“La Sevilla de los años 70 era menos racista que la actual”
Alix Coicou | Médico psiquiatra
Llegó de Haití a Sevilla para estudiar Medicina y se quedó para siempre
En su consulta ha tratado, principalmente, problemas de ansiedad y depresión, males fundamentales de esta época
La altura y el color negro de su piel dan a Alix Coicou una presencia rontuda. Se mueve y habla pausadamente, sin prisas, como si aún guardase el tempo de su Caribe natal. Aunque lleva casi cincuenta años viviendo en España, también conserva un acento que es mezcla del francés y el criollo, aunque a veces aparece un deje que nos recuerda su condición de sevillano ya veterano. Nació en Puerto Príncipe, capital de Haití, a mediados del siglo XX, lugar al que sólo ha regresado una vez desde que lo abandonó para estudiar Medicina en Sevilla, aún con Franco vivo y las calles del Cerezo sin asfaltar. De carácter afable, nos recibe en su casa de Gines, donde vive con su mujer, una maestra jubilada que nos agasaja con cerveza y queso de cabra. Nada en su trato hace pensar en esa rabia que dicen que tienen los descendientes de esclavos. Le gusta la Feria, a la que en sus años más mozos iba todos los días, y coleccionar bastones. También escribir artículos sobre los temas más variados, que publica en algunos medios de comunicación, y charlar de esto y aquello con la misma tranquilidad con la que se mueve. Como psiquiatra ha tratado, sobre todo, la ansiedad y la depresión, dos de los males más frecuentes de la sociedad actual.
–Médico psiquiatra de origen haitiano. ¿Cómo aterrizó en Sevilla?
–Primero pasé por Zaragoza. Vine en 1971 a estudiar la carrera de Medicina…
–¿Con una beca?
–No, pagando mi familia. Pertenecía a una familia de clase media que se lo pudo permitir con sacrificios.
–¿Y por qué en España y no en Francia? Su lengua natal es el francés.
–Por la sencilla razón de que España era un país mucho más barato que otros como Francia o Bélgica. Además, en esos países los estudios en Medicina eran mucho más difíciles. Costaba mucho, tanto ingresar en la carrera, como mantenerse en ella.
–¿Así que empezó la carrera en Zaragoza?
–Varios haitianos y árabes hicimos un examen de ingreso con muchas asignaturas científicas: Histología, Biología… Sólo aprobó uno. Nos matriculamos de español para esperar al año siguiente y, de repente, dijeron que iban a volver a hacer un examen.
–¿Y esta vez aprobó?
–Consistió en que un profesor nos explicó algunas cosas de Historia, como la llegada de Colón a América, y después nos hizo redactar un resumen. Aprobamos todos y nos repartieron por distintas universidades: Zaragoza, Salamanca, Madrid… A mí me tocó Sevilla, junto a un buen compañero que murió hace poco –lo que ha sido para mí un golpe tremendo– y un par de haitianos más.
–¿Y qué ciudad encontró?
–Era una Sevilla muy distinta de la actual. Las calles del Cerezo estaban aún sin asfaltar. Prácticamente vi construir el Hospital Macarena y, por supuesto, la conversión del Hospital de las Cinco Llagas en Parlamento de Andalucía.
-¿Y los sevillanos, cómo se portaron?
–No me puedo quejar. La gente fue muy amable y el clima me gustaba.
–Me imagino que como negro caribeño usted es descendientes de esclavos.
-Sí, claro.
–Le haré una pregunta que quizás le resulte incómoda. He leído que muchos afroamericanos llevan este hecho como un estigma, algo que le genera malestar y rabia.
–A mí no. Mi apellido es puramente africano, Kwaku, no como muchos otros de Haití que son franceses. De eso me enteré cuando llegué a España y, tiempo después, me encontré con otro africano que me dijo que mis antepasados debían ser de Ghana, porque allí abunda ese apellido, que significa “nacido en miércoles”. Eso no puedo llevarlo como un estigma.
–Hay un tópico que dice que Sevilla no es una ciudad racista. Dígamelo usted.
–Cuando llegué, hace casi cincuenta años, la gente te miraba como alguien muy extraño. Tenga en cuenta que en aquella época no había apenas negros en Sevilla. Los únicos eran los militares norteamericanos de Morón y Rota, que tenían unos cochazos… Eran ricos. Nunca tuve ningún problema. Comía y cenaba todos los días en el Bar Derbi, enfrente de las urgencias del Macarena, y el dueño era un hombre muy afable, sólo nos cobraba a final de mes. No había racismo… Pero poco tiempo después empecé a salir con una mujer. El padre no me toleraba y en diez años que duró la relación nunca tuve trato con él.
–Pero, y ahora, ¿nota más ese racismo?
-Ahora sí se nota más racismo. Desde luego más que en los años 70. Sobre todo con algunas ideas que han empezado a circular. Antes quizás el racismo era más sutil y ahora más descarado. Se nota cierta hostilidad en una parte de la gente.
–¿Es consciente de que Sevilla fue un punto importante en el comercio de esclavos?
–No, sabía que Cádiz sí…
–Es una prueba más de cómo se ha ocultado la historia de la comunidad negra en Sevilla, que fue amplísima en el Siglo de Oro. Hoy hay gente que la está recuperando.
–Interesante… Ya le digo que sabía sobre Cádiz y Huelva, pero no sobre Sevilla.
–¿Por qué no regresó a Haití?
–La inseguridad era y es tremenda y mis padres no querían que volviese. Además uno se encuentra a una mujer, se enamora y…
–¿Tardó mucho en volver?
–Casi cuarenta años. Volví en 2009, un año antes del terremoto. Cuando vi lo mucho que había empeorado todo casi tuve una crisis de identidad. Teníamos una asociación que se llamaba Haití siglo XXI que desarrollaba allí proyectos de cooperación. Fuimos con un miembro de la Diputación a comprobar la marcha de éstos sobre el terreno. Ha sido la única vez que, por ahora, he regresado.
–¿Por qué eligió la especialidad de psiquiatría?
–Siempre me fascinó la mente y el comportamiento humano. No fue algo casual.
–Está el debate de si el hombre es libre o no. Si la vida de una persona es producto de su voluntad o de los genes. Usted, como psiquiatra, ¿qué opina?
–Evidentemente hay factores genéticos que condicionan decisivamente a las personas. La educación es otro factor muy importante. Pero no hay que olvidar la autoformación, los principios que uno se da a sí mismo para desarrollarse como persona.
–¿Y es posible mejorar en la vida, incluso cuando ya se es mayor y ya parece que tiene formada su personalidad?
–Creo que sí. De hecho yo puedo decir que he mejorado. Hace cinco años tuve un problema importante, un cáncer. Me operé en Málaga y pasé 35 días en el hospital. Perdí 18 kilos y cuando estaba saliendo y me vi en un espejo se me saltaron las lágrimas. Pero puedo decir que esta experiencia dolorosa me ha servido para mejorar como persona. No sé si le pasa a todo el mundo, pero yo me siento distinto, mejor. Sé darle importancia a lo que de verdad la tiene.
–Luis Rosales, en ‘La casa encendida’, escribió un hermoso verso sobre esto que dice (cito de memoria): “Las personas que no han conocido el dolor son como iglesias sin bendecir”.
–Yo desde luego lo veo así. Después de la operación sufrí lo que se dice en psiquiatría un trastorno adaptativo. Es decir, la dificultad para adaptarme a mi nueva situación. Me costaba asimilar que era un hombre distinto físicamente.
–Esa dificultad para adaptarse a una nueva situación la estamos viendo con la pandemia y la desescalada.
–Hay muchos trastornos psiquiátricos que aparecen con situaciones extremas, como las guerras, las pandemias o las catástrofes naturales. Entre ellos son muy importantes los adaptativos. Muchas personas tendrán problemas para adecuarse a esta nueva normalidad, como la llaman.
–Durante mucho tiempo ha tenido consulta en la ciudad. ¿Cuáles son los principales problemas psiquiátricos de los sevillanos?
–Los problemas que yo he tratado más son los relacionados con la depresión y la ansiedad. Pero es que las psicosis y los trastornos psicóticos no suelen pasar por las consultas de la medicina privada, sino por la Seguridad Social. En general, las patologías psiquiátricas son universales, aunque es cierto que, según el lugar, se puede registrar una mayor abundancia de alguna de estas.
–Depresión y ansiedad suelen ir unidos, ¿no?
–No necesariamente, pero sí es cierto que la ansiedad suele ser uno de los síntomas de la depresión.
–¿Es tan alegre el sevillano como dicen?
-Yo diría que sí. Y es indudable que el ambiente ayuda a evitar las depresiones. También la familia y los amigos.
–Precisamente, uno de los problemas del mundo contemporáneo es la soledad.
–Cuando llegué aquí hace cuarenta años me llamó mucho la atención la soledad de las mujeres y su absoluta dependencia de los varones. El hombre tenía una vida autónoma, se reunía en el bar a ver un partido, pero ellas se quedaban en casa sin hablar con nadie. Cuando se quedaban viudas estaban completamente desorientadas. Vi muchos casos de estos en mi consulta. En Haití, cuando mi padre se iba a una tertulia que tenía en una plaza, mi madre visitaba a la vecina.
–Ahora, con las redes sociales, tenemos la paradoja de las personas que están solas en la realidad, pero que tienen cientos de amigos virtuales.
–Eso puede chocar, pero es cierto que las redes también sirven de respiro, alivio y evasión para mucha gente que está muy sola, aunque yo sólo tengo Whatsapp.
–Cuando se habla de Haití siempre suele aparecer el Vudú.
–Es una de las marcas de Haití. Créame si le digo que la primera vez que vi una ceremonia Vudú fue cuando llegué a España, en televisión. El Vudú es una práctica de gente muy baja socialmente, de poca cultura, mal vista.
–Como aquí los curanderos…
–Exacto, de hecho la familia te lo prohibía. Ahora me gustaría asistir a una ceremonia en Haití. Lo queramos o no el Vudú es muy importante, incluso ya es religión oficial, junto al catolicismo. Pero lo ha sido 300 años después de la independencia del país.
–¿Y por qué se ha tardado tanto?
–Quizás porque los haitianos tenían interiorizado un complejo de inferioridad. De hecho, lo primero que hicieron cuando consiguieron la independencia, en 1804, fue elegir la religión católica como la oficial y el francés como lengua del Estado. Es decir, la religión y el idioma de los antiguos amos.
–La independencia de Haití, una de las primeras de América, se recuerda aquí como algo especialmente sangriento y salvaje. No sé si esta visión responde a una historiografía excesivamente eurocentrista.
–Realmente fue una revolución muy cruenta. Esclavos armados de machetes y palos asaltaron las haciendas bajo la orden de “cortar cabezas y quemar casas”. Pero es verdad que también hubo algunos esclavos que escondieron y protegieron a los dueños que se habían portado bien con ellos.
–Es curioso, pero en medio de la barbarie siempre aflora el bien. Pasó también en la Guerra Civil española…
–-Exactamente…
–¿Es posible la redención?
–Yo he visto a torturadores arrepentirse y convertirse en personas muy religiosas. Ahora bien, ¿son sinceros? No lo sé. Pero sí creo que es posible la redención, que en la vida siempre existe la posibilidad de regenerarse.
–Me imagino que el caso de George Floyd, que ha conmocionado al mundo, le habrá indignado también.
–La brutalidad policial en Estados Unidos es un viejo asunto. Aunque es un problema que está muy lejos de nosotros, yo me siento en la obligación de aportar mi grano de arena, entre otras cosas porque tengo allí una hermana que es enfermera y una sobrina que es pediatra. He estado hablando con ellas estos días. Todo esto es tremendo.
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