Ignacio Peyró | Escritor
“Andalucía y Sevilla han sido los grandes emisores estéticos de España”
Ignacio Peyró | Escritor
Todavía está por ver quién fue más anglófilo de los dos, Ignacio Peyró, que se pidió de aperitivo un gin tonic, o el arribafirmante, que optó por un jerez. Como decorado, el Hotel Alfonso XIII. La excusa: la rápida visita de Peyró a Sevilla para participar en las jornadas ‘El color del tiempo’, organizadas por la Academia de Buenas Letras para hablar de las diversas tonalidades de la muy mariana. Este escritor se crió a los pechos del periodismo neocon, trabajó en la Moncloa escribiendo discursos a Rajoy y ha sido, quizás, el más emblemático director del Cervantes de Londres antes de ser destinado al de Roma. Con el tiempo, se ha convertido en uno de los más brillantes apóstoles del conservadurismo amable y ‘bon vivant’ de la España actual, en un hombre que escribe en El País pero no perdona el fijador. Es autor de la biblia del siempre contradictorio anglófilo carpetovetónico, ‘Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa’ (Fórcola), y sus experiencias de gurmet y bebedor las cuenta en ‘Comimos y bebimos. Notas de cocina y vida’ (Libros del Asteroide). Su mejor libro, según humilde opinión, es ‘Ya sentarás cabeza. Cuando fuimos periodistas (2006-2011) (Libros del Asteroide)’. Ultima una biografía que dará que hablar.
Pregunta.–La primera, a bocajarro: ¿Qué hace un escritor de derechas escribiendo en El País?
–Podría decirle que completar la visión del mundo de la izquierda, pero sería delito de pretenciosidad, así que le diré que no dramaticemos, que Marcelino Camacho escribió en ABC y tampoco el mundo se ha desordenado más de lo que estaba.
P.–¿Por qué la palabra derecha sigue causando pavor en España, incluso entre sus propios simpatizantes?
–Supongo que aquí sigue oliendo un poco a loden, pero hay muchas causas, algunas españolas y otras, por ponernos pedantuelos, de civilización. Imagino que, si la política fuera un buffet, la derecha serían las acelgas y la izquierda el helado: además de ser buenas, tampoco les vamos a pedir que gusten.
P.–Pues yo tengo un viejo loden heredado de mi abuelo. Los dos o tres días que hace frío en Sevilla lo saco a pasear, como hacen los londinenses con sus descapotables en verano.
–A mí los loden me encantan. Tener uno de tu abuelo debe ser maravilloso... ese paño eterno. Pero es verdad que, queramos o no, tiene sus resonancias.
P.–Ser español y anglófilo, ¿es una traición a la patria o una vía para alcanzar la elegancia?
–Es curioso que hable de elegancia: en el XIX, por ejemplo, los elegantes eran los españoles para los ingleses. A nuestros exiliados, envueltos en su capa, de continente grave, los miraban con gran admiración. Como miraban la fina estampa de los toreros y el exotismo de los bandoleros.
P.–Más allá de nuestros prejuicios y de la memoria de Blas de Lezo, ¿qué le debe España a la Gran Bretaña?
–España ha tenido dos momentos británicos, y los dos han sido muy positivos: 1875 y 1975. Los dos, curiosamente, restauraciones con Cortes y Corona. El hecho de que Fraga hubiese sido embajador en el Reino Unido no fue una casualidad.
P.–Nuestro amigo común, el hispanista Robert Goodwind dice que no ha visto en Inglaterra personas tan vestidas de ingleses como en Sevilla.
–Se cuenta el caso de un gran señor italiano, muy anglófilo, que, recién llegado a Londres, mandó a su mayordomo a la calle para que le contase cómo iba la gente, imaginando que sin duda muy elegante y atildada. El mayordomo salió, volvió y le dijo, “señor, el único que va vestido de inglés es usted”.
España ha tenido dos momentos británicos, y los dos han sido muy positivos: 1875 y 1975
P.–Alguna vez se ha metido con el uso de chaquetas de Tweed en la ciudad, algo que un caballero inglés no haría nunca. En descargo de los sevillanos diré que seguimos teniendo mentalidad de ciudad agraria. De alguna manera, seguimos siendo campo.
–Es gracioso. No ocurre solo en España ni en Sevilla. En general, en el continente, el estilo inglés se asimila al modo de vestir de un inglés, sí… después de venir de una batida de faisanes. Saben muy bien distinguir cuándo están en el campo y cuándo en la corte.
P.–Me habían dicho que había dejado de beber, pero después de verle pedir de aperitivo un gin tonic veo que estaba completamente equivocado. Se le ve en forma.
–Los monjes lo llamaban “rompimiento de ayuno”. Yo me lo permito, con gran alegría, cuando estoy de viaje. No sé cuántas veces volveré a Sevilla en esta vida. No celebrar el hecho de estar aquí sería una gran pobreza de espíritu.
P.–¿Con qué vino sueña en sus días de abstinencia?
–Una manzanilla de las finas. O un tinto joven y fresco, muy morado; el tipo de vino que uno bebería junto a un río con un bocadillo de salchichón. Pero si un italiano insiste en regalarme una caja de Le Pergole Torte, mal tampoco voy a mirarle.
P.–Ha venido a Sevilla a hablar del color de Roma. ¿Cuál es?
–Yo le diría que depende de la luz. Pero ya no sé qué escritor nórdico dijo que Roma era color león viejo y tomate pasado.
P.–Muchos piensan un en la Roma clásica como campus anglosajón: blanco y marmóreo. La realidad era más colorista. ¿No?
–Y tanto. Hemos dado en fundar todo un movimiento arquitectónico, estético y, si me apura, político, sobre el equívoco de que las estatuas clásicas eran blancas.
P.–Ahí va la pregunteja: ¿Sevilla tiene un color especial?
–Estoy especialmente satisfecho de haber venido a Sevilla a hablar de colores y no mencionar esta frase –por lo demás muy brillante– en tres cuartos de hora de charla. Pero sí, lo tiene, claro: albero, cal, almagre. El verde de los naranjos y el azul del cielo. Andalucía en general y Sevilla en particular han sido los grandes emisores estéticos de España. Muy justificadamente.
P.–¿Se puede ser conservador y no conservar ni el patrimonio ni la naturaleza? ¿He ahí una de las grandes contradicciones de la derecha española?
–Y, al revés, durante mucho tiempo, el símbolo de la izquierda fueron las fábricas humeantes. Sí, conservadores y conservacionistas nacieron a la par, quizá, todo sea dicho, porque eran los únicos que tenían tierras en cuya conservación estaban interesados, je. Pero también por un sentido de piedad hacia la naturaleza y responsabilidad hacia lo creado.
Ya no sé qué escritor nórdico dijo que Roma era color león viejo y tomate pasado
P.–Sabrá que los sevillanos presumimos de nuestras raíces romanas, aunque más allá de la época clásica, nuestros apellidos son más genoveses y florentinos.
–Normal que los sevillanos prefiráis descender de emperadores y generales a descender de banqueros.
P.–¿Qué puede aprender cualquier ciudad del mundo de Roma?
–Lo llamativo es que –de Bizancio a Londres–, cualquier ciudad que ha destacado, lo que ha querido de inmediato es ser “la Nueva Roma”. Y esto se lo digo en, como la bautizó Lorca y la confirmó Vicente Lleó, la Roma andaluza.
P.–¿Cuál es la salud del español en Italia? ¿Qué visión tienen de nosotros?
–Pocas cosas hay para un español más gratas que mirarse con los ojos con que nos miran los italianos. Ojalá lo supiéramos más. En cuanto al español, en treinta años ha pasado de ser inexistente a tener más de un millón de estudiantes en el sistema escolar. Es un país donde la labor es muy exigente y a la vez muy grata.
P.–¿Es verdad que habla catalán en la intimidad?
–Lo hablo malament. En realidad, hay pocas lenguas más cercanas entre sí que catalán y castellano.
P.–Estamos deseando que salga la segunda parte de sus diarios. ‘Ya sentarás cabeza. Cuando fuimos periodistas’ es un libro excelente. Ha dejado el listón muy alto. ¿Le impone?
–No, pero no vea usted mucha inmodestia en este aserto. Los escritores, como las neveras o las latas de fabada, tenemos una vida útil. Ya sentarás cabeza termina cuando tengo treinta años, y todavía me faltaba cocción como escritor. En todo caso, muchas gracias por sus palabras. Ganas me dan de arrearme otro gin tonic.
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