La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Francisco Núñez Roldán | Escritor
Francisco Núñez Roldán (Madrid, 1949) es profesor, traductor y escritor. Pertenece a ese amplio grupo de sevillanos a los que no les llama la atención ni la Feria ni la Semana Santa. Eso sí, como el entrevistador pudo comprobar, no le hace ascos a una (o más) copas de manzanilla a la hora del aperitivo. Apasionado de los viajes, la historia y la literatura, ha sido durante décadas catedrático de Inglés en el Instituto Triana. Actualmente jubilado, vive en una casa llena de objetos y cachivaches históricos, donde se mezclan desde una placa de una escuela republicana hasta un escudo de la División Azul, pasando por fragmentos de alfarería romana o puntas de flecha prehistóricas. Es autor de libros como ‘La sota de sombras’ (Editorial Castillejo), Premio Luis Berenguer; ‘El año cinco’ (Algaida), finalista de Ateneo; ‘Guatarral, almirante y pirata (Algaida ) premio de novela picaresca Diablo Cojuelo; o ‘Cazar al cazador’, (Algaida), Premio Corpus Barga de narrativa juvenil, entre otros. Pertenece al grupo poético Cuadernos de Roldán.
–Su formación fue en Filología Inglesa.
–Mi primera intención era estudiar Historia, pero como estaba metido en el movimiento antifranquista me dediqué al Inglés, porque creía que me tenía que ir a vivir fuera de España.
–Fue un miembro muy activo en la lucha contra el régimen...
–Ya desde el 67 o el 68, pero era uno de esos a los que llamaban espontáneos, sin estar encuadrado en ningún partido. Tiempo después, cuando ingresé en el PCE, tuve que hacer una especie de confesión donde me retractaba de mi pasado “aventurero” e “individualista”. Siento mucho no haberla guardado. Era como en China o Cuba... Decir que uno había sido malo...
–¿De qué año estamos hablando?
–Sobre el 74. Yo había estado el año anterior en Londres, de profesor de conversación. Allí hice teatro con Joaquín Sabina, que estaba exiliado entre comillas por haber tirado una botella incendiaria (que nunca explotó) contra un banco. Hacíamos obras para la emigración española. Fue quizás el año más divertido de mi vida, con pocas clases que dar, haciendo teatro y dedicado a lo que creíamos la subversión. Nos manifestábamos a menudo frente a la embajada de España. Allí estaba Fraga y desde la ventana nos sacaban fotos.
–¿Estuvo alguna vez detenido?
–En el 71. Aún guardo los papeles, donde pone que el motivo es “encabezar manfiestaciones no autorizadas...”. En el Tribunal de Orden Público (TOP) me pedían seis meses. Estuve seis días a pan y agua en la Gavidia, porque eran días de Estado de Excepción.
–¿Le pegaron?
–No, sólo algún zarandeo. Conocían a mi familia, porque mi madre había sido funcionaria administrativa de la Policía y mis dos abuelos eran militares. A uno de ellos lo mataron en Paracuellos. Me reprochaban que fuese rojo con esos antecedentes. Yo en esos momentos tenía esa cosa freudiana de matar al padre.
–¿Cuántos años estuvo en el Partido Comunista?
–Unos doce años. Como tantos, me afilié porque era el grupo más organizado y disciplinado contra la dictadura franquista. Lo que no sabía entonces es que el enemigo de un malo puede ser aún peor... Y yo estaba apostando por el peor.
–¿Y cuándo lo dejó?
–Sobre todo cuando estaba a punto de caer el muro y ya se veía la miseria física, mental, humana, económica y ecológica que era el comunismo.
–¿Tuvo algún cargo?
–No he tenido jamás ambiciones políticas. Nunca he pretendido hacer más felices a mis conciudadanos. A lo mejor me faltaban tragaderas, mano izquierda o ser un intrigante... no lo sé.
–Un abuelo militar asesinado en el Madrid republicano y un nieto comunista. ¿Qué le parece la llamada memoria histórica?
–Me parecería bien si fuese una verdadera memoria histórica y no desmemoriar históricamente todo lo malo que hizo el bando republicano. El otro día estuve visitando la iglesia de Santa Olalla del Cala, que fue quemada por los muchachos progresistas. En un cártel sólo pone: “Se perdió en la Guerra Civil...” Lo vemos también en muchos templos de Sevilla.
–Ahora está de moda borrar todo vestigio físico del franquismo, como si la historia tuviese marcha atrás por quitar un águila de un edificio
–Dentro de unos años, las generaciones van a pensar que todos los edificios los ha construido el Rey Juan Carlos. Es como si los Borbones hubiesen borrado las huellas de los Austrias después de la Guerra de Sucesión. En nombre de la Memoria Histórica se está destruyendo un patrimonio irrecuperable, aunque sea políticamente censurable. Se está tergiversando la historia.
–Hablemos de su obra. Por ejemplo, de sus libros de viaje.
–He sido y soy muy viajero. Ya empecé en el 68, cuando fui a París y cogí los coletazos del Mayo Francés. Aquello sí que eran cargas policiales y no las de España. Volví en autostop. Siempre me ha gustado mucho viajar en tren. Hace poco estuve con mi mujer recorriendo en ferrocarril el antiguo Imperio Austrohúngaro. Como decía Stevenson, se viaja bien cuando se hace solo. No te queda más remedio que hablar con la gente.
–¿Algún rincón de Andalucía?
–Por la parte de Granada, el pantano del Negratín, al lado de la Sierra de Baza. El altiplano de Baza-Guadix es una zona maravillosa, un paisaje hermosísimo... el Castillo de la Calahorra, el final de la Penibética... Toda esa zona me gusta mucho.
–Ha escrito sobre la Ruta del Califato. La herencia islámica en España es controvertida, algunos la inflan y otros la infravaloran.
–La herencia la encontramos, sobre todo, en el arte constructivo y en algunos léxicos de la huerta, la construcción... Pero de las costumbres, por fortuna, no ha quedado nada. Debemos más al fuero juzgo de Recesvinto que a toda la legislación islámica desde 711 a 1492. Eso sí, insisto en que, como defiende Serafín Fanjul, nos han quedado unas venerables piedras y el arte mudéjar, que con materiales muy pobres ha conseguido hacer cosas muy bellas.
–¿Un viajero todavía puede vivir la aventura en Andalucía?
–Sí, porque es muy grande y en el momento en que te sales de las autovías empiezan las sorpresas, sitios curiosos, raros y poco frecuentados, desde sepulturas prehistóricas hasta trincheras y blocaos de la Guerra Civil, pasando por puentes medievales abandonados o molinos antiguos. Curiosamente, muchos de estos lugares los conocen mejor los ingleses que nosotros, sobre todo la Andalucía Oriental.
–¿Algún proyecto viajero?
–Con mi mujer, vamos a ir a Londres a meternos tres días en el Museo Británico, para ver todo lo que expoliaron. Esto, claro, no es blanco ni negro. Gracias a ese expolio se salvaron las esculturas del Partenón, que estaban en manos de los turcos, que las usaban para fabricar cal.
–El peso de la historia en su obra literaria es muy importante. Sin embargo, la novela histórica es un género muchas veces denostado...
–Si lo piensa bien, la mitad de las tragedias de Shakespeare son históricas y Homero no hace otra cosa que Historia con la Iliada y la Odisea. Fíjese en las novelas de Baroja... la historia siempre ha pesado mucho en la literatura. El pasado es muy importante. De hecho, más que las matemáticas; la asignatura que debería ser más importante en los institutos es la Historia.
–¿Alguna época que le atraiga especialmente?
–El siglo XVI y la Guerra Civil española. También el periodo de entreguerras en Europa.
–Pese a los que dicen que sobre la Guerra Civil se ha corrido un manto de silencio, lo cierto es que hay miles de libros, tanto de historia como literarios, sobre este asunto. También películas, documentales...
–Sí, pero últimamente la gran mayoría de las obras son desde el punto de vista de los perdedores. Hay una inclinación grande a justificar la República y no se habla nada del golpe de Estado de 1934, la venialmente llamada Revolución de Asturias. Es el origen, como demuestra Stanley G. Payne, de todo lo que ocurrió luego en el 36. Sobre la Guerra Civil no se escribe con la imparcialidad que se debiera, y cuando hay un historiador que lo hace, como Julius Reed –autor de El terror rojo, entre otras obras–, caen sobre él como si fuera un agente del tardofranquismo.
–Hablemos de una de sus novelas. ‘Guatarral. Almirante y pirata’.
–Walter Raleigh (Guatarral para los españoles). Los ingleses lo consideraban un gran marino y almirante, y lo era. Pero para nosotros era un pirata, que también lo era. Me fijé en él porque leí una crónica de un tal Fray Pedro de Abreu sobre el saqueo de Cádiz por una flota inglesa en 1596, en el que él participó. Me interesó mucho la buena organización de los ingleses y la desidia de los españoles. Decidí hacer un libro sobre ese asunto.
–Acaban de salir en un solo tomo tres novelas breves de Julio Manuel de la Rosa, prologadas por usted. Tenía mucha amistad con él y conocía su obra ¿no?
–Conocía su obra, pero creo que aún mejor a la persona, que era además de mayor calidad que su literatura, lo que ya es bastante decir. Estas tres novelas breves están muy en la línea juliana de literatura a fondo, sin concesiones a modas. Muy en la construcción de un texto propio y singular, como era el de Julio, lleno de humanidad siempre, de piedad hacia la fragilidad humana, a la vez que de indignación implícita o explícita hacia lo canalla y miserable que asoma también en nuestra condición.
–Es usted autor también del libro ‘Mujeres públicas. Historia de la prostitución en España’.
–Aquel fue un libro de encargo, de tipo divulgativo...
–¿Y qué opina del debate que hay ahora sobre el tema?
–Como bien dicen las putas, los que nos quieren prohibir son los que luego vienen por aquí... Más hipocresía no puede haber.
–Me gustaría hablar de su condición de traductor. Ha realizado una importante labor con los metafísicos ingleses.
–A Luis Cernuda y a Borges también les impresionaron mucho. El nivel de esta poesía, que se da en el salto entre el Renacimiento y el Barroco es muy alto, con autores como John Donne o Andrew Marvell. Shakespeare y Milton también tuvieron una época metafísica. De esta poesía me llama la atención las metáforas tan vivas, la profundidad, la luminosidad y la belleza.
–También fue traductor de la poesía anglo-americana de la Guerra Civil española.
–Quería hacer mi tesis doctoral sobre ese asunto, pero un chico en Canarias se me adelantó. Ya había realizado la traducción de los poemas y los publiqué con la Universidad de Valladolid. Como le dije antes, la Guerra Civil siempre me ha resultado muy interesante y he viajado a muchos de sus parajes... Reconocer y recorrer las trincheras de un frente es muy evocador...
–Me imagino que era una poesía muy de combate.
-Sí, claro, no hay una gran calidad literaria, pero el documento humano es muy importante. Además, entonces yo estaba en el PCE y todo aquello me resultaba muy gratificante. Ahora, quizás, ya no.
–¿Alguno de esos poetas que merezca la pena?
–Stephen Spender o Auden, principalmente. Los demás son ya unas medianías absolutas, aunque documentalmente resultan interesantes.
–En el otro bando también hubo algún poeta británico.
–Sobre todo Roy Campbell, que es un excelente poeta. Quedó muy marcado cuando, en Toledo, vio como asesinaban a sus amigos frailes carmelitas. Es un caso curioso, porque la mayoría de los intelectuales apoyaron al Frente Popular, quizás porque todavía no eran conscientes de lo que era la Unión Soviética. Tenían derecho al error.
–Algunos se dejaron engañar. Se pusieron unas auténticas orejeras en sus viajes a la URSS
–Es que eran viajes dirigidos, en los que no podías ir por tu cuenta. O, como hacíamos nosotros en el PCE, reconocían los fallos pero los justificaban por el hecho de que estaban construyendo un mundo nuevo. Luego te dabas cuenta de que todo eso era falso.
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