“Es fácil engañar a quien no sabe de pintura”
Maite Béjar | Restauradora de arte
Formada por y junto a algunos de los mejores restauradores italianos, ha trabajado en varios de los sitios más sensibles del patrimonio sevillano, como la Plaza de España o la iglesia de San Pedro
El estudio de Maite Béjar (Barcelona, 1976) es una especie de hospital de tesoros: una Inmaculada de la Caridad, un gran cuadro de Carmen Laffón, una talla de un Cristo del XVI, una Guadalupana del XVIII, una copia del XIX... Todas muestran sus patologías sin pudor, confiadas al buen hacer de esta pintora y restauradora formada con algunos de los más prestigiosos profesionales italianos. Maite Béjar es licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Sevilla con las especialidades de Conservación y Restauración en Bienes Culturales y Pintura. Con tres años de estudios en Historia del Arte, esta sevillana de adopción criada en el Aljarafe culminó su formación con una especialización en pintura mural en el Opificio delle Pietre Dure de Florencia, una institución de primera línea dependiente del Ministerio de Cultura italiano. Mujer cercana y de risa fácil, de entrañable camaradería, Maite Béjar no es solo una restauradora de estudio. Cualquiera que la haya visto moverse por una obra, brincando por los andamios de la Iglesia de San Pedro y dando órdenes a los albañiles, sabrá qué es eso que llaman una mujer empoderada.
–Estudió en el colegio Aljarafe, quizás el centro preferido de la ‘gauche divine’ en los ochenta.
–Cuando vinimos a Sevilla desde Barcelona nos instalamos en el Aljarafe porque allí estaba el colegio. Fue una gran experiencia. Nos enseñaron a tener un criterio propio, a pensar por nosotros mismos, a ser críticos, a saber hablar y no tener miedo. Era un colegio donde había igualdad y donde recibí mucho respeto y cariño. Son valores que me gustan mucho.
–¿Influyó el colegio en su vocación por las Bellas Artes?
–Creo que sí. No es casual que muchos de mi generación han sido actores, músicos, artistas... Además está mi madre, que es profesora y siempre me empujó a la vocación artística. Desde muy pequeña me llevaba a los museos y entrábamos en todas las iglesias.
–¿Algún recuerdo especial?
–En el Vaticano, a los diez años. Me quedé extasiada. Mi padre tenía un congreso médico en Italia, se fue a Continente y compró una tienda de campaña y cinco sacos. Condujo del tirón desde Sevilla a Pisa, a donde llegamos a las siete de la mañana. Pude ver la Torre Inclinada y el Duomo sin absolutamente nadie, solo con los aspersores. Me quedé con la boca abierta.
–Para usted Italia es fundamental.
–Viví allí muchos años. Fui en interrail y, cuando llegué a Florencia, delante del Palacio Pitti, tiré una moneda para atrás y dije: “quiero vivir aquí”. Disfruté allí de una beca Erasmus. Después estuve trabajando muchos años en el Estudio Monti. Colaboré en proyectos en los Ufizzi, en la Galería de la Academia... Más tarde tuve la suerte de hacer una formación en pintura mural en el Opificio delle Pietre Dure, que es una de las mejores instituciones de Europa... y trabajé en el Bargello, en el Museo de San Marcos...
–No está mal su currículum. Hay quienes dicen que Sevilla tiene algo de Florencia y de Italia en general. ¿Usted detecta esta huella?
–Sevilla y Florencia se parecen en su constitución urbana. Ambas tienen dos ciudades diferenciadas y separadas por un río, pero unidas por un puente: Sevilla-Triana y Florencia-San Frediano. El entorno del Museo de Bellas Artes me recuerda a veces a Florencia. También el barrio de San Bartolomé. En esta influencia es fundamental Niculoso Pisano. Toda la cerámica faentina, la pintada, llegó a Sevilla con él. Andalucía era un gran centro de producción cerámica pero de tradición musulmana ( con las técnicas de la cuerda seca, etcétera). Con Pisano cambia todo.
–¿En qué está trabajando ahora?
–En varias piezas. Tengo una Inmaculada muy bonita de finales del XVI principios del XVII, del Hospital de la Santa Caridad. Tiene trazas entre Alonso Cano y Pacheco... es muy pachecona. Estoy disfrutando mucho. También estoy restaurando una pieza muy importante de Carmen Laffón, de su época más temprana; una obra contemporánea de María Gómez y una Guadalupana del XVIII “tocada al original”, como pone en el mismo cuadro.
–¿Tocada al original?
–Que ha tocado la imagen original, la que está en México, por lo que tiene sus propiedades milagrosas.
–Usted ha sido una de las restauradoras de la Plaza de España, un edificio muy frágil debido a la gran cantidad de cerámica que exhibe.
–La Plaza de España es muy frágil y complicada. Se necesita un plan de conservación ya, porque si sus murales no son sometidos a conservación preventiva se tendrán que sustituir por copias. De hecho ya se han tenido que retirar muchos. En Sevilla seguimos teniendo un problema grande con la conservación de la cerámica, porque lo consideramos un arte menor. No nos damos cuenta de que es un estandarte por el que se nos reconoce en muchos sitios. Durante demasiado tiempo se ha confundido la sustitución por la restauración. No se puede decir que se ha restaurado un paño cuando lo que se ha hecho es eliminarlo y poner una copia realizada por una escuela taller. A nadie se le ocurriría retirar un Murillo y sustituirlo por una copia. Hay que realizar acciones para mitigar las agresiones ambientales y vandálicas de estos paños cerámicos... No se puede coger un paño de Enrique Orce y hacer una copia así porque sí... Entre otras cosas porque eso no lo hace cualquiera... Las obras de Orce en la Plaza de España son de una belleza extraordinaria. En mi caso, yo trabajé mucho en su paño de los Seises, que está en el Sector 1.
–Fue, por decirlo de alguna manera, la restauradora oficial de Carmen Laffón.
–Trabajar con Carmen ha sido un regalo de la vida. Empecé a colaborar con ella hace 10 años. Fue maravilloso, porque lo normal es que un restaurador trabaje con obras de alguien que ya no está, pero con Carmen tenía la suerte de tratar con los cuadros y la artista simultáneamente. Le restauré prácticamente toda su colección particular, también sus cuadros de la colección Cajasol. Al contrario que otros artistas contemporáneos, ella estaba preocupada porque sus obras se conservaran bien y me consultaba mucho sobre las técnicas para conseguirlo.
–¿Cómo conseguía esas atmósferas vaporosas tan característica de su obra?
–Con un óleo muy seco. Si uno se acerca a su pintura verá que no rezuma aceite, sino que parece más bien pastel, tiza. Era su manera de pintar, su estética.
–Me imagino que, cuando pasea por Sevilla, verá cosas que están pidiendo a gritos una restauración. Aproveche aquí para lanzar un SOS.
–Lanzo el SOS por la capilla del Calvario de Santa Ana, con unas magníficas pinturas de Domingo Martínez, pero muy sucias y repintadas. Es una capilla preciosa, una joya, pero, pese a que se hizo el proyecto en su día, no hay dinero para la restauración. También sería importante restaurar los techos de la Iglesia de la Caridad, que son de Lucas Valdés.
–Y saque pecho.
–Mi pieza maestra es una Santa Bárbara de Giorgio Vasari que está en la Galería de la Academia de Florencia, a la derecha de un Miguel Ángel. La restauré con mi jefa Anna Monti. Son ochocientas horas de mi vida. Ahí saco pecho, estoy muy orgullosa. También de algunas obras de la sala de cabildos de la Caridad y de los cuadros de Carmen Laffón.
–Sevilla es una ciudad que, pese a todo, todavía conserva un cierto patrimonio pictórico privado. ¿Los propietarios se preocupan por conservarlo?
–Hay de todo. Abunda mucho las personas que heredan cuadros de cierta entidad y se ven abocadas a restaurarlos. Lo hacen con esfuerzo y por cuestiones afectivas. Pero en Sevilla no hay muchas colecciones privadas de pintura de entidad.
–Está el architípico caso del propietario que cree tener un Murillo y resulta ser una copia del XIX. La restauración, algunas veces, supone un jarro de agua fría. ¿Se ha enfrentado a muchos chascos?
–Sí, sí, sí... Yo soy muy honesta. Me gusta cuidar a los clientes y me pongo en su situación. Cuando le tengo que decir a un cliente que no tiene un Van Dyck intento hacerlo con datos técnicos. Siempre hay que hacer mucha pedagogía con los clientes.
–¿Se ha engañado mucho?
–Estoy muy alejada del mundo de los anticuarios y la compraventa. Trabajo en la parte técnica y me gusta hacer una restauración técnica, no para que luzca bien y se venda mejor. Pero entiendo que sí y que es fácil engañar a quien no sabe de pintura.
–Además de chascos habrá vivido grandes hallazgos, ¿no?
–Me he encontrado auténticas joyas inesperadas, firmadas y anónimas. Una vez descubrí una pieza de 1765 de Nicolás Guy-Brenet, un pintor académico francés. Resultó el cuadro perdido de una serie de escenas mitológicas para la Biblioteca de París. Era el único que faltaba y casualmente estaba en una casa particular de Sevilla. No había noticias de por qué estaba allí. A veces, cuando se limpia un cuadro que ha sido repintado de manera poco escrupulosa, aparecen verdaderas maravillas. En concreto recuerdo una santa barroca sin atributos, probablemente una Santa Catalina, que estaba debajo de una especie de pepona del XIX... era espectacular. El problema es que necesitas la complicidad del propietario, porque de la limpieza del cuadro puede no salir nada y algunas, las más complicadas que hay que hacer a golpe de bisturí, son caras.
–La pintura religiosa no vive sus mejores tiempos en lo que a precios se refiere...
–Se vende baratísima o, directamente, no se vende. También pasa con los muebles antiguos cuyas dimensiones no caben en los pisos actuales.
–Recientemente dirigió una intervención en un lienzo de la muralla almohade en la calle Castelar.
–Ya había trabajado en tapial en Jerez de la Frontera. Es un material muy interesante. Estoy muy contenta con el proyecto al que se refiere. La intervención arqueológica del lienzo la hizo Miguel Ángel Tabales y la restauración la acometimos con un criterio muy pensado. Ha salido muy bien. Además, me estoy encargando de la difusión, que es una parte de mi trabajo y que casi nunca puedo hacer.
–¿Los almohades hacían bien las murallas?
–Las hacían estupendamente. El material es muy bueno. Aún así hay una discusión si es almohade o almorávide. Desde luego, los almohades, sobre todo a partir del califa Abu Yaacub Yúsuf, hicieron un plan urbanístico potentísimo.
–Usted también es pintora.
–Pero últimamente pinto menos de lo que quisiera. La restauración es un trabajo de monja, requiere mucho tiempo. Además, también soy madre y autónoma... Pero la pintura es una pulsión que siempre tengo dentro.
–¿Restaurar en Sevilla es llorar?
–Restaurar en Sevilla es mucho sufrir y mucho llorar. Es muy complicado vivir de esto.
–Una reivindicación del gremio...
–Que los proyectos de restauración lo hagan los restauradores. En esto hay una legislación abierta... mucho intrusismo, muchas cosas que las hacen albañiles o gentes sin la titulación necesaria.
–¿Y es bueno el nivel de la restauración de arte en Sevilla?
–Ha mejorado mucho en los últimos años, porque antes se enseñaba una restauración muy tradicional, poco basada en la ciencia. Restaurar es una disciplina muy complicada, porque requiere de mucha sensibilidad, de mucho conocimiento del arte y la historia, pero también de química y de materiales, de entender como funcionan, que es algo muy complejo. Hacer una buena restauración requiere un buen proyecto y un buen presupuesto.
–¿Y se racanea mucho?
–Mucho, sobre todo en la restauraciones de obras in situ, las vinculadas a edificios: pintura mural, cerámica... De unos años para acá todo se dirige a que sean las empresas constructoras las que se hagan con las licitaciones de las restauraciones. Eso ha hecho mucha mella en las pequeñas empresas de restauración.
–El ‘hágalo usted mismo’ ha hecho mucho daño. Desde el particular que barniza un cuadro antiguo para darle brillo hasta el párroco que restaura de cualquier manera una obra histórica.
–No paro de encontrar chapuzas. Muchas veces, lo que hace difícil la restauración es eliminar las restauraciones mal hechas. Se ha abusado mucho del amigo de turno que hace el favor, que cobra barato... aunque sea con la mejor de las intenciones.
–Tiene algo zen el trabajo de la restauración.
–Muy zen. Requiere una gran concentración, como el bordado de las monjas de clausura. Después tiene una parte muy dura físicamente. Eso no te lo cuentan, pero es una profesión que te machaca el físico. Cuando el trabajo es en obras es muy duro: a la intemperie, pasando frío o calor, en posturas inverosímiles, repitiendo mecánicamente una serie de movimientos, lo que acarrea problemas físicos. Tengo al fisio en nómina. No puedo vivir sin él. Fran te quiero. I love you.
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