial de Enfermería de Sevilla. Además de lector insomne, Jesús Doblado es escritor (fundamentalmente del género negro), faceta que inauguró, en 2020, con su novela ‘Abrazos Perdidos’. A partir de ahí no ha parado de aporrear el teclado. Con su segunda novela, ‘Entre poderes’ (ambientada en una conspiración durante la Semana Santa de Sevilla), se inauguran las aventuras del guardia civil Pedro Castro, también protagonista de la obra que promociona en la actualidad, ‘Mi mundo mejor’, una crítica a la política como manipulación. También es autor del libro ‘Cuando la vida te lleva’, que, al igual que los dos anteriores, están publicados por Ediciones Pangea. Fue el ganador del IX Premio de Relatos Cortos de San Juan de Dios en 2022.
Pregunta.–De Utrera, uno de los grandes pueblos de Sevilla, pero desconocido para el público capitalino.
Respuesta.–Es un pueblo que tiene mucho, pero su gran centro histórico no se ha cuidado como el de Carmona. Recientemente se ha descubierto la sinagoga que puede ser la más antigua de España. Durante un tiempo parecía que con el flamenco y los mostachones teníamos suficiente. Después está Consolación y su muy peculiar mudéjar, que en los siglos XVII y XVIII era un centro de peregrinación de largo alcance como hoy el Rocío.
P.–Un pueblo rico con un potente sector agrario.
R.–Sí, el problema es que ahora una parte de la riqueza de Utrera es de un origen más oscuro. Ves un nivel de coches por las calles que no ves en otros sitios.
P.–¿Narco?
R.–Se están descubriendo muchas plantaciones de marihuana. Eso se nota.
P.–Y se come bien. Hay gente que habla de una pequeña revolución gastronómica utrerana.
R.–Yo siempre he sido de Casa Valentín, cuyos propietarios son familiares míos. Pero es cierto que Besana dio glamour a la cocina utrerana. Y a partir de ahí los hosteleros se han puesto las pilas y hay muchos sitios recomendables.
La tecnificación no tiene por qué ir acompañada de la deshumanización de la enfermería
P.–¿Por qué se hizo enfermero?
R.–Todavía no lo sé, en mi familia no había tradición. De hecho aún me pregunto por qué elegí Ciencias, cuando sacaba mejores notas en letras. Quizás se deba a que de niño pasé mucho tiempo en el hospital debido a una intervención y eso se quedó ahí... Cuando empecé tuve una auténtica crisis. Estaba en una planta de oncología y aquello era muy duro para un chaval de 18 años. Pero después empecé a cogerle el gustillo. Ya llevo 28 años en la carrera.
P.–Usted está destinado en el Valme, un hospital con pacientes de la provincia. ¿Son diferentes a los de la ciudad?
R.–Sin duda. El ciudadano rural es diferente al urbano. Cuando un paciente viene a nuestro hospital es porque lo tiene muy claro, ya que le puede suponer una hora o más de coche. Y eso se nota.
P.–Hoy se habla mucho de la deshumanización de la medicina, de la desaparición del médico humanista debido a un exceso de técnica. ¿Eso pasa también con los enfermeros?
R.–Lo que tengo claro es que la tecnificación no tiene por qué ir acompañada de la deshumanización. La enfermera siempre está con el paciente, tanto a nivel primario como hospitalario. Mucho más que el médico. Esa humanización es casi obligada. Está en el eje vertebrador del sistema. El mayor porcentaje de los profesionales de la sanidad son enfermeras. El problema es que nos estamos convirtiendo en una sociedad crispada. Decían que de la pandemia íbamos a salir mucho mejor, pero están volviendo a aumentar las agresiones a sanitarios. Es un problema de educación social.
P.–Me extraña que use el plural femenino para referirse a su profesión.
R.–Es que ha sido una profesión tradicionalmente femenina. Aún hoy las enfermeras suponen el setenta y cinco por ciento del gremio, aproximadamente.
P.–¿La población rural es más educada que la urbana?
R.–Eso ya no es tan así, porque vivimos en un mundo global y la mala educación es algo general. La gente ya llega a los hospitales enfadada. Y cada vez se pide y se solicitan más cosas. Antes ibas al médico y te creías su diagnóstico. Ahora te preguntan por qué no le vas a hacer una analítica, una resonancia magnética, un TAC... Te vienen con el móvil y su propio diagnóstico... Se juega mucho a los médicos. Se está perdiendo la confianza en los profesionales.
Hoy se juega mucho a los médicos. Se está perdiendo la confianza en los profesionales
P.–El error médico existe. ¿Y el enfermero?
R.–Sí, claro. Una de las cosas en las que estamos trabajando es en dejar de esconder el error. El error no se tiene que esconder, sino comunicarlo para que no vuelva a suceder. Los errores nos dan información que es importante.
P.–¿Son muy corporativistas los enfermeros?
R.–El corporativismo es muchas veces una barrera para evitar los ataques que se reciben, que la gran mayoría de las veces son injustificados.
P.–¿Y la relación con los médicos?
R.–Depende mucho de las especialidades. Lo que está claro es que al final nos tenemos que llevar bien. Otra cosa son los roces entre sindicatos.
P.–Usted es escritor de novela negra. Hay una larga tradición de médicos escritores (Chejov, Baroja, Conan Doyle...), pero no tanto de enfermeros.
R.–Ahora hay uno muy famoso, Hector Castiñeira, que escribe la serie de libros Enfermera saturada. Sale mucho en televisión.
P.–Pero eso no es un clásico. Quizás Hemingway...
R.–Estuvo en una ambulancia durante la Primera Guerra Mundial. A mí escribir me sirve como terapia. También la lectura.
P.–Todo hospital es un hervidero de historias. ¿Le sirven como inspiración?
R.–Más que las historias me inspiran los personajes. Si no hay personajes potentes las tramas se caen.
P.–La experiencia del covid ya ha empezado a trasladarse a la ficción.
R.–En el covid se vieron muchas cosas... eso de cerrar la puerta de una habitación y saber que cuando la volvieses a abrir esa persona iba a estar muerta... eso es duro. Uno terminaba su turno, se duchaba, se montaba en el coche y antes de bajarte en tu casa llorabas unos minutos. El miedo no te lo puede quitar nadie. Yo trabajaba en El Tomillar, donde durante la segunda y tercera ola de covid hubo muchos muertos. Pudimos conseguir unas tablets para que los pacientes hablaran por videoconferencia con sus familias y esos momentos eran los que te mantenían en pie. Daba energía.
Estoy convencido de que si hubiese otra epidemia como la del covid faltarían de nuevo mascarillas
P.–Continuamente nos están bombardeando con la posibilidad de una nueva epidemia igual o peor que el covid. ¿Estamos mejor preparados?
R.–Nosotros sí, pero me temo que volverían a faltar medios materiales. Estas cosas se olvidan. Estoy convencido de que si hubiese otra epidemia faltarían de nuevo mascarillas. Seguro. Pero es verdad que los profesionales estamos preparados mentalmente. Lo que aprendimos con el covid forma parte ya de nuestra fortaleza.
P.–¿Cuándo ha disfrutado más como enfermero?
R.–Cuando trabajaba en atención primaria y visitaba a los pacientes en sus domicilios. Muchos están solos y al final eres un apoyo fundamental de su bienestar. Lo único que esperan algunos en todo el día es que vayas a visitarlo.
P.–Como escritor de novela negra, ¿cuáles son sus referentes? Lorenzo Silva me imagino, porque también tiene protagonistas guardias civiles.
R.–Yo vivo en un pueblo donde la Guardia Civil es un referente muy importante y hace una gran labor. Eso, junto a que tengo muchos amigos en el cuerpo, me llevó a poner como protagonista a un guardia civil. Además de Silva, está Pérez Reverte, que es el que más me ha enseñado. John Grisham también me gusta mucho.
P.–Desde hace ya muchos años hay una explosión de la novela negra.
R.–La gente necesita emociones en su vida. La novela negra te permite vivirlas desde el sillón, sin correr los riesgos de la realidad.
P.–No siempre, pero la novela negra también se ha usado mucho para la crítica social. ¿En su obra es así?
R.–En la novela que ahora estoy promocionando, Mi mundo mejor, que es la segunda parte de Entre poderes, el protagonista se va a Madrid para intentar avanzar en la vida. Allí descubre la política de verdad... En el libro se refleja la desconfianza que tenemos los ciudadanos por los políticos. También que vivimos en una sociedad en la que todos queremos llevarnos la más guapa, y algunos lo intentan hacer desde la ilegalidad.
P.–’Mi mundo mejor’ transcurre en Madrid, pero el escenario de ‘Entre poderes’ es la ciudad de Sevilla.
R.–Yo creía que conocía perfectamente Sevilla de mi época trabajando en atención primaria. Al chófer que me llevaba le daba las indicaciones prácticamente con los ojos cerrados. Pero cuando uno anda por su ciudad lo hace con la cabeza baja, pensando en sus cosas. Al empezar a escribir la novela hice el ejercicio de pasear por Sevilla y levantar la cabeza. Descubrí una ciudad monumental, impresionante. Mis novelas suelen hablar mucho de las calles. Ahora lo hago sobre las de Madrid. Quizás en la tercera entrega vuelva a Sevilla.
P.–En otro de sus libros, ‘Cuando la vida te lleva’, escribe 40 relatos cortos sobre personajes que, en un momento dado de su vida, sufrieron un giro inesperado que lo cambió todo.
R.–Empezó con un relato sobre las últimas horas del paciente cero del covid en España que ganó el premio de relatos cortos de San Juan de Dios en 2022. Empecé a investigar sobre personas famosas o anónimas a los que la vida había llevado a lugares inesperados. Me interesaban mucho esas encrucijadas de la vida en las que una persona debe decidir si tirar para la derecha o la izquierda. A veces, esta decisión puede ser intrascendental, pero otras no. En el libro se habla de los giros del destino. Por ejemplo, hago una ficción de una persona que va en uno de los trenes de los atentados de Atocha del 11-M. En un momento dado uno de los terroristas decide, por motivos que incluso a él se le escapan, decirle que se baje del tren y obedece. Es un relato muy extremo, pero es verdad que tuvo que haber gente que en un momento dado decidió bajarse del tren y eso le salvó la vida.
P.–¿Pero todos son relatos de ficción?
R.–No, también hablo de personajes históricos. Por ejemplo, de Florence Nightingale, que fue la enfermera precursora de nuestro modelo de atención al paciente. Era una inglesa de clase alta que, en el siglo XIX, decidió estudiar Matemáticas y Estadística. Viajó por toda Europa y decidió hacerse enfermera. Henry Dunant, el fundador de la Cruz Roja, la convenció para que se fuese a la Guerra de Crimea. Allí llegó con otras 37 enfermeras. La también llamada Dama de la Lámpara cambió toda la estructura de los barracones del hospital de campaña: separó a los enfermos de los sanos, hizo construir saneamientos, dio de comer a los pacientes con alimentos frescos...
La gente necesita emociones en su vida. La novela negra te permite vivirlas desde el sillón
P.–El sistema sanitario siempre está en el centro de la polémica, tanto con el PSOE como con el PP. Ahí tenemos las listas de espera, por ejemplo.
R.–Han aumentado mucho en los últimos tiempos, pero es que también ha aumentado el grupo de personas que se operan. Hace dos décadas una persona con 80 años no se operaba de una hernia. Hoy tiene una calidad de vida que se lo permite. En la actualidad el catálogo de intervenciones es mucho más amplio, a lo que hay que añadir las secuelas del covid. Todo esto hace que las listas de espera aumenten. Sin embargo, seguimos con las mismas estructuras de antes. La sanidad, como la educación, no debería ser un problema político, no podemos cambiar cada cuatro años de estrategia.
P.–¿Se están haciendo las cosas bien?
R.–Muchas sí y muchas no.
P.–Llega el verano y el cierre de plantas.
R.–El cierre de plantas en verano es necesario para optimizar recursos. La estadística te dice que desde junio a septiembre el nivel de ingresos es menor. Ahora bien, se cierran más plantas de las que se deberían. Siempre nos llevan al límite y el que no está de vacaciones llega a encontrarse en situaciones muy apretadas.
P.–¿Cuál es la principal reivindicación de la enfermería actual?
R.–Que se aumenten sus niveles de gestión en aquellos ámbitos en los que está capacitada para hacerlo. Una frase que se usa mucho es: “cuando una enfermera gestiona las cosas funcionan”. Las enfermeras tienen una visión amplia de la atención al paciente que muchas veces no alcanzan los médicos.
P.–¿Qué libro tiene en la mesita de noche?
R.–Acabo de terminar El infierno, de Carmen Mola, que es novela negra, negrísima. Cuando le dieron el Planeta me sorprendió mucho descubrir que eran tres hombres. La verdad es que sus novelas siempre me parecieron muy duras para estar escritas por una mujer. La novia gitana, por ejemplo, es extrema.
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