Antonio R. de la Borbolla | Presidente de la Asociación Nacional de Soldados Españoles
“El soldado español se hace querer en todas partes”
Joaquín Moeckel Gil | Abogado
“Mire usted, señor Moliní, soy un rancio que no se avergüenza de serlo, como me definió Paco Robles. Me gustan los toros y las cofradías. Soy cristiano y estoy en el Ejército de alferez reservista. No me tapo. A este despacho profesional viene mucho tipo de gente y no quito ni los trajes de luces ni la bandera de España. A nadie le pregunto lo que es, pero no permito que nadie me diga lo que tengo que ser yo. Sé que hay gente que me llama figurón. Juan Luis Pavón escribió que los que largan de mí, en el fondo, me envidian por no poder ser como yo. Soy consciente de que con esta edad ya vivo en una prórroga. Tengo alto el colesterol y los triglicéridos. Pero mientras la vida me diga que siga adelante no me va a parar nadie. No pido perdón por tener los ojos azules y no me acomplejo por se calvo. Estudié en el Colegio San Isidoro y en los Maristas. He hecho de todo, desde sacar al Cid en hombros de las Ventas, hasta ser rey mago. Dios ha sido muy generoso conmigo. Soy muy trabajador y no me he drogado en mi vida. Me sé finito y por eso estoy tan seguro de mí. Adoro a mis amigos, son el tesoro más grande que tengo. He vivido en la opulencia y en la ruina, incluso he llegado a vender viseras de cartón en la plaza de toros. Llevo 38 años cotizados”
–¿De dónde le viene la vocación por el derecho?
–Por la familia de mi madre, los Gil, que eran oriundos de Sanlúcar de Barrameda. Los Moeckel, de origen alemán, eran ingenieros.
–¿Se siente más Gil que Moeckel?
–No, soy un mixtolobo. Creo mucho en la riqueza de la sangre. Lo alemán me da vigor, constancia, cabezonería. La parte de Sanlúcar me aporta la chispa, el ingenio, la rapidez mental. Mi padre era una persona muy seria y rigurosa, y mi madre muy inteligente y con viveza. Soy una mezcla, lo que me ha venido muy bien.
–¿En qué año nació?
–En 1966.
–Es usted todavía joven.
–Decía Francis Bacon que un hombre podía ser joven en años pero viejo en horas si no ha perdido el tiempo. Y yo no lo he perdido.
–Desde luego que no.
–También soy abuelo de dos nietos. He hecho muchas cosas en la vida cuando me ha tocado. Mi padre decía que los cargos ni se buscan ni se eluden. Y yo ni he buscado nada ni lo he eludido. Fui hermano mayor con 33 años. Cuando fui a ver a monseñor Amigo le dije: si Cristo fue capaz de redimir al mundo con esa edad, yo seré capaz de dirigir la hermandad del Baratillo, que es más sencillo. No vea como se rió el arzobispo.
–Aborigen puro del Arenal, donde sigue viviendo y trabajando.
–Soy arenobatasuno. Los ocho hermanos nacimos en nuestra casa de la calle Adriano. Me tira mucho el barrio.
–¿Ha cambiado mucho?
–Mucho, pero a mejor. Antes era un barrio casi industrial. De hecho mi familia tenía su fábrica de instalaciones eléctricas en la misma calle Adriano. Ahora tiene mayor viveza comercial, pero sigue guardando su esencia e imprime carácter a sus habitantes.
–Una personalidad del barrio era su padre, don Otto Moeckel, recientemente fallecido y del que se han escrito páginas y páginas en estos días. ¿Algún recuerdo que nos pueda contar?
–Era un hombre conservador, pero de una independencia insobornable. Cuando yo era hermano mayor del Baratillo estaba en mi junta de gobierno. Las mayores discrepancias las tuve con él. Las caras de los otros miembros de la junta cuando debatíamos eran tremendas.
–Ese retrato suyo vestido de alférez reservista es de Hernán Cortés, ¿no? Uno de los mejores retratistas de España.
–Es amigo personal. Decidió hacerlo con el uniforme de etiqueta del Ejército, porque le gustaba mucho y como abogado estaba ya muy visto. Pintó un militar en posición civil, en descanso, relajado. En la mano llevo la medalla de oro del Baratillo. Soy el único vivo que la tiene.
–Y en el pecho la del Mérito Militar y la Pro Ecclesia et Pontífice, concedida por Benedito XVI.
–Para poder llevar la segunda en el uniforme tuve que pedir permiso al jefe de Estado Mayor. Faltan la de la Operación Balmis, que me la han concedido recientemente, y la de San Raimundo de Peñafort.
–Es usted un digno representante de eso que llaman “la Sevilla rancia”. ¿Qué le parece ese adjetivo tan de moda en estos tiempos?
–Soy un rancio que no me avergüenzo de serlo. Yo he visto cómo un ingeniero, el mayor especialista en energía fotovoltaica de Europa, se ha levantado de una reunión un lunes santo y ha dicho: “señores, me van a perdonar, pero hoy salgo de costalero en San Gonzalo”. Los rancios han hecho muchas más cosas por el progreso de la ciudad que muchos progres oficiales.
–¿Qué es lo que menos le gusta de Sevilla?
–Esas ganas de enfrentarnos los unos con los otros. En Sevilla cabe todo el mundo. Eso sí, tiene su alma y hay que conservarla. Hay que aceptar que existan procesiones de Semana Santa y una cabalgata del Orgullo Gay. Por cierto, bastante hortera en la forma.
–A muchos les gustan las dos cosas.
–Me parece muy bien. Aunque yo sea muy mal practicante, creo muchísimo en las enseñanzas del Evangelio. Como decía Jesús: “no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados”. Yo no juzgo a nadie, pero exijo respeto para mis cosas.
–¿Y lo bueno de Sevilla?
–Que ha sabido mantener a lo largo de los siglos su propio estilo. Antropológicamente el sevillano es un ser digno de estudio. Yo me siento muy orgulloso de la ciudad sin chovinismo. Todo el mundo quiere venir aquí.
–Su momento estelar fue la campaña para recaudar fondos con el fin de restaurar El Salvador.
–En verdad, mi primer salto mediático fue cuando monseñor Amigo quiso imponernos a la hermandad del Baratillo las hermanas nazarenas. Yo no estaba de acuerdo, porque la orden se dio sólo para algunas cofradías, no para todas. ¿Y el Silencio? ¿Y el Gran Poder? Iniciamos un proceso que tuvo mucha repercusión en los medios. Al final, empatamos elegantemente.
–Pero aquello fue algo que siguió mucho la Sevilla que está muy pendiente de la Semana Santa, pero lo del Salvador llegó a toda la ciudad.
–Me llamó un periodista que estaba haciendo una encuesta sobre el mal estado del Salvador. Le pregunté que de cuánto estábamos hablando. Me dijo que de mil millones de pesetas. Yo le contesté que si mil sevillanos pusiesen un millón de pesetas la cuestión estaría resuelta. El periodista me dijo que si yo estaba dispuesto a ponerlos, a lo que le contesté que sí. Yo, querido Moliní, me creí que eso quedaba ahí, pero al día siguiente todos los medios de comunicación lo publicaron. Estaba afeitándome a las ocho de la mañana y me llamó Carlos Herrera. Nunca he sido un payaso. Fui al banco, saqué el millón, y me fui al Palacio Arzobispal. Una de las claves del éxito fue que la gente sabía a quién le daba el dinero. Por eso nunca han fracasado las iniciativas sociales que he impulsado, ni lo de las Letanías, ni el festival taurino del Baratillo, ni el comedor de Pagés del Corro de las Hermanas de la Caridad… A mí me da un señor 500 euros y sabe perfectamente a dónde van.
–¿Y alguna clave más?
–Jugué con la vanidad de la ciudad. Le pedí a los medios de comunicación solamente un favor, que publicasen diariamente la lista de los donantes. La gente se partía la cara por darme el dinero. El que no estaba en la lista no era nadie.
–¿Alguna sorpresa?
–Solamente me la colaron una vez. Un señor me dijo que contase con su millón de pesetas y yo, pobre de mí, lo publiqué en la prensa antes de la donación. Pero pasaban las semanas y no me los daba. Lo perseguí hasta que lo conseguí. Lo amenacé con publicar su engaño en la prensa.
–En general hubo mucha generosidad.
–Hubo una persona clave que fue el alma de la restauración del Salvador: el canónigo don Juan Garrido, una persona que se merece muchas cosas en esta ciudad... pero muchas.
–Me imagino que después le saldrían muchos novios para restaurar templos, ¿no?
–Sí, pero es de mal humorista repetir los mismos chistes. Por eso me dediqué a buscar fondos para ayudar a los damnificados de un bloque en Las Letanías, aquel en el que un hombre con problemas mentales había puesto una bomba de tres bombonas de butano, un 14 de agosto, el día antes de la Virgen de los Reyes. Las autoridades arreglaron el bloque, pero sin muebles. Yo organicé varios eventos para conseguirlos.
–También fue decisiva su colaboración para la restauración de las tablas de Pedro de Campaña de la Iglesia de Santa Ana, una de las joyas del renacimiento español.
–Yo no sabía ni quién era Pedro de Campaña, pero me llamó don Enrique Valdivieso y me puse a la labor.
–Lo de la limpieza de la estatua de Curro Romero, sin embargo, fue muy criticado.
–Me tacharon de payaso y de figurón, pero a mí todo eso me resbala. Cogí los cubos y, con unos amigos, limpiamos la estatua. Hoy ya no hay ningún cobarde que se atreva a pintar el monumento, porque sabe que yo iré a limpiarlo.
–Dijeron que los productos que utilizó no eran los apropiados.
–¿Dónde está la multa? Cuando empezaron con eso me fui al restaurador que tocaba lo más delicado que hay en Sevilla, la cara de la Macarena, el profesor Arquillo. Hizo una prueba pericial y firmó un documento que dejaba claro que los productos que yo había utilizado no eran dañinos.
–Durante una época se especuló mucho con su salto a la política. ¿Qué hay de verdad en todo eso?
–Cuando veían que me movía mucho, la gente pensaba que, una vez que ya había sido hermano mayor, aspiraba a ser presidente del Consejo de Cofradías, decano del Colegio de Abogados o político. No entendían que para mí hacer cosas y moverme es mi droga. No quiero que me den medallas, aunque si lo hacen estoy encantado. Dios nos da unos dones y a mí me ha dado los del convencimiento y el trabajo en equipo. Lo mínimo que puedo hacer es ponerlos al servicio de la comunidad.
–¿Le ha tocado algún partido en concreto?
–Todos menos Podemos: PSOE, PP, Ciudadanos y Vox.
–¿Y por qué no aceptó?
–Soy muy anárquico y no me someto a la disciplina de partido. Me echarían a la calle a los dos días. Además, para hacer cosas a mí no me hace falta ser un político. Yo pertenezco a la sociedad civil y me considero un fiscalizador del poder político. Creo en mi voto y sé que cada cuatro años influyo. Y usted dirá “Joaquín, ¿sería usted un buen alcalde?”
–Adelante, contéstese.
–Sería un alcalde estupendo, porque soy currante.
–¿Y un buen presidente del Consejo?
–Cojonudo.
–Se ha convertido en el gran abogado defensor de la causa de los toros. No corren buenos tiempos para la tauromaquia.
–La tauromaquia es mi afición desde la niñez. He viajado por todo el mundo para ver toros. Además, he tenido la suerte de ser abogado de la empresa Pagés y de grandes figuras como Morante, Ponce, el Cid, Rivera… A la tauromaquia he intentado aportar mis conocimientos en derecho. Por ejemplo, fui el primero en ganar un pleito de afeitado a favor de la ganadería Miura. Siempre he defendido a la tauromaquia sin complejos.
–El debate entre taurinos y animalistas está muy enconado.
–Los animales no tienen derechos0, porque no tienen obligaciones. Lo del derecho animal no va a ninguna parte. El propio Aristóteles ya señalaba que había una jerarquía de estados. El mundo vegetal cede ante el animal y este ante el humano. Está claro.
–En el mundo taurino ha cundido un claro pesimismo.
–El mundo taurino perecerá cuando falte el interés por la fiesta. En 1536, un papa alemán, Pío V, dictó una bula pontificia por la que excomulgaba a las personas que participasen o permitiesen una corrida. La excomunión en el siglo XVI eran palabras mayores y suponía el infierno. Aún así la gente siguió yendo a los toros. Al sucesor de este papa Felipe II le dijo: “Santidad, o levanta usted la bula o nos quedamos sin cristianos en España y su imperio”. Si los toros perecen no va a ser por los antitaurinos, sino por la falta de interés de los aficionados. ¿Dónde está la competencia de los toreros? Este año el único que se ha echado la temporada a la espalda ha sido Morante de la Puebla. Hoy los toreros no se hacen quites… Igualito que Diego Puerta y Paco Camino, que eran compadres, o Belmonte y José. El toreo es competencia. Cuando el espectáculo es pesado la gente se va.
–Quizás los taurinos no son los mejores defensores de la fiesta.
–No se puede defender a los toros por los puestos de trabajo. Más crea la droga… La defensa de los toros es una cuestión de todos, no sólo de los taurinos. El argumento debe ser la libertad.
–Seguirán diciendo que los toros son tortura.
–Los toros no pueden ser tortura, porque un torturador nunca arriesga nada. El torero, sin embargo, pone en juego su vida. ¿Ha visto alguna vez a un torturador morir durante la tortura?
–¿Y la Semana Santa?
–Se ha frikitizado. Hay miembros de juntas de hermandad que no se saben ni el Credo ni el Gloria. Y lo peor es que les da igual. Estamos faltos de formación. Yo no quiero cantidad, sino calidad. Los desfiles procesionales son interminables y algún día habrá que ponerles coto.
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