Ignacio Peyró | Escritor
“Andalucía y Sevilla han sido los grandes emisores estéticos de España”
Amparo Graciani | Catedrática de la Escuela de Ingeniería de la Edificación
Amparo Graciani (Sevilla, 1966) es una de las mayores conocedoras de la historia y el arte de la Exposición Iberoamericana de 1929, aquella que provocó el gran salto de la ciudad hacia el sur y que dejó en herencia algunos de los edificios públicos más valorados y queridos por los ciudadanos. Ya desde los inicios de su carrera docente e investigadora, la actual catedrática de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de la Edificación dejó claro cuáles eran sus preferencias con una interesante tesis doctoral sobre los pabellones internacionales del 29, cita que fue el colofón de una cierta ‘belle époque’ sevillana antes de que la ciudad se adentrarse en los cenagosos años que desembocaron en la Guerra Civil. Una versión abreviada de dicha tesis fue editada al alimón por el Ayuntamiento de Sevilla y la Hispalense. Pero sólo hace falta hablar un rato con Amparo Graciani para darse cuenta que el 29 y sus arquitecturas son para ella mucho más que un mero objeto de estudio. Son, ante todo, una pasión a la que no le importa sacrificar tiempo y dinero. Actualmente, Graciani dedica gran parte de sus esfuerzos a la organización del II Congreso Internacional sobre la Exposición Iberoamericana.
–¿Cuánto le queda a Sevilla del legado de la Exposición del 29?
–Poquísimo… Los pabellones que se construyeron fueron 135 (13 internacionales, 17 oficiales, 12 regionales, 8 andaluces y 85 comerciales), de los cuales sólo nos quedan 26.
–Los pabellones comerciales son los más desconocidos...
–Apenas quedan el de Telefónica y el de Domecq. Desaparecieron algunos importantes, como el de Cruzcampo, Cervezas El Águila o Nestlé, que estaba donde la gasolinera de la Raza y tenía en el techo una lechera espectacular. También el de Chocolates Matías López, que era la empresa más importante de España en su sector desde el siglo XIX. Alfonso XII había hecho marqués a su propietario.
–Se perdieron demasiados, ¿no?
–Hay que tener en cuenta que muchos de estos pabellones se concibieron con carácter provisional.
–¿Hay alguno que le duela especialmente?
–Donde está hoy el Colegio de Aparejadores, Talavera y Heredia hizo el pabellón del Aceite, ya que una de las grandes apuestas del Gobierno en la Exposición fue promocionar el aceite español. El edificio era como un gran cortijo andaluz, pero durante la Guerra Civil lo convirtieron en polvorín y una gran explosión accidental lo destruyó en 1937.
–¿El Gobierno se implicó mucho en el 29?
–El verdadero impulso a la Exposición, que lanzó como idea Rodríguez Casso en 1909, se produjo durante la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), especialmente tras 1925, en que pasó a formar parte de su proyecto político como un escaparate de España. Primo concibió una Exposición General Española integrada por las exposiciones Iberoamericana de Sevilla, más histórica, y la Internacional de Barcelona, más innovadora. La nuestra tuvo mayor duración.
–Para ello Primo de Rivera contó con su Jacinto Pellón particular, Cruz-Conde, que era militar y gobernador civil de Córdoba.
–Cruz-Conde fue nombrado Comisario Regio en diciembre de 1925. Aceleró con mano dura el proceso. Sí, fue el Pellón de la época. Ahí vinieron las desavenencias con Aníbal González y su dimisión. Cruz Conde nombró a Vicente Traver, un arquitecto castellonense con larga tradición en Sevilla. En noviembre de 1928 desapareció el cargo de Comisario Regio y Cruz-Conde pasó a ser Director de la misma.
–La Exposición fue también un motor de turismo, algo muy en boga actualmente.
–Sí y curiosamente ya en esos años el Ayuntamiento explotó la idea de Sevilla, ciudad de congresos. Se celebraron muchos, como el de oleicultura.
–¿Y antes de Cruz-Conde?
–Podríamos hablar largo y tendido de las fases de la Exposición. Otros Comisarios Regios fueron el Conde de Urbina (1920-1922) y el Conde de Colombí (1922-1925). En la época de Colombí la Exposición pasó de ser Hispanoamericana a Iberoamericana abriéndose a Portugal y sus colonias y a Brasil.
–¿Se ligó demasiado la Exposición a la Dictadura de Primo de Rivera?
–Sí, y como era un proyecto político personal de Primo de Rivera y un símbolo de su régimen, cuando éste cayó, en enero de 1930, la Exposición cayó en descrédito.
–¿Cómo podemos considerar la conservación actual de los pabellones que quedan?
–Mucho mejor que hace 20 años, aunque hay casos excepcionales como el de Telefónica y el Pabellón de las Bellas Artes (Museo Arqueológico). Las recientes rehabilitaciones para nuevos usos han sido en general respetuosas con los edificios, muchos de los cuales fueron intervenidos habiendo perdido gran parte de su patrimonio original; en estos casos, el uso de estos edificios ha favorecido su mantenimiento.
–Algunos achacan el mal estado del Arqueológico a la baja calidad constructiva del edificio.
–Hay que tener en cuenta problemas de cimentación consecuencia del alto nivel freático de lo que fue el Huerto de Mariana, condicionado por el cauce del Tamarguillo, que discurría por la actual avenida de Eritaña. No sé si usted ha estado en los sótanos del Museo… Se inundan… También es cierto que hubo problemas entre los organizadores de la Exposición y la constructora del pabellón en algunas fases, lo que pudo perjudicar la calidad del mismo.
–El del 29 es un patrimonio al que los sevillanos le tienen mucho cariño.
–Es cierto, genera mucho afecto, incluso un sentido identitario, y eso que los estilos los edificios no responden siempre a nuestra arquitectura más tradicional. El Arqueológico, por ejemplo, recuerda mucho a las construcciones históricas de Alcalá de Henares.
–El gran edificio del 29 por excelencia es la Plaza de España, ¿qué le parece su situación actual?
–Me preocupa el uso masivo que se está haciendo de este monumento. No me refiero a las visitas turísticas, sino a la organización de grandes conciertos, por ejemplo. El material cerámico es muy frágil y cuesta muchísimo su restauración como para ponerlo en riesgo de una manera tan evidente. Entiendo que los eventos masivos conlleven importantes beneficios económicos para la ciudad, pero me pregunto si tras cada celebración se valoran los daños producidos y si los beneficios revierten en su resolución y en el mantenimiento del Parque. Eso considerando que no sean daños irreparables. Confío en que los gestores estén sopesando los pros y los contras no solo desde el punto de vista turístico o económico.
–El Parque de María Luisa (PML) estuvo muy vinculado al 29, y su configuración actual no se comprende sin la Exposición Iberoamericana. Tampoco parece que viva sus mejores momentos.
–El de la conservación es un problema que tiene el parque desde que la Infanta cedió los terrenos en 1893. Los problemas, en mi opinión, son cuatro...
–Empecemos por el primero.
–La propia envergadura del Parque; su amplia extensión ya dificultó su mantenimiento en los años inmediatos a la donación. En solo diez años, en los que el parque no ocupaba todavía el Huerto de Mariana (donde luego se haría la Plaza de América) ni los terrenos de la Plaza de España (que pertenecían al Prado de San Sebastián), el parque estaba en pésimo estado y despoblado de flores, entre otras cosas, porque los propios trabajadores traficaban con la venta de flores (algunas veces con conocidas hermandades), vendiendo ramos y coronas de flores en el Vivero de Tablada. El segundo problema es la organización interna del parque. Me refiero, entre otras cosas, a sus senderos sinuosos, la existencia de espacios recónditos y la diversidad de especies. Todo esto hace que su mantenimiento sea más costoso…
–Siga…
–En tercer lugar hay que tener en cuenta el uso de la cerámica. Ya antes de la intervención de Forestier se planteó construir de hormigón los bancos, por los problemas de mantenimiento de la cerámica. Evidentemente la idea se desechó. El uso de mortero bastardo, con baja proporción de cemento, por parte de Forestier, a fin de facilitar la reposición de piezas sin que se rompieran, también favoreció que la gente las arrancara. Finalmente, hay que hablar del vandalismo…
–¿Es un fenómeno nuevo?
–Ni mucho menos, es un mal que afectaba al parque desde sus inicios y, en realidad, a todas las zonas verdes. A comienzos del XIX, el ingeniero de la ciudad Ramón Manjarrés se quejaba del vandalismo, especialmente del infantil, y de la incultura de los sevillanos y del maltrato de los jardines; se preguntaba cómo los habitantes de una ciudad que alcanzó el esplendor de Sevilla se podían despreocupar así de sus zonas verdes. Tampoco entraría en la mente de Forestier que la gente arrancara los azulejos cuando optó por el mortero bastardo. Cada acto de vandalismo implica dar no uno sino muchos pasos atrás, con un coste elevado o incluso generando daños irreparables.
–¿Podemos ser optimistas?
–Ojalá no lleguemos a la situación de hace 50 años, en los setenta, cuando el PML entró en un proceso de decadencia siendo su estado lamentable por haber sido usado como prolongación del recinto ferial y foro de espectáculos masivos, por la circulación de los vehículos a motor, el vandalismo y los efectos de las palomas. Precisamente por ello, en 1978, personalidades y entidades locales firmaron el Manifiesto por el Parque. En 1980 sería declarado Jardín Artístico
–¿Y qué opina de las talas que se han realizado últimamente en el Parque?
–Quiero pensar que la tala de árboles no es indiscriminada y obedece a razones de seguridad. A comienzos del siglo XX, el problema fue el mismo y se eliminaron muchos árboles secos. No quiero decir que me parezca bien talar árboles, solo que confío en que los profesionales estén haciendo las talas por razón de necesidad y que en paralelo irán acometiendo plantaciones.
–Ahora, parece que el Ayuntamiento va a acometer, por fin, la reordenación de los jardines que quedaron al otro lado de la Avenida María Luisa, donde está el Lope de Vega, el Pabellón de Chile, etc… espacio actualmente convertido en un aparcamiento.
–En la reorganización de los jardines en que está trabajando la Gerencia de Urbanismo deberían mantenerse las escasas huellas que quedan de los originales jardines del Palacio de San Telmo: la alberca (que es previa a la llegada de los Duques de Montpensier, de cuando el edificio era Escuela de Mareantes), los restos del trazado interior que pondría en conexión visual los jardines con el PML, y la vegetación original.
–Usted ha dedicado gran parte de sus investigaciones a los pabellones del 29.
–En mi tesis doctoral (1993, se publicó una síntesis en 2010 por el ICAS y la Universidad de Sevilla) abordé todos los pabellones internacionales, su ornamentación y contenidos. Por su iconografía, me generan especial atracción los de México, Portugal y Colombia, y también el de Perú. Por su arquitectura, Perú y Argentina. Por sus técnicas constructivas, inusuales en la ciudad, los dos pabellones desaparecidos de Estados Unidos (el pabellón de Exhibiciones y el cinematógrafo) porque usaron el sistema de ballom-frame norteamericano y el de Chile, por el uso masivo del hormigón armado.
–A mí me gusta el de Colombia. Cuando lo veo me da la sensación de que estoy en América.
–Lo que hace tan especial al pabellón de Colombia es su ornamentación, en ningún caso su arquitectura. Restrepo, cónsul de Colombia en Sevilla, que investigaba sobre los Quimbayas en el Archivo de Indias, promovió la venida desde París de Rómulo Rozo, un joven escultor indoamericano que había alcanzado cierto renombre a partir de que en 1925-1926 realizara en la capital francesa una escultura de la diosa Bachué, generatriz de la humanidad según los muiscas. Rozo trajo a Sevilla la Bachué, una escultura que gustó mucho a Picasso, colocándola en el centro del pabellón en una fuente que diseñó aludiendo a la laguna de la que emergieron la diosa y su hijo y en la que ambos se sumergieron tras poblar el mundo engendrando hijos.
–¿Qué fue de esta escultura?
–Finalizada la Exposición Iberoamericana, volvió a París. Su pista se perdió hasta los años noventa en que Álvaro Medina, historiador del arte colombiano, la localizó en México y fue adquirida y restaurada por su actual propietario, un coleccionista de arte residente en Bogotá. Gracias al Pabellón de Colombia tenemos en Sevilla una obra excepcional, sin duda, la mejor, de Rómulo Rozo, calificado hoy después de muchos años de olvido (se fue a México y nunca regresó a Colombia) como el principal artista colombiano de la primera mitad del siglo XX.
-El de Portugal también es otro de los más llamativos.
–Me atrae especialmente, porque pude documentar a más de una veintena de artistas, de lo mejor de la época, que trabajaron en el pabellón. Me enorgullece, además, haber encontrado bastantes obras que se encontraban en la parte provisional del pabellón y que, cuando acabó la Exposición, volvieron a Portugal. Hay que tener en cuenta que lo que queda hoy es solo la parte permanente, y que la provisional, que ocupaba parte de los actuales jardines del Prado, era más de tres veces superior. Ésta constaba de salas temáticas entorno a un gran patio. Además, había dos patios pequeños de acceso desde la actual avenida de Portugal, con bustos de navegantes. Al otro lado de la avenida estaba el Pabellón de Macao, colonia portuguesa, en forma de pagoda.
–Acabemos con el de México.
–Era un edificio espectacular. Su arquitecto Manuel Amábilis, que abogaba por la integración de las artes, lo concibió como una obra plagada de relieves, pinturas, y vidrieras. Salvo la vidriera del hall todo se ha perdido. Sabemos cómo era gracias a un texto que publicó Amábilis y al álbum fotográfico del pintor V. Reyes. El arquitecto Juan Manuel Rojo Laguillo que lo restauró en 1998 utilizó mis investigaciones en su proyecto. De ahí que la Universidad me encargara un precioso libro de protocolo en el que Alfonso Braojos escribió sobre la Sevilla de la época y yo sobre el edificio. Luego también me publicó otro sobre el Pabellón de Brasil, que hoy ha llegado muy transformado.
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