"Netflix puede acabar con nuestra industria audiovisual"
Francisco sierra. Catedrático de teoría de la comunicación de la hispalense
Es uno de los miembros del comité de expertos que decidirá la futura cúpula directiva de RTVE.
Su carrera se ha centrado principalmente en los medios audiovisuales y en América Latina
Aunque nació en Madrid en 1969, Francisco Sierra tiene muy clara su condición de granadino en el exilio. En concreto, sus raíces están en Gobernador, el pueblo de su madre en el que transcurrieron los veraneos de su infancia y en cuya comarca los Sierra llevan campado desde hace veinte generaciones. Hijo de emigrantes, este catedrático de Comunicación Audiovisual de la Universidad de Sevilla se sitúa en el entorno de Podemos, aunque no es militante. Una foto de Marx en su despacho recuerda al visitante que está en zona roja. En su carrera académica, Sierra ha transitado principalmente dos caminos: los medios audiovisuales y América Latina (a México le debe un primer matrimonio y una hija). Actualmente es director del Departamento de Periodismo I de la Facultad de Comunicación de la Hispalense, de la que fue decano entre 2005 y 2010. También es editor responsable de la Revista de Estudios para el Desarrollo Social de la Comunicación (Redes.com), entre otros cargos. Recientemente ha pasado a formar parte, por el cupo de Podemos, del comité de expertos de RTVE que evaluará a los candidatos que se presenten al concurso público para constituir el consejo de administración del ente.
–Qué le pareció la bronca que le echó la administradora única provisional de RTVE, Rosa María Mateo, a sus señorías en el Congreso?
–Llevaba mucha razón, porque está aguantando una campaña en los medios en la que se le acusa de realizar purgas. La historia de RTVE nació con el franquismo y los partidos políticos no tienen gran interés en que existan medios públicos que garanticen el juego democrático. Estamos intentando que RTVE tenga una autonomía de la que sólo disfrutó durante el periodo Zapatero. Desde la Transición, la televisión pública ha seguido los dictados de los gobiernos de UCD, PSOE y PP. Las palabras de Mateo trasladan el malestar de los profesionales de la casa, que llevan tiempo manifestando su hartazgo ante la manipulación y las redacciones paralelas, pero también traslucen el malestar de la ciudadanía, que quiere una televisión de calidad, independiente y autónoma.
–Suárez acabó con la prensa del Movimiento, pero no con RTVE.
–Todos hablan muy bien del periodo en el que Fernando Castedo fue director general, porque se abrieron puertas y libertades, pero tampoco en esa época podemos hablar de un medio independiente. Para eso hace falta representatividad, equilibrio y ponderación.
–Usted está en el comité de expertos de RTVE a propuesta de Podemos. ¿Es militante?
–No, pero soy un hombre de izquierdas.
–A Pablo Iglesias se le critica por su obsesión por controlar RTVE.
–Cuando he asesorado programas de izquierda sobre esta materia siempre he sido muy crítico y he dejado claro que la alternativa no pasa por sustituir a un partido por otro. El objetivo debe ser crear un servicio público de calidad y plural que atienda a todas las corrientes y sensibilidades de la ciudadanía. Las libertades públicas pasan por desvincular la gestión de RTVE de los partidos políticos, algo que sólo puede hacerse mediante concurso.
–¿Cómo debería ser el nuevo director general de RTVE?
–Sin ninguna duda un profesional de la comunicación que sepa lo que implica un servicio público y que tenga conocimientos sobre cuáles son las transformaciones que conlleva la revolución digital y sobre las nuevas culturas de consumo. También necesita conocer hacia dónde camina el servicio público audiovisual en la Unión Europea y tener muy claro que los indicadores de RTVE no pueden ser los mismos que los de un medio privado. Hay cuestiones importantes como la rentabilidad social.
–Hábleme de esas nuevas culturas de consumo.
–La gente joven es muy infiel en sus hábitos de consumo televisivo y no es fácil fijarla. Se está moviendo continuamente y provoca lo que algunos llaman una “guerra de pantallas”. Sus consumos son continuos, pero en otro tipo de dispositivos diferentes al televisor tradicional, como los móviles o las tablets. Además, tienden a formar comunidades en torno a determinados productos audiovisuales, algo que rompe con la idea tradicional de la televisión masiva para un público uniforme. Ahora tenemos audiencias muy fragmentadas que crean muchas comunidades que no se relacionan. Es lo que llaman el efecto burbuja.
–¿Y esta fragmentación no es negativa? ¿No debería ser una misión de la radiotelevisión pública fomentar la integración en comunidades amplias?
–Es verdad que necesitamos crear comunidades no sólo a nivel micro, sino también a nivel macro. Está claro que, a mayor mercantilización, la fragmentación va a ser más amplia. ¿Qué puede hacer un canal público? Intentar construir lo común, lo que no debe confundirse con lo uniforme. Esa idea de grandes audiencias viendo el Un, dos, tres el viernes por la noche ya no existe ni nunca va a volver a existir. La visión en abierto ya es obsoleta. Hay que fomentar contenidos diversos y plurales.
–RTVE no vive sus mejores momentos, pero la que tiene una crisis sin parangón es Canal Sur.
–El modelo que Canal sur ha mantenido desde su nacimiento no es sostenible ni deseable. Uno de sus principales problemas es que no conecta con el público joven, algo que sí hizo en su día Canal Sur 2, que fue una magnífica apuesta, pero desapareció. En el ámbito profesional y académico pensamos que Canal Sur es una rémora, un lastre. Más allá de la actual provisionalidad de los órganos de gestión, el proyecto de la RTVA no responde a la realidad andaluza. Hay una verdadera crisis de liderazgo y de modelo.
–A muchos les produce sonrojo algunos de sus programas.
–La oferta de Canal Sur es muy discutible, porque, como hemos dicho, no está reflejando la realidad andaluza. Necesitamos mayor calidad, algo fácil de alcanzar si tenemos en cuenta que en Canal Sur trabajan profesionales muy buenos. No consiste sólo en cambiar la parrilla de programación, sino en pensar en cómo conectar con otras sensibilidades y públicos, cómo abordar el papel de la RTVA en el cine andaluz, cómo desarrollar una industria audiovisual andaluza que nos sacuda la dependencia cultural que tenemos actualmente. La imagen de lo andaluz en el resto del Estado, no sólo en Cataluña, es actualmente negativa. No hay que poner el énfasis en las audiencias, sino en el proyecto social.
–¿Y respecto a la financiación? ¿Es partidario de retirar la publicidad?
–Hay que tener publicidad para que el modelo sea sostenible. Hay que recordar que, en general, la industria audiovisual andaluza depende en gran parte de las coproducciones con Canal Sur, sin estas muchas productoras desaparecerían. Ahora bien, sería deseable ir avanzado hacia un modelo financiado exclusivamente mediante los presupuestos públicos. Hay un sistema que funciona en algunos países que consiste en una tasa impositiva extra. Es decir, el ciudadano paga un recibo como el de la luz o el agua para tener una radiotelevisión pública. Pero en nuestra sociedad, acostumbrada a la gratuidad del servicio público, no se entendería muy bien.
–¿Gastamos demasiado en los medios públicos?
–El profesor de la Universidad de Santiago Francisco Campos hizo un estudio comparativo sobre cuánto se invierte aquí y cuánto en otros países de Europa. La conclusión es que la inversión de las administraciones públicas españolas en sus medios de comunicación es una de las más bajas de Europa. Eso debería mejorarse.
–Abramos el abanico. Hace unos años se habló mucho del periodismo ciudadano, una actividad supuestamente espontánea y altruista que sustituiría al periodismo de los medios profesionales. Sin embargo, todo se ha traducido en una enorme banalización de la información y en la proliferación de las ‘fakes’ o noticias falsas.
–Yo siempre he abogado por ese periodismo ciudadano. Antes, el modelo periodístico estaba basado en la división del trabajo: los que producían información y los que la consumían. Hoy eso se ha roto definitivamente. Los que consumen noticias también las producen. Los profesionales del periodismo suelen hacer una lectura apocalíptica de este proceso. Sin embargo, insisto en que el periodismo profesional sí tiene futuro, pero debe buscar nuevos caminos. El profesor López Hidalgo ha trabajado mucho en el concepto del periodismo narrativo y propugna lo que denomina el “periodismo reposado y artesanal”. Hoy en día vemos que están proliferando muchas revistas de calidad, que cuentan historias de otro modo. Eso es lo que nunca podrá hacer un ciudadano normal.
–¿Cuál es la virtud principal del periodismo ciudadano a su entender?
–Que usa fuentes que antes eran ignoradas por los medios profesionales, que muchas veces se centran casi en exclusiva en las fuentes de los poderes políticos, religiosos, económicos... La desafección de la gente no sólo es con la política, sino también con la Universidad, con el periodismo... Sería un gran error de los profesionales ponerse a la defensiva. Hay que buscar nuevas maneras de construir historias que superen el canon del periodismo objetivo de origen angloamericano. Hay gente, como Milan Kundera, que hacen una interpretación muy negativa: “hoy nadie lee a nadie”, el periodismo ha muerto. Pero yo creo que sí tiene futuro a condición de que seamos más artesanos, de que experimentemos más y que veamos el periodismo ciudadano como una oportunidad, no como una amenaza.
–¿Y las ‘fakes news’ o noticias falsas?
–Los principales productores de fakes news son los gobiernos, las fuentes institucionales públicas y privadas.
–Toda esta revolución en el mundo de la información ha tenido como consecuencia marginal la aparición de un género que, a veces, es genial: el meme.
–El meme es una manifestación de la creatividad popular. Las épocas de crisis o de encrucijada, como la que vivimos, suelen socavar la institucionalidad (familiar, política...) y estimular la creatividad. Los memes son una forma de apropiación creativa del dispositivo tecnológico para construir un discurso alternativo. Es nuestra forma contemporánea y neobarroca de criticar y cuestionar cualquier forma de poder. Soy muy partidario, aunque es verdad que cuando uno los sufre molestan bastante...
–En los últimos tiempos estamos asistiendo a auténticas guerras informativas en el ciberespacio. Ahí está la injerencia de Rusia en las elecciones de EEUU o en Cataluña.
–Las guerras informativas no son nuevas. De hecho, el último libro que he publicado La guerra de la información. Estados Unidos y el imperialismo en América Latina se centra en los años cincuenta y sesenta. Lo que me llama la atención es que la versión dominante es “¡que vienen los rusos!”, cuando quien domina la red es la Agencia de Seguridad Nacional de EEUU. Aunque Rusia y China son actores poderosos, el gobierno de internet y la infraestructura tecnológica están dominados por Norteamérica. Hay que tener en cuenta, como afirmé cuando me llamaron para asesorar al Mando de Adiestramiento y Doctrina del Ejército Español (Madoc), que si tú no tienes autonomía en la infraestructura tecnológica no tienes soberanía. Las guerras de hoy en día se están dando en la red. Por desgracia, en este asunto, la Unión Europea no está pintando nada.
–Otro problema que inquieta cada vez más es la importancia que están adquiriendo buscadores como Google. Lo saben ya todo sobre nosotros.
–Estamos hablando de oligopolios hiperconcentrados. Desde el inicio del capitalismo, la innovación se ha traducido en ventajas competitivas y quien tiene esta ventaja marca las reglas del juego y se convierte en un monopolio de facto. En las universidades vamos a terminar trabajando para Google Académico, que es quien decide quién es buen investigador y quién no. El problema es que no sabemos con qué algoritmos y con qué criterios decide esto. Aparte están los derechos civiles: privacidad, derecho al olvido... Si yo quiero desaparecer de la red me lo tienen que respetar. Habría que cuestionar la economía política de la era digital. Estas plataformas están hundiendo el pequeño comercio, los mercados nacionales y nuestras culturas. Todo el mundo ha celebrado la llegado de Netflix, pero puede acabar destruyendo nuestra industria audiovisual y terminar siendo simples maquilas o subempleados de las grandes plataformas oligopólicas estadounidenses.
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