Ignacio Peyró | Escritor
“Andalucía y Sevilla han sido los grandes emisores estéticos de España”
Magdalena Valor Piechotta | Arqueóloga e historiadora
A Magdalena Valor Piechotta (Sevilla, 1957) la hemos llamado porque es autora de un libro fundamental para conocer bien la ciudad: ‘Sevilla almohade’ (Editorial Sarriá). También para que nos hable de los arrabales de Isbilya, de la mezquita que precedió a la ermita de Cuatrovitas, de la conversión de las mezquitas en iglesias tras la entrada de Fernando III, del Castillo de Constantina, del origen del plano de damero de San Vicente o San Lorenzo, de la muralla, de los Baños de la Reina Mora... en definitiva, para que nos hable principalmente de ese mundo fascinante que fue la Sevilla almohade, el momento más pujante de la ciudad durante los siglos de Al Ándalus y al que le debe los monumentos más icónicos. Actualmente jubilada como profesora de Historia y Arqueología medieval de la Universidad de Sevilla, Magdalena Valor sigue adelante con sus investigaciones, siempre demostrando independencia, seriedad y rigor en sus posicionamientos. Entre sus obras, además de la antes mencionada, podemos destacar ‘La Estructura urbana de la Sevilla islámica’ (Universidad de Sevilla), ‘El Castillo de Cortegana’ (escrito con José M. Sánchez-Cortegana) o ‘Historia y arqueología de la Constantina medieval’ (Universidad de Sevilla).
–Usted es una gran conocedora del mundo almohade. Es continua la confusión entre este pueblo y los almorávides. De hecho hay un gran debate de si las murallas de Sevilla las hicieron unos u otros.
–Es una evidencia consolidada que las murallas son almohades. A partir del siglo XI, hubo un desplazamiento del río hacia el oeste que quedó definitivamente establecido con la construcción de la muralla en esa zona durante el siglo XII. La muralla hacía la función de un pólder, salvaba a la ciudad de las crecidas del río. Tengo fotos de cómo en la muralla había unas especies de torres hacia el interior, como contrafuertes, para que la cerca aguantase bien el empuje del agua.
–¿Y cuáles son las evidencias históricas de que las murallas las construyeron los almohades y no los almorávides?
–Hay un hecho claro: la capital de al-Ándalus en época almorávide era Granada, no Sevilla. Los almorávide no construyeron murallas urbanas. Sólo lo hicieron en Marrakech, muy al final, cuando ya estaban prácticamente cercados por los almohades. No hay ningún argumento que sostenga que la muralla sea almorávide.
–Tiene una teoría muy argumentada sobre el por qué del plano hipodámico o de damero de los barrios de San Vicente y San Lorenzo, que antes de su construcción eran zonas pantanosas.
–La interpretación que hago del origen del plano hipodámico de estos dos barrios es que no se debe a la implantación de un sistema de huertas, sino a un sistema de drenaje, cuyas evidencias materiales son las mismas: acequias, norias, pozos, cangilones.... No se busca regar huertas, sino desecar el espacio. Ya en época moderna, las antiguas acequias se aprovecharían como madronas, como alcantarillado y vías de desagüe de la ciudad. Gracias a excavaciones de arqueólogos como Juan Carlos Pecero Espín, se sabe que este espacio, durante la segunda mitad del siglo XII, no estaba apenas habitado, sino que sólo había zanjas, pozos, escombreras... Hasta el siglo XIII, ya en un periodo almohade tardío, no empiezan a aparecer estructuras de habitación. Cuando la ciudad se conquista en 1248, había grandes espacios vacíos que estaban empezando a colonizarse.
–Cuando se ve la maqueta de Sevilla en 1248 impresiona la cantidad de terreno vacío que hay intramuros.
–Sevilla era la ciudad más grande de Europa Occidental, casi 257 hectáreas, una superficie gigantesca. Tenga en cuenta que en esta época eran muy habituales los asedios como forma de tomar las ciudades, buscar que la población no tuviese ni agua ni comida para pactar su rendición. Por eso se tiende a construir recintos amurallados grandes que embolsen terrenos para acoger, en caso de asedio, a la población que vive extramuros y tener reservas de ganado y cultivos. Esto no sólo ocurre en Sevilla, sino en muchas otras ciudades musulmanas y cristianas, que no se colmatan de población hasta el siglo XIX. De pequeña yo he llegado a ver zonas baldías en el norte de la ciudad.
–Últimamente parece que hay una mayor preocupación por conservar la muralla.
–Afortunadamente, la recuperación de la muralla ya empezó en los años 80, porque antes era algo completamente olvidado. En mi opinión, a la hora de intervenir en la muralla haría falta escuchar a las personas que la estudian. Cuando uno lee las memorias históricas de los proyectos apenas están documentados, se hacen deprisa y corriendo, sin entrar a fondo en la cuestión. Tampoco se hacen las analíticas suficientes para usar en lo posible los materiales constructivos originales. La muralla de Sevilla, que tiene centenares de metros de recorrido, no se hizo en todas partes con el mismo material. Sobre todo porque era muy frecuente coger lo que había a pie de obra. Por ejemplo, no en todas las zonas el tapial tiene la misma composición y hay algunas otras en las que encontramos un basamento de sillares reutilizados de la antigua muralla romana. Por último, no se da la suficiente importancia a la difusión. La gente ve lo mismo un poco más arreglado, pero no se explican las conclusiones de las investigaciones.
–Aproveche para exigir a los responsables políticos del patrimonio histórico.
–Sería deseable que hubiese una mayor relación entre las diferentes disciplinas a la hora de acometer una obra de restauración, un verdadero intercambio entre especialistas en arqueología, arquitectura, historia... ¿De qué nos sirve un monumento restaurado si no conocemos nada de su historia? Hay que hacer una difusión de calidad del patrimonio adaptada al nivel de cada público... Algunos guías turísticos dicen cada barbaridad... Entiendo que, a veces, hay que simplificar el mensaje, pero lo que no se puede hacer es transmitir un mensaje erróneo.
–¿Cómo ve la conservación del patrimonio islámico en Sevilla?
–Hay restauraciones que le quitan el valor histórico al monumento. El ejemplo más doloroso para mí es el de los Baños de la Reina Mora. Si los visitamos no los sentimos como un edificio histórico. Nos encontramos con unos enlucidos y con unos colores que no responden para nada a lo que era el edificio. Tampoco hay un proyecto de difusión. Cuando se restaura un inmueble histórico hay que tener sensibilidad y permitir que quienes lo visiten puedan trasladarse al pasado, no convertirlo en una construcción atemporal.
–Sus investigaciones han ido más allá de las murallas y han indagado en los núcleos de población de extramuros, los arrabales.
–En los estudios de urbanismo andalusí se ha pretendido que los barrios de extramuros son el resultado de las ciudades desbordadas. Pero en el caso concreto sevillano no ocurre así, como ya hemos visto. Veamos el caso de Triana. Realmente era una alquería que, al aproximarse el río en su desplazamiento hacia el oeste y construirse el puente en 1171, acabó convirtiéndose en un arrabal de la ciudad. El caso de la Macarena es muy interesante, porque la capa freática está muy alta y era la zona de huertas por excelencia de Sevilla. Es ahí donde se encontraba la leprosería ya con toda seguridad en época almohade. Es curioso como esa zona ha conservado hasta hoy la tradición hospitalaria.
–¿Algunos más?
–Está el barrio de Benialofar, en las inmediaciones de la Buhaira, que era una almunia de inmensa importancia. También tuvo que guardar relación con el acueducto, que se construyó, o al menos se reconstruyó a partir de uno romano, en la segunda mitad del XII, en época almohade. El acueducto generó un nuevo paisaje de huertas, porque hizo posible el regadío. La idea del califa Abu Yaacub Yúsuf era proveer de agua la Buhaira, pero cuando vio que sobraba gran cantidad de ésta decidió llevarla también a la ciudad.
–Se ve que Sevilla era una ciudad con una amplia población extramuros.
–En la Edad Media, como ahora, la importancia de una ciudad se medía por su periferia, por ese espacio entre el agro y la urbe que está directamente proyectada para proveer a la ciudad de alimentos, con una agricultura y una ganadería intensivas. Habría que investigar la ribera del río, recordemos los importantes hornos de cerámica que se encontraron en la Cartuja.
–¿Y el Aljarafe, otra de las geografías en las que ha indagado?
–Era una zona de monocultivo olivarero para la producción de un aceite que no sólo estaba destinado al comercio local y regional, sino también internacional. Por eso, con los almohades se consolida en el siglo XII la ruta del Atlántico, tanto sur como norte, en la que intervienen italianos, especialmente genoveses, que transportan el aceite al Mar del Norte.
–¿Ya había comerciantes genoveses en Sevilla con los almohades?
–Sí, tenían prácticamente controlado el Atlántico. Esta apertura de nuevas rutas fue posible gracias a la invención de nuevas técnicas de navegación y a la construcción de barcos de mayor tamaño.
–Con los almohades hubo una auténtica revolución urbanística en Sevilla: la Giralda, la Torre del Oro, el puente, la ampliación de las murallas, la mezquita aljama...
–Este no fue un proceso exclusivo de los almohades, sino algo característico de la época. En el siglo XII se dan una serie de condiciones. Una bonanza climática permitió que hubiese más alimentos e impulsó un crecimiento demográfico. También un perfeccionamiento de la tecnología. Por ejemplo, se recuperó el prácticamente desaparecido artesanado del ladrillo. Nosotros identificamos el ladrillo con lo islámico, pero lo cierto es que en Dinamarca se hicieron catedrales de ladrillo. La economía va bien y, como los estómagos están llenos, se dedica más tiempo a la cultura y se traducen muchas obras de clásicos grecolatinas u otras llegadas del oriente. En la Buhaira se introducen nuevas especies de cultivos y plantas ornamentales y se ensaya la adaptación de plantas de la montaña en el llano, como se ve en la crónica de Ibn Sahib al-Sala. En general, las ciudades se convierten en polos de atracción para la población que busca mejorar. Podemos decir que en el siglo XII hubo un renacimiento tanto en la Europa cristiana como en el mundo Islámico. No es algo privativo de Sevilla. Pero sí es cierto que los almohades, desde que Abd al-Mumin ostentó el título de califa, estaban obligados a demostrar su magnanimidad. Nos obsesionamos con la Sevilla almohade como si fuera un unicum y la verdad es que está en un proceso general europeo y norteafricano. Los almohades recuperaron la arquitectura monumental al mismo tiempo que en Europa se estaba desarrollando el gótico. Una de las incógnitas que tengo es de dónde salió el genio creador para esa transformación. Siempre he intentado buscar concomitancias con la dinastía egipcia ayubí, pero la verdad es que son estéticas distintas.
–Ha estudiado también el proceso de transformación de las mezquitas en iglesias tras la conquista por Fernando III.
–Igual hicieron los musulmanes cuando conquistaron la Península, convirtiendo iglesias en mezquitas. En Córdoba sabemos de una iglesia, la de San Vicente, que combinó ambos cultos. En Sevilla tenemos un caso muy especial y curioso, el de Santa María la Blanca, que de mezquita pasó a ser sinagoga y después iglesia.
–Las tres culturas, pero no revueltas. Y de las iglesias sevillanas , ¿cuál es la que mejor conserva su pasado como mezquita?
–Si hablamos de la provincia, la ermita de Cuatrovitas, en Bollullos de la Mitación. En Sevilla capital, yo diría que la propia Catedral, con el alminar y el patio. De la mezquita aljama tenemos mucha información de la sala de oración gracias a excavaciones arqueológicas. Sobre este asunto se podría hacer un trabajo de difusión que no se ha hecho.
–Hábleme un poco más de Cuatrovitas.
–Es un lugar especial. Los almohades entraron en el Valle del Guadalquivir desde Portugal, Aznalcázar y Sevilla. Cuatrovitas ya existía antes, desde la época emiral cordobesa, y los almohades construirán una mezquita aljama a la que acudirán fieles de las alquerías del entorno, que eran bastantes. Tengo la sospecha de que se trató de un lugar especial de culto, meditación e introducción en las creencias almohades en su momento.
–Acumula usted una larga trayectoria como arqueóloga e historiadora, pero me imagino que tendrá sus hitos.
–He tenido la suerte de meterme muy a fondo en los temas que he investigado, uniendo disciplinas como la Historia, la Arqueología, la Biología... Los resultados han sido muy interesantes, llegando a cambiar cronologías drásticamente. Quizás el caso más destacable es el del Castillo de Constantina, considerado tradicionalmente almorávide, pero que resultó ser de tiempos de Don Rodrigo Ponce de León y construido en torno a 1474-78, lo cual es un cambio al que evidentemente se resisten muchas personas.
–¿Algún otro hito?
–El detectar con pruebas consistentes el cambio de paisaje que se produjo en el Castillo de Cote, en Montellano, entre la fase islámica y la fase cristiana. A partir de la conquista de ese lugar por Fernando III en 1240, después de unos años de continuidad, hay una serie de acontecimientos, como la revuelta mudéjar (1264-66) o las incursiones de benimerines (1275-85), que hicieron que se despoblase el castillo y poblado que allí había. También las tierras de cultivo, por lo que se dio un cambio de paisaje radical. Lo que había sido un campo de olivar y cultivos hortofrutícolas pasó a ser un lugar donde abundaba la vegetación silvestre, aunque con algunos indicios de cultivo de cebada. Hubo una pequeña edad glacial, pero este paisaje fue buscado. Tenga en cuenta que, en la frontera, uno de los sistemas de defensa es crear barreras naturales con abundante vegetación y animales salvajes que las convierten en lugares peligrosos. Se crean unos lugares de paso obligado y fácilmente controlables que ayudan a la defensa.
–También en estas zonas de frontera se solía apostar por la ganadería, que es fácilmente transportable en el caso de que haya que abandonar el lugar ¿no?
–Totalmente. Hay un tipo de guerra que consiste en la tala y quema de los árboles. Si son frutales, el daño dura unos diez años hasta que vuelven a crecer los nuevos.
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