Ignacio Peyró | Escritor
“Andalucía y Sevilla han sido los grandes emisores estéticos de España”
Eduardo Ferrer Albelda |Catedrático de Arqueología de la Universidad de Sevilla
Cuando concede la interviú, Eduardo Ferrer Albelda (Sevilla, 1964) está prácticamente preparando las maletas para irse a excavar a la ciudad de Utica, la urbe fenicia más antigua de África, en el norte de Túnez, cerca de Cartago, donde lleva más diez años trabajando. “El domingo me dará tiempo de ir a votar y comprar el periódico antes de coger el avión”. Este catedrático de Arqueología de la Universidad de Sevilla, persona amable y con un toque irónico casi británico, es un especialista en protohistoria del sur de la Península Ibérica, concretamente en el mundo púnico y Tarteso. Discípulo de las profesoras Francisca ChávezTristán y María Luisa de la Bandera, ha publicado libros como ‘Trabajo sagrado. Producción y Representación en el Mediterráneo Occidental Durante el I Milenio’ o ‘Los Negocios de Plutón. La Economía de los Santuarios y Templos en la Antigüedad’, entre otros. Charlar con él sobre Tarteso y sus asimilados es un ejercicio continuo de desmitificación histórica, aunque sin perder esa fascinación que el término provoca en todo aquel que lo pronuncia. Recientemente, La Fundación Centro de Estudios Andaluces (Centra) lo ha puesto al frente de su nuevo Consejo editorial de Humanidades.
–Una cuestión importante para empezar: ¿cómo escribimos, Tarteso o Tartessos?
–Tartessos es una transcripción directa del griego, pero los filólogos ya han llegado a la conclusión de que castellanizado es Tarteso. Yo uso esta segunda manera.
–A mí me gusta más Tartessos, queda mejor, más importante.
–Académicamente se sigue usando de las dos maneras. Es indiferente.
–Tarteso es siempre una fuente de todo tipo de fantasías y especulaciones.
–El problema de Tarteso es que ya desde la antigüedad era un mito. La primera mención que hay de Tarteso en la literatura grecolatina conocida es de Estesícoro de Himera, un poeta de finales del siglo VII a. C. que, en relación con el robo de Hércules de los bueyes de Gerión, habla del río Tarteso “con raíces de plata”. En la actualidad, Tarteso está más mitificado que nunca.
–En Andalucía sabemos mucho de eso.
–Pero la mitificación no viene sólo de la autonomía andaluza. Es mucho más antigua y afecta a muchos otros lugares. Como ha estudiado Manuel Álvarez Martí-Aguilar, ya en el siglo XVI Tarteso fue útil para ensalzar el origen de la monarquía hispánica a través de Gárgoris, Habis y Argantonio. Se insistía mucho en todos los lugares comunes: “la civilización más antigua de Occidente”, que eran “pacíficos y buenos” y “los auténticos españoles”... En el siglo XVIII, sin embargo, se incide más en su industriosidad, en el uso del alfabeto, la pesca, las exploraciones... En el XIX se exaltan los valores nacionalistas, su resistencias a las invasiones... Y así hasta la actualidad.
–¿Y el franquismo?
–No lo usa mucho. Quitando algunos hitos de la resistencia a la invasión romana, el nacionalismo moderno no hace mucho hincapié en la Antigüedad. Prefiere la Edad Media y los visigodos.
–Volvamos a Andalucía.
–Como decíamos, a Tarteso no sólo lo usan los andaluces. Hace poco veíamos cómo la Asamblea Nacional Catalana decía que Tarteso era catalán. Su argumento era la homonimia: Tortosa se parece a Tarteso. También se ha identificado con Cartagena... Los intentos de apropiación vienen por todos lados.
–Pero en Andalucía, por cuestiones obvias, los intentos en tiempos contemporáneos han sido importantes.
–Blas Infante tenía una visión muy edulcorada y mítica de Tarteso. Lo veía como el origen del genio andaluz.
–Desde hace tiempo hay establecido un debate sobre la naturaleza de Tarteso. ¿Qué es, una ciudad, una cultura, una civilización...?
–Tarteso no es una ciudad ni una cultura, sino una geografía, un territorio. Si analizamos los datos de la literatura geográfica, ¿qué es para los griegos Tarteso? Una región que se denomina así hasta que llegan los romanos y pasa a llamarse Turdetania. Tarteso es un río que da nombre a una región que está más allá de las columnas de Hércules. Es decir, entre el Estrecho de Gibraltar y la desembocadura del Guadiana.
–¿Y a qué río nos referimos? Han existido distintas teorías.
–Para Estrabón es el río Betis, el Guadalquivir. Pero lo dice sin mucho fundamento, citando a los antiguos. Pero también existe la posibilidad de que sea el Guadiamar.
–¿El Guadiamar?
–Recuerde lo que decía Estesícoro de Himera: “río de raíces de plata” y el Guadiamar nace en las minas de Azanalcóllar que, en el periodo tartésico, es la principal proveedora de plata.
–También se habló del Tinto y el Odiel.
–Sí, pero eso es imposible. No tiene ni pies ni cabeza.
–¿Y por qué nos hemos empeñado en identificar Tarteso con una ciudad?
–Esa idea aparece ya a principios del siglo II a. C. El primer autor que menciona una ciudad de Tarteso es Pseudo Escimno de Quios. Es interesante porque dice que Tarteso está a dos singladuras de Cádiz. Todos la identificaron con Huelva, pero la descripción de la ruta no es hacia el oeste sino hacia el este. Es un documento espurio, un relato escolar en verso que mezcla de todo un poco, sin ningún tipo de relación con la realidad de su época. A partir de ahí habrá un intento de apropiación de Tarteso por parte de las ciudades que quieren darse lustre. Al principio en el ámbito gaditano: Cádiz, Carteia, Rota, Sanlúcar de Barrameda, Mesas de Asta, Jerez de la Frontera, Medina Sidonia... todas optan a ser Tarteso. En el siglo XIX, el abanico se amplía y Huelva pasará a llevar la voz cantante.
–¿Por qué Huelva?
–Porque Tarteso era conocida por su riqueza minera y en esos momentos se desarrollan las concesiones mineras inglesas. Además, empiezan a aparecer hallazgos arqueológicos importantes. Pero, insisto, No existió una ciudad llamada Tarteso. Existieron ciudades de la región Tarteso.
–¿Cuáles eran?
– Cádiz, Carteia, Sevilla, Lebrija, Huelva... También algunas ignotas como Ibila –de la que habla Hecateo de Mileto y que tendría minas de oro y plata–. Podría ser Ilipla (Niebla) o Ilipa (Alcalá del Río). Otra ciudad es Elibirge, de la que no se sabe nada.
–¿Hubo una escritura tartésica?
–Se le ha llamado así, pero no encaja bien. Ahora se la denomina escritura del suroeste. Es tardía, del siglo V al II a. C., y aparece sobre todo en Portugal.
–¿Y los topónimos?
–Los acabados en ipo, en oba o uba son los característicos de las poblaciones indígenas de la época. Es decir, que no son topónimos fenicios como Gadir o Carteia.
–Da la impresión de que Tarteso era un auténtico mosaico de ciudades, culturas y pueblos. Una realidad muy diversa, como se diría hoy en día.
–Hay muchos sustratos y llegamos a reconocer hasta cinco tradiciones funerarias distintas en el siglo VIII a. C. Está el mundo indígena, pero también una conexión continua con la meseta, el mundo atlántico y, por supuesto, la colonización fenicia. Desde el punto de vista étnico, es un mundo muy heterogéneo, incluso desde antes del siglo VIII a. C. Lo interesante es estudiar los fenómenos de hibridación. Está claro que los fenicios fundaron santuarios en los principales asentamientos que sirven de células de negociación con las poblaciones locales, con todo lo que eso supone.
–¿Y la decadencia?
–Hay un momento en el que se observa, en el Bajo Guadalquivir, una verdadera retracción del fenómeno fenicio. La llamada crisis de Tarteso, en realidad, es la crisis del mundo orientalizante. Debieron existir problemas bastante graves. Desaparecieron a la vez los santuarios de Huelva, Coria, Carambolo, Montemolín, Carmona...
–¿De qué época hablamos?
–De principios del siglo VI a. C. Pero eso no significa que Tarteso dejara de existir como territorio. La base étnica seguiría, pero el elemento fenicio se retrae a la costa.
–Eso, imagino, coincide con la conquista de Tiro por Nabuconodosor.
–Sí, en el 572 a. C. También con la presencia cada vez más evidente de los fóceos, un pueblo griego que practicaba la piratería y que habían fundado en el 600 a. C. Marsella huyendo de la presión persa. También fundaron Ampurias, en Gerona. Esta época es muy problemática en el Mediterráneo central. Hay mucha guerra y piratería. Creo que esa piratería llegó aquí y tuvo que aumentar la decadencia. Recientemente se ha descubierto que existía una comunidad griega muy importante en Huelva. También tuvieron que existir causas internas. Mi opinión es que hay un movimiento antifenicio y antiaristocrático. La aristocracia estaba en connivencia con los colonizadores y hay una especie de revolución social. Según las evidencias arqueológicas no se volverá a retomar el contacto con el mundo fenicio hasta finales del siglo V a. C., casi dos siglos después.
–Ahora, los hallazgos más significativos de Tarteso se están registrando en Badajoz, en el cauce medio del Guadiana, con yacimientos espectaculares como Cancho Roano o Casas del Turuñuelo.
–Yo es que no creo que eso se deba denominar Tarteso. Ya he comentado que Tarteso es un marco geográfico muy concreto.
–¿Entonces quiénes estaban allí?
–Son, desde luego, poblaciones emparentadas con las del Bajo Guadalquivir. Probablemente venían de allí y a ambas les une el denominador común de la colonización fenicia. Cuando esas poblaciones llegan a Extremadura, sobre el siglo VII a. C., evolucionan de una manera propia, incluso cuando en el Bajo Guadalquivir, a principios del siglo VI a. C, ya había desparecido el mundo orientalizante y no quedaban ni bronces ni marfiles y no había necrópolis... Las Casas del Turuñuelo y Cancho Roano acabaron en el 400 a. C. de manera misteriosa y a la vez.
–Tarteso o no, se encontraron unas esculturas muy interesantes.
–Impresionantes. El yacimiento es una maravilla y lo están llevando muy bien.
–¿Y esa fantasía de que en Doñana puede encontrarse la ciudad de Tarteso?
–Un disparate, Doñana no tiene poblamiento antiguo. Si se fija, en la orilla derecha del estuario del Guadalquivir no hay ni una ciudad, porque era un lugar inhóspito para el hombre.
–¿Cómo pasa de llamarse Tarteso a Turdetania?
–Es un mero cambio lingüístico. La raíz de las dos palabras es la misma. Es como la evolución de Gadir-Gades-Cádiz. El cambio de denominación se produce en el siglo II a. C., en época romana. Estrabón considera Turdetania como una continuidad de Tarteso, pero es verdad que la primera es un ámbito geográfico romano mucho más amplio. Las fronteras son diferentes.
–¿Por qué escribieron tanto sobre esta región los geógrafos griegos?
–Les atraían mucho las mareas, porque en el Mediterráneo son mucho más cortas que en el Atlántico. También el fenómeno del ocultamiento del sol en el mar. Decían que crujía. Por supuesto, se interesaron por el santuario de Melkart en Cádiz. Lo visitó Julio César, Aníbal... No nos damos cuenta de que el conocimiento del Atlántico fue a través de Cádiz. Es la ciudad que tiene la llave del Estrecho de Gibraltar. Un proyecto en el que me he metido y que daría para otra entrevista es sobre la ruta de las Casitérides, las islas del Estaño, que eran controladas por Cádiz desde el origen hasta época romana. Las Casitérides estaban frente a las costas gallegas. Es un nesonimo parlante: las islas del estaño en griego.
–Uno de los enigmas de esos tiempos son esas estelas de guerreros que aparecen en Badajoz, Andalucía y Portugal, con grabados de carros, espadas, lanzas, escudos, espejos, joyas...
–Son de los siglos X , IX y VIII a. C., no más modernas, y aparecen desde Galicia hasta el Bajo Guadalquivir. Siempre se ha dicho que estas estelas están relacionadas con el mundo meseteño y la trashumancia, aunque últimamente han aparecido teorías que las conectan con la ruta del estaño.
–Desde luego los que las encargaron hacían ostentación de sus pertenencias.
–Claramente. Muchos de los objetos que se representan son importados del Mediterráneo Oriental o del mundo atlántico. Las estelas que son de mujeres lucen diademas de oro en la cabeza. Son jefes de comunidades que tienen su núcleo en Cáceres y, desde ahí, se mueven al norte y al sur.
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