“Mis amigos dicen que tengo la fuerza y la disciplina de un samurai’

Paula Iwasaki | Actriz

La actriz sevillana, conocida por el gran público por su trabajo en la serie de TV ‘Amar es para siempre’, es una intérprete polifacética formada en el rigor del teatro clásico

Paula Iwasaki.
Paula Iwasaki. / Juan Carlos Muñoz

No se pertenece al clan Iwasaki impunemente. Sus miembros tienen la dulce maldición del arte. La actriz Paula Iwasaki, hija del escritor Fernando Iwasaki y la artista plástica Marle Cordero, es buen ejemplo de lo dicho. Es joven, pero tiene tablas de sobra. Saluda con desparpajo y habla ese español nítido y neutro de los actores formados en el teatro clásico. Cuando platica parece que uno está escuchando a la bella, sabia y cervantina Dorotea. Siempre sonríe y tiene sentido del humor. Es mezcla de tres almas: la peruana, la española y la japonesa, a la que debe su sonoro apellido y un rostro que recuerda vagamente al maestro Utamaro. Tras estudiar el bachillerato en el colegio San Francisco de Paula se licenció en Interpretación Textual en la Real Escuela Superior de Arte Dramático. Después vendría la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico. Pero, pese al orgullo de dominar el arte de Lope, Paula Iwasaki es una actriz a la que le gusta cambiar de registro. El gran público la conoce por el año que estuvo en la serie televisiva Amar es para siempre o su trabajo como intérprete de audiolibros. El teatro no lo ha dejado en ningún momento y ha actuado en una veintena de obras. Con su hermano Fernando tiene el grupo musical Wasi Tupuy. Su currículum completo se puede consultar en paulaiwasaki.es.

Pregunta.–¿Está pasando las vacaciones en La vereda de los carmelitas?

–Sí, claro, es la casa de mis padres, de mi infancia... Al principio, esta finca se llamaba La Vereda a secas, pero le añadieron lo de los carmelitas en homenaje a mi abuela Carmela, la que crió a mi madre y todos mis tíos. Lo de carmelitas juega un poco al engaño, porque a mi padre le encantan los juegos de palabras, retorcerlas, y generar con ellas una conversación eterna.

P.–Aclaremos que nos referimos a la casa y huerta en La Rinconada del escritor Fernando Iwasaki y su mujer, Marle Cordero, posada y fonda de peregrinos literarios de ambos lados del océano.

–En la familia tenemos el deseo de que La vereda de los carmelitas se convierta en un espacio en el cual surjan proyectos artísticos, residencias, coloquios, encuentros... Tengo la suerte de tener una familia en la que mi padre se dedica a la literatura, mi madre a las bellas artes, mi hermano a la música y mi hermana María Fernanda y yo a la interpretación... No podemos ofrecer cursos de ADE, pero sí con todo lo relacionado con la cultura y las artes.

P.–Incluso cruzáis a veces las trayectorias, como en la obra de teatro Carpe Noctem.

–Carpe Noctem la empezó a hacer mi padre con mi hermana María Fernanda. En este espectáculo se mezclaban literatura, música y dramatización. Fue un formato que funcionó y, bastantes años después, mi padre y yo hicimos Versos polipátridas, un recorrido también musical y literario por los poetas y los poemas que quisieron ser de todas partes y de ninguna. Ahora queremos que gire. Es cierto que en la familia nos gusta cruzar las carreras. Tengo con mi hermano un grupo de música que se llama Wasi Tupuy.

P.–Extraño nombre, ¿en qué consiste?

–Wasi Tupuy es una palabra quechua que significa “la casa está lista para ser habitada bajo la protección de tus ancestros y los animales que han vivido con tus ancestros”.

P.–¿Todo eso?

–Es un amuleto que las familias andinas colocan en los tejados de sus casas. Es muy común pasar por la sierra andina y verlos por todas partes. En La vereda de los carmelitas todos los tejados están llenos. Lo que hacemos Fernando y yo es rescatar temas latinoamericanos que versionamos en acústico, aunque algunos los hacemos con banda. También incluimos poesía y textos dramatizados por mí. En youtube tenemos varios vídeos. Ahora estamos empezando a introducir repertorio propio.

El acento andaluz me va y me viene. Mi sentido de pertenencia a un lugar nunca ha estado muy definido

P.–Fernando estuvo en La voz, ¿no?

–Sí llegó a semifinalista. Fue un magnífico escaparate.

P.–No tiene usted mucho acento andaluz. Que no se entere Juanma Moreno.

–Me va y me viene. Mi sentido de pertenencia a un lugar nunca ha estado muy definido. Cuando dejé Sevilla, donde viví hasta los 17 años, mis amigos me reprochaban el que ya no tenía acento. Pero en mi casa, con un padre peruano, nunca tuve una referencia clara en este asunto. Además, llevo en Madrid 16 años.

P.–Quizás también porque en la educación clásica de un actor se enseña a suprimir los acentos.

–Cada vez se intenta más que el actor conserve su personalidad y su habla, pero que sepa modificarla puntualmente cuando el personaje lo requiere. Pero es cierto que al acabar la carrera empecé a trabajar en la Compañía Nacional de Teatro Clásico y ahí sí te piden de una manera muy rigurosa que seas capaz de eliminar completamente el acento y tener un castellano neutro. A mí esto me parece bien, pero mejor que el actor sea capaz de hacerlo sin perder su identidad.

P.–Es una mujer con varias sangres: peruana, japonesa, española... Imagino que eso tendrá su peso en la manera de ser.

–Me gusta esta mezcolanza de lo latinoamericano con lo andaluz y creo que aporta a mi carrera. Hay veces que reacciono de una determinada manera y me pregunto de dónde vendrá, por qué bisabuelo estaré influida.

P.–¿Identifica cuando le sale su lado japonés?

–Mis amigos se ríen de mí porque dicen que tengo la fuerza y la disciplina de un samurai. Cuando estudiaba la carrera en la Real Escuela Superior de Arte Dramático (Resad) me di cuenta de que la esgrima me gusta mucho. También todo lo que tiene que ver con defensa personal. En general, me gusta mucho la expresión y el trabajo físico.

P.–Tiene una formación muy completa. ¿Es lo normal?

–La formación actual de los actores españoles es buena y cada vez es mejor. En la Resad se pone el foco en lo teatral y la importancia de la palabra, algo que hizo que yo me interesase por el teatro clásico.

No sabemos valorar el gran patrimonio cultural que supone nuestro teatro del Siglo de Oro

P.–Dicen que en Inglaterra un actor no llega a nada si no domina el teatro de Shakespeare.

–Cada experiencia es un mundo, pero yo sí siento que el haber dedicado mis primeros años de carrera al teatro clásico me ha dado un rigor especial a la hora de enfrentarme a los textos y los personajes. Usted habla del mundo anglosajón y de Shakespeare, pero en España tenemos grandes autores que quizás no están tan reconocidos. No sabemos valorar el gran patrimonio cultural que supone nuestro teatro del Siglo de Oro, porque tendemos a relacionarlo con un teatro declamado, casposo, antiguo... y no es cierto. Al final, la mirada que pongamos sobre esos textos es lo que les va a dar vida o no. Creo que haber pasado por Calderón, Lope o Tirso me ha servido para enfrentarme a los textos contemporáneos desde un rigor que aplico a todos mis trabajos, incluso los musicales. Para mí la palabra interpretada y la cantada tienen que pasar por el mismo análisis.

P.–La versatilidad...

–En España tendemos a colocar rápidamente las etiquetas, a parcelar demasiado: “tú eres actor de clásico, tú de televisión, tú de musical, tú de gesto...” pero en el mundo anglosajón todo confluye mejor. Y debe ser así. Un actor tiene que saber bailar, cantar, hacer cine, interpretar clásicos... abarcar todas las áreas.

P.–Pero da la impresión de que la palabra, como en tantos otros asuntos, cada vez está más arrinconada en el teatro. Ahora se apuesta más por un teatro muy físico... saltimbanqui. También tecnológico.

–La tecnología ha llegado para quedarse y eso ya está influyendo en los formatos y las maneras de contar historias. Lo visual es muy importante y no podemos evitar que eso esté siendo así, sobre todo entre el público más joven. Cuando yo hablo de la importancia de la palabra no me refiero tanto a su sonoridad, sino al trabajo de mesa que implica comprender bien la historia que estás contando. Aunque luego la interpretación se convierta en algo más físico, ese trabajo siempre es muy importante.

P.–Dígame su gran clásico.

–Yo he interpretado mucho a Lope de Vega y me encanta su trabajo, pero todo este año he trabajado con Calderón de la Barca. Es imprescindible que todo el mundo conozca La vida es sueño. Lo engloba absolutamente todo: el existencialismo, la filosofía, el sentido del humor...

P.–Pues tuvieron que venir los alemanes a recuperarlo...

–Porque, como le decía, tenemos una relación de menosprecio con nuestro patrimonio.

P.–Usted estuvo en Broadway... palabras mayores.

–En una academia llamada Broadway Dance Center, donde tenían un sistema de clases maravilloso donde en una mañana podías aprender jazz, canto lírico, expresión vocal... Siempre me ha gustado mucho el teatro musical. En España, ahora, se están haciendo cosas muy interesantes, con una factura muy buena.

Es imprescindible que todo el mundo conozca ‘La vida es sueño’. Lo engloba absolutamente todo

P.–Pertenezco a una generación en la que muchos aborrecíamos los musicales. TVE abusaba de ellos y nos los colocaba los sábados por la tarde, con las canciones sin subtitular. Me parecía ridícula aquella manera de pasar del diálogo al canto.

–Cada vez se están integrando mejor las canciones en la obra. Una canción puede interpretarse con la misma veracidad que un diálogo hiperrealista. Ahora se están haciendo musicales maravillosos, como The Book of Mormon, dirigido por David Serrano, que lleva no sé cuanto tiempo en Madrid. No tiene nada que envidiar a los musicales de fuera. A mí, más que los musicales al uso, me interesa la música en directo, cómo se puede introducir en escena sin parcelar; de qué manera se puede integrar en la obra para que fluya sin tropiezos.

P.–¿Ha pensado alguna vez regresar a Sevilla?

–La verdad es que no. Pero estoy en un momento de mi vida en el que me doy cuenta de que dar cosas por absolutas es totalmente irreal. No tengo ni idea de qué manera se irá presentando el futuro y qué decisiones tendré que tomar. Yo sé que aquí, en Sevilla, hay muchas cosas que podría intentar hacer si llegase el caso. Entre otros, el proyecto de La vereda de los carmelitas, que me ilusiona mucho. Sevilla es una ciudad a la que extraño. Aquí tengo a mi familia y buenos amigos, me reconecta con la raíz y siempre me gusta volver. Pero sé que disfruto de esa relación porque después la echo de menos, porque me voy.

P.–Me da la sensación de que, en Sevilla, se han dado pasos atrás en el teatro. Ahí está el desguace del CAT.

–Desconozco al detalle cómo funcionan las cosas aquí, pero creo que hay iniciativas interesantes. Para empezar, en Andalucía, la producción audiovisual ha crecido muchísimo en los últimos años. En teatro, Alfonso Zurro dirige obras muy buenas. Me gustaría mencionar que el Centro de Artes Escénicas y Visuales de La Rinconada (Craes) ha conseguido posicionarse en un lugar importante como referencia del teatro en Andalucía. Eso es algo que está sucediendo en un pueblo de Sevilla. Se está consiguiendo crear redes y focos de trabajo que van a dar mucho que hablar en los próximos años. Ahora se me viene a la cabeza Noche de Repálagos, un proyecto que nació en Triana en el que hacen cosas maravillosas. Han creado un público propio.

P.–En los últimos años hemos asistido a un auténtico boom de las series. Si, como dicen, el periodismo avillana el estilo literario, ¿el trabajo en series avillana el estilo de un actor?

–Elegir dónde quieres enfocar tu carrera es algo muy personal. Ya es demasiado difícil vivir de la interpretación como para juzgar las decisiones de los demás. Creo que lo mejor es probar y hacer cosas muy distintas. El año que trabajé en Amar es para siempre fue estupendo y me habría quedado varios años más. Ahora, está en ti compatibilizar ese trabajo con otros proyectos. Al mismo tiempo que rodaba la serie representé dos obras de teatro en Madrid. No descansaba nunca, pero era algo que me gustaba hacer.

P.–¿Algún proyecto que se le resista?

–Me encantaría hacer cine. He hecho alguna película que se ha estrenado directamente en plataformas, pero me apetecería mucho trabajar en cine. Mientras pueda, nunca abandonaré los escenarios, porque en el teatro cada noche es única y diferente. Crear ese momento de comunión entre el público y los actores es algo de lo que no quiero prescindir. Pero me atrae también el trabajo frente a la cámara, donde sabes que estás creando un resultado para el ojo del espectador, aunque el momento presente lo estés viviendo tú sola con el equipo.

P.–Todo actor guarda un gran anecdotario sobre el escenario.

–Miles. Una vez, representando Trágala Trágala, la obra de Ramírez de Haro dirigida por Yllana, se me enganchó un pelucón gigante que llevaba en las medallas de la pechera de mi compañero, Fernando Albizu, que hacía de Fernando VII. Me quedé calva en escena con el teatro hasta la bandera, 600 espectadores. Sonó un ¡Ahhhhhhhhh! Salí de la situación como puede y la gente se rió. Fernando se quitó el pelucón y me lo puso.

El año que trabajé en ‘Amar es para siempre’ fue estupendo y me habría quedado varios más

P.–El mundo del teatro tiene fama por sus egos inconmensurables, por las fuertes pasiones y envidias. Ahí está la película de Mankiewicz, Eva al desnudo.

–Eso te lo encuentras en todas las profesiones. Lo que sucede es que nosotros estamos más expuestos al público. Pero, como decía Fernando Fernán Gómez, en nuestra profesión se hacen pequeñas familias allá donde vamos, porque en giras o rodajes compartes mucho con los compañeros. Te relacionas a un nivel muy profundo. Para dedicarte a lo artístico tienes que tener un cierto ego en tu personalidad. Lo importante es cómo te relacionas con esa parte de ti, si lo haces desde un lugar sano o desde un lugar terrible.

P.–También ha trabajado en audiolibros.

–Me salvaron durante la pandemia. Fue el trabajo puente que encontré. Tuve la suerte de que antes de que saltase la epidemia, Nuria Barrios me vio actuar en Madre Coraje y sus hijos, en el Centro Dramático Nacional, y le pidió a Penguin Random House que yo leyera su último libro, Todo arde. Funcionó muy bien. A mí me encanta leer y que eso se convierta en un medio de vida me parece una suerte.

P.–¿Alguno que le gustara especialmente pasar a audio?

–Fortunata y Jacinta, 44 horas de grabación. Me divertí mucho haciendo la saga Los juegos del hambre y hace poco hice la ficción sonora de Yerma para Amazón, dirigida por Pilar Távora. En el Quijote hice de Dorotea... También he tenido que participar en proyectos terribles.

stats