"Sevilla fue el tubo de ensayo del antijudaísmo en España"

Isabel Montes Romero-Camacho. Catedrática de Historia Medieval de la US

Medievalista discípula de Ladero Quesada y González Jiménez, ha realizado aportaciones importantes al estudio de esta disciplina que sigue siendo una desconocida para la mayoría.

Isabel Montes, en su despacho de la Facultad de Historia, durante un momento de la entrevista.
Isabel Montes, en su despacho de la Facultad de Historia, durante un momento de la entrevista.
Luis Sánchez-Moliní

18 de octubre 2015 - 05:03

Hay una cosa que llama la atención del currículum de Isabel Montes Romero-Camacho. Antes de desgranar sus numerosos títulos, publicaciones y premios, hay un primer epígrafe que reza "Maestros" y en el que se dan dos nombres: Miguel Ángel Ladero Quesada y Manuel González Jiménez. Es la lealtad de los universitarios de viejo cuño a sus mentores, a las personas que dirigieron sus primeros pasos en el proceloso mar de la Academia; la misma lealtad con la que esta catedrática de Historia Medieval nacida en Sevilla cuida de la casa familiar de Fregenal de la Sierra, donde recibe a familiares, amigos y parientes con hospitalidad antigua. Merecedora de premios como el Ciudad de Sevilla (1984), Focus (1987) o el Alfonso X el Sabio (2003), esta historiadora atesora en su cabeza todo el medievo español. Desde la primera pregunta, el entrevistador queda casi anulado por una avalancha de argumentos, nombres, datos, todo dicho a la velocidad del rayo. "Lo siento, sé que hablo muy rápido", dice antes de volver a convertirse en un torbellino. No hay duda de que le apasiona la historia. La entrevista, que pensaba tocar varios puntos sobre su labor entrevistadora (Guerra de Granada, Historia de la Iglesia, Historia agraria, etcétera) empezó con los judíos (uno de sus grandes temas) y acabó con los judíos. Eso es lo que pasa por preguntar a una enciclopedia.

-Usted ha estudiado en profundidad el tema de los judíos en la Edad Media Española. ¿Eran muchos en Sevilla?

-Sí, muchos. Sevilla albergaba, tras Toledo, la segunda comunidad judía o aljama más importante del Reino de Castilla.

-¿Y a qué se debía esta abundancia?

-En todas las épocas históricas, desde la visigoda, los judíos sevillanos fueron muy importantes. También en la musulmana, una cultura que fue muy tolerante con los judíos hasta la llegada de los imperios bereberes, los almorávides y los almohades, que tenían una religiosidad muy intransigente, quizás por su reciente conversión al Islam. En esta época, tanto los judíos como los mozárabes [cristianos que vivían en territorio musulmán] optaron por marcharse de Al Andalus, por lo que quedaron muy pocos. La Sevilla almohade anterior a la conquista de Fernando III no contaba ya con aljama, pero quedaban algunos judíos dispersos. Esto contradice la teoría tradicional de Ortiz de Zúñiga o Argote de Molina, que dicen que cuando llegó San Fernando había una comunidad judía establecida en la ciudad, pero el famoso medievalista Julio González ha demostrado que no era así.

-Esto nos indica, una vez más, que el Islam español no siempre fue un paraíso de convivencia cultural, como tanto les gusta indicar a algunos.

-Los musulmanes, al principio, fueron muy tolerantes con los judíos, comunidad que les ayudó conquistar España para librarse del yugo de los visigodos, quienes ya buscaban la unidad religiosa de España desde el tercer Concilio de Toledo, por lo que la comunidad judía les resultaba un cuerpo extraño que había que asimilar. Precisamente, gran parte de la normativa sobre los judíos de los Reyes Católicos está inspirada en la legislación visigoda y en la ideología de San Isidoro, quien buscaba la conversión y el bautismo de estas comunidades.

-¿Pero hay una estimación numérica de cuántos judíos había en Sevilla?

-Fue una evolución de siglos. Al principio no existían censos y las estimaciones hay que hacerlas con documentos fiscales. Por ejemplo, se sabe que Sevilla tenía la segunda aljama de Castilla ya con Sancho IV, gracias a las llamadas Cuentas de la Frontera, donde se reflejan las contribuciones de judíos y mudéjares [musulmanes que viven en territorio cristiano]. A finales del siglo XIV ya aparecen censos que han sido muy bien estudiados por Antonio Collantes de Terán, el gran especialista en la demografía de la Sevilla bajomedieval. Él habla de que había entre cuatrocientas y quinientas familias, lo que en personas serían unas tres mil. La judería se ubicaba en las collaciones de Santa Cruz, Santa María la Blanca y San Bartolomé el Nuevo, y ocupaba casi el 8% del espacio urbano de Sevilla, junto al Alcázar, para dejar clara la protección del poder público.

-Un trozo importante de ciudad.

-Sí, pero la judería no estaba entera ocupada. Tenga en cuenta que hasta Felipe II no se volvió a recuperar la población que tenía la Sevilla almohade antes de la conquista. En total, los judíos suponían un 10% de la población sevillana.

-Se habla mucho del judío como gran financiero o prestamista. Pero se dedicarían a otras cosas, ¿no?

-Por supuesto, lo que pasa es que lo que ha llamado la atención y ha dejado testimonio es la élite de los judíos sevillanos. Desde Alfonso X el Sabio hasta Juan II Trastámara, que es cuando esta comunidad entra en decadencia tras el asalto a la judería, la mayoría de los almojarifes (algo así como el ministro de hacienda) fueron miembros de esta raza, muchos sevillanos. El Cuarto concilio de Letrán (1215-1216) sería el que marcaría las relaciones entre cristianos y judíos durante toda la Baja Edad Media. No está en contra de los judíos, no quiere su expulsión, pero sí pretende su conversión y asimilación a la fe y cultura cristianas. A partir de entonces, toda la acción de la Iglesia y la corona se orientará en ese sentido: las Partidas, los fueros de Sevilla y Córdoba... Se estipula que ningún judío pueda ocupar ningún cargo que puedan tener dominio sobre los cristianos, pero San Fernando hace una excepción importantísima con los almojarifes. Esto nos da una idea de la protección que le dieron muchos monarcas a los judíos.

-¿Pero además de al sector financiero, a qué se dedicaban los judíos?

-La gran mayoría, como harían después los conversos, se dedicaban a oficios urbanos: artesanías del textil, del cuero, de joyería... También eran pequeños comerciantes, incluso buhoneros... Al igual que la sociedad cristiana, la judía estaba muy estratificada.

-¿Y tenían instituciones propias?

-Sí, por supuesto, algunas muy parecidas a las cristianas: el Concejo, con los jueces o viejos que son los representantes religiosos y políticos; el mayordomo; el escribano... Incluso, tienen unos impuestos particulares como minoría etnicorreligiosa que goza de la protección del rey, algo que hay que pagar. También hay un impuesto ominoso que deben abonar al arzobispo: "los treinta dineros de los judíos" en recuerdo de las treintas monedas por las que Judas vendió a Cristo. Asimismo, tienen sus tributos propios dentro de la aljama más los tributos ordinarios y extraordinarios de cualquier vecino de Sevilla.

-Tenemos una gran aljama, la segunda de Castilla, pujante demográfica y económicamente. Y entonces llega el famoso asalto a la judería de 1391, un pogromo dentro de la tradición antisemita popular europea...

-Sí, existía una larga tradición europea de asalto a las juderías, algo que se acentuó mucho con las Cruzadas. A España tarda un poco más en llegar, pese a algunos intentos tempranos. En Sevilla, ya hubo un primer intento a mitad del siglo XIV porque se acusó a los judíos de querer profanar la hostia, pero quedó en nada debido a que las autoridades religiosas y civiles lo aplacaron. Sevilla fue el tubo de ensayo del antijudaísmo en España: el asalto a la judería, la instauración de la Inquisición, la expulsión de los judíos...

-¿No fue en 1492 como en todos los sitios?

-No, en Sevilla se adelantó a 1483, casi diez años antes de la expulsión general. Es como si aquí se probasen las relaciones entre cristianos y judíos. También para los asuntos positivos y de convivencia.

-¿Por qué dice antijudaísmo en vez de antisemitismo?

-Los grandes especialistas en la materia, como don Luis Suárez o el profesor Laredo, prefieren este término en la Edad Media.

-Volvamos al asalto a la judería de Sevilla...

-Está enmarcado dentro del contexto de la crisis bajomedieval que ha estudiado tan bien Julio Valdeón, quien ha asimilado este proceso a fenómenos como las revueltas campesinas francesas de la Jacquerie. Es una crisis acentuada por la guerra civil entre Enrique y Pedro y en la que se culpa a los judíos de todos los problemas que existen, incluso de las epidemias de peste. Se dice que envenenan el agua, que matan a los niños... Todos estos prejuicios están en la mentalidad popular, porque en Sevilla se ve muy claramente que las autoridades políticas y eclesiásticas de la época intentan la conversión de los judíos, pero no su exterminio. Este clima popular es muy importante para comprender el asalto.

-Pero siempre hay una cabeza.

-Por supuesto, esa cabeza es Ferrán Martínez, canónigo de la Catedral y arcediano de Écija, un gran orador y personaje complicado que llevo investigando mucho tiempo pero que es muy resbaladizo, se me escapa continuamente. Tengo la sospecha de que se formó en Aviñón tras escapar de Castilla para huir de la represión de Pedro el Cruel y que después regresó. Hay investigadores que han señalado un posible origen converso, pero no está claro. Ferrán Martínez difiere de la autoridad eclesiástica en su comprensión hacia los judíos y en sus intentos de que éstos se conviertan. ¿Por qué difiere? Porque de alguna manera también está en la tradición de esos predicadores populares de la Baja Edad que se han radicalizado contra los judíos que son contumaces y no se han convertido pese a las muchas oportunidades... Observe que el Concilio de Letrán del que hablamos antes es de 1215 y ya estamos a finales del siglo XIV. Evidentemente, como se sabe, también pesó el hecho de que los judíos fueran los prestamistas a los que la gente debía dinero.

-¿Pero a Ferrán Martínez no lo contuvo la autoridad eclesiástica?

-El problema fue que murieron tanto el arzobispo, don Pedro Gómez Barroso, que llegó a desterrarlo a Carmona -de donde parece que provenía-, como el rey Juan I. Ferrán Martínez aprovechó ese vacío de poder para fomentar el antisemitismo y lanzar al pueblo contra la aljama de Sevilla. No se nos puede olvidar que era una persona muy apreciada en la ciudad, con fama de santo y piadoso, que había fundado el Hospital de Santa Marta.

-¿Cuántos muertos hubo en el asalto?

-Eso es muy difícil de estimar. Los historiadores judíos dicen que muchísimos. Sin embargo, Antonio Collantes de Terán señala que murieron pocos y lo que se dio, sobre todo, fue un fenómeno de conversión masiva ante el miedo a un nuevo asalto.

-¿Después del asalto desapareció la judería?

-Completamente. Quedaron muy pocos y poco significativos. Además de los muertos y los convertidos, otros muchos optan por marcharse de Sevilla. Se van a ámbitos rurales (Santa Olalla y la sierra en general, por ejemplo, para estar cerca de Portugal), a lugares de señorío y a Castilla. Cuando, posteriormente, algunos quisieron volver, los nuevos habitantes de estas collaciones, muchos de ellos conversos, se opusieron. Hay un documento fiscal en el que el Rey llega a decir: "los judíos de Sevilla que paguen poco, porque son muy pocos y pobres", lo que nos indica claramente su situación. Con Juan II y Enrique IV hubo una cierta recuperación de la aljama de la ciudad.

-¿El asalto fue un fenómeno local?

-No, se extendió a otras ciudades de los reinos de Castilla y Aragón. Los textos hablan de los "matadores de judíos", gentes desarraigadas que seguían las predicaciones de Ferrán Martínez y llevaban toda esa ideología antisemita por los dos reinos.

-¿Y quién se benefició del asalto en Sevilla?

-La nobleza trastamarista. Enrique III repartió los bienes de la aljama sevillana entre los Zúñiga y los Hurtado de Mendoza. Del asalto de la de Carmona se benefició Gómez Suárez de Figueroa, el hijo del maestre de Santiago... Es decir la nueva nobleza trastamarista (Ayala, Mendoza, Zúñiga, etcétera) que sustituyó la nobleza vieja castellana, la que fue más fiel a Pedro I el Cruel.

-¿Y el pueblo?

-Fue castigadísimo. Se le impuso una multa de 135.000 doblas de oro morisca que se pagó gravando el consumo. Los encargados de recaudar la multa fueron dos conversos.

-Y Ferrán Martínez.

-Sólo un pequeño castigo, porque era una figura muy importante. Lo desterraron a Carmona, donde parece que pasa la última parte de su vida.

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