Juan Rodríguez Garat | Almirante (R)
“La Guerra de Ucrania no la va a ganar nadie”
Daniel Bilbao | Pintor y decano de Bellas Artes
El Estudio de Daniel Bilbao (Sevilla, 1966) se encuentra cerca de Marqués de Pickman, en una de esas casas de autoconstrucción que la Sevilla del aluvión desarrollista levantó los fines de semana. Ahora, el barrio es un sitio agradable y silencioso, lejos del centro, el lugar idóneo para que este artista riguroso y discreto realice su pintura sobria, pero llena de matices. Lejos del tópico colorista y apasionado del sur, los cuadros de Daniel Bilbao tienen como una luz londinense, y sus lienzos de la vieja Sevilla ferroviaria, de las grúas del puerto, de las fábricas y desmontes de las afueras, nos remiten a los fantasmas de una industrialización que se quedó a medias en la ciudad, pero cuyos restos perduran en el paisaje. Ahora, su pintura se centra en las arquitecturas racionalistas y su relación con la naturaleza. Daniel Bilbao combina la docencia (es el actual decano de la Facultad de Bellas Artes), a la que le dedica las mañanas, con la creación artítica, a la que entrega las tardes y las noches, cuando ya los hijos duermen. Perteneciente a la familia de Joaquín y Gonzalo Bilbao -dos de los artistas de mayor renombre de la Sevilla de principios del siglo XX- ha recibido numerosos premios y este año ha recibido el encargo de pintar el cartel anunciador de la Semana Santa.
–¿Es cierto que es pariente de Gonzalo y Joaquín Bilbao?
–Eran hermanos de mi bisabuelo. Como sabrá, Joaquín fue el escultor de la estatua de San Fernando en la Plaza Nueva, la de Santaella en la Universidad o la del cardenal Spínola en la Catedral…
–Hizo también algo para la Semana Santa, ¿no?
–Los sayones del Paso de la Coronación del Valle son suyos.
–Y el incomprendido Cristo de las Cigarreras, que no conectó con la sensibilidad sevillana del momento y fue retirado.
–La obra de Joaquín estuvo muy influenciada por Rodin, no sólo en el Cristo de las Cigarreras, sino también en otras obras como la estatua de Eva realizada en mármol que se encuentra en el Museo de Bellas Artes. El Cristo atado a la columna destaca por su fuerza dramática y la tensión de su anatomía. La escala era monumental y aun se acrecentaba más junto a los sayones del paso. Finalmente decidieron hacer un nuevo Cristo.
–Sin embargo, pese a todo esto, es más conocido su hermano Gonzalo, el pintor.
–Gonzalo fue un personaje con muchísima proyección, algo que creo eclipsó a Joaquín.
–¿Y a su bisabuelo no le dio por el arte?
–Él dibujaba, pintaba y modelaba muy bien. De hecho tenemos en casa un bronce de un toro suyo que parece un Benlliure… En mi familia, en general, hubo muy buenos dibujantes, pero mi bisabuelo fue abogado, carrera que curiosamente también estudiaron Gonzalo y Joaquín.
–¿Y a usted, cómo le llegó la vocación artística?
–Creo que fue el ambiente y el entorno. Recuerdo la casa de mi abuela Amparo, que vivía en el Arenal, y cuya casa estaba repleta de esculturas y pinturas de Gonzalo y Joaquín. Había una gran consideración por el arte. Desde chico ya estaba enredando con pinceles.
–Estudió la carrera en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, de la que ahora es decano, ¿algún maestro decisivo?
–Pérez Aguilera. No fue maestro mío directo, porque ya estaba como emérito cuando me dio unos cursos de doctorado sobre dibujo.
–Curioso, porque su obra más conocida es fundamentalmente abstracta.
–Era un dibujante excepcional. Entablé una relación que trascendía lo académico… Para el arte sevillano y para la Facultad su llegada fue un punto de inflexión. Ha quedado como un referente.
–Lo explicaba muy bien el otro día Carlos Colón en una columna: usted no responde a esa imagen del artista escandaloso y mediático. Es un creador silencioso y reservado.
–Por naturaleza soy tímido y reservado. Necesito intimidad para crear.
–De alguna manera ese espíritu íntimo se ha trasladado a su obra, que siempre transmite cierta soledad.
–Es cierto que mi obra transmite cierta melancolía… Ese juego con los espacios vacíos, los silencios…
–¿Silencios en pintura?
–Sí, de hecho, mi última exposición en Sevilla se titulaba Tacet, que es la figura que representa el silencio en las partituras musicales, una especie de hache alargada, muy arquitectónica y constructivista. Cuando aparece este signo en la partitura significa que la música está parada, pero al mismo tiempo se genera una tensión poderosísima, como si ahora dejásemos de hablar repentinamente… el silencio corta. Ese silencio, llevado a la pintura, serían los espacios vacíos, que son muy difíciles de manejar, pero que cargan el cuadro de emoción. Jugar en ese límite me interesa muchísimo.
–De los muchos cuadros que he visto de usted en exposiciones, catálogos y domicilios particulares, me interesa mucho esa fase en la que de alguna manera fue notario de la desaparición de la vieja Sevilla ferroviaria.
–Es verdad que es un testimonio que ha quedado ahí, pero fue algo casual. De muy joven pasaba mucho por el Puente de la Enramadilla cuando iba al desaparecido colegio Alfonso X el Sabio, que estaba en el Porvenir. Recuerdo perfectamente el tránsito continuo de trenes, algo que vivíamos con perfecta normalidad. Aquello me atraía mucho... el óxido del suelo… Toda esa arqueología industrial de las antiguas estaciones, las grúas de los puertos, o las industrias en desuso crean un ambiente poético.
–Decía Muñoz Molina en un artículo que España no ha sabido resolver el paisaje de las afueras de las ciudades, las cuales son especialmente feas con todos esos polígonos, desmontes, etcétera. Sin embargo, usted los ha pintado con unos resultados notables.
–Pertenezco a un grupo de investigación que se llama Morfología de la Naturaleza, en el que analizamos los entornos tanto urbanos como rurales, los cinturones que se crean alrededor de las ciudades, que son como unas esponjas compuestas por fábricas, polígonos, viviendas marginales… Yo veo en ellos una cierta estética.
–Pero podrían estar mucho más cuidados.
–Sí, en mis pinturas también hay una reivindicación. Por ejemplo, he estado este verano en Inglaterra y es envidiable cómo tienen una conciencia del patrimonio paisajístico, una cultura que aquí no tenemos. Allí se encargan de que la industria no estropee el entorno… Uno de los paisajes más bonitos que recuerdo era el de las Cabezas de San Juan al venir por la autopista de Cádiz… ¡Se lo han cargado con unas naves industriales celestes espantosas!
–Ahora han plantado unos árboles para tapar el adefesio.
-Sí, pero los andaluces no terminamos de comprender que el paisaje es un patrimonio, como las iglesias. Aquella perspectiva lo era. Hay algo roto, quizá la conciencia ciudadana, empresarial, política…
–¿Y Sevilla?
–El casco antiguo es una maravilla, pero la ciudad es mucho más. En muchos barrios se echa en falta una normativa para conservarlos correctamente. Es como en los pueblos, cuando, por ejemplo, utilizan el gres que ha sobrado del cuarto de baño para la fachada… Eso destruye la identidad de ese pueblo o, mejor dicho, crea una nueva basada en el destartalo.
–¿Pintaría las Setas?
–Ya lo he hecho. Las Setas las veo más como escultura que como arquitectura. Para mi gusto están un poco sobredimensionadas para el sitio en el que están.
–¿Y la Pelli?
–También la he pintado. Sobre todo cuando estaba en proceso de construcción. A las siete y media de la mañana parecía una mole-monstruo entre tinieblas. Me parecía mucho más bella que terminada. Ahora no me gusta mucho, el remate le da un aire de pintalabios que la frivoliza.
–Me han dicho que, como Pérez Aguilera, es usted un entusiasta del dibujo.
–Allí donde voy siempre llevo mi cuaderno de dibujo. Ahora se va a hacer una exposición con algunos de ellos en el Museo de Alcalá de Guadaíra. Diputación va a editar un libro que se llama La mirada nómada. El ojo es, junto al corazón, el órgano humano que más se mueve. El diseño es de Manolo Ortiz
–Si está Manolo Ortiz detrás, el éxito está asegurado. Y dígame ¿qué influencias reconoce en su pintura?
–Cuando el Museo de Arte Contemporáneo estaba en la calle Santo Tomás –los estudiantes de Bellas Artes íbamos allí un día sí y otro también– me influyó mucho una exposición de David Bomberg, un pintor británico muy vinculado a las vanguardias de principios del siglo XX. Su pintura, sus paisajes, su color, su fuerza… aquello supuso un vuelco en mi idea del arte. Después leí que Velázquez pintaba con cinco colores y empecé a ordenar mi paleta, a serenarla, a quedarme con los colores esenciales… Es algo prodigioso, pero vas viendo cómo jugando con esa limitada cantidad de tonos vas creciendo en matices.
–Es cierto que su paleta es oscura, como londinense…
–Es una paleta sobria… En Sevilla también hay algunas veces una luz londinense, sobre todo por la mañana muy temprano… Hay veces que el Parque de María Luisa parece Hyde Park. Después sale el sol y todo revienta.
–Digamos que su uso del color no es lo que espera el tópico de un pintor meridional.
–Hay gente que al ver mi pintura y mi apellido me preguntan si soy de Bilbao. Soy sevillano desde hace muchísimas generaciones, y en la familia no tenemos constancia de un antepasado vasco. De hechos hicimos una indagación genealógica y no apareció… Alguno habrá…
–Últimamente, ha pintado mucha arquitectura moderna.
–Estas pinturas están inspiradas en el racionalismo arquitectónico. Este año es el centenario de la Bauhaus y en mi exposición se respira mucho ese ambiente de Mies van der Rohe, Le Corbusier… Quizás porque en la arquitectura racionalista es donde se pone más de manifiesto el contraste entre el lenguaje positivo y humano de la línea recta con el orgánico y curvo de la naturaleza. Esa simbiosis de elementos me resulta muy atractiva.
–Le han encargado el cartel de la próxima Semana Santa.
–No me suelo mover profesionalmente en el ambiente de la Semana Santa, pero cuando las hermandades me han hecho algún encargo los he aceptado. Ahí está mi cartel del Cincuentenario de la Basílica del Gran Poder, el paño de la Verónica de El Valle, el aniversario de la Virgen de San Esteban… El primer premio de pintura que recibí con una dotación económica fue el del Pregón Universitario, que convoca la Hermandad de los Estudiantes. Treinta años después me han encargado el del cuarto centenario del Cristo de la Buena Muerte.
–¿Pero tiene alguna vinculación con el mundo cofrade?
–En Sevilla casi todos la tenemos. Soy hermano de San Esteban, del Gran Poder… Por parte de mi mujer estamos muy vinculados a La Amargura. Mi abuelo Daniel fue el número 1 de la Quinta Angustia, con cuya túnica está amortajado. Incluso llegué a salir de costalero. Pero no lo vivo con la intensidad de otras personas.
–Eso es difícil ¿Y no le impone el encargo? Es un ambiente muy especial.
–Si lo piensas da un poco de vértigo. Me llamó el presidente del Consejo y le pedí media hora para pensármelo. En el momento que dije que sí el teléfono hervía de llamadas, mensajes… Me quedé sorprendido de la repercusión. Incluso voy por la calle y me para gente que no conozco para darme la enhorabuena.
–Le ha llegado el estrellato.
–No lo sé, espero que sea el estrellato y no estrellarme.
–En Semana Santa procesionan imágenes sublimes y monigotes sonrojantes.
–La Semana Santa es un museo en la calle… Juan de Mesa, Martínez Montañés, Ocampo… Parece una locura ponerlo ese patrimonio en la calle para el disfrute de las gentes. Lo curioso es que siendo una manifestación muy tradicional, también puede serlo muy moderna. La Semana Santa es una gran performance en la que participa toda la ciudad, hasta la naturaleza con el azahar, el tiempo…
–Últimamente existen muchas iniciativas para acercar el arte contemporáneo a las cofradías: el paño de la Verónica del Valle, el cartel de la Macarena... ¿Están cuajando?
–En el arte hay algo inapelable: la perspectiva histórica. Sevilla es una ciudad muy hermética y le cuesta asimilar las novedades, pero una vez que lo hace es muy acogedora. Es difícil encontrar una ciudad como esta con tanto mestizaje artístico. Con el paso del tiempo veremos lo que era bueno y lo que era malo.
–Hablemos de su otra faceta, la docente. ¿Fue vocación o una cuestión alimenticia?
–Sería mentir decir que tenía vocación docente, pero tenía claro que necesitaba un trabajo que me permitiese conjugar mi vocación artística con mi proyecto de vida familiar. Poco a poco me di cuenta de que la docencia retroalimenta la creación artística. La gente piensa que todo lo que tiene que ver con la pintura, la escultura o el dibujo es una cuestión manual. Grandísimo error. El arte es una labor muy intelectual.
–Fue la gran batalla de Velázquez y otros pintores del Siglo de Oro. Que no se les considerase meros artesanos.
–Claro. La Facultad de Bellas Artes es una Academia, que no es otra cosa que un conjunto de profesionales que te enseñan unas normas y unas formas de crear. Esto no hay que confundirlo con el academicismo, que exacerbó la norma y la esclavitud a la misma, lo que limitaba y encorsetaba al artista. La Facultad de Sevilla pasó unos años grises en ese sentido, pero ahora está en un momento álgido; somos un centro que ha sabido reivindicar su patrimonio académico y, al mismo tiempo, alimentarse de los nuevos lenguajes: tecnología, performance…
-¿Cómo le dio por presentarse a decano?
–Llevo treinta años allí. Entré casi con pantalón corto y un carboncillo en la mano y no he vuelto a salir. Creo que he pasado más horas en la Facultad que en mi casa. Es una entidad a la que quiero. La vida te va poniendo en encrucijadas, los compañeros te van animando… Me ha tocado. Lo concibo como un servicio al centro.
También te puede interesar
Juan Rodríguez Garat | Almirante (R)
“La Guerra de Ucrania no la va a ganar nadie”
Eduardo del Campo | Periodista
“Alfonso Rojo me prestó el dinero para poder seguir en Afganistán”
Alfonso Guerra | Comisario de la exposición ‘Los machado. Retrato de familia’
“Manuel y Antonio Machado jamás estuvieron enfrentados”
Cristina Moya | Profesora de Literatura de la US
“Las mujeres escritoras de la Edad Media fueron o monjas o viudas”
Lo último
Encuentro de la Fundación Cajasol
Las Jornadas Cervantinas acercan el lado más desconocido de Cervantes en Castro del Río (Córdoba)