Ignacio Peyró | Escritor
“Andalucía y Sevilla han sido los grandes emisores estéticos de España”
José Luis de Villar | Historiador, profesor y funcionario
Cuando el periodista le pregunta a José Luis de Villar (La Línea, 1960) si quiere añadir algo más, el entrevistado recurre a Mercedes Sosa y concluye: “Solo que gracias a la vida”. Antes y durante la interviú, este político, funcionario, historiador y constitucionalista demuestra un carácter afable y, en ningún momento, asoma el rencor y la amargura por los problemas del pasado. Histórico del andalucismo y rojamarquista, José Luis de Villar, hijo de un senador de UCD, ingresó en el Partido Socialista de Andalucía –el que luego sería Partido Andalucista– en 1978, al que permaneció leal hasta la disolución en su XVII Congreso, en 2015. Tras unos primeros cursos de Derecho en Madrid, acabaría la carrera en Sevilla, ciudad en la que habita desde entonces. Doctor en Historia especializado en Al Ándalus, también es profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Pablo de Olavide y funcionario de la Junta de Andalucía (es jefe de servicio en la Consejería de Cultura). Actualmente, escribe una historia del Partido Andalucista de la que ya ha publicado el primer tomo en Almuzara. También es autor de ‘Al Ándalus y las fuentes del oro’ (Almuzara). Como político fue concejal y teniente de alcalde del Ayuntamiento de Sevilla (1987-1999), diputado provincial de Sevilla (1996-1998) y secretario general de Relaciones con el Parlamento en el Gobierno de Andalucía (2000-2004).
–Tiene un perfil muy amplio: político, funcionario, medievalista, profesor de Derecho Constitucional... ¿abogado también?
–Cuando terminé la carrera me di de alta en el Colegio de Abogados. Me puse la toga y defendí algunos casos de oficio... Pero el ejercicio de la abogacía en profundidad es una de mis asignaturas pendientes. En la vida, cuando tomas una decisión abres un camino, pero cierras otros. Es una pena tener solo una vida.
–Empezó la carrera en Madrid y después la continuó en Sevilla. ¿Se arrepiente de esa decisión?
–No, en absoluto. Hice primero y segundo en Madrid porque mi padre era senador por la UCD en las cortes constituyentes. Me planteó que le acompañase. A mí, un chaval de la Línea, me pareció algo estupendo. Pero me di cuenta de que Madrid no era mi sitio, que quería regresar a Andalucía. Y me vine a Sevilla.
–El padre de un histórico del andalucismo era de la UCD...
–Pertenecía a la formación de Manuel Clavero, el Partido Social Liberal Andaluz, que estaba integrado en la UCD. Cuando Clavero se fue permaneció en la UCD y se hizo muy suarista. Al final terminé convenciéndolo de que se viniese al andalucismo y en el año 1991 fue el candidato andalucista a la Alcaldía de la Línea.
–Recientemente ha salido el primer volumen de la historia del Partido Andalucista que usted está escribiendo y edita Almuzara. ¿Por qué fracasó y se extinguió esta formación?
–En este asunto debemos tener dos parámetros de análisis. Evidentemente, un partido tiene éxito cuando saca votos y representantes, y fracasa cuando no los saca. La conclusión es que el PA fracasó. Pero hay que ser un poco más trascendentes. El éxito o fracaso de un partido o una ideología depende en gran medida del legado que deja. Lo decisivo no es que una organización desaparezca, sino que su proyecto político haya impregnado a la sociedad y al resto de formaciones que le han sobrevivido. Creo que no hace falta que diga que en este sentido la historia del PA es un completo éxito.
–¿Los andalucistas ‘de siempre’ ven como un éxito el giro al andalucismo que ha dado el PP, especialmente el presidente andaluz, Juanma Moreno?
–Los andalucistas que no militamos actualmente en ninguna formación vivimos con emoción la asunción por otros partidos políticos de unos principios andalucistas que antes ignoraban e, incluso, despreciaban. La noche electoral, cuando vi a Juanma Moreno con una bandera andaluza en la mano y explicando que se la había regalado un niño en Málaga y que había sido su talismán durante la campaña... sentí una gran satisfacción. Ese es el éxito post mortem del Partido Andalucista.
–¿Pero cree de verdad que el PP es andalucista o estamos ante un mero oportunismo?
–Dios me libre de repartir carnets de andalucismo. Lo que sí puedo decir es lo que, hasta ahora, históricamente ha significado el andalucismo en la primera y segunda generación: un partido soberano, que no dependa de ningún poder extraño a Andalucía. Y además un partido ubicado en el ámbito progresista y de la izquierda. ¿Por qué? Porque la Autonomía para los andalucistas es una herramienta para acabar con el atraso secular de Andalucía. Es cierto, sin embargo, que la separación entre derechas e izquierdas hoy en día es mucho menos nítida que en el pasado.
–Sin embargo, tras 40 años de autonomía Andalucía no ha salido del vagón de cola de España y Europa. Incluso en algunos sectores se ha ampliado la brecha. ¿Ha sido inútil el autogobierno?
–Ahora mismo tenemos las herramientas, pero ¿se están usando? Parece que no. La tercera generación andalucista debería tener el objetivo de construir ese poder andaluz para que las herramientas sirvan para cambiar la situación.
–¿Cuál fue el principal error del Partido Andalucista?
–Eso es hacer un poco spoiler del segundo tomo de la Historia del PA que estoy escribiendo. Pero vamos allá. Yo no creo que el Partido Andalucista haya cometido más errores y tenido más conflictos internos que otros partidos políticos. Sólo hay que acudir a las hemerotecas para verlo. Pero nunca ha existido por parte de los que configuran la opinión pública (poderes sociales y económicos, mediáticos, etc...) un grado de apoyo y comprensión para que esos errores se minimicen, como se hizo con otras formaciones políticas. Muy al contrario, se magnificaron. Estoy llegando a la conclusión de que hay una razón más nuclear: el Partido Andalucista desapareció porque había cumplido su misión. De una manera inconsciente los andaluces empezaron a ver que, una vez agotado el programa fundacional del Partido Andalucista, ya no les servía para cubrir sus necesidades más inmediatas. Ya todo el mundo reconoce que Andalucía es una nacionalidad, como dice el Estatuto vigente, que existe una cultura andaluza, una identidad, tenemos un nivel de autonomía como Cataluña o el País Vasco... Misión cumplida.
–Es usted profesor de Derecho Constitucional en la Olavide. ¿Andalucía puede estar cómoda en la Constitución? Los catalanes y los vascos se quejan.
–Desde el punto de vista constitucional es imposible que los vascos puedan estar mejor que en el Estado que forma ahora España.
–Pero ¿y Andalucía?
–Andalucía está perfectamente. El Andalucismo en el que yo milité nunca se planteó una estructura jurídico-política distinta a la diseñada por la Constitución de 1978 y el Estatuto 2007.
–Usted es medievalista especializado en historia de Al Ándalus. ¿Por qué esa fijación de los andalucistas por el periodo islámico? La mayoría de los andaluces no se reconoce en ese discurso.
–La posición del Andalucismo con esta cuestión hay que enlazarla con lo que ha sido tradicionalmente la historiografía dominante. En el siglo XIX, cuando surgen las historias nacionales, se vio a Al Ándalus como algo exógeno a España. España sólo era la protohistoria, los romanos y la Monarquía Visigoda, la cual sufrió una invasión que hizo que se replegase al norte y después reconquistase la Península durante 800 años. Esa historiografía está totalmente revisada hoy en día, pero cuando surgió la primera generación del andalucismo, la de Blas Infante, no había más remedio que rebelarse contra ella. Cualquiera que hubiera nacido en Andalucía observaba la sociedad y los restos de Al Ándalus y se preguntaba: “¿cómo que todo esto es algo ajeno completamente a mí?” Cuando surgió la segunda generación del andalucismo, la nuestra, la cosa había cambiado, pero no demasiado. Se seguía dando el eterno debate entre Américo Castro y Sánchez Albornoz. Al Ándalus se seguía viendo como una invasión. Las cosas han cambiado hoy mucho y ya no hace falta que desde la política se corrija a la historiografía, pero en el momento de la Transición eso sí era preciso. Era indispensable que los intelectuales andalucistas cuestionaran determinadas visiones históricas de Andalucía. ¿Que hubo excesos que hicieron parecer las posturas andalucistas como algo exótico o extravagante? Sin duda.
–Tiene un libro apasionante: ‘Al Andalus y las fuentes del oro’.
–El libro surgió de una experiencia fascinante, cuando pude viajar a Tombuctú, en el año 2002, y entrar en contacto con la memoria que todavía había de Al Andalus.
–¿A qué se debe esa memoria?
–En 1591, el Sultán de Marruecos tentía la necesidad de oro que es habitual en un imperio o potencia. Durante toda la Edad Media el oro llegaba al occidente africano y europeo desde las minas del sur del Sahara. Por tanto, el sultán mandó una expedición para conquistar el País del Oro, ya no sólo para comerciar –como se había hecho durante todo el Medievo– sino para dominar políticamente el sur del Sahara. La expedición triunfó y derrotó al Imperio Songhai. Curiosamente, un almeriense morisco, Yuder Pachá, es quien mandaba aquel conglomerado de renegados cristianos, moriscos prisioneros... Un grupo muy heterogéneo que tenía raíces en Al Ándalus y a los que llamaban los Armas, en castellano, porque portaban armas de fuego. Se quedaron allí formando un grupo étnico diferenciado que ha pervivido hasta la actualidad y que conservan tradiciones que engarzan con Al Andalus.
–Pero estamos hablando de un periodo en el que Al Ándalus ya había desaparecido.
–Sí, pero esa memoria fue la que me hizo tirar del hilo para ver hasta dónde llegaba. Entonces vi que las relaciones habían empezado ya en el siglo VIII y se extendieron durante toda la historia de Al Andalus. El oro que permitió construir las estructuras políticas de los califatos de Córdoba y almohade o el sultanato meriní venía del sur del Sahara. Las tribus establecieron unas rutas comerciales terrestres por las que se intercambiaba la sal y los productos elaborados por oro y esclavos. Muchos cronistas árabes del siglo IX al XVII cuentan estas relaciones entre los países del sur del Sahara y las potencias del Magreb y Al Ándalus... es una historia apasionante y clave para comprender cómo pudieron tener tanto poder las estructuras políticas del mediterráneo occidental durante la Edad Media.
–Una especie de Potosí adelantado en el tiempo.
–Muy, muy parecido. Era como la flota de Indias, pero con camellos en vez de galeones.
–También coordinó un libro sobre monumentos almohades. Los sevillanos seguimos viendo lo almohade como algo completamente ajeno, pese a que es uno de los momentos más esplendorosos de la historia de la ciudad, junto al descubrimiento de América.
–Toda la historia posterior de Sevilla es heredera directa de la revolución urbanística que protagonizaron los almohades. Los almohades llegaron en el siglo XII a una ciudad que estaba reventando sus costuras, que necesitaba una Expo 92. De la revolución urbana que hicieron los almohades viviría Sevilla hasta principios del XX. La siguiente sería la de la Exposición de 1929. Entre las dos fechas la ciudad vivió de las rentas.
–¿Qué hicieron los almohades?
–Extendieron el recinto amurallado para darle a la ciudad las dimensiones que el casco antiguo tiene hoy. Hasta finales del siglo XIX Sevilla no daría el salto extramuros. Los almohades construyeron también los grandes espacios emblemáticos: la ampliación inmensa del Alcázar, que va a llegar hasta el río con la Torre del Oro; la Mezquita Alhama, centro del poder religioso que heredará directamente la Iglesia Católica; el centro comercial de la Alcaicería, los nuevos barrios que van surgiendo en todos los espacios que se ganan; el primer puente sobre el Guadalquivir, el de barcas, que uniría Sevilla con Triana y cuyo principal objetivo era permitir el paso de los ejércitos almohades hacia el norte por la Ruta de la Plata para luchar contra los reyes de Portugal y León; y unos espacios exteriores como la Buhaira, San Juan de Aznalfarache, Alcalá de Guadaíra, las primeras Atarazanas... esto nos habla del desarrollo del puerto. Los almohades dejaron preparada a Sevilla para su éxito americano en el siglo XVI.
–Su rojamarquismo está fuera de toda duda. A Paco Correal le dijo que Alejandro había sido el mejor alcalde de Sevilla desde Fernando III.
–Me gusta dar titulares. La lucidez política de Rojas-Marcos es excepcional y el proyecto que creó y lideró es objetivamente esencial en la historia de Andalucía.
–Una pregunta tópica que siempre me gusta hacer. ¿De qué se arrepiente y de qué se siente orgulloso de sus 12 años como concejal?
–Tengo la espinita clavada de la calle que parte en dos los jardines de la Buharia. En la época de Manuel del Valle aquello se iba a construir con una volumetría importante. Cuando yo estaba en la oposición llegaron a derribar el muro de la alberca almohade y pusieron una hormigonera. Llegué a subirme en la excavadora para parar aquello y salí en el Interviú. Me alegro mucho de haber salvado la Buhaira, pero no de esa calle que no estaba prevista en nuestro plan. Nosotros habíamos sacado toda la edificabilidad de la zona y la concentramos en esas dos torres enormes y horribles que todos conocemos. Pero las presiones de nuestros socios de Gobierno, el PP, nos obligaron a lo de la calle. Lo llevé muy mal. Deberíamos haber resistido numantinamente, aunque hay vecinos que defienden la vía, porque dicen que esponja el tráfico en la zona.
–A la Buharia siempre se le había llamado Huerta del Rey.
–Esto lo he discutido muchas veces con Ignacio Medina, duque de Segorbe, a cuya familia habían pertenecido los terrenos antes de cederlos a los Jesuitas. Aquello se llamaba Huerta del Rey porque, después de la conquista, Fernando III se lo donó al rey Taifa de Niebla. Pero en toda las fuentes árabes está muy documentado el nombre de jardín o huerta de la Buhaira para aquellos terrenos. El cronista almohade Ibn Sáhib al-salát cuenta con detalles preciosos cómo el califa compra los terrenos “para edificar su palacio y sus huertas de la Buhaira” (que significa alberca). Explica también los frutales que se plantaron, las cosas que se trajeron... Huerta del Rey era el nombre de las fuentes cristianas, pero había uno más antiguo. Era una cuestión de restitución histórica.
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