DEPORTE
Sevilla, preparada para la Carrera Nocturna

“Mi abuela removía el cisco con una espada romana”

Alejandro Jiménez | Arqueólogo

Este investigador es un especialista en la arquitectura romana vinculada a los espectáculos, que tiene en la provincia de Sevilla ejemplos notables como los anfiteatros de Itálica y Carmona

Alejandro Jiménez, durante la entrevista. / Juan Carlos Vázquez

Alejandro Jiménez Hernández (Mairena del Alcor, 1966) ejerce la profesión de arqueólogo por libre. Lo mismo lo podemos encontrar participando en algún gran proyecto universitario internacional que colaborando en la redacción de los PGOU de Carmona, Mojácar o Bollullos Par del Condado. Como investigador, sus especialidades son los edificios de espectáculos romanos (circos, teatros y anfiteatros) y la arquitectura medieval islámica. Es un férreo defensor de la existencia de un circo en Itálica, cuyos restos arqueológicos aún no han aparecido. El antiguo palacio de Hernando Colón, la Tumba del Elefante de la Necrópolis de Carmona, los anfiteatros de Carmona e Itálica o los núcleos de población vinculados a Cuatrovitas en la época islámica, entre otros asuntos, han captado su atención. Desde su puesto de vicepresidente de la sección de Arqueología del Colegio de Doctores y Licenciados de Sevilla y Huelva, trabaja para “mejorar el reconocimiento y las condiciones profesionales de los arqueólogos”, un gremio no siempre bien atendido.

Pregunta.–Nativo de los Alcores, tierra arqueológica por excelencia

–Me crié al lado del castillo de los Ponce de León en Mairena del Alcor, donde posteriormente vivió Bonsor. Mi abuela removía el cisco con una espada romana. De niño vivía entre los sillares que tenía mi abuelo recogidos en el patio... Mi madre quería que fuese farmacéutico, pero a mí me gustaba mucho jugar con la tierra... Una vez que se te mete el bicho ya no hay manera de sacarlo.

P.–Jorge Bonsor es uno de los grandes pioneros de la arqueología española. 

–Es, sin duda, uno de los padres de la arqueología en Andalucía occidental y sigue siendo un referente. Su figura ha sido más o menos recordada según el momento, pero cuando uno lee a Bonsor se da cuenta de lo adelantado que era para su tiempo. 

P.–¿Por qué los Alcores han sido siempre tan atractivos para los asentamientos humanos?

–Porque es un sitio fantástico. Sevilla es un lugar vulnerable. Está al lado del río, pero muy asequible a las invasiones, a las enfermedades como el paludismo de las lagunas... Sin embargo, por ejemplo, Carmona se ubica en alto, es fácilmente defendible y está apenas a un día del río y el mar. Los Alcores se ubican entre dos paisajes: la Vega del Guadalquivir y la Campiña, ambos con naturalezas muy distintas pero fértiles. Además abundan las fuentes de agua. Es un cruce de caminos. ¿Qué le faltó a Carmona para ser capital de la Bética? Un puerto fluvial. Si el Guadalquivir llega a pasar por su vera...

P.–Una de sus especialidades es la arquitectura romana de espectáculos, con trabajos importantes sobre los anfiteatros de Itálica y Carmona.

–El anfiteatro de Itálica es la joya de la corona. Sus niveles arquitectónicos, con los estándares de tamaño y complejidad de diseño que tiene, no lo encontramos en ninguna otra parte de la Península Ibérica. Por su parte, el más antiguo es el de Carmona.

P.–El de Carmona es mucho menos conocido que el de Itálica para el gran público.

–Porque tiene mucha menos monumentalidad. Es prácticamente una hondonada donde apenas hay nada construido La gente no lo percibe como un anfiteatro. Aún así, es el más antiguo de España y tuvo que ser muy parecido al de Pompeya.

P.–Lo que parece claro es que los anfiteatros se construían en ciudades importantes.

–Sí, están muy vinculados a las legiones romanas. Se usan para el disfrute del Ejército, también como lugar de entrenamiento y para impartir justicia. Allí se ejecutaban las sentencias, que podían ser de muerte, delante del resto de compañeros. 

P.–Aunque conserva algo de su importante volumen, el anfiteatro de Itálica fue completamente despojado de sus piedras y mármoles...

–Digamos que fue reciclaje. Probablemente todo ese material esté en todos lados. Sabemos que muchos sillares se usaron para construir una muralla en edad más tardía y que el mármol se usó para fabricar cal. De hecho, del Traianeum [el templo de Trajano], que tenía de mármol hasta las tejas, no ha quedada nada más que los cimientos. Itálica fue la gran cantera de la zona. Eso siempre ha sido así. Si usted abandona un cortijo, a los pocos días empiezan a desaparecer las tejas, las rejas, las carpinterías...

Siempre se nos dijo que el anfiteatro de Itálica era el quinto del imperio, cuando realmente era el tercero

P.–¿El anfiteatro de Itálica tenía mucha capacidad? 

–Cuando se excavó en el siglo XIX se dijo que tenía capacidad para unos 25.000 espectadores, una cifra que se ha quedado grabada a fuego en casi todas las guías turísticas y libros. Sin embargo, ahora sabemos que era más grande y que tenía capacidad para unas 30.000 o 35.000 personas. Lo ha dicho el propio Jean-Claude Golvin, el mayor especialista mundial en la materia. Siempre se nos dijo que el anfiteatro de Itálica era el quinto del imperio, cuando realmente era el tercero, detrás de los de Roma y Capua. El más grande que se había construido nunca fuera de la Península Itálica. 

P.–Todo esto refuerza que Itálica fue una gran ciudad dedicada al culto imperial.

–La idea de Adriano era construir una gran ciudad a mayor gloria del emperador. De hecho le quitó la municipalidad y la convirtió en colonia para dejarla bajo su tutela. 

P.–Hace poco usted dirigió los sondeos que encontraron algunos indicios del que había sido el circo de Itálica, que se ubicaría junto al Teatro. No faltó la polémica.

–Esos sondeos se hicieron dentro de un proyecto de investigación de la Universidad de Sevilla que está bajo la dirección general del catedrático don José Beltrán. Queríamos comprobar si era cierta la hipótesis de que Itálica tuvo un circo.

P.–¿En qué se basaba esa hipótesis?

–El edificio de espectáculos más importante para Roma no eran ni el teatro ni el anfiteatro, sino el circo. Los circos –de donde deriva la palabra circuito– eran las construcciones con mayor capacidad de público y las carreras de cuadrigas que allí se celebraban levantaban pasiones. Las apuestas eran a muerte. Y siempre competían cuatro colores: blanco, verde, rojo, azul. No quiero decir nada, pero aquí el color favorito era siempre el verde. Si pensamos que Adriano quería hacer en Itálica una ciudad nueva a una escala grandiosa, incluso una copia de Roma (como defendemos), es inconcebible que no se hubiese diseñado con un circo. Sería una verdadera anomalía. Hoy sabemos que en la Bética hubo ciudades grandes, medianas y pequeñas que tuvieron circo... ¿Itálica no lo iba a tener? Es inconcebible que Itálica no tuviese circo.

P.–¿Y por qué buscaron precisamente en esa zona?

–Había que buscar una superficie plana donde cupiese un edificio con entre 300 y 600 metros de longitud y 100 o 150 metros de anchura. En Itálica sólo hay un sitio así, que es donde buscamos. Empezamos los trabajos en unas condiciones muy difíciles, porque la zona está urbanizada. Hicimos pruebas con georradar y tomografía eléctrica. Los resultados fueron espectaculares. La tomografía nos dio los mismos resultados que en los cimientos del anfiteatro, por lo que debíamos estar ante los del circo. 

P.–Sin embargo, las perforaciones mecánicas realizadas posteriormente no avalaron esa hipótesis.

–Cierto. Volvimos a repasar los datos y detectamos algunos errores producidos por el mal funcionamiento de las máquinas. No nos podíamos fiar de esos resultados. Esto significaba que nuestra hipótesis de que había un circo cuya cimentación era una gran losa de hormigón (como en el anfiteatro) era errónea. Pero eso no significa en absoluto que no haya allí un circo con otro tipo de cimentación. Insisto: es inconcebible que Itálica no tuviese un circo y el único sitio donde se podía ubicar es donde buscamos, como también han defendido los profesores Luzón e Hidalgo. En este punto, la única manera de comprobarlo sería excavando. Nosotros hemos llegado hasta donde hemos podido. 

P.–De la existencia de este circo había otros indicios muy anteriores.

–Sí, uno de ellos es el mosaico espectacular que apareció en 1799 y que desapareció. Lo cercaron para protegerlo y dejaron un guarda para vigilarlo. Según se cuenta, a este no se le ocurrió otra cosa que meter allí a unos cochinos que lo terminaron destrozando. Quedan algunos dibujos de cómo era. Además, en las losas del Teatro de Itálica hay caballos grabados con sus nombres que están vinculados a carreras de circo. Lo romanos sentían devoción por algunos aurigas, pero sobre todo por los caballos. Sería normal que esos caballos del teatro de Itálica hubiesen corrido en el circo de la ciudad.  

Es inconcebible que Itálica, ciudad que se hizo a mayor gloria del emperador, no tuviese circo

P.–También ha investigado en la Necrópolis de Carmona, otro de los grandes lugares arqueológicos de Sevilla. ¿Queda mucho por excavar?

–Queda mucho por excavar y, sobre todo, queda mucho por reinterpretar lo ya excavado. Tenga en cuenta que Bonsor empezó a trabajar allí a finales del XIX y principios del XX.

P.–En concreto ustedes han trabajado en la Tumba del Elefante.

–Pensamos que la Tumba del Elefante es un mitreo, es decir, un templo dedicado a Mitra, un culto mistérico oriental que los romanos reinterpretaron e hicieron suyo. Es un culto puramente legionario y exclusivamente masculino. Era una religión iniciática, muy cerrada y exclusiva, en la que tenías que pasar por siete grados hasta llegar a lo máximo. Tenía mucho en común con el cristianismo, tanto que entraron en competencia. El cristianismo terminó absorbiéndolo y asimilando algunas de sus cosas, como la fecha del nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, que es la fecha de Mitra por excelencia. También la idea de resurrección en primavera. El gran salto de la Necrópolis de Carmona será cuando empecemos a usar los análisis de ADN, porque entonces ya no solo haremos arqueología de las cosas, sino también de las personas. Queda un mundo por descubrir. 

P.–Demos un salto temporal y espacial. Vayamos a Sevilla capital, al siglo XVI. Entre 2002 y 2003 usted fue uno de los que excavó el antiguo palacio de Hernando Colón, que se ubicó en el siglo XVI donde hoy está San Laureano.

–Fue una sorpresa ver que apenas quedaba nada del edificio original. Al principio, todo lo que encontrábamos era de época posterior. Después de mucho excavar dimos con lo que quedaba, sólo los cimientos de la fachada sur. El resto había desaparecido. 

P.–¿Qué tipo de edificio había sido?

–Se pensaba que el palacio de Colón debía haber sido mudéjar, pero fue un edificio de estilo italiano, digno de los Médici en Florencia, con unas huertas que en realidad eran jardines renacentistas. 

Hernando Colón hizo en Sevilla un palacio digno de los Médici en Florencia

P.–Lo hizo sobre un muladar.

–Hernando Colón quiso convertir un basurero en un paraíso. Utilizó el muladar como otero, para que la casa fuese visible desde todos lados y poder él observar el curso del Guadalquivir hacia arriba y hacia abajo. Las huertas las ubicó en lo que hoy es el barrio de los Humeros. Él le dejó todo al hijo de su hermano Diego, Luis, para constituir un mayorazgo. La única condición era que mantuviese la casa y la biblioteca. La madre del heredero no hizo caso y, además, Luis falleció en África condenado por bigamia, agotándose la familia Colón por vía paterna. Ahí acabó el gran proyecto de los colones. La biblioteca terminaría en manos de la Iglesia. La casa se abandonó y se alquiló para que un ceramista italiano hiciese los primeros azulejos en Sevilla de azul sobre azul (azul oscuro sobre celeste), que terminarían exportándose a América. Después la casa sería un convento. Sufrió graves daños en las riadas del principios del XVII. Hernando Colón había construido la casa sobre el muladar, pero le había hecho unos zunchos para garantizar que no se desmoronase. Asimismo, las tapias que mandó construir para las huertas servían de espigón que protegía al conjunto de las inundaciones. Cuando todo esto se abandonó los cimientos acabaron socavados y el palacio se tuvo que derrumbar como un castillo de arena. En un texto del siglo XVIII alguien habla de que tan funesto fue el destino de Hernando Colón como el de su casa. 

P.–Muy interesante. ¿Algún hallazgo más?

–Un arquitecto, Carlos Plaza, estudió el ejemplar del Vitruvio que tenía Hernando Colón y había anotaciones de su puño y letra. En el libro estaba señalado un dibujo en el que había puesto “esta es mi casa”. Era la fachada que nosotros habíamos reconstruido, aunque con tres pisos en vez de dos. En su testamento, Hernando Colón había dejado dicho que no había querido alzar en exceso la casa por no fiarse demasiado de los cimientos. El arquitecto se quedó de piedra, no comprendía cómo habíamos conseguido reconstruir el edificio sin haber tenido acceso al Vitruvio. La historia de los colones es impresionante, da para una serie de Netflix. Todo se acabó en un momento. Esto es muy sevillano. In ictu oculi.

1 Comentario

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último