Juan Rodríguez Garat | Almirante (R)
“La Guerra de Ucrania no la va a ganar nadie”
Javier Salvago | Poeta
Javier Salvago (Paradas, Sevilla, 1950) abandona su retirada vida en su piso del Polígono de San Pablo para acudir a la entrevista en el Hotel Inglaterra. Viste con estilo ‘slim fit’ una americana de cuadros que le da un aire de galán maduro. Quien tuvo retuvo. El que fuese el guionista de cabecera de Jesús Quintero y colaborador de estrellas de la radiotelevisión como Encarna Sánchez o Iñaki Gabilondo, vive actualmente apartado del mundo y sus pompas, escribiendo más prosa que versos, practicando a rajatabla un pesimismo vital que él insiste en llamar realismo. Considerado como el mejor poeta de su generación por Jaime Gil de Biedma, su poesía está recogida por Renacimiento en ‘Variaciones y Reincidencias (Poesía 1978-2018)’. Hijo a partes iguales de Bécquer y Manuel Machado, su obra poética es profundamente andaluza, pero sin folclorismos, entre bienhumorada y fatalista. Como prosista destacan los dos volúmenes de sus recuerdos: ‘Memorias de un antihéroe’ y ‘El purgatorio’ o su última novela, ‘La matanza de Collejas’. Al final de la interviú se queda mirando por el amplio ventanal del Hotel. Habla de la vida con desesperanza. Ya no se dirige al entrevistador, del que indudablemente se ha olvidado, sino a los fantasmas que parecen poblar la Plaza Nueva, los espectros de Verlaine, Rimbaud o Manuel Machado... sombras a las que él considera “mi gente”.
–Me decía antes que ya apenas sale de su piso del Polígono de San Pablo.
–Cuando era más joven era muy extremo en esta cuestión: o me llevaba semanas sin aparecer por casa o no salía en tres meses. La pandemia me metió en mi piso y en los últimos tres años no habré salido más de veinte veces.
–¿No echa de menos la calle?
–Nada. En mi casa me dedico a lo que ahora más me gusta: escribir novelas y cuentos. Como poeta estoy muerto. Eso no quiere decir que de aquí al final no escriba veinte o treinta poemas aceptables, que irán recogidos en mi último libro En la vejez del poeta. Tenga en cuenta que mi estilo poético se basa en el tiempo, en la experiencia, en lo esencial de la vida... y llega un momento en que todo eso se agota. Se agota el tema e, incluso, la necesidad de expresarlo.
–Fue el guionista de cabecera de Jesús Quintero. Hay gente que dice que el Loco era lo de menos, que el importante era usted.
–No, no, no, para nada... Yo estuve 30 años siendo el guionista de Quintero, pero yo no me he sentido nunca guionista, sino poeta y escritor. Lo de los guiones de radio y televisión era para ganarme la vida. Trabajar para Quintero fue fácil para mí, porque su idea era hacer arte en los medios, por lo que siempre estuve en mi ambiente. Jesús se rodeaba de los mejores, de la talla de Gonzalo Suárez, etcétera. De alguna manera podemos decir que los guiones que yo hacía eran textos poéticos.
–Sin duda.
–Las entrevistas las planteábamos como obras de teatro, con planteamiento, nudo y desenlace. Escribí miles de folios para Jesús Quintero.
–¿Y nunca se ha planteado editarlos en un libro?
–Tengo una selección de los que yo considero los mejores textos... El periodista Alfredo Valenzuela está loco por publicarlos... Pero siempre he tenido mis dudas.
–¿Qué entrevista del Loco recuerda con más entusiasmo?
–Por el personaje, la de Borges, aunque no fue una buena entrevista, desde mi punto de vista. Aún así dijo cosas graciosas. Quintero le preguntó si había probado el gazpacho y le contestó: “Sí, con poca fortuna. Horchata, sí, gazpacho no”.
–Es curioso que, aunque Quintero llevaba desde 2013 sin trabajar, su muerte ha tenido un gran impacto en la opinión pública.
–Es que casi toda la obra de Jesús está en las redes, en youtube y cosas así. Había veces que paseaba con él y me sorprendía que gente muy joven se acercase a saludarlo... Lo trataban como un ídolo. Era porque lo habían visto en internet. Y no me extraña, porque tenía una gran presencia y sus vídeos acumulaban miles y miles de visualizaciones. De algún modo, él seguía estando presente.
–¿Y eso de que murió abandonado como un perro?
–No es cierto. Jesús no estaba abandonado. Se había casado hacía poco con su mujer, María, y sus dos hijas lo querían muchísimo. Sus dos ex mujeres lo respetaban. Es cierto que no le daban ya programas, pero es que tenía 82 años.
–¿Cuando fue la última vez que habló con él?
–Dos meses antes de morir. Me llamó por teléfono. Solía hacerlo para decirme siempre que íbamos a hacer un nuevo programa. Hasta el final. Yo no me lo creía y creo que él tampoco. Lo último de lo que me habló es que Netflix quería hacer una serie sobre su vida. “Te llamarán para que hagas el guión”, me dijo. Evidentemente, no me ha llamado nadie. Nunca tiró la toalla, siempre pensó que todavía no había hecho su mejor programa. Estaba muy orgulloso de lo que su trabajo.
–También hay gente que habla de un lado oscuro, del mucho dinero que dejó a deber a tantos...
–Es que Quintero se arruinó tres veces y eso deja muchos heridos. Su peor ruina fue la del Montpensier. Pero la verdad es que yo gané muchísimo dinero con Quintero, pero mucho... Sobre todo en la época de la televisión. Tuve un sueldo de yuppie.
–Usted participó en uno de los grandes proyectos de Quintero, Radio América, un momento muy especial en la historia de la radio sevillana y española
–La montó Quintero tras un viaje a Argentina que hizo por el éxito que había tenido allí El loco de la colina. Juan Bonilla hacía un informativo nocturno muy bueno que se llamaba Un mundo maravilloso. Él y yo nos encargábamos de hacer las publicidades. Recuerdos eslóganes como “El sonido se llama Sony para los amigos” o “Si te dan una galleta, pon la otra mejilla, María”. Cosas así muy ingeniosas, sin ceñirnos a tiempos establecidos. Fue la radio que emitió la mejor música y los mejores textos. También estaban los locos que hacían los programas de Semana Santa, como Garmendia o el hermano del Beni de Cádiz, Amós Rodríguez Rey... Sus retransmisiones de las procesiones eran extraordinarias.
–También fue guionista de Encarna Sánchez, una de las grandes de su época.
–Me fui a trabajar con ella una época en la que me había distanciado de Jesús Quintero. Encarna Sánchez fracasó estrepitosamente en televisión, quizás porque llegó de una manera muy prepotente. En la televisión se le notaba lo que no se le notaba en la radio, una especie de mala leche.
–Iñaki Gabilondo fue otro de sus empleadores.
–Fue en sus inicios de Hoy por hoy. Me tuve que ir a Madrid y lo pasé fatal, estaba totalmente desubicado. Por cierto que allí estaba de becario Vicente Vallés.
–En sus ‘Memorias de un antihéroe’, cuenta su bajada al infierno del alcohol, que termina dejando con 28 años. ¿Cómo se puede enfrentar uno a la vida sin una droga que amortigüe los golpes?
–Vivir a palo seco es muy duro, pero dejar el alcohol fue para mí un psicoanálisis y una terapia. Salí de ahí muy fuerte y conociéndome perfectamente. Después de aquello ya no cabía el autoengaño. Y como no me podía engañar tampoco admitía los engaños del mundo. Vivir sin beber es vivir aceptando la porquería, sin escapatoria posible. Quizás aquello me endureció. Mucha gente dice que soy pesimista, pero más bien soy realista.
–Ya ha dicho que ahora apenas escribe poesía, pero usted ha sido un poeta importante. Uno de los grandes del siglo XX español, Jaime Gil de Biedma, dijo que usted sería el poeta de su generación que superaría el filtro del tiempo. ¿Le tienta la inmortalidad?
–No, porque lo más horroroso que puede haber es la vida eterna. Creo que la gente que dice que quiere vivir eternamente no lo piensa bien. ¿Vivir eternamente con lo que es la vida? ¿Vivir eternamente teniendo consciencia, sabiendo que no sabes, a merced de los caprichos de Dios, la naturaleza o el caos? ¿Vivir eternamente en un cielo o un infierno? Me parece terrible.
–¿Quién fue su gran compañero de generación poética?
–Fernando Ortiz, grandísimo poeta y mejor amigo. Era sólo un par de años mayor que yo, pero fue el que me orientó. Cuando yo lo conocí estaba tonteando con ser moderno y todas esas pamplinas. Él leyó algunos poemas míos en los que se dio cuenta que yo, en verdad, era becqueriano y manuelmachadiano, y me dijo: “tío, ¿por qué huyes de tu voz?”. Me di cuenta de que no tenía que estar en ninguna moda, sino ser simplemente yo. Me acepté.
–Y como lector de poesía...
–...Yo no soy un gran lector de poesía. A mí la poesía me aburre bastante. Hay muy pocos libros de poetas que no se me caigan de las manos.
–Me gusta mucho el título de un poemario suyo: ‘Una mala vida la tiene cualquiera’.
–Es mi último poemario publicado como tal. Ya hacía tiempo que me había dado cuenta de que estaba acabado como poeta y que sólo quedaba repetirme. Muy poca gente escribe poesía que interese... Miras y te quedas con diez rimas de Bécquer, con El mal poema de Manuel Machado, siete de Gil de Biedma... Cuando se escriben muchos libros es señal de que no has acertado.
–¿Echa algo de menos de la juventud?
–Nada. Hay una época en mi poesía en la que sí se ve una añoranza de la juventud y la infancia, pero ahora ya estoy curado de eso. No volvería a ningún momento ni a ninguna situación de mi vida. Lo digo en un poema: “La juventud pasó/ bien está lo que acaba/ no volvería a ser joven/ ni aunque me lo pagaran”. Como dice la gente: “volver atrás ni para coger impulso”.
–Le iba a preguntar si frecuenta el ambiente literario, pero ya me ha comentado su estilo de vida monacal.
–Cada vez me interesan menos los recitales y todas esas cosas. Más ahora que ponen música y sacan a cantantes... Para mí la poesía es una cosa muy íntima: el lector, el libro y el silencio. Todo lo demás sobra.
–En sus memorias se nota que fue usted un joven Tenorio. ¿La mujer es un tema importante?.
–Por supuesto, muy importante, aunque ya no soporto los poemas de amor. ¡Qué cantidad de exageraciones, de falacias y mentiras! De cosas que sabes que no son. Y menos soporto las comedias románticas en el cine. Uno ya no está para esos jueguecitos.
–Su generación fue muy de Manuel Machado, lo rescataron del olvido en el que algunos lo habían arrinconado.
–Sí, Fernando Ortiz, Vicente Tortajada, Felipe Benítez y yo fuimos muy manolistas. El Manuel Machado de El mal poema es el mejor poeta de la experiencia que ha existido... esos poemas como Retrato, La canción del alba, A mi sombra... son una maravilla . Ahora me han invitado a Ruan para una lectura de sus poemas. Es importante no claudicar ante las modas y seguir leyendo a Manuel Machado, porque la poesía es un continuo, un río, que viene de muy lejos. Van pasando muchas cosas, como el surrealismo, pero no son más que afluentes, por muy grandes que se hagan en un momento determinado. Llegan a la corriente central y le añaden algo, pero allí están los de siempre, los grandes poetas.
–Usted ha formado parte de esa cuenca hidrográfica. Dígame algún poema del que se sienta satisfecho.
–Yo no escribo poesía de Semana Santa, pero tengo un poema que se llama Jueves Santo que me parece que está muy bien.
–Permítame que destaque los últimos versos este poema, sacados de su poesía completa ‘Variaciones y reincidencias’. Está hablando de los jóvenes en el Jueves Santo sevillano y dice: “Los tambores recuerdan/ que se marcha al patíbulo./ Ante llorosas vírgenes,/ con descaro, se besan/ dioses que morirán/ –como el dios que ayer fuimos–,/ sin remedio ni culpa,/ en la cruz de los años.” Un hermoso ‘et in arcadia ego’.
–También me gustan bastante algunos de Una mala vida la tiene cualquiera, especialmente el que le da título: “Una mala noche/ la tiene cualquiera/ y cien y doscientas/ y doscientos días/ y un año y ochenta./ Una mala vida/ la tiene cualquiera”.
–Suena a copla flamenca.
–Es casi como un epitafio.
–Tenemos que hablar de Bécquer.
–Es curioso, porque a Bécquer le hicieron mucho daño la grandilocuencia y la cursilería con las que se leyeron sus poemas, cuando él no era cursi para nada. Cuando él escribe “poesía eres tú” quiere decirnos que poesía es lo que nos pasa: la pasión, el deseo, el miedo... Tiene poemas durísimos como “Una mujer me ha envenenado el alma,/ otra mujer me ha envenenado el cuerpo;/ ninguna de las dos vino a buscarme,/ yo de ninguna de las dos me quejo.” O también “Olas gigantes que os rompéis bramando/ en las playas desiertas y remotas,/ envuelto entre la sábana de espumas,/ ¡llevadme con vosotras!”. O “pienso cual tú que una oda sólo es buena/ de un billete del Banco al dorso escrita”... Él no se engaña, sabe que lo que importa es el dinero.
–Reivindica un Bécquer muy pesimista, como usted.
–Insisto, pesimista no, realista. Hay que leer lo que dice el texto, no añadir nada más. Hay que evitar el exceso de sentimentalismo, como el de esos cantantes que lloran cantando letras que son unas auténticas pamplinas, se le ha perdido el respeto a las ánimas. Con el sentimentalismo se pierden muchas cosas: la ironía, la distancia, la frialdad, los matices...
–Al final apenas hablamos de la mujer. Usted, tras una juventud donjuanesca, ha sido un pertinaz monógamo.
–Me retiré de la mala vida en el 78 y dos años después conocí a Lourdes. Es una gran mujer, muy especial. Cuando la conocí escribí Esa mujer se ha enamorado de ti, un libro de amor becqueriano pero llevado al momento. Cuenta los inicios de nuestra relación. Al final le he dedicado el poema La mujer de mi vida, inspirado formalmente en La mujer de Verlaine de Manuel Machado... ¡qué poema!: “...esa buena alsaciana...” Era otra época, otras gentes...
–Le está saliendo la nostalgia.
–Es que yo estoy más cerca de aquella gente que de esta. Ese es mi mundo: Verlaine, Rimbaud... Esas noches... La canción del alba: “El alba son las manos sucias/ y los ojos ribeteados...” Ahí sí había vida. Yo no tengo un buen concepto de la vida, me parece una carga insoportable. Tiene dos o tres momentos buenos, pero no compensan.
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